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jueves, 22 de febrero de 2024

¡Vivan las caenas!

    Sacaba El Roto el otro día en El Diario Global(ista), o sea en El País, una viñeta que representaba unas cadenas y cuyo texto decía: "Liberados de las cadenas, acudieron a las ferreterías a comprar otras". 

    ¿Quiénes eran esos que habían sido liberados de las cadenas pero que, como no sabían o no podían vivir sin ellas, acudieron voluntariamente enseguida a las ferreterías a comprar otras? No se dice que éramos, o mejor dicho, somos nosotros mismos, como aquellos españoles antepasados nuestros, partidarios del antiguo régimen del absolutismo monárquico borbónico, que frente al grito de los liberales de ¡Viva la Pepa!, que era la constitución democrática que había sido proclamada el 19 de marzo de 1812, día de san José y de todos los pepes y pepas o Padres Putativos, cacareaban ¡Vivan las caenas!    

 
    Contraponían así los unos y los otros la Pepa a las Caenas, sin percatarse de que aquella Pepa, igual que esta otra que se proclamó en 1978, tampoco era la libertad, sino todo lo contrario.
 
    Sucede lo mismo con los gobiernos. Muchos electores votan no a favor de un nuevo gobierno, sino en contra del que tenían después de haber comprobado y sufrido en sus propias carnes la acción del gobierno. Es lo que se llama un voto de castigo. El problema es que una vez que han castigado al anterior gobierno no otorgándole su voto de confianza, se han librado de sus cadenas, sí, pero acuden enseguida a la ferretería de las urnas a proclamar otro nuevo, más de lo mismo. Y es que no sabemos vivir sin las cadenas, desencadenados, y enseguida sustituimos unas por otras más modernas, menos roñosas, más bonitas, más último modelo...  

viernes, 9 de abril de 2021

¡Trágala (la realidad)!

    El Trágala era la canción con la que los liberales españoles escarnecían a los partidarios del gobierno absolutista durante el primer tercio del siglo XIX. La docta Academia define “trágala” como, coloquialmente, un “hecho por el que se obliga a alguien a aceptar o soportar algo a la fuerza”. La copla que les cantaban repetía el imperativo “trágala”, y daba a entender a los realistas la obligación que tenían de admitir por ley tenían o soportar -tragar popularmente- aquello que rechazaban y de lo que eran enemigos declarados: la constitución de Cádiz de 1812. 

    El estribillo decía así: «Trágala, trágala, / tú, servilón, / tú que no quieres / Constitución». Lo de servilón, aumentativo de servil, era el dicterio con que los liberales calificaban justamente a los partidarios de la monarquía absoluta de Fernando VII.

    Y los realistas, que eran los partidarios del rey, por su parte respondían a aquellos con esta contrarréplica «Trágala, trágala / tú, liberal, / tú que no quieres / corona real»).

     Lo que los reaccionarios tenían que tragar era la Constitución; los liberales, por su parte, la Corona Real. ¿Qué les diríamos, en el primer tercio del siglo XXI, doscientos años después, nosotros que hemos tragado y seguimos tragando la realidad y la realeza por un tubo a los unos y a los otros? 

No puedo tragarla (la Constitución), c. 1820
 
     Ahora les cantaríamos, en primer lugar, a aquellos liberales decimonónicos, adaptando un poco la letra: Trágala, trágala, / liberalón, / tú que querías / Constitución. Vendría la copla así a decirles ¿no querías taza, o sea Carta Magna? Pues toma taza y media, o sea la de 1978 que es la que ahora padecemos! Y ¿qué les diríamos a los servilones realistas, que han visto cómo el execrable Dictador reimplantaba la monarquía borbónica en las Españas? Pues algo así: Trágala, trágala, / tú, carcamal, / tú que querías / corona real.  

    Y ¿qué nos cantaríamos a nosotros mismos, que hemos tragado tantos trágalas hasta atragantarnos -la mascarilla, la distancia social, el Estado de Alarma, el toque de queda, los cierres perimetrales, los enfermos asintomáticos, los "casos" de enfermos imaginarios de Molière que tienen que hacerse una prueba de laboratorio para saber si están enfermos porque no tienen ningún síntoma, los geles hidroalcohólicos, las estadísticas con sus curvas planas, los hospitales colapsados, el virus coronado y la televisión y la interné por un tubo, una lista interminable de mentiras y más mentiras-, tantos trágalas que básicamente pueden resumirse en uno que sería la estúpida expresión "Nueva Normalidad", que es como llaman ahora al hecho de aceptar la Realidad, porque "es lo que hay"? Trágala, trágala / ya la tragué; /  ¡las tragaderas / que yo tendré!

