Mostrando entradas con la etiqueta nueva normalidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta nueva normalidad. Mostrar todas las entradas

viernes, 3 de noviembre de 2023

La Enfermedad "X"

    El término "Enfermedad X" fue acuñado en febrero de 2018, antes de declararse la pandemia de la enfermedad del virus coronado, por la Organización Mundial de la Salud (Org. en adelante) para describir una hipotética enfermedad desconocida que podría causar una pandemia gravísima en el futuro. La Org. incluyó dicha X Disease en su lista de enfermedades prioritarias para la investigación y... el desarrollo de vacunas. 
 
 
    Lo de llamar a la Enfermedad “X” viene, sin duda del lenguaje matemático, donde la X representa la incógnita algebraica de la ecuación que hay que despejar. La Org. bautizaba así a una enfermedad desconocida que podría surgir repentinamente y propagarse rápidamente en cualquier momento, causando una grave epidemia o pandemia, una enfermedad infecciosa en potencia aristotélica que representaba una amenaza siempre futura para la salud pública mundial. 
 
    La Org. incluía la enfermedad incógnita en su lista de enfermedades prioritarias para asegurarse de que los investigadores estuvieran preparados para afrontar el reto de una amenaza futura y pudieran desarrollar rápidamente las herramientas necesarias no para tratar la enfermedad y curarla sino para prevenirla, si surgía. Nos hallamos ante el triunfo de la medicina preventiva sobre la curativa, que ha sido desplazada por aquella.
 
    La Org. considera que las vacunas deben crearse rápidamente, porque la Enfermedad Desconocida podría superar a la del virus coronado. Los expertos de salud mundial, según el periódico italiano Il messagero, consideran que ya está llegando la siguiente pandemia que podría matar a muchísimos millones de personas más que la anterior. Sólo hace falta que se declare, que la declaren. ¿Cómo podemos imaginar esa enfermedad desconocida? 
 
 
    Sin duda hay que recurrir a la crónica de otras enfermedades pasadas de gran letalidad, que habitan en el inconsciente colectivo de nuestra memoria histórica. Esa enfermedad incógnita podría ser la peste, que aunque se considera agua pasada, rebrota de vez en cuando en algunas partes del mundo, especialmente en áreas donde la higiene es deficiente y hay una alta densidad de roedores, ya que la bacteria se transmite principalmente por las pulgas de los roedores infectados. 
 
    La vieja peste se presenta en tres formas principales: bubónica, septicémica y neumónica. La forma bubónica de la peste, la más común, provoca inflamación y dolor en los ganglios linfáticos. La  septicémica puede causar una infección generalizada en todo el cuerpo y la neumónica puede provocar una infección pulmonar grave y ser altamente contagiosa. La enfermedad X por venir podría ser una de estas tres pestes, una combinación explosiva de ellas...  o ¿no será acaso que ya ha sucedido, que la X Disease era la pandemia cuyas secuelas todavía colean, a la que se adelantó un par de años la Org. profetizándola? 
 
    La Org. está fomentando la Investigación en Ganancia de Función (Gain of Function, abreviado en GOF en la lengua del Imperio). ¿Qué quiere decir eso? En principio parece algo positivo. ¿Quién, en su sano juicio, no querría ganar o recuperar funcionalidad en el caso de haberla perdido? Imaginemos que nos han amputado una pierna y nos implantan una prótesis que nos permite usarla de nuevo. Sería estupendo adquirir la funcionalidad que teníamos y que hemos perdido. Bienvenida sea, en este caso, la ganancia de función. Pero la Org. no está trabajando en eso, que corresponde al ejercicio curativo de la medicina, sino en "adelantarse a la naturaleza", lo que entra dentro de la medicina preventiva.
 
Pigmalión y Galatea, Angelo Bronzino, (1530)

 
         Partimos de la presunción de que nos va a llegar un patógeno mortal, la inminencia de la Enfermedad X que tendrá la capacidad de infectarnos de una manera fulminante contra la que no estamos preparados, y para adelantarnos a esa posibilidad, creamos nosotros dicha Enfermedad que no ha llegado todavía y que acaso no llegue nunca. Estamos lanzando una profecía y haciendo que se cumpla. Vamos a crear el monstruo que queremos combatir. Es lo que se ha denominado el efecto Pigmalión, recordando al personaje mitológico que se enamoró de Galatea, la estatua que había creado y que gracias a su amor cobró vida. O, sin recurrir a la mitología dorada, es el caso del bombero pirómano: que provoca un incendio para poder apagarlo. Y no lo hacemos por maldad o por ignorancia, sino para prevenir el problema y que no nos pille desprevenidos por sorpresa: fabricamos un virus terrible a fin de inventar una vacuna contra él. Creamos un problema que no existe para solucionarlo.
 
