jueves, 5 de marzo de 2020

Antivirales

Hay un virus peor que el coronavirus, peor que el trancazo que arrastra uno semanas enteras todos los inviernos, peor que la gripe española de 1918, la asiática, la aviaria, la mexicana, la porcina, o la china del siglo XXI,  cuya amenaza se cierne ahora sobre todos nosotros como espada de Damoclés: es el virus del miedo. 

Esa epidemia o, mejor dicho, pandemia porque amenaza al conjunto de toda la población, que está ahora tan de moda, hace que nos pongamos mascarilla hasta para besarnos en la boca: el miedo a la muerte, que se traduce en el miedo a contraer el susodicho virus de gripe o cualquier otro que se inventen y se tercie y pueda arrastrarnos hasta el otro barrio en la barca de Caronte. Pero es mentira: mi muerte, la mía propia, ni es inmediata ni está presente ni es mía propiamente hablando, sino siempre ajena y siempre por venir, aunque no se sepa a dónde ni cuándo. 


¿Para qué sirven entonces los virus? Aventuro algunas respuestas antivirales que no se excluyen sino que se complementan entre sí poliédricamente.

Para inocularnos el miedo, en primer lugar, que es el peor de todos los virus. El pánico es la auténtica epidemia que se convierte en pandemia que afecta a todo Cristo y de la que no se salva ni Dios, la más perniciosa de las pestes: virus que están sembrando los medios que se dicen de comunicación y que lo que hacen es todo lo contrario, incomunicarnos, porque lo realmente doloroso de la situación que atravesamos no es la gripe en sí, que es tan vieja o más que el catarro, sino la cobertura mediática desproporcionada que la Red convierte, además, en instantánea sembrando información cancerígena constantemente "en tiempo real". 

Para exorcizar una serpiente de verano en pleno invierno y cambio climático que nos haga olvidarnos de otros problemas más graves como el paro, el trabajo, la crisis, y demás, que eran virus más endémicos y pandémicos que la epidemia susodicha. 

Para alimentar a los mencionados y sedicentes medios de comunicación que, so pretexto de informarnos, nos incomunican, crean el fantasma de la opinión pública, generando masas alarmadas consumidoras de noticias y proporcionando temas de conversación cuando se agotan los consabidos y siempre recurridos de la crónica de sucesos y el tiempo atmosférico. 

Para enriquecer a los laboratorios y empresas farmacéuticas, o multiplicar la producción de las fábricas de preservativos como sucedió a raíz del SIDA, que se frotan ya las manos con el negocio de preparar millones de dosis de vacunas, mascarillas...

Para salvaguardar a los gobiernos y autoridades sanitarias, dejándolos en buen lugar, ya que ellos se preocupan de salvaguardarnos a los electores y contribuyentes suministrándonos los consejos profilácticos y las inyecciones que parece que van a salvarnos de una enfermedad grave o muerte inmediatas "por razones de salud pública y seguridad". 

Esto no es una teoría de la conspiración, sino la conspiración de la teoría y del pensamiento y el sentido común contra la sinrazón: pretenden silenciarnos con la mordaza de una mascarilla higiénica para que no abramos la boca y no hagamos uso de nuestra libertad de expresión y expresemos nuestra rebeldía contra el miedo que nos inculcan y la cuarentena que nos quieren imponer a todos en el cuerpo y en el alma. ¿Pandemia? La única pandemia que hay es la de la estupidez reinante y viralmente coronada.

2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo con el análisis. El coronavirus ese, que habrá salido de algún laboratorio y no de un triste mercado chino, es mejor que los atentados terroristas para aterrorizar a todo el planeta, apanicarnos, y controlarnos. No podemos esperar soluciones de los que han creado los problemas. Valentín F.

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  2. Muy bueno lo de "apanicarnos". No lo había oído nunca, pero está bien traído. Siguen asustándonos como cuando éramos pequeños. Así es más fácil someternos. Lo único que cambia es el nombre del coco con los años.

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