viernes, 27 de noviembre de 2020

Cabos sueltos

 Esperando a los bárbaros

Hay alarma por la llegada masiva de migrantes, como se ha puesto de moda decir ahora para no liarse con los prefijos latinos in- y e(x)-, a la vieja Europa. Algunos han cifrado en 50 millones el número de moros en la costa que aguardan para desembarcar en los próximos años. Dicen que vienen a destruir nuestra cultura y a acabar con nuestro sistema económico. El Imperio Romano está a punto de derrumbarse otra vez. La noticia me trae a la memoria unos versos del poema inolvidable de Constantino Cavafis: “Esperando a los bárbaros”. Todo el mundo esperaba la masiva llegada de los inmigrantes ilegales, pero “se hizo la noche, -cedo la palabra al poeta-, y los bárbaros no llegaron. / Algunos han venido de las fronteras / y contado que los bárbaros no existen. /¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros? / Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.
El saqueo de Roma por los bárbaros en 410. Joseph-Noel Sylvestre (1890)

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¡Vivan las caenas!
A la constitución de 1812 se la llamó la Pepa porque fue aprobada por las cortes de Cádiz el día de san José, que es el 19 de marzo en el calendario cristiano, y a los Josés o Joseses se les denomina coloquialmente “pepes” ( y “pepas” a las Josefas). La explicación que suele darse y que yo conozco de este hipocorístico es que cuando la iglesia medieval citaba a José de Nazaré añadía siempre a continuación la aposición “pater putativus” que significa “padre putativo”, es decir, presunto padre de Jesús de Nazaré, a veces simplificada p.p., como el Partido Popular, al que se conoce como el pepé con acento agudo, a diferencia de nuestro pepe con acento paroxítono: se non è vero è ben trovato. La Pepa, pues, se convirtió en un estandarte liberal contra el absolutismo borbónico monárquico durante la ocupación francesa, pero una vez expulsado el invasor, muchos españoles volvían a aclamar al monarca, y así frente al grito de guerra de "¡Viva la Pepa!" de los liberales, los partidarios del antiguo régimen gritaban: "¡Vivan las caenas!", una expresión a favor de las "cadenas" y en contra de la "libertad". Ni unos ni otros comprendían que ambos gritos eran al fin y al cabo el mismo grito: porque la Pepa, aquella constitución, igual que esta otra que padecemos ahora, tampoco era la libertad, si no otro nombre de los muchos que podían adoptar las cadenas.

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Extra scholam nulla salus.
La moderna pedagogía se basa en el dogma de que no puede haber educación fuera del recinto escolar monopolizado por el Estado y el capital privado o subvencionado con fondos públicos. Al igual que el dogma de la iglesia católica Extra ecclesiam nulla salus, los modernos pedagogos nos dan a entender que fuera de la escuela en el sentido más amplio del término no puede haber ninguna educación. A la pregunta de qué es la educación, su respuesta es: lo que se imparte en la escuela. Con lo que entramos en un dialelo o círculo vicioso. La educación se ha convertido en el artículo de fe de la nueva religión laica mundial: nos saca de nosotros mismos y nos pone en camino hacia una nueva tierra prometida. Es tal la globalización o ecumenismo de esa fe que la naturaleza religiosa de la educación, como señaló Iván Illich, pasa casi inadvertida.
 
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¿Qué es qué y quién es quién?
 
 
¿Qué sucede cuando nos preguntamos al modo socrático ¿qué es? (τί ἐστιν)? La pregunta está pidiendo a gritos una definición, una respuesta definitiva, pero la propia exigencia de definición demuestra que lo que se pregunta no está claramente determinado, por lo que al preguntarlo lo ponemos en tela de juicio y cuestionamos. Resulta que el pronombre interrogativo griego tónico τί (qué, latín quid, como en el "quid" de la cuestión) es la forma neutra del indefinido átono τι (algo), y lo mismo sucede con la forma no neutra τίς (quién, latín quis), correlato tónico del indefinido átono τις (alguien). El resultado de esa pesquisa suele ser una aporía, es decir, un callejón sin salida. Cuando preguntamos con qué,  ponemos el énfasis del acento τί en algo indeterminado τι, lo mismo que cuando preguntamos con quién, poniendo el énfasis del acento  τίς  en alguien indeterminado τις, digamos que en cualquiera, para entendernos, lo que revela que por mucho que nos empeñemos estamos ante un claroscuro, ante una gama de difuminados y sutiles grises entre lo blanco y lo negro que nunca llegan a una definición clara y precisa, porque definir una cosa supone convertirla en idea, idealizarla, y tomarla por lo tanto por la cosa que no es.