    Pero, sin embargo, la pandemia vivida, que no era más que un ensayo de control de la población y de imposición farmacológica generalizada, no es la Enfermedad "X", porque ésta, como su nombre matemático indica, es una pandemia esencialmente futura, que todavía no tiene nombre, diseñada por la Org., como hemos dicho, desde su Asamblea de 2018. La Enfermedad X está por venir. No se conocen todavía sus síntomas, si es que va a ser una pandemia sintomática, porque podría ser asintomática... Es la amenaza que se cierne sobre el planeta y todos sus habitantes. La emergencia, por lo tanto, no se ha acabado. Sólo estamos en una tregua, porque la emergencia es la nueva normalidad, la nueva forma de gobierno neo-liberal de cosas y personas.

martes, 15 de febrero de 2022

Un presente más brillante

  De Jordan Henderson sacamos hace tiempo una entrada titulada Sonriéndole a la vida a propósito de un significativo cuadro suyo que comentábamos allí. Hoy volvemos sobre su obra pictórica para mostrar uno de sus últimos trabajos relacionado con la dictadura sanitaria también denominada eufemísticametne 'Nueva Normalidad' que llevamos padeciendo durante casi dos años. 
 
     Jordan Henderson en Brighter future ('Un futuro más brillante'), pese lo siniestro de dos imágenes laterales de este a modo de tríptico, quiere transmitirnos con la imagen central una cierta esperanza. 
 
 
Un futuro más brillante, Jordan Henderson
 
    En el centro del siniestro cuadro, un adulto y una niña, un padre y una hija, vestidos ambos con motivos alegres de gran colorido que contrastan con los cráneos descarnados laterales como la vida con la muerte, abren y dejan entrever un escenario natural que se opone a los esqueletos enmascarillados y acribillados con jeringuillas de los dos extremos. Tras ellos se entrevé un atardecer otoñal. 
 
    El motivo de la calavera sostenida por unas manos lo había desarrollado Henderson en un cuadro anterior titulado Safe and sanitized ('Seguro e higienizado'), donde unas manos esposadas que simbolizan la privación de libertad sostienen un cráneo amordazado con una mascarilla roja a guisa de mordaza. Aquí repite ese motivo añadiéndole las jeringuillas de vacunas clavadas aleatoriamente en los cráneos.  
 
 Safe and sanitized, Jordan Henderson

     El edificio que se eleva sobre la multitud a la izquierda es una de las estructuras más emblemáticas de los CDC (Centers for Disease Control and Prevention), los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades, algo así como nuestro Ministerio de Sanidad estadounidense, en su sede de Atlanta, Georgia. 
 
 Edificio de los CDD en Atlanta (Georgia)
    
     A la derecha se alza el inconfundible edificio del Capitolio de los Estados Unidos. La Estatua de la Libertad de bronce que corona su cúpula ha sido sustituida aquí por el Caduceo, en el que dos serpientes se enroscan alrededor de una vara alada, un símbolo antiguo que algunos confunden con el báculo de Asclepio, o de Esculapio en su versión latina, el dios de la medicina, pero que es atributo de Hermes, el Mercurio romano y dios del comercio, por lo que simboliza la sociedad de consumo, aunque Henderson juega con la ambigüedad que genera el símbolo: la medicina comercializada. Ironía de Henderson: la libertad ha sido desplazada por el Comercio y la Medicina prostituida a él. 
 
 
 
    También a la derecha se encuentra el antiguo símbolo de la medicina, precisamente, que todavía se utiliza ampliamente, la Vara de Asclepio (una serpiente única enroscada alrededor de un bastón). Aquí la serpiente se eleva por encima de sus "pacientes", a los que aterroriza, y el pomo de la parte superior de la vara es un cráneo humano diminuto empalado en la aguja de una gran jeringuilla. Esta interpretación de la Vara de Asclepio capta con mayor precisión el espíritu de la medicina profiláctica moderna. 
 
