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viernes, 28 de julio de 2023

La jodienda no tiene enmienda

    Ya hablamos del tema en su momento aquí mismo, y ahora volvemos sobre él porque no debemos olvidar. Ya va a hacer tres años que un esperpéntico experto virólogo italiano, Fabrizio Pregliasco, dio el campanazo aconsejando la abstinencia sexual o, en su defecto, la masturbación para evitar el virus contagioso con el que nos acojonaban, como publicaba el diario  Il Tempo
 

    La opinión del experto: "Coronavirus, sexo con riesgo incluso dentro de la pareja. El virólogo Pregliasco aconseja abstinencia o montárselo uno en soledad". ¿Cómo olvidar aquellos alarmantes titulares periodísticos? No, no podemos olvidarlo, por más que los políticos responsables del desaguisado no quieran recordarlo.

    Practicar el sexo estaba científicamente desaconsejado por los expertos en los tiempos del virus, pero como la jodienda no tiene enmienda, y, si la tiene, no hay quien la entienda, que decían nuestras abuelas, algo había que hacer. En los Países Bajos, por ejemplo, se aconsejaba huir de la promiscuidad buscando la estabilidad de la pareja, un polvo estable, pero el virólogo italiano puntualizaba sacando a relucir el fantoche del enfermo imaginario de Molière: “El problema viene porque también nuestra pareja puede ser de algún modo asintomática”. O sea que hasta nuestras medias naranjas de hecho o de derecho, bendecidas o no por el Estado o por la Iglesia, corrían peligro de contagiarnos, y nosotros a ellas, aunque no hubiera síntomas, porque ni Dios estaba exento de peligro. Se trataba de desconfiar de uno mismo y de su sombra o media y platónica naranja.

 

    "O vivimos, decía el esperpéntico experto, en una burbuja como los jugadores de la NBA americana o estamos todos expuestos." La sexualidad se había convertido en un tabú, en una actividad de alto riesgo, lo que explica también la disminución de nacimientos que se produjo, porque, aunque la sexualidad no se reduzca, por supuesto, a la reproducción de la especie, es un hecho que la especie se reprodujo mucho menos durante la pandemia. ¿Abstinencia incluso en pareja estable? Las gotitas respiratorias y las deyecciones eran peligrosas porque cualquier fluido podía albergar el virus asesino. Se puede practicar el coito con mascarilla y preservativo, tras haberse duchado y lavado concienzuda- y compulsivamente uno y, sobre todo, las manos con agua, jabón y gel hidroalcohólico -porque si no, habría que ponerse guantes asépticos, que en cualquier caso no estaban de más, aunque impidieran el gozoso contacto de las epidermis-. Pero no ya el echar un polvo, sino los besos eran también peligrosos: “Sono rischiosissimi” o  sea, son muy arriesgados, decía el esperpéntico virólogo italiano acentuando el esdrújulo superlativo: los besos eran peligrosísimos...

    Vamos, que no había más solución que o la abstinencia sexual o el onanismo de la masturbación, algo parecido a lo que decía aquella pintada callejera en los tiempos de la imposición impostada del SIDA: Si jodes, SIDA; si no, se oxida; solución: masturbación. Hasta la jodienda, no vamos a decir la cursilería de 'hacer el amor', había que practicarla uno consigo mismo amancebándose con su mano, como decía Quevedo, o en pareja y, a ser posible, por videoconferencia, y había que agradecérselo a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), y a su inventor, el filántropo milmillonario.

domingo, 7 de mayo de 2023

THE pandemic END

    En el cómic, publicado en 2017 bajo el título de 'Astérix en Italia', los dos simpáticos protagonistas, Astérix y Obélix, incorrecto este último políticamente dada su obesidad mórbida,  se enfrentaban en una carrera de cuadrigas (mejor que cuádrigas que tanto se oye), que son los carros tirados por cuatro caballos -había también bigas y trigas de dos y tres respectivamente-,  a un tal Coronavirus, sí, así se llamaba, que era un malvado personaje... enmascarado.

    Hay un guiño indudable en el cómic a la espectacular carrera del circo de la película Ben-Hur de William Willer (1959): los caballos de Astérix son blancos como la nieve inmaculada, y representan el bien, mientras que los del auriga enmascarado (y su fiel Bacillus) son negros como los del pérfido Mesala, y personifican, por lo tanto, la maldad. 
 
 
    Astérix y Obélix, los personajes antológicos creados por Uderzo y Goscinny y recreados por los actuales encargados del cómic, Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, se enfrentan a un misterioso rival, llamado 'Coronavirus', o sea el virus o veneno coronado.
 
 
    Los irreductibles galos que poblaban aquella "aldea que resiste, todavía y siempre, al invasor", tuvieron que vérselas con el fiero Coronavirus, que no era tan fiero sin embargo como lo pintaban los políticos y los medios de comunicación, ni tan invencible como parecía,  porque, a punto de ganarles la partida, sufre un accidente en el último momento a escasos metros de la meta, lo que origina su derrota y la victoria de los simpáticos amigos. 
 

     Al despojarse Coronavirus de la máscara, el lector descubre que, tras ésta, se escondía, no podía ser menos, el virus más mortífero que hay, el mismísimo Julio César, el enemigo invasor imperialista y globalizador ávido de hacerse con el triunfo, el Poder absoluto. 
 
    Téngase en cuenta que el término 'coronavirus' data de los años 60 del siglo pasado y que hay una docena de tipos conocidos de virus coronados, todos ellos inofensivos, pero este era el más pernicioso de todos, porque no era un inocuo virus, como ha quedado demostrado, sino el mismísimo Poder que nos confinó entre las cuatro paredes de nuestro dulce hogar, nos obligó a enmascararnos y a guardar la distancia con los demás y sólo nos concedía un salvoconducto para viajar y acceder a eventos sociales si nos inoculábamos una sustancia experimental que ha resultado al fin y a la postre más peligrosa que la novedosa enfermedad más vieja que el catarro que pretendía combatir. 


