miércoles, 4 de marzo de 2020

Una epidemia viral

Raro era el año en que no se publicaba alguna noticia sobre alguna nueva gripe, virus, peste o epidemia que los creadores de la opinión pública se sacaban de la manga  y que resultaba al fin y a la postre más vieja que el catarro de Matusalén. 

Los que tenemos algo de memoria histórica, por poca que sea, recordamos aquellas gripes de la primera década del siglo, en primer lugar, la aviar con flagrante anglicismo, o aviaria, mejor llamada,  y después la que empezó llamándose "mexicana", luego "porcina" y al final, con una denominación más científica y aséptica, gripe A o, más técnicamente, gripe H1N1. 

Se dijo que esas gripes eran una pandemia como en otro tiempo se hubiera dicho que eran una maldición de Dios como la peste. Y recuerdo que todo un jefe de Estado se dirigió a toda una nación y le habló de un virus “nuevo e incurable” que ya había causado varios muertos, y les pidió a los ciudadanos que no salieran a la calle, que no fueran a la escuela, ni al cine, ni a misa, ni a ninguna parte, imponiéndole una suerte de efectivo arresto domiciliario a todo un país de cien millones de habitantes como era México entonces, clausurando la vida pública y recluyéndola en el retrete de la privacidad para que la ciudadanía no se diera cuenta de lo que pasaba en la calle, y lo que pasaba en la calle era que en la calle, al fin y a la postre, no pasaba nada que no hubiera pasado ya, salvo el pánico que habían sembrado la alocución del presidente del gobierno, las autoridades sanitarias y los medios de comunicación. 

En España y en el mes de agosto del año 2009, el Colegio Oficial de Médicos de Madrid se cubrió de gloria colgando aquella memorable pancarta de casi treinta metros de largo en la fachada de su sede en la madrileña calle de Santa Isabel "en prevención de la gripe A" que decía: "No beses, no des la mano, di hola".


Incluso la presidenta de aquella institución llegó a declarar a la sazón que los españoles "afortunada o desafortunadamente" éramos muy propensos “a tocarnos y besarnos, incluso con las personas poco conocidas". Y llegó a proponer que imitáramos el saludo japonés, que resultaría, digo yo, no sólo más respetuoso y reverencial, sino también más saludable, y que, como se sabe, se hace inclinando la cabeza, a no menos de un metro de distancia, sin contacto corporal. 

Raro es el día a fecha de hoy en que no se publica alguna noticia sobre la gripe china, italiana, o más técnicamente coronavirus o COVID-19, para no estigmatizar a los chinos ni a los italianos, cuántos contagiados, cuántos muertos van cayendo... Se lo llamó, por cierto, coronavirus o virus coronario -lo de virus es obvio, veneno en latín-  porque, observado al microscopio, ya que a simple vista no hay quien lo vea y hay que verlo para creerlo, guardaba semejanzas con la imagen de la corona solar, siendo sus protuberancias como rayos solares.

 El virus a la izquierda y la corona solar a la derecha.


La palabra procede del latín corona con el significado actual de diadema, y esta del griego κορώνη (corone) que era el nombre específicamente de la corneja (cornix en latín) y genéricamente del cuervo (corvus corax). ¿Cuál era la relación entre nuestra corona y estas aves? No otra que la característica forma curva de su pico. 

Pero preguntémonos: cui bono prosit?  ¿A quién le beneficia? ¿Para qué sirvió en aquel entonces -y para qué sirve ahora- la información alarmista que proclamaba la universalidad y globalización de aquellas primeras pandemias del siglo XXI con consecuencias y efectos devastadores, que obligaban a la sociedad y a los gobiernos a ponerse mascarillas, tomar toda clase de medidas higiénicas y profilácticas como lavarse compulsivamente las manos y prepararse para combatirla mediante provisión de vacunas para la población? 

¿Para qué sirvió después la dosis de información tranquilizante que aseguraba que la gripe A tenía síntomas muy leves, que era mucho más benigna incluso que la gripe común y que podíamos inmunizarnos contra ella en casa mediante cualquier antiviral ya existente, o resignarnos a pasarla sin ninguna grave consecuencia durante una semana, pues ya se sabe lo que se dice de la gripe: que dura una semana con tratamiento y siete días sin él? 


Inventan una epidemia que se viraliza y hace pandemia globalizándose enseguida para imponer medidas restrictivas de la libertad a la población. 

Como dice Giorgio Agamben en un lúcido análisis sobre la incidencia del coronavirus titulado La invención de una epidemia publicado en versión original en italiano el 26 de febrero aquí: Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites. 



Todas las enfermedades que se han considerado epidemias en las dos décadas recientes, incluido el Covid-19 o coronavirus, han producido muchos menos muertos que enfermedades comunes y corrientes, como la gripe –de la cual, según la Organización Mundial de la Salud, mueren hasta 650 mil personas cada año en todo el mundo mundial. No obstante, estas nuevas epidemias sirven de pretexto a los gobiernos y autoridades sanitarias para declarar el estado de emergencia "por razones de salud y seguridad pública" con graves restricciones de la libertad por decreto ley.

No hay comentarios:

Publicar un comentario