 
Cúpula del Capitolio en Guásinton con la estatua de la Libertad
 
    Un futuro más brillante se titula el trabajo de Henderson. Quizá nos sobra la palabra "futuro" en el título del cuadro, porque lo que se adivina no es el porvenir, sino una realidad distinta que se abre ya cuando se cierra el siniestro escenario de la Nueva Normalidad fomentada por los gobiernos del mundo y por esa serpiente que se enrosca sobre el báculo de Asclepio, el dios al que los médicos le juran que lo principal de su tarea es no hacer daño (primum non nocere), símbolo del que se ha apropiado la OMS, por lo que está aquí también representada: la Organización Mundial de la Salud, cuyas siglas forman en inglés un acrónimo significativo: WHO (World Health Organization). ¿Quién -who en la lengua del Imperio- es el responsable en última instancia de la pandemia universal? La respuesta está en dicha lengua una vez que levantamos el tono interrogativo de pregunta.
 

viernes, 9 de abril de 2021

¡Trágala (la realidad)!

    El Trágala era la canción con la que los liberales españoles escarnecían a los partidarios del gobierno absolutista durante el primer tercio del siglo XIX. La docta Academia define “trágala” como, coloquialmente, un “hecho por el que se obliga a alguien a aceptar o soportar algo a la fuerza”. La copla que les cantaban repetía el imperativo “trágala”, y daba a entender a los realistas la obligación que tenían de admitir por ley tenían o soportar -tragar popularmente- aquello que rechazaban y de lo que eran enemigos declarados: la constitución de Cádiz de 1812. 

    El estribillo decía así: «Trágala, trágala, / tú, servilón, / tú que no quieres / Constitución». Lo de servilón, aumentativo de servil, era el dicterio con que los liberales calificaban justamente a los partidarios de la monarquía absoluta de Fernando VII.

    Y los realistas, que eran los partidarios del rey, por su parte respondían a aquellos con esta contrarréplica «Trágala, trágala / tú, liberal, / tú que no quieres / corona real»).

     Lo que los reaccionarios tenían que tragar era la Constitución; los liberales, por su parte, la Corona Real. ¿Qué les diríamos, en el primer tercio del siglo XXI, doscientos años después, nosotros que hemos tragado y seguimos tragando la realidad y la realeza por un tubo a los unos y a los otros? 

No puedo tragarla (la Constitución), c. 1820
 
     Ahora les cantaríamos, en primer lugar, a aquellos liberales decimonónicos, adaptando un poco la letra: Trágala, trágala, / liberalón, / tú que querías / Constitución. Vendría la copla así a decirles ¿no querías taza, o sea Carta Magna? Pues toma taza y media, o sea la de 1978 que es la que ahora padecemos! Y ¿qué les diríamos a los servilones realistas, que han visto cómo el execrable Dictador reimplantaba la monarquía borbónica en las Españas? Pues algo así: Trágala, trágala, / tú, carcamal, / tú que querías / corona real.  

    Y ¿qué nos cantaríamos a nosotros mismos, que hemos tragado tantos trágalas hasta atragantarnos -la mascarilla, la distancia social, el Estado de Alarma, el toque de queda, los cierres perimetrales, los enfermos asintomáticos, los "casos" de enfermos imaginarios de Molière que tienen que hacerse una prueba de laboratorio para saber si están enfermos porque no tienen ningún síntoma, los geles hidroalcohólicos, las estadísticas con sus curvas planas, los hospitales colapsados, el virus coronado y la televisión y la interné por un tubo, una lista interminable de mentiras y más mentiras-, tantos trágalas que básicamente pueden resumirse en uno que sería la estúpida expresión "Nueva Normalidad", que es como llaman ahora al hecho de aceptar la Realidad, porque "es lo que hay"? Trágala, trágala / ya la tragué; /  ¡las tragaderas / que yo tendré!

sábado, 20 de febrero de 2021

Nueva normalidad militar

Hasta ahora estábamos acostumbrados a ver sólo a los soldados en los cuarteles, en el desfile patriótico de la fiesta nacional una vez al año y como entretenimiento para distracción en las películas de guerra de las pantallas -sobre todo en la caja tonta de la pequeña y en las micropantallas de los móviles y las tabletas, ya que las grandes de las salas de cine están cerradas hace tiempo a cal y canto o con aforo restringido, lo que casi viene a ser lo mismo. Las pantallas proyectaban hazañas bélicas de la soldadesca para hacernos creer a sus espectadores que esto que teníamos, por contraposición a lo que nos echaban, era paz. 
 
De vez en cuando nos servían alguna noticia lejana o vaga referencia de alguna de las Misiones Internacionales en las que participaban las gloriosas, humanitarias y sacrificadas tropas de nuestros ejércitos por tierra, mar y aire, pero poco más. 
 