     Y resulta que viene ahora la OMS, y el señor Tedros Adhanon  Ghebreyesus que la regenta se quita la mascarilla, y pone fin a la farsa pandémica tres años después de declarada la 'emergencia sanitaria internacional' digna de la doctrina secreta del doctor Knock con veinte millones de víctimas, según su falaz estimación, a sus espaldas, muertos que justificarían las injustificables medidas implementadas. Y todavía habrá algún gilipollas que crea que, si no hubiéramos hecho lo que hicimos, obedeciendo a los que nos lo mandaron, habríamos muerto todos, o, al menos, ya que no la totalidad, la mayoría.
 

martes, 16 de agosto de 2022

Anti(corona)virales

La Organización Mundial de (las enfermedades que afectan a) la Salud prepara al mundo para la próxima temporada de coronavirus: más sueros y más confinamientos.
 
La citada organización se niega a admitir el fin de la emergencia sanitaria y recomienda a los gobiernos que vuelvan a implementar la obligación de mascarillas.
 
Las mascarillas causan problemas respiratorios de hipoxia por falta de oxígeno y no sirven para frenar la propagación del virus sino para asfixiar al ciudadano.
 
 
No olvidemos que el bozal, nombre popular y epifanía pandémica, sigue siendo obligatorio todavía en las Españas en transportes públicos, farmacias y hospitales.
 
Aún estamos muy lejos, dicen los expertos -especialistas en todo, especialistas en nada- de librarnos de la fementida pandemia y deshacer su círculo vicioso.
 
No podemos evitar que el virus siga causando estragos mientras no nos desengañemos de que el mayor estrago que causa es la obligación de creer en su existencia.
 
Cuando parece que el virus se debilita, resurge cual ave Fénix con mayor fuerza infectando a la gente con independecia de las dosis que haya o no haya recibido.
 
La denominada 'vacuna' es, en el mejor de los casos, solo un placebo, y en el peor una sustancia tóxica que no sirve para lo que dice, y que hace lo contrario.
 
 

La supuesta protección disminuye como mucho a los seis meses en todos los participantes en el experimento, que ven cómo pese a la pauta completa (se) contagian.
 
El Ministerio de Sanidad, que no de Salud, propondrá la revacunación de los tridosificados, es decir, la cuarta dosis o segundo refuerzo que no sirve para nada.
 
Cuando el virólogo orgánico que sale por la tele dice que las mascarillas seguirán siendo una gran herramienta de control de la infección, párate a pensar... 
 
...y échate a temblar porque lo que quiere decir “herramienta de control de la infección” no es lo que dice de la infección, sino de la obediencia de la gente.
 
 Cuando dicen que es posible que en invierno haya una epidemia de gripe fuerte que no hemos visto en dos años ni por el forro, quieren decir: vuelve la pandemia. 
 
Los periodistas orgánicos -prácticamente todos- nos advierten: “El temor a una caída de la inmunización puede resucitar la mascarilla obligatoria en el otoño”.
 
(De Debord) El experto que mejor sirve es, por supuesto, el que miente. Los que necesitan al experto son, por motivos diversos, el falsificador y el ignorante.

sábado, 31 de julio de 2021

ACT LIKE YOU'VE GOT IT

    Elijo este cartel del NHS, National Health Service, el ministerio de sanidad británico, porque es muy representativo de la tónica general que siguieron y siguen casi todos los gobiernos del mundo (quizá habría que excluir a algunos países como Suecia y pocos más) y porque es bastante significativo de lo que está sucediendo desde que hace ya casi año y medio se declaró la pandemia universal, y de lo que pasa aquí y ahora entre nosotros, sin ir más lejos. 


     Debajo de un rostro con mascarilla y pantalla protectora, la palabra mágica: el abracadabra que conjura aquello que denomina, es decir, que lo hacer aparecer ante nuestros ojos como el conejo que el mago saca de su chistera: CORONAVIRUS. Pero no es eso lo más importante, con serlo porque ya han mencionado a la bicha para que exista, al coco de los cuentos infantiles para meternos miedo; lo más importante, desde mi punto de vista, viene a continuación en letras enormes: ACT LIKE YOU'VE GOT IT: actúa como si lo tuvieras.

    No importa si lo tienes o no lo tienes (el coronavirus), pero tienes que actuar como si lo tuvieras, por precaución. El Her Majesty's Government, o sea, el Gobierno de Su Majestad la Reina, es decir, del Reino Unido, que vale aquí por nuestro propio Gobierno porque todos han actuado igual, nos da una orden: ACT, que traduzco no por “haz”, como podría hacerlo, sino por “actúa”, porque me parece más exacto con su significado teatral de puesta en escena que requiere, además, un disfraz para la representación del espectáculo que viene a ser, por ejemplo, la mascarilla y la orden de alejarte de los demás. 

    Y añade: LIKE YOU'VE GOT IT “como si lo tuvieras”, es decir, finge que lo tienes. Es una consigna hipócrita. Si lo tuvieras, no necesitarías simularlo, y si no lo tienes ¿por qué vas a fingir? El Gobierno de Su Majestad la Reina tendrá que darnos una explicación que justifique esa orden a todas luces surrealista, irracional. Y la supuesta razón viene a continuación: En letras mayúsculas, pero más pequeñas que las anteriores: anyone can spread it: cualquiera puede contagiarlo, difundirlo, propagarlo... 


      No es cierto, hay que decir que no es verdad: cualquiera no puede contagiarlo. Yo, por ejemplo, si no lo tengo, malamente puedo contagiarlo; luego no es cierto que cualquier pueda contagiarlo. Podrá contagiarlo cualquiera... que lo tenga, si es contagioso. No se puede dar por lo tanto ese argumento por válido, porque no lo es. Ni siquiera es un argumento que pueda sostenerse. 

     Como de ahí puede surgir una posible rebelión contra el servicio sanitario nacional británico y el gobierno de su majestad el dinero, y contra todos los gobiernos del mundo, ya nos dicen claramente que tenemos que obedecer las reglas y cumplir con las consignas sanitarias para detener la propagación, o sea, obedece y cállate. 

   ¿Estás completamente seguro de que no lo tienes? Nos preguntarán entonces sibilinamente. Y ante eso deberíamos responder: Sí, porque no tengo síntomas. Pero entonces nos dirán: Puede que estés incubando la enfermedad, es decir, que los síntomas no hayan hecho su aparición estelar todavía porque pueden tardar hasta quince días en aparecer... Puedes ser presintomático. Si dentro de ese plazo seguimos sanos y salvos, volverán a ampliarnos el plazo porque quién nos dice que, aunque era cierto que no habíamos contraído la peste en aquella ocasión, no la estaremos incubando ahora... Y así estamos, pillados siempre, porque quién nos asegura que no vayamos a contraerla en las próximas horas, días, semanas, meses... 

