martes, 3 de marzo de 2020

Faldas y pantalones

Antes el varón era el único que llevaba los pantalones: el cabeza de familia, el que ganaba el pan con el sudor de su frente prostituida al trabajo asalariado, el que iba a la guerra a morir por la patria y a pelear como macho por la propiedad y el usufructo del coño de la hembra, mientras que la mujer se ocupaba de “sus labores”, un cajón de sastre donde entraban las que se consideraban tareas propias de su sexo: cocinar, fregar platos, parir y criar a los niños, planchar y lavar los calzoncillos realmente sucios de su querido esposo y vástagos varones y un largo etcétera.  



Con la llamada “liberación” femenina, las féminas se han puesto también los pantalones, convirtiéndose en hombres de hecho, pero los hombres no nos hemos puesto faldas, ojo, o sólo lo hemos hecho en carnavales, por lo que no dejan de ser un disfraz en nuestro caso. La igualdad sólo se ha dado en un sentido. La mujer se equipara al hombre pero no el hombre a la mujer. El hombre que se pone faldas si no es carnaval es por lo menos un travestido, si no un degenerado o un marica, mientras que la mujer que se pone pantalones es una mujer moderna, una chica de hoy día. 

Actualmente los progres(istas), que se consideran paladines libertadores de las princesas, ven con buenos ojos que las féminas puedan mandar y adoptar cargos públicos, siendo copartícipes activas de la represión y del mantenimiento del orden establecido.

Bien mirado, no hemos avanzado mucho: lo único que ha progresado es la represión, por eso resulta un tanto sarcástico declararse progres(ista) en ese sentido de la palabra: porque lo que progresen son las formas de dominación.  No menos sarcástico resultaría considerarse conservador, sin aclarar qué es lo que uno considera digno de conservación.




La realidad es que tanto varones como hembras pueden gobernarnos  a los demás hombres y mujeres como quieran, lo que tiene que ver con el autoritarismo existente en la sociedad, que obedece a la voz de mando tanto de Isabel como de Fernando, igual da ya el timbre masculino o femenino de la voz.

Antes el autoritarismo era únicamente viril, militar, machista, patriarcal; ahora puede ser también feminista: es algo independiente del hecho de tener pene o vulva, lo que no deja de ser una falsa liberación. Sólo nos hemos librado del prejuicio de que la autoridad era masculina, porque ahora puede ser también femenina, pero no nos hemos liberado de lo que más importaba, que era de la propia autoridad. 

No nos hemos librado del Poder, con mayúscula, que ha resultado a la postre así, con la incorporación y el llamado   empoderamiento de la mujer, fortalecido.

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