Sin embargo, a raíz de la declaración de la pandemia estamos empezando a ver cada vez más tropas en las calles, generales hablando por televisión, rastreadores militares, soldados desinfectando residencias de ancianos, evacuando al personal, atendiendo a enfermos y enfrentándose a fenómenos meteorológicos gravísimos como la nevada que trajo la borrasca Filomena... hasta el punto de que cada vez vemos como lo más normal esta militarización nacional y paulatina, y no reaccionamos o lo hacemos muy tibiamente considerando que son exigencias de la coyuntura actual especialmente grave. 
 
Al comienzo de la pandemia se hicieron virales las imágenes de dos soldados que llevaban en Gijón las bolsas de la compra de una anciana que caminaba con ellos ayudada de una muleta, ofreciendo una estampa amable y bondadosa del ejército que fue alabada por la población y enaltecida por los mandos militares, que aprovechaban así para vendernos la necesidad de un ejército profesional que no está ocioso sino que está “para lo que haga falta”, tanto para un roto como para un descosido, pero siempre para ayudar y defender a la población civil. 
 
 
Se habla ya, a falta de mejor enemigo exterior, de una nueva guerra contra el terrorismo, que no se centra ya en el yihadismo islámico como se ha visto a propósito del caso norteamericano. Los medios de ese país, modelo exportador de democracia, aceptan esta situación como lo más normal del mundo encogiéndose de hombros. 
 
Guasintón se militarizó con motivo de la toma de posesión del nuevo presidente, hasta desplegar 20.000 efectivos de la Guardia Nacional por las calles de la capital. La justificación original era asegurar la investidura, evitando un nuevo asalto al Capitolio o algo similar. Pero aunque la ceremonia ya concluyó, esos guardias nacionales permanecen y, parece que no tienen órdenes de abandonar por ahora. Parece que, como suele decir la gente sobre “lo de la pandemia”, esto ha venido para quedarse. 
 
 
EE.UU. es probablemente el país más militarizado del mundo, pero la idea de que el país se enfrenta a una especie de insurrección armada que sólo los militares pueden controlar es además de novedosa, peligrosa y no nos es ajena aquí en las Españas, donde se nos vende que el Ejército está para lo que haga falta tanto fuera como dentro de nuestras fronteras, proyectando la imagen de que los militares son hermanitas de la caridad armadas con un par de pistolas por si hiciera falta... 
 
Estamos siendo testigos de cómo los medios de comunicación y su audiencia tratan un hecho que debería ser visto con recelo no sólo como normal sino como deseable, mediatizado por la propagación viral del miedo y por la inflación de nuevos escenarios amenazadores. Resulta patético ver como la gente acepta estas medidas extremas como lo más normal del mundo en nombre de la seguridad nacional o de la respuesta, legítima al parecer en este caso, del sistema a la violencia que protesta contra el sistema, sobre todo cuando el Presidente del Gobierno de las Españas afirma desde el púlpito televisivo: En una democracia plena, y la democracia española es una democracia plena, resulta inadmisible el uso de la violencia. 

El enemigo perfecto que necesitamos, en cualquier caso, es el invisible, el virus -veneno, en latín- que puede, agazapado, matarnos a todos y cada uno, el invisible que, sin embargo, pueden ver los expertos con sus potentes microscopios electrónicos, y fotografiarlo con sus potentes cámaras para mostrarnos su imagen y que así podamos verla todos, hombres que somos de poca fe,  y comprobemos que, como Dios, existe, porque necesitamos ver para creer. Pero suele ser al revés la cosa, no nos engañemos, no necesitamos ver para creer, es lo contrario: necesitamos creer antes, lo primero de todo, creer que hay un enemigo,  para poder verlo luego acechándonos por todas partes. 

domingo, 11 de octubre de 2020

Mensajes contra la nueva normalidad

El 61% de los enfermos de virus coronado en Cantabria son asintomáticos, según el consejero de sanidad de la taifa. Pero ¿hay enfermedad que sea asintomática?

Invisible a ojos vista, el virus, igual que el infierno de Sartre, son los otros, vectores del agente patógeno, que siempre inspiran paranoica desconfianza.

No hay que pedir al gobierno que rebaje el IVA de las mascarillas, ni siquiera que sean gratuitas, sino que levante la obligación irracional de utilizarlas.

Triunfa en el mundo la versión sanitaria, higiénica y laica de la ciega fe religiosa que encendió la hoguera infernal de las vanidades del fanático Savonarola.