Litografía de Paul Colin (1949)
 

    Obviamente, no puede asegurárnoslo nadie porque del mañana no hay certeza en ningún sentido. Pero nos han hecho dudar. Si nos reafirmamos en que, de todos modos, no tenemos ningún síntoma aparente ni alarmante por ahora, pueden decirnos, y ese es su gran invento dialéctico y retórico, la gran engañifa que contraviene toda lógica y sentido común, que no tenemos ningún síntoma porque somos asintomáticos y ¡ese es el síntoma! Nos están llamando a las personas que gozamos de buena salud, enfermos asintomáticos, enfermos imaginarios, como razonábamos aquí mismo.  Pero entonces no deberían decirnos “actúa como si lo tuvieras”, sino: Lo tienes, aunque te parezca mentira. Créenos. Es por tu bien. Salva vidas, esa abstracción mortal como ella sola, dejando de vivir. 


    En resumidas cuentas, para evitar enfermar, ahora todos tenemos que vivir como si estuviésemos enfermos. Todo el mundo -incluidos los sanos- debe ajustar su comportamiento al de los enfermos y adoptar un estilo de vida calcado al de éstos, aceptando someterse a medidas cotidianas normalmente destinadas sólo a los enfermos como la toma de temperatura. La frontera entre la enfermedad y la salud ha desaparecido: todos estamos potencialmente enfermos, como pretendía el doctor Knock, cuyo triunfo es ahora evidente, y por tanto todos debemos aceptar ser tratados como pacientes y nuestra salud como objeto de medicalización. No es la enfermedad ya el objetivo sino la salud, que es enfermedad. Ya no sólo la guerra es paz, esclavitud es libertad, ignorancia es fuerza, como decía Órgüel, además la enfermedad es salud. O mejor, al revés, la salud es la enfermedad (y esta salud, además, como decía el aforismo de Lichtenberg, es contagiosa).

lunes, 28 de junio de 2021

Diálogo entre dos cajeras

(Diálogo entre dos cajeras de un supermercado mientras cobran a los clientes. No intervengo pero transcribo, oído avizor, con la mayor fidelidad que puedo y recuerdo sus palabras. La más joven, vamos a llamarla Marga, que es la que inicia el diálogo, tiene veintitantos años; Loly, la otra, anda por los cuarenta, la franja de edad que está siendo objeto de vacunación en la actualidad en Cantabria).

-¿Qué tal estás, Loly?

-Estoy, que no es poco, hijuca.

-¿Qué te ha pasado que has estado mala, me han dicho, toda la semana?

-¿Que qué me ha pasao? Lo que me ha pasao, Marga, hija, no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

-¿Tan malo fue?

-Malo no, peor.

-¿Qué dices?

-Lo que yo te diga.  Fue ponerme la dichosa vacuna de Dios,  que es peor que el covi, me cago en ella, y me dieron unas jaquecas por la noche que creía que se me rompía la cabeza en dos mitades, me subió la fiebre y me entró una diarrea que me cagaba por las patas abajo...

-¿No te tomaste un paracetamol?

-Me tomé unos cuantos, y me dio igual.

-¡Qué barbaridad! Se te ve mala caruca, pobre, todavía.

-¡No he estao peor en toda mi vida! No, pero ya estoy algo mejor dentro de lo que cabe.

-Se te nota que adelgazaste un montón, chica.

-Mira, eso es lo único bueno que he sacao en limpio de toda esta historia: los quilos que he perdido, así que ya no tengo que preocuparme de la operación biquini del verano.

-Y ¿todo fue por la vacuna, dices?

-A ver, ¿por qué va a ser si no? Yo, ya te digo, antes de pincharme estaba como una rosa.

-Y ¿qué te dijo el médico?

-Pues qué me va a decir, que era normal, que no me preocuparía, que eran efectos adversos o no sé cómo lo llamó.

-Y te firmó la baja...

-Sí, claro. ¡Cómo para no dármela con cuarenta de fiebre que tenía y temblaba toda y no me tenía en pie! ¡Además con la escurribanda de la cagalera como para venir a trabajar! ¡Tendría que haberme puesto pañales además de la mascarilla!

-Hay gente a la que le hace reacción el pinchazo, sí. A algunos les da después de la segunda dosis. 

 


-Pues a mi me hizo reacción después de la primera.

-¿Y qué vas a hacer cuando te toque la segunda?

-¿Que qué voy a hacer? Pues me parece a mí que no me va ta tocar más: una y no más, santo Tomás. A mí no vuelven a pillarme en otra como esta, Marga, que, si llego a saberlo, no hay ni primera vez siquiera.

-Pero no podemos ser tan irresponsables, Loly. Tenemos que hacerlo las unas por las otras. Tienes que completar la vacunación por el bien de todos. No puedes quedarte así, a medias. Dicen que hasta quince días después de la segunda dosis, no estás inmunizada.

-Pues ¿sabes que te digo? Que yo no me inmunizo, que a lo mejor soy una irresponsable, no te lo voy a negar, que no te digo que no lo sea, pero a mí me engañan una vez, pero dos no, porque tonta, desde luego, no soy.

sábado, 15 de mayo de 2021

Crónicas de la Pandemia Universal

    El año 2020 será recordado como el año en que la Organización Mundial de la Salud declaró la Pandemia en el universo mundo. Los gobiernos atemorizados y avasallados ante la que se nos venía encima repitieron hasta la saciedad que estábamos en guerra, declarando así implícita- y explícitamente la Guerra. Animaron a toda la población civil a militarizarse y a luchar contra el enemigo invisible. “No pasará”. “Juntos lo paramos”. “Saldremos mejores”. “Todo saldrá bien”... Eran algunas de las consignas de campaña. Hubo confinamientos de la población y se declararon toques de guerra, que el ridículo presidente del Gobierno español rebautizó con retórica de camuflaje “restricciones de movilidad nocturna”, provocando la irrisión general del ruedo ibérico. El enemigo invisible podía estar atrincherado dentro de cualquiera de nosotros mismos, ignorantes, o en el prójimo, al que no había que aproximarse y con el que había que guardar las distancias de seguridad. 


