Esperando a los bárbaros
Hay
alarma por la llegada masiva de migrantes, como se ha puesto de moda
decir ahora para no liarse con los prefijos latinos in- y e(x)-, a la
vieja Europa. Algunos han cifrado en 50 millones el número de moros
en la costa que aguardan para desembarcar en los próximos años.
Dicen que vienen a destruir nuestra cultura y a acabar con nuestro
sistema económico. El Imperio Romano está a punto de derrumbarse
otra vez. La noticia me trae a la memoria unos versos del poema
inolvidable de Constantino Cavafis: “Esperando a los bárbaros”.
Todo el mundo esperaba la masiva llegada de los inmigrantes ilegales,
pero “se hizo la noche, -cedo la palabra al poeta-, y los bárbaros
no llegaron. / Algunos han venido de las fronteras / y contado que
los bárbaros no existen. /¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin
bárbaros? / Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.
El saqueo
de Roma por los bárbaros en 410. Joseph-Noel Sylvestre (1890)
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¡Vivan
las caenas!
A la constitución de 1812 se la llamó
la Pepa porque fue aprobada por las cortes de Cádiz el día de san
José, que es el 19 de marzo en el calendario cristiano, y a los
Josés o Joseses se les denomina coloquialmente “pepes” ( y
“pepas” a las Josefas). La explicación que suele darse y que yo
conozco de este hipocorístico es que cuando la iglesia medieval
citaba a José de Nazaré añadía siempre a continuación la
aposición “pater putativus” que significa “padre putativo”,
es decir, presunto padre de Jesús de Nazaré, a veces simplificada
p.p., como el Partido Popular, al que se conoce como el pepé con
acento agudo, a diferencia de nuestro pepe con acento paroxítono: se
non è vero è ben trovato. La Pepa, pues, se convirtió en un
estandarte liberal contra el absolutismo borbónico monárquico
durante la ocupación francesa, pero una vez expulsado el invasor,
muchos españoles volvían a aclamar al monarca, y así frente al
grito de guerra de "¡Viva la Pepa!" de los liberales, los
partidarios del antiguo régimen gritaban: "¡Vivan las
caenas!", una expresión a favor de las "cadenas" y en
contra de la "libertad". Ni unos ni otros comprendían que
ambos gritos eran al fin y al cabo el mismo grito: porque la Pepa,
aquella constitución, igual que esta otra que padecemos ahora,
tampoco era la libertad, si no otro nombre de los muchos que podían
adoptar las cadenas.
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Extra
scholam nulla salus.
La
moderna pedagogía se basa en el dogma de que no puede haber
educación fuera del recinto escolar monopolizado por el Estado y el
capital privado o subvencionado con fondos públicos. Al igual que el
dogma de la iglesia católica Extra ecclesiam nulla salus, los
modernos pedagogos nos dan a entender que fuera de la escuela en el
sentido más amplio del término no puede haber ninguna educación. A
la pregunta de qué es la educación, su respuesta es: lo que se
imparte en la escuela. Con lo que entramos en un dialelo o círculo
vicioso. La educación se ha convertido en el artículo de fe de la
nueva religión laica mundial: nos saca de nosotros mismos y nos pone
en camino hacia una nueva tierra prometida. Es tal la globalización
o ecumenismo de esa fe que la naturaleza religiosa de la educación,
como señaló Iván Illich, pasa casi inadvertida.
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¿Qué es qué y quién es quién?
¿Qué
sucede cuando nos preguntamos al modo socrático ¿qué es? (τί ἐστιν)? La
pregunta está pidiendo a gritos una definición, una respuesta definitiva, pero la propia exigencia de
definición demuestra que lo que se pregunta no está claramente determinado, por
lo que al preguntarlo lo ponemos en tela de juicio y cuestionamos. Resulta que el pronombre
interrogativo griego tónico τί (qué, latín quid, como en el "quid" de la cuestión) es la forma neutra del
indefinido átono τι (algo), y lo mismo sucede con la forma no neutra τίς
(quién, latín quis), correlato tónico del indefinido átono τις (alguien). El
resultado de esa pesquisa suele ser una aporía, es decir, un callejón sin
salida. Cuando preguntamos con qué, ponemos el énfasis del acento τί en algo
indeterminado τι, lo mismo que cuando preguntamos con quién, poniendo el énfasis del acento τίς en alguien indeterminado τις, digamos que en cualquiera, para entendernos, lo que revela que por mucho que nos empeñemos estamos ante un
claroscuro, ante una gama de difuminados y sutiles grises entre lo blanco y lo
negro que nunca llegan a una definición clara y precisa, porque definir una
cosa supone convertirla en idea, idealizarla, y tomarla por lo tanto por la
cosa que no es.