 

Ahorcado Girolamo Savonarola, su cadáver fue quemado en una hoguera de las vanidades en la Plaza de la Señoría de Florencia, y arrojadas al Arno sus cenizas.

Obsesionados con el aséptico puritanismo de la salud... pero la salud, la buena de verdad, no consiste en cuidarse, sino en todo lo contrario: en el descuido.

A las autoridades sanitarias no les interesa el tratamiento médico que cura las dolencias de hoy, sino la prevención de inexistentes enfermedades del futuro.   

Si el hombre es desde Aristóteles politikòn zóon, un animal social ¿por qué se decretan desde las altas esferas seis pies de distanciamiento físico o social? 

Una epidemia sostenida por los media sirve de muy burda coartada puritana para legitimar el golpe de estado contra el pueblo que impone la dictadura sanitaria. 

Cuanto más se saltan los jóvenes irresponsablemente el distanciamiento social y demás normas sanitarias, más se propaga el virus, resurrección laica del pecado.

Síndrome de Estocolmo perfecto: No hay un secuestrador y un secuestrado distintos, sino que son uno mismo el raptor y el rehén de sí mismo, víctima y verdugo. 

Izquierda y derecha son un trampantojo del Estado impuesto mediante el sufragio universal al pueblo convertido en electorado de una u otra opción indiferente. 

Izquierda y derecha son dos caras contrapuestas, no contrarias sino complementarias de la misma y falsa moneda de los de arriba para engañar a los de abajo. 

Truecan tácitamente el lema plautino de Hobbes de homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre, por homo homini virus: ...un virus para el hombre.

El Leviatán hobbesiano, Estado omnipotente, porta en la diestra la espada y en la siniestra el báculo, símbolos respectivos de su poder terrenal y espiritual.

 

Non est potestas super terram quae comparetur ei  (No hay poder en la tierra que se le compare)
 

Retransmiten por todos los medios la danza de la Muerte, y la gente, que tiene el pavor incrustado en cuerpo y alma, renuncia a la vida para poder sobrevivir. 

La inflación informativa de propaganda gubernamental sanitaria produce tal empacho que acaba desembocando en una histérica alucinación colectiva y delirante. 

Frente a la creencia de que el contacto humano propaga enfermedades y muerte, la creencia contraria de que hace la vida más llevadera y más, acaso, vividera. 

¿Preservas, protegiendo tus vías respiratorias en la soledad del bosque, a este de tu contagio, o defiendes tus pulmones de su aire que pueda estar contaminado?

 

sábado, 3 de octubre de 2020

Gracias al Gobierno

Salus populi suprema lex esto: que la ley suprema sea la salvación (en el sentido de salud y de seguridad) del pueblo. Esta máxima del derecho público romano, inspirada probablemente en una de las leyes de las XII tablas, viene a justificar cualquier medida que se tome, aunque sea de dudosa legalidad, con tal de salvar al pueblo. 

Se han empeñado en salvarnos, maldita la falta que nos hacía. Todos los gobiernos quieren salvar a sus pueblos, como el pastor a su rebaño. ¿Por qué y para qué será? Conviene preguntárselo. 


A tal fin las autoridades sanitarias nos han dado instrucciones terapéuticas: el arresto domiciliario, uso de mascarilla y guantes, y la práctica del hábito de Poncio Pilatos de lavarse compulsivamente las manos con agua y jabón o con una pócima hidroalcohólica, para finalmente poder ingresar en la tierra prometida de la Nueva Normalidad. 

El aspecto más estupefaciente de la crisis del virus ha sido la manipulación de la opinión pública. Parece mentira, pero no lo es, cómo, ante la amenaza del monstruo desconocido, ubicuo e invisible que bautizaron como Covid-19 como si fuera el nombre de un robot de película de ficción científica, la gente ha aceptado resignadamente cambiar su modo de vida, costumbres, proyectos profesionales y hasta comportamientos afectivos a cambio de la mera supervivencia. 

Hemos aceptado vergonzosamente, como decía Juvenal en una sátira, el mayor de los males posibles: propter uitam uiuendi perdere causas: perder la razón y el sentido de la vida, aquello por lo que vale la pena vivir, para asegurarnos la supervivencia

En pleno siglo XXI estamos asistiendo a la puesta al día del sistema que se estaba quedando obsoleto. Tiempos convulsos estos, malos tiempos para la lírica, como todos, en los que somos testigos de la transición de lo analógico a lo digital o numérico. 