Distancia social patrocinada por la publicidad.

    Los periodistas, haciendo dejadez de sus funciones deontológicas, se convirtieron en propagandistas y con la propaganda del virus coronado sembraron el terror. ¿Cómo se puede distinguir en estos tiempos a un reportero carente de sentido crítico de alguien que se dedica a propagar el terrorismo informativo?

    Curiosa palabra, por cierto, esta de propagar, que significaba en la vieja lengua de campesinos que era el latín, amugronar, es decir, acodar los mugrones, que eran los sarmientos de las vides que, sin cortarlos, se enterraban para que arraigaran y produjeran así una nueva planta consagrada a Baco, dios del vino. El término se convirtió enseguida en sinónimo de acrecentar, extender, prolongar tanto en el tiempo como en el espacio. Hay usos clásicos atestiguados en Cicerón de propagare fines imperii (extender las fronteras del imperio) y propagare uitam (prolongar la vida).

    El término propagare tiene una curiosa historia: es un compuesto del prefijo pro- con el sentido de delante y del verbo pangere “clavar en tierra, plantar, hincar”, que, con un infijo nasal, se remonta a la raíz indoeuropea *pak, cuyo significado sería “fijar, atar, asegurar”, de donde nos viene derivados tan curiosos como pax, el nombre de la paz, pactum el pacto y pagus, el nombre de la aldea o del pago, en la expresión “por estos pagos”, y en ese sentido sinónimo de región o de lugar en general, pero también, según la docta Academia del “distrito determinado de tierras o heredades, especialmente de viñas u olivares”. Otra vez aparece el simbolismo de la vieja vid. Y es el origen del adjetivo paganus, que da lugar tanto a nuestro paisano como a pagano, que utilizado por los cristianos denominaba a los resistentes a la cristianización, enraizados como estaban en cultos autóctonos más relacionados con el cultivo de la tierra que con el cuidado de las almas. Y también dio origen a pagina, que en la vieja lengua rural del Lacio era el nombre del rectángulo formado por cuatro hileras de vides compaginadas. Volvemos de nuevo a la vid y a los viñedos, de donde sale el vino, que los cristianos adoptarán como materialización de la sangre de Cristo en la eucaristía.

    Y la etimología nos sugiere cómo se ha propagado la Pandemia Universal por las ondas y por numerosísimas páginas electrónicas, y de ahí por las conversaciones de la gente. Pero entre los derivados de propagare merece un lugar aparte por su especial trascendencia propaganda, el gerundivo de las viejas gramáticas, que se tomó en 1843 de la locución latina De propaganda fide (sobre la propagación de la fe), título de una congregación del Vaticano. Lo que se propaga en nuestros días y se  propala, es decir, se hace público, es la información, que, como los mugrones de las vides, se entierra para que dé origen a una nueva noticia, y esa información no es otra cosa más que un artículo de fe que sustenta la falsa creencia de que la realidad es verdadera.

Haz como si lo tuvieras. Quédate en casa. Salva vidas.
 

    Sólo un estricto ermitaño anacoreta que se hubiera retirado al desierto como Simón el Estilita podía haber llegado a ignorar la existencia de la crisis sanitaria provocada por la difusión del virus coronado, cuyo impacto, afectó en mayor o menor medida a la inmensa mayoría de habitantes del planeta. Otro término, por cierto, este de impacto que nos retrotrae a pangere con el prefijo intrusivo in-:  *inpangere modificado por apofonía vocálica de la raíz en inpingere,  y que significa choque con penetración, como el de la flecha en la diana, o la bala en el blanco, en el caso de las armas de fuego.

    De uno al otro confín del mundo millones de personas vieron sus vidas instaladas en lo que se denominó la Nueva Normalidad, que es el nombre de la Nueva Era Sanitaria. El Estado de Excepción se convirtió en la regla, como dijo Agamben. No hizo falta afirmar que la humanidad afrontaba la catástrofe de la más peligrosa de las pandemias jamás vividas. No se afirmó, porque si se hubiera dicho, habría sido fácilmente refutado, comparándola, por ejemplo, con la terrible gripe española del siglo XX, pero a los que minimizaban su importancia se les tachó enseguida de negacionistas, porque se consiguió que, sin decirlo, la mayoría de la población de todo el mundo aceptara el relato oficial, la narrativa gubernamental, y se cagara, perdón por la expresión pero no cabe otra, de miedo literalmente, amenazada por un germen invisible como nunca antes lo había sido.


    Para la inmensa mayoría de la gente la lucha contra el virus coronado, nueva guerra mundial,  trastornó sus vidas y ocupó día y noche la atención de los medios de (in)comunicación. Durante meses vivimos en un clima apocalíptico en el que seguimos inmersos: muerte instalada en las pantallas, miedo por todas partes a la infección, miedo a la reinfección, miedo a las secuelas persistentes, miedo a la enésima ola, variantes y mutaciones, miedo a la muerte, y en definitiva, miedo a la vida. Durante meses vivimos una histérica psicosis colectiva y angustia existencial, millones de personas confinadas en sus casas bajo arresto domiciliario: algo nunca antes visto, con la única oportunidad de asomarse al mundo a través de la televisión o de las ventanas de la Red. Ni siquiera la segunda guerra "mundial" del siglo XX, pese a su nombre, afectó tanto al mundo como esta Pandemia Universal, que ha logrado que tantos países cerraran a cal y canto sus fronteras, apareciendo incluso algunas que no habían existido nunca. Se llamaron cierres perimetrales. Se establecieron controles barriales, municipales, regionales, autonómicos, nacionales. Renacieron los viejos salvoconductos.

    El pasaporte “verde”, color de la esperanza, está llamado a ser el moderno Certificado de Buena Conducta que expiden las autoridades sanitarias y que otorgan a los que han recibido la gracia divina de la inoculación. El Estado reveló su verdadera cara dura, que es su esencia policial y, todo hay que decirlo, militar. Y en eso estamos. Es decir, contra eso. 

    Lo que ha hecho que esta pandemia no tenga precedentes no es el virus, sino las respuestas autoritarias de los gobiernos y sus ministerios sanitarios, unas respuestas no sólo desproporcionadas, sino fundamentalmente contraproducentes y, por lo tanto, irracionales.

