Tres
citas, para empezar: “Mi abuela quería que yo tuviera una educación,
por eso no me mandó a la escuela” (Margaret Mead, antropóloga); "Yo era
inteligente hasta que llegué a la escuela" (Facundo Cabral, cantautor); y
“¿Cómo no despreciáis esa educación de ahora y no buscáis quienes
pongan fin a vuestra ignorancia?” (Platón pone la pregunta en boca de
Sócrates en su diálogo "Clitofonte").
Lamenta
Sócrates en la cita de Platón que los padres, que ponen tanto empeño
en "ganarse la vida", es decir, en ganar dinero, como si ambos términos 'dinero' y 'vida' fueran sinónimos y no antónimos, no se preocupen de
los hijos que van a heredar sus bienes adquiridos con dinero, y se conformen con ofrecerles la
educación reglamentada que ellos mismos han recibido y que para la época
consistía en γράμματα, es decir, letras y números, μουσική música y
γυμναστική o educación física, con término más moderno, sin plantearse
qué era esa educación y para qué les había servido su recepción.
Nadie
se cuestiona lo que considera perfecto. Nadie se plantea adónde lo ha
llevado la paideia y adónde, por lo tanto, llevará a sus hijos el día de
mañana, como suele decirse. Nadie se pregunta tampoco cuál es el
sentido de la vida que está llevando, centrada básicamente en torno a τὰ
χρήματα, lo crematístico, es decir, con palabra corriente y moliente,
el dinero, el arte de ganar dinero, y de convertir no sólo todas las
cosas en dinero, sino también la propia vida que así se prostituye al
vil metal.
Había
ya comenzado en la Atenas de Periclés el precio de las cosas a
sustituir a su valor, convirtiéndose el dinero en el único dios
verdadero y demiurgo del mundo, como ya denunció Aristófanes en su comedia "Pluto", despojando a los seres humanos de su
humanidad y valores propios. Y había ya empezado a entronizarse la economía,
la palabra es invento griego igual que la democracia, y a confundirse
con la política, a la que acabará desbancando, incluyéndose en el propio
currículo de la educación como materia indispensable para la formación
de la ciudadanía. Lamenta Sócrates que los atenienses pongan todo su
empeño en conseguir dinero y no en preguntarse qué es el dinero, ver para qué sirve y cuál es la
calificación moral de su uso.
La
educación nada tiene que ver con los grados que establecen los
adjetivos ordinales de “primaria” y “secundaria”. Esos adjetivos pueden
cuadrarle más al aprendizaje o a la enseñanza, pero no a la educación,
que no los admite, como tampoco admite el epíteto de “obligatoria”, como
sucede en el ominoso y abominable acrónimo español de ESO (Educación -que no Enseñanza, ojo-
Secundaria Obligatoria).
Quizá haya que decirlo para que nadie se llame a
engaño: La escuela -incluyendo todas las instituciones académicas en la
denominación genérica- no tiene nada que ver con la educación, salvo
que digamos que la educación es lo que se imparte y se aprende en la
escuela, cosa que es mentira, y entonces deberíamos preguntarnos qué es
lo que se aprende en la escuela, en qué consiste el currículo oculto, no
tanto los programas, que sólo sirven para que aprendamos las respuestas
antes de que se nos ocurra formular las preguntas.
Ya
hace tiempo Iván Illich escribió que había que liberar a la educación
de la escuela, para poder aprender fuera de sus rígidos compartimentos
estancos espaciales, que son las (j)aulas, y las celdas temporales, que
son los horarios y calendarios escolares, y fuera de sus planes de
estudios, programas o currículos saturados de información "que hay que
saber". Aunque la exigencia memorística ya no forme parte de la escuela
moderna, los nuevos modelos educativos no han cambiado la filosofía que
los inspira, que es el funcionamiento de la máquina examinatoria que
expide y expende, digo bien, títulos baratos.
Los
niños nacidos en este tercer milenio, los llamados mileniales son
maleducados por los medios de formación de masas, por las redes sociales
cibernéticas, por los juegos electrónicos, por su familia y por su
grupo de amigos, y no tanto ya por los medios de formación de masas
tradicionales como la televisión, aunque todavía sea uno de los más
influyentes, pero son maleducados sobre todo por la educación primaria y
secundaria obligatorias que reciben y que algunos consideran incluso
que son una necesidad ineludible sin plantearse para qué ni para quién.
La escuela que conocemos y padecemos hoy, fruto de una sociedad basada
en la engañifa del mito del progreso y de la explotación ilimitada de la
naturaleza, incluidas todas las cosas y personas, burocratizada hasta
la extenuación, no deja de ser una fábrica de producción de alumnos para
el consumo y de funcionarios llamados maestros y profesores.
La
escuela no ha muerto, como soñó Everett Reimer en su libro publicado
entre nosotros en 1974, donde recogía sus conversaciones con el pensador
austriaco Iván Illich. En la "Escuela ha muerto. Alternativas en
materia de educación" (Barral editores, Barcelana 1974) escribía: "La
única forma de corregir esto es liberando la educación de las escuelas,
de forma que la gente pueda aprender de verdad sobre la sociedad donde
vive".
Sócrates,
si es verdad que ha muerto porque era mortal como postulaba el célebre silogismo que lo
condenó a la pena capital para toda la eternidad (aquel peripatético 'todo hombre es mortal, Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal'), sonreiría satisfecho oyendo
estas palabras desde su tumba.