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viernes, 5 de enero de 2024

El doctor Knock ha cumplido cien años.

    El 14 de diciembre de 1923, hace ya todo un siglo