    El año 2021 en el que estamos inmersos será recordado como el año 1 después de la Pandemia. Hemos abandonado el cómputo de la era cristiana, e inauguramos la Era Sanitaria pospandémica. 

martes, 6 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (y III)

Los gobiernos pretenden, seguramente con la mejor intención del mundo, salvar a sus súbditos de la muerte, cosa que no pueden hacer porque los mortales no tenemos el don de la inmortalidad. Sin embargo insisten en su misión de “salvar vidas” con una expresión que recuerda a la que esgrimía la Iglesia de “salvar almas (del purgatorio)”. Tanto el argumento de “salvar vidas” que aduce el Estado Terapéutico ahora como el de “salvar almas” que aducía la Iglesia antaño son la coartada perfecta que sirve para justificar la razón de ser de ambas instituciones benéficas,  que, so pretexto de hacer el bien velando por nuestra integridad corporal y espiritual respectivamente, hacen el mal y no poco, sino mucho. En aras de salvar nuestra vida y nuestra alma matan a la gente, condenándonos a la peor de las muertes en vida, aterrorizándonos con el espantajo de la señora inmortal de la guadaña, y a la desesperada salida del suicidio. El Ogro Filantrópico nos ama tanto que  se dedica a hacernos imposible  la vida que tenemos, es decir, a suministrarnos la Muerte por nuestro bien después de aterrorizarnos con la amenaza de la muerte que pende como espada de Damoclés sobre nuestras cabezas coronadas. Las condiciones que se imponen reducen el mero vivir a un subsistir o existir desprovisto de vitalidad y de libertad, que es lo que hace una vida digna de vivirse. El distanciamiento social que nos aleja de nuestros semejantes porque son peligrosos, acercándonos a la fantasmagoría de la World Wide Web donde los contactos  no son contagiosos como los carnales y gozosos, el uso de mascarillas que nos impiden respirar adecuadamente, y la interminable soledad que nos empuja al consumo de todo tipo de fármacos legales e ilegales. 

 oOo 

Qué bueno lo que dice la subdirectora general esa de la OMS de que es "normal que haya personas que han sido inmunizadas y mueren".   Vaya, vaya... Según parece,  la inmunización como le dicen a la presunta vacunación no nos da la inmortalidad que casi  nos prometían a cambio del chute del suero mágico...  Los afirmacionistas de la letalidad del virus coronado decían que cuando moría una persona con patologías previas y CON el virus coronado (es decir con PCR positiva) había muerto POR causa del virus siempre, mientras que los negacionistas decíamos que el virus era casual, no causal, y que los fallecimientos se debían más bien a las patologías previas unidas a lo avanzado de la edad de la mayoría de los fallecidos y a las medidas de contención del presunto virus. Pues bien, ahora se han cambiado las tornas. Cuando muere alguien después de haber recibido la presunta vacuna, es decir, cuando muere CON la presunta vacuna puesta, los que defienden la letalidad del virus, dicen que es casual y no causal la relación con los casos de trombosis cerebrales, por ejemplo, que se están investigando, mientras que nosotros, los negacionistas de la letalidad del virus coronado, decimos que ha muerto POR la presunta y que la relación es causal, o, por lo menos, concomitante. ¿Mucha coincidencia, no? Convencidos como estamos de la maldad intrínseca de la presunta vacuna, nos hacemos eco del escepticismo popular que ha razonado que muchas veces suelen ser peores los remedios, como este de matar pulgas a cañonazo limpio, que las enfermedades que se pretenden combatir. No nos entra en la cabeza la terca fe de carbonero que están poniendo los medios, con la televisión a la cabeza, en su defensa a pesar de, como cacarean ellos, toda evidencia científica. Permítasenos, al menos, dudar de la seguridad de la presunta. 

 

domingo, 4 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (II)

Aquí va un titular de un periódico digital. En la portada aparece una pregunta que despierta nuestra curiosidad enseguida, planteada a modo de antiguo catecismo: ¿Qué dice la ciencia sobre los contagios en el interior de los bares? Si clicamos ahí, para conocer el veredicto de la respuesta de tan docta señora como es la Santa Madre Iglesia de la Ciencia, nos sale esto: La ciencia avala el cierre del interior de los bares para frenar los contagios en lugares con altas tasas de incidencia. El cierre de la hostelería, según el aval de la ciencia, "es una de las medidas más efectivas para disminuir la incidencia y mortalidad". El aval, para quien lo entienda, se basa en una concluyente “revisión global de estudios (sic) sobre cómo afectan las limitaciones de la hostelería a la pandemia”.  Hoy en día sentarse en la mesa de un bar o acercarse a la barra -...bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar, que cantaban Gabinete Caligari-... se han convertido en delitos y para algunos en crímenes de lesa humanidad. El interés que tienen en chapar los bares, cafés y restaurantes se debe a que en esos establecimientos la gente se relaciona y habla, y a eso es a lo que más miedo le tienen, porque hablando se entiende la gente y si la gente habla y se entiende se les acaba la tontería en cuatro días. Por eso la imposición del tapabocas y las progresivas prohibiciones de reunirse y hasta de acercarse a los prójimos. 

oOo 

 “Sanidad planea modificar los indicadores para cerrar el interior de los bares con una tasa de incidencia de 150”. Aquí está la madre del cordero y la clave de todo: si Sanidad modifica los indicadores, puede decretar el cierre de lo que se le antoje. Sin querer identificamos dos palabras que no deberían igualarse ni coordinarse, que son “incidencia” y “mortalidad”, porque no son lo mismo. En cuanto a la incidencia, se nos da un dato numérico y como tal apabullante: incidencia de 150 casos, que, aparentemente, debe de ser la hostia. Acostumbrados como estamos a que nos den los datos en tantos por ciento, 150 parece que es muchísimo. Pero hay que tener en cuenta cuál es el parámetro que utilizan, que no es el tanto por ciento (100) sino el tanto por cien mil (100.000). La famosa indicencia de 150 casos, reducida a tanto por ciento, no llega ni siquiera a un (1) caso, dado que es 0,15%.  ¿Y qué decimos de la mortalidad? Pues que es muchísimo menor que la de la incidencia. La tasa de letalidad de 0,05% en toda la población es menor que la de la gripe estacional. Está claro que quieren chapar los bares, lo que no está tan claro es la razón. No puede ser, desde luego, la gravedad de la situación que no es tan grave en absoluto. Como decía Ferlosio, mientras no cambien los dioses -en este caso los parámetros científicos- nada habrá cambiado. Los umbrales epidémicos, definidos según criterios inalcanzables, dibujan un horizonte sanitario imposible de lograr, el covid cero, alimentado por la utopía higienista de la seguridad total sin riesgo. Una vez que hemos mencionado a la bicha, ya la hemos creado y dado la existencia. No podemos pretender ahora que desaparezca así como así por las buenas si no dejamos de conjurarla y de creer en ella y en la Ciencia que la justifica y que la ampara. 

