jueves, 19 de marzo de 2020

Los jinetes del apocalipsis cabalgan de nuevo

A lo largo de la historia, la guerra ha sido uno de los mayores temores de la humanidad. Pero la guerra hoy pertenece a la historia y a las márgenes de nuestro mundo. Ya casi no asusta a nadie. No funcionaba muy bien como motor generador de miedo y preocupación en la vieja Europa y el primer mundo, así que apareció el terrorismo, que sigue siendo otro de los modernos jinetes del apocalipsis, que ha servido para decretar estados de alarma y excepción, pero parece que tampoco funciona mucho en la actualidad, pese a su nombre de propagador del terror y motor de pánico, por lo que ha surgido este de la peste, viejo fantasma resucitado ahora con el nombre de COrona VIrus Disease 2019, el COVID-19, en la lengua del Imperio, que nosotros deberíamos propiamente denorminar la ENVICO-19, esto es, ENfermedad del VIrus COronario 2019, pero no vamos a discutir por una mera denominación terminológica habida cuenta de la supremacía preponderantemente abrumadora del anglicismo. Que cada cual lo llame como quiera, si quiere ponerle algún nombre propio o mote a la amenaza.

 
El ángel de la Muerte, Evelyn de Morgan (1881)

Está claro que lo que ahora alarma a la población es, como siempre, el miedo a la muerte, y en este caso la espada de Damoclés de la epidemia o pandemia del virus coronario, propagado por los medios de comunicación de masas y difusión de falsas noticias -todas lo son. Y es que precisamente un nuevo jinete del apocalipsis, el quinto, del que hablábamos aquí,  ha hecho su aparición diríamos estelar y galopante en nuestro mundo: el jinete de la información, que es el más importante de todos ellos porque sin él los otros no son nada. Sin ese jinete y su caballo amarillo no tendríamos noticias diarias y constantes en todos los medios de las guerras, las hambrunas, las epidemias y pandemias en el universo globo. 

¿A qué se debe esta abrumadora invasión de datos de contagiados y de muertos, de rumores de vacunas y de infectados, que, bajo el efecto de la bola de nieve que rueda, ya no se sabe si son noticias contrastadas o bulos sensacionalistas de la prensa amarilla -en estos momentos toda la prensa lo es-, o ya no hay diferencia entre lo uno y lo otro porque todo vale con tal de hacer que se viralice, nunca mejor dicho, y propague el raudo galopar de ese jinete, el más veloz de todos?


Hay una epidemia (del griego epi "encima" y demos "pueblo") que está por encima del pueblo y es una auténtica ya pandemia: el Estado, y el Estado ha declarado el Estado de Alarma, la espada de Damoclés que es el miedo a la muerte, siempre futura. Al principio decían que sólo afectaba a nuestros mayores. Ahora dicen que puede afectar a todo el mundo. Al principio hablaban de unos síntomas, ahora afirman, contra toda evidencia científica, que podemos ser portadores asintomáticos del virus, es decir, sin portar ni presentar ningún síntoma vírico,  y contagiar a los demás. Nadie está libre de ser un potencial asesino y de ser asesinado por los demás. Por eso debemos permanecer recluidos bajo arresto domiciliario, haciendo lo que nos dé la gana, pero en la clausura de nuestro domicilio. Por nuestro propio bien. Y por el de los demás. El Estado, el Gran Hermano orgüeliano, vela como Dios padre que es por todos nosotros.  Él sabe mejor que nosotros mismos lo que nos conviene, y nos conviene quedarnos en casa castigados como cuando éramos pequeños y habíamos sido malos.


Cui bono prosit? ¿A quién beneficia ese miedo? ¿Para qué sirve? Beneficiar no beneficia mucho a nadie, a ninguno de los que andamos por aquí abajo, sino todo lo contrario, desde luego, pero sí que parece que puede beneficiar a la supraestructura, a los y a lo de arriba, llámense Estado y Capital, que son tal para cual, Banco Central Europeo o como se quiera, y sí que sirve para algo: para ejercer un poder omnímodo que no admite contestación sobre el pueblo, que ve controlada su libre movilidad y su derecho de reunión y libre asociación, con su pleno consentimiento y obediencia sumisa sin rechistar, convencido de que las medidas que se "implementan" son por su bien, máxime cuando se esgrime el fetiche de la salud y seguridad públicas. 

Belerofonte cabalgando a Pégaso

Pero hagámonos desde nuestra encerrona algunas preguntas, como hace Jorge León Casero, profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, en un artículo que no tiene desperdicio: Soberanía en tiempos de biopolítica: estado de alarma y derechos fundamentales¿...por qué se declara el estado de alarma en el caso del coronavirus y no en el de la gripe? ¿Sómos realmente conscientes de lo que supone anular algunos de nuestros derechos más fundamentales, como es el derecho de reunión pacífica recogido en el art. 21 de la Constitución Española o el derecho a circular libremente por el territorio nacional del art. 19? Y lo que es más preocupante aún, ¿somos realmente conscientes de la facilidad con la que renunciamos a nuestros derechos y otorgamos potestades soberanas al poder ejecutivo cada vez que se produce una situación de alarmismo social?"

A lo que sólo hace falta añadir que ese alarmismo social ha sido decretado por el poder ejecutivo, como dice Jorge León Casero, es  decir, "por el Gobierno", que se ha vestido de hermanita de la caridad histérica y ha declarado el Estado de Alarma. Pero no olvidemos que el poder ejecutivo, junto con el legislativo y el judicial, que son los tres poderes del Estado, no son eficaces aunque tengan todas las Fuerzas y Cuerpos de Orden Público y Seguridad a sus órdenes como tienen, sin el Cuarto Poder, precisamente, que es la prensa, en lenguaje decimonónico, y los medios de información y masificación o mass media en la lengua del Imperio.

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