Ahora casi todo se hace utilizando las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, hasta nuestra propia firma, que era lo más sagrado y que debía ser presencial y de puño y letra, como se decía antaño, y que ha pasado a digital y virtual. 

Se pretende la eliminación física del dinero efectivo y metálico, lo que no significa, que nadie se llame a engaño, la desaparición del vil metal, que eso es una posverdad o bulo subido a la Red, sino sólo su transustanciación o conversión numérica en un artículo de fe, sustituyéndose billetes de banco y monedas, calderilla al fin y a la postre, por las tarjetas de débito y crédito, pero ni siquiera en su forma material plástica, ya que bastará con su número para poder operar. 

Muchas tiendas y pequeños negocios se cierran, lo que no supone tampoco la desaparición del comercio, que nadie se llame a engaño tampoco con esto, sino en todo caso la desaparición del pequeño comercio en favor del grande, que evoluciona hacia la transacción comercial en línea, que es más cómoda porque no necesitamos salir de casa, donde nos sentimos seguros como en la burbuja del claustro materno, ni manejamos el vil metal, que es fuente de contagio vírico, sino la tarjeta (y ni siquiera físicamente, que también podría contagiarnos, sino sólo el número asignado) y, además, nos sirven la compra y la comida si es preciso a domicilio, así como la atención médica vía telefónica. ¿Qué más podemos desear?

Adiós, pues, al supermercado haciendo cola en fila india, guardando la distancia de seguridad, con mascarilla y guantes y esperando a que el Cancerbero de turno nos deje entrar al templo del consumo cuando haya salido otro cliente. 

Ya nos habían advertido las autoridades sanitarias de que no hacía falta hacer la compra todos los días, que podía hacerse previsoramente una vez a la semana. Y que empeñarse en comprar el pan nuestro de cada día a diario era un acto egoísta y poco solidario, que nos ponía en peligro a todos. Podía, por ejemplo, comprarse el pan semanalmente, guardarse en el congelador y descongelarse cada día. O podía consumirse un pan de molde que se conserva tierno durante mucho tiempo. 

Otro de los cambios que ha llegado para quedarse (y para que todo siga al fin y a la postre igual, cuando no peor) es el teletrabajo o el enemigo metido en casa, que supone una vuelta de tuerca a nuestra explotación laboral, desde el momento en que coinciden explotador y explotado: los horarios, la rutina y el relativo control los ejerce el propio trabajador sobre sí mismo, sobre el que sigue planeando la figura abstracta del jefe, lo que implica mucha presión, y la entrada del ámbito público en el privado. 

"Que triunfe la salud y que se muera el mundo" 

En cuanto a las instituciones tradicionales de enseñanza, irán perdiendo peso las lecciones presenciales y magistrales en favor de las virtuales a distancia, reduciéndose su labor a la formación profesional y a la consiguiente expedición de titulaciones académicas. 

Las nuevas tecnologías aplicadas a la enseñanza favorecerán el autodidactismo, y desaparecerán definitivamente las figuras tradicionales del maestro y sus discípulos. 

El distanciamiento social es un concepto nuevo, quizá el más importante dentro de esta “nueva normalidad” que se nos impone, que favorecerá las videoconferencias, el cibersexo, la participación en todo tipo de foros digitales y los contactos virtuales. 

El distanciamiento social supone la desaparición de la sociedad como tal y su sustitución por las llamadas redes sociales, donde no hay amigos sino simples contactos eventuales, todos hikikomori con agorafobia, cuyos pensamientos se reducen a breves mensajes, emoticonos o likes, a idioteces como este comentario conformista sobre el confinamiento decretado por el gobierno que circula por la Red apelando a la responsabilidad civil: "Me flipa muchísimo (así, literalmente) la cantidad de gente que entiende el confinamiento como una restricción del gobierno (que es lo que es porque no es otra cosa, comentario mío entre paréntesis) y no como una responsabilidad civil".


La relación entre el médico y el paciente también será cada vez más virtual, rehuyendo en la medida de lo posible el contacto contagioso. Se impondrán el control biométrico y los diagnósticos médicos a distancia. Se exigirán certificados de buena salud, como antaño se exigían de buena conducta.

La máxima seguridad garantizada nos ha salvado de morir de virus coronado-19 o Sars-Cov-2, pero no somos inmortales, no nos engañemos con esto. Moriremos de muerte “natural” o de cualquier otra cosa, pero moriremos sanos y libres de la pandemia, cueste lo que cueste. Y todo gracias al gobierno.