 
oOo 

Pero todavía hay que decir algo sobre la famosa incidencia de contagio y los famosos "casos" sensacionalistas. El triunfo de esta pandemia ha sido el carácter asintomático de la mayoría de sus contagios, que de una manera capciosa se han identificado con enfermos apestados como los antiguos leprosos. Hay gente sana a la que le ha entrado la paranoia  de someterse voluntariamente a sofisticadas y caras pruebas de laboratorio y análisis para ver si estaba enferma y por lo tanto era contagiosa. En una situación normal a nadie le da por ir una vez a la semana al cementerio o consultar a diario las esquelas o notas necrológicas de los periódicos y tanatorios para saber si uno mismo ya está muerto y no se había percatado. Claro, pero no estamos en una situación normal. Y por eso a mucha gente le ha dado la psicosis paranoica de querer saber si estaba enferma y no se había enterado y tenía que ponerse en tratamiento enseguida quedándose en casa y tomando, si le subía al pensarlo la fiebre, paracetamol. Ya se han encargado los que nos gobiernan democráticamente, con la colaboración inestimable de los medios de formación y manipulación de la opinión pública a su servicio, de declarar el Estado de Alarma y de implementar, como dicen ellos, el concepto vacío de Nueva Normalidad para que esto no fuera una situación normal. Y nos lo recuerdan todos los días, desde hace ya algo más de un año. Y ya está bien, me parece a mí y a mucha gente que ya está empezando a hartarse, de tanta tontería.
 

viernes, 2 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (I)

¡Bulo! Titular periodístico más falso que Judas: Las vacunas devuelven la vida a las residencias (de ancianos)”. No son los sueros inyectados en sí lo que les devuelve la vida a los residentes que han sobrevivido a duras penas, sino el efecto placebo que provocan. Dicen, los supervivientes: “Estábamos esperándolo como agua de mayo”. Estos pueden volver a la vida, los que han muerto no. El titular del periódico aclara innecesariamente: La movilidad interna de los residentes fue restringida durante muchos meses, no han podido recibir visitas y no se les ha permitido salir. Ahora, con la llegada de la vacuna, las medidas de control se relajan poco a poco. Hasta ahora no se les dejaba salir a no ser que fuera, como suele decirse, con los pies por delante a fin de aumentar estadísticamente el número de muertos y la tasa de mortalidad. A partir de ahora, ya pueden entrar y salir de los tanatorios..., ¡perdón!, quería decir geriátricos, o, más políticamente corregido, residencias de mayores cuando y como quieran. Una enfermera reconoce: “Estoy contenta. La vacuna era uno de los objetivos de la pandemia."  Yo no voy a negar que la sanitaria esté contenta. Si ella lo dice, será cierto. Es algo que depende de su estado de ánimo, en donde yo ni entro ni salgo, pero sí voy a matizar y corregir su razonamiento: La vacuna, por así llamarla, no se inventó para la pandemia, sino al revés: la pandemia para la vacuna. 

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El 24 de marzo de 2021, publicaba El País un editorial titulado “Vacunas: última llamada”, que recuerda al último aviso que se da en un aeropuerto a los pasajeros para que procedan al embarque, a riesgo, si no lo hacen, de perder el avión. A continuación advierte el periódico global, uno de los más influyentes, si no el que más, en lengua española, y lacayo como el que más del Régimen: “Es imperativo acelerar la vacunación ya para salvar vidas y la fe en la UE”. ¿Por qué tanta prisa y con tanta urgencia? ¿Por qué hay que acelerar la inoculación del suero ya, con esa exigencia perentoria? ¿Por qué es tan imperativo? Las dos razones que esgrime el editorialista son muy distintas: porque estamos a punto, dice, de perder nuestra última oportunidad de salvar nuestras vidas, que corren peligro de muerte, y, en segundo y no menos importante lugar, porque hay que salvar la fe en la UE, que supongo que son las siglas de la sacrosanta Unión Europea. Esto último no lo había oído nunca hasta ahora. Y me llama la atención por su carácter teológico y porque me parece muy significativo que se compare con la primera razón y de alguna manera se equipare a ella, como si tuvieran algo que ver nuestras vidas con la existencia de ese engendro político. ¿Por qué es tan importante la salvaguarda de la fe, esa vieja virtud teologal, en el esperpento ese de la UE, maldita la falta que le hace a nadie, y se pone al mismo nivel que nuestras propias vidas? ¿A quién le va la vida en ello para exigir imperativamente que aceleremos la comunión salvífica con el elixir de la eterna juventud si no es a la propia industria farmacológica que nos convierte de ese modo a todos sin excepción en sus conejillos de Indias, y en sus pacientes o, lo que es lo mismo, sus clientes como si fuéramos enfermos crónicos?

jueves, 10 de diciembre de 2020

Conspiración de la teoría vs. teoría de la conspiración: diuide et impera (II)

Si nos preguntamos a quién beneficia el crimen del populicidio nos tachan enseguida, debido a la criminalización del pensamiento a la que asistimos, de complotistas, conspiranoicos, negacionistas y de ver mitológicas quimeras donde no las hay.

El dogma de fe que no puede ponerse en duda ni muchísimo menos contradecirse es que actualmente, desde hace muchos meses, hay un virus persistente que se cierne sobre la especie humana, una amenaza extremadamente peligrosa que pone en peligro la supervivencia de todos y cada uno de nosotros. Dudar, simplemente dudar de que sea así es enseguida tachado de negacionista, lo que pone de relieve la necesidad afirmacionista a ultranza que hay detrás de defender la fe de su existencia.

 

Gracias al confinamiento domiciliario y a los medios de manipulación y creación de la opinión pública que hay en todos los hogares, televisión e internet básicamente, nos infundieron miedo. Cualquier cacharro tecnológico que sirva en lo superficial para nuestro entretenimiento sirve en lo profundo, además, para nuestra sumisión social y política, crítica que no se dirige sólo a la caja tonta de la tele, que ya es algo del pasado que no entretiene mucho a las nuevas generaciones, sino sobre todo a las redes sociales, y a las micropantallas que cumplen esa función que antaño desempeñaba la televisión.

Nos metieron el miedo en el cuerpo y el alma a través de todas las pantallas  diciéndonos que íbamos a morir todos, lo que es real, pero no es verdad, y situaron nuestra muerte en la tierra prometida y temida de un futuro inminente. Y nos ametrallaron con cifras y más cifras de contagiados, muertos, ingresados en los hospitales, en cuidados intensivos entre la vida y la muerte... 

Los medios, las medidas, que se ponen para luchar contra el espantajo del virus se presentan como “males menores”, justificados por la bondad del fin que se persigue, que es salvar vidas. Se está tomando como medios lo que en realidad son fines. Y, de paso, se está justificando el mal al calificarlo como “menor” en comparación con el mal mayor contra el que se pretende luchar, situado siempre en la tierra de nadie del futuro.

Ante la amenaza de muerte que se cierne sobre todos y cada uno de nosotros se busca información, y la información nos la sirven los medios de formación de masas. Al miedo que nos infunden se une la culpabilidad, la responsabilidad propia. Si no sigues las consignas sanitarias eres un propagador del mal. Cuando a uno le dicen que algo, generalmente malo, es por su bien, hay que preocuparse. El enemigo es invisible: cualquiera puede serlo. La fe crea desconfianza en los demás. 

 

Gracias al confinamiento domiciliario, se consigue, también, dividir a la población, recluirla a las burbujas domiciliarias de convivencia que llaman ahora. Es la vieja táctica despótica de todos los tiranos que en el mundo han sido: Diuide et impera: Divide y ordena y manda. Llevada hasta sus últimas consecuencias, esta táctica estratégica es capaz de disolver hasta los lazos familiares, separándonos de nuestros seres queridos, y disolviendo nuestros gestos de ternura hacia los demás, los besos, los abrazos, los apretones de manos, que sustituyen por ridículos codazos o sumisas reverencias orientales con la mano en el corazón, lo que nos lleva al aislamiento y al recurso desesperado a las TIC, Tecnologías de la Información y Comunicación: nuevas tecnologías, viejas servidumbres. 

Nos han inculcado mediante un concienzudo lavado de cerebro que debemos alejarnos de nuestros seres queridos por su propio bien, porque podríamos matarlos sin querer, siendo todos y cada uno, como nos han inculcado, asesinos en potencia, culpables todos por el pecado original de haber nacido.

Vivimos en un régimen democrático totalitario. El Estado, tanto en su fondo, el Estado Profundo, como en su forma, el Estado Superficial, vamos a llamarlo, se presenta así como el Padre misericordioso, benefactor y paternalista que vela por la salud y bienestar de sus hijos, mostrando su cara más amable, la terapéutica y altruista.

sábado, 3 de octubre de 2020

Gracias al Gobierno

Salus populi suprema lex esto: que la ley suprema sea la salvación (en el sentido de salud y de seguridad) del pueblo. Esta máxima del derecho público romano, inspirada probablemente en una de las leyes de las XII tablas, viene a justificar cualquier medida que se tome, aunque sea de dudosa legalidad, con tal de salvar al pueblo. 

Se han empeñado en salvarnos, maldita la falta que nos hacía. Todos los gobiernos quieren salvar a sus pueblos, como el pastor a su rebaño. ¿Por qué y para qué será? Conviene preguntárselo. 


A tal fin las autoridades sanitarias nos han dado instrucciones terapéuticas: el arresto domiciliario, uso de mascarilla y guantes, y la práctica del hábito de Poncio Pilatos de lavarse compulsivamente las manos con agua y jabón o con una pócima hidroalcohólica, para finalmente poder ingresar en la tierra prometida de la Nueva Normalidad. 

El aspecto más estupefaciente de la crisis del virus ha sido la manipulación de la opinión pública. Parece mentira, pero no lo es, cómo, ante la amenaza del monstruo desconocido, ubicuo e invisible que bautizaron como Covid-19 como si fuera el nombre de un robot de película de ficción científica, la gente ha aceptado resignadamente cambiar su modo de vida, costumbres, proyectos profesionales y hasta comportamientos afectivos a cambio de la mera supervivencia. 

Hemos aceptado vergonzosamente, como decía Juvenal en una sátira, el mayor de los males posibles: propter uitam uiuendi perdere causas: perder la razón y el sentido de la vida, aquello por lo que vale la pena vivir, para asegurarnos la supervivencia

En pleno siglo XXI estamos asistiendo a la puesta al día del sistema que se estaba quedando obsoleto. Tiempos convulsos estos, malos tiempos para la lírica, como todos, en los que somos testigos de la transición de lo analógico a lo digital o numérico. 

Ahora casi todo se hace utilizando las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, hasta nuestra propia firma, que era lo más sagrado y que debía ser presencial y de puño y letra, como se decía antaño, y que ha pasado a digital y virtual. 

Se pretende la eliminación física del dinero efectivo y metálico, lo que no significa, que nadie se llame a engaño, la desaparición del vil metal, que eso es una posverdad o bulo subido a la Red, sino sólo su transustanciación o conversión numérica en un artículo de fe, sustituyéndose billetes de banco y monedas, calderilla al fin y a la postre, por las tarjetas de débito y crédito, pero ni siquiera en su forma material plástica, ya que bastará con su número para poder operar. 

Muchas tiendas y pequeños negocios se cierran, lo que no supone tampoco la desaparición del comercio, que nadie se llame a engaño tampoco con esto, sino en todo caso la desaparición del pequeño comercio en favor del grande, que evoluciona hacia la transacción comercial en línea, que es más cómoda porque no necesitamos salir de casa, donde nos sentimos seguros como en la burbuja del claustro materno, ni manejamos el vil metal, que es fuente de contagio vírico, sino la tarjeta (y ni siquiera físicamente, que también podría contagiarnos, sino sólo el número asignado) y, además, nos sirven la compra y la comida si es preciso a domicilio, así como la atención médica vía telefónica. ¿Qué más podemos desear?

Adiós, pues, al supermercado haciendo cola en fila india, guardando la distancia de seguridad, con mascarilla y guantes y esperando a que el Cancerbero de turno nos deje entrar al templo del consumo cuando haya salido otro cliente. 

Ya nos habían advertido las autoridades sanitarias de que no hacía falta hacer la compra todos los días, que podía hacerse previsoramente una vez a la semana. Y que empeñarse en comprar el pan nuestro de cada día a diario era un acto egoísta y poco solidario, que nos ponía en peligro a todos. Podía, por ejemplo, comprarse el pan semanalmente, guardarse en el congelador y descongelarse cada día. O podía consumirse un pan de molde que se conserva tierno durante mucho tiempo. 

Otro de los cambios que ha llegado para quedarse (y para que todo siga al fin y a la postre igual, cuando no peor) es el teletrabajo o el enemigo metido en casa, que supone una vuelta de tuerca a nuestra explotación laboral, desde el momento en que coinciden explotador y explotado: los horarios, la rutina y el relativo control los ejerce el propio trabajador sobre sí mismo, sobre el que sigue planeando la figura abstracta del jefe, lo que implica mucha presión, y la entrada del ámbito público en el privado. 

"Que triunfe la salud y que se muera el mundo" 

En cuanto a las instituciones tradicionales de enseñanza, irán perdiendo peso las lecciones presenciales y magistrales en favor de las virtuales a distancia, reduciéndose su labor a la formación profesional y a la consiguiente expedición de titulaciones académicas. 

Las nuevas tecnologías aplicadas a la enseñanza favorecerán el autodidactismo, y desaparecerán definitivamente las figuras tradicionales del maestro y sus discípulos. 

El distanciamiento social es un concepto nuevo, quizá el más importante dentro de esta “nueva normalidad” que se nos impone, que favorecerá las videoconferencias, el cibersexo, la participación en todo tipo de foros digitales y los contactos virtuales. 

El distanciamiento social supone la desaparición de la sociedad como tal y su sustitución por las llamadas redes sociales, donde no hay amigos sino simples contactos eventuales, todos hikikomori con agorafobia, cuyos pensamientos se reducen a breves mensajes, emoticonos o likes, a idioteces como este comentario conformista sobre el confinamiento decretado por el gobierno que circula por la Red apelando a la responsabilidad civil: "Me flipa muchísimo (así, literalmente) la cantidad de gente que entiende el confinamiento como una restricción del gobierno (que es lo que es porque no es otra cosa, comentario mío entre paréntesis) y no como una responsabilidad civil".


La relación entre el médico y el paciente también será cada vez más virtual, rehuyendo en la medida de lo posible el contacto contagioso. Se impondrán el control biométrico y los diagnósticos médicos a distancia. Se exigirán certificados de buena salud, como antaño se exigían de buena conducta.

La máxima seguridad garantizada nos ha salvado de morir de virus coronado-19 o Sars-Cov-2, pero no somos inmortales, no nos engañemos con esto. Moriremos de muerte “natural” o de cualquier otra cosa, pero moriremos sanos y libres de la pandemia, cueste lo que cueste. Y todo gracias al gobierno.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Calladitos

Leía yo el otro día una noticia que publicaba La voz de Galicia, cuyo titular rezaba: ¿La solución para el covid? Ponte la mascarilla, habla más bajo y sal afuera. Pero lo mejor de ella venía en el subtítulo: “Los expertos aseguran que si toda la humanidad estuviese en silencio durante uno o dos meses la pandemia desaparecería”. Y también se decía: “Quienes investigan el covid-19 han ensalzado con razón las virtudes de las mascarillas; han aclamado la necesidad de la ventilación y han elogiado la naturaleza saludable de las actividades al aire libre. Pero hay otra táctica conductual que no ha recibido suficiente atención, en parte, porque se da a conocer por su ausencia.” La tácita alusión se refiere al silencio, que, efectivamente, brilla por su ausencia. 

Uno de tales expertos, el profesor José L. Jiménez de la Universidad de Colorado, ha lanzado al mundo su remedio infalible: colocar como en las bibliotecas en todos los lugares públicos un cartel que diga: «Silencio, por la salud de todos». Y cumplimiento obligatorio. O sea: calladitos todos.

Nos han impuesto desde el quince de marzo como sin querer los votos monásticos o canónicos que distinguían a los religiosos de los seglares para acceder a nuestra salvación siempre futura renunciando a los placeres terrenales. Además del voto de obediencia a las recomendaciones sanitarias -ponte mascarilla, quédate en casa, guarda las distancias...-, voto de pobreza habida cuenta de la crisis económica que ya tenemos encima y voto de castidad por el distanciamiento social y el “noli me tangere” de rigor, parece que sería necesario ahora un nuevo e insólito voto, que sería el de silencio para acabar con la pandemia.  
 
 
 
Pero puede que este cuarto y piadoso voto, el de silencio, como creen algunos, sea el más efectivo y valioso si los primeros que tienden un tupido velo de silencio fuesen los telepredicadores: los locutores y locutrices de los púlpitos televisivos,  la radio e internet a través de los móviles, las tabletas y los ordenadores, que no en vano se llaman Personal Computers en la lengua del Imperio. Si dejan de sermonearnos a todos y en especial a la juventud por su insolidaridad e irresponsabilidad y dejan de vocear sobre el incremento de casos positivos, peceerres, tests, cordones sanitarios, contagios, UCI,s., brotes y rebrotes, segundas olas... ya veríamos cómo se acaba, tout court, la pandemia de todos los demonios. 

 
Lo malo de estos votos, incluido el de silencio, es que nos prometen los valores de una salvación futura y por lo tanto inalcanzable de salud corporal a cambio de los placeres terrenales que están aquí y ahora a nuestro alcance, lo que me recuerda a la vieja disputa y antagonismo irreductible de los bienes y los valores de Ferlosio,  y lo malo en concreto del voto de silencio que quiere imponérsenos a todos es que nos impediría maldecir al tirano por lo que nos ha echado encima y hacer uso de la blasfemia que tanto bien hace al que la profiere y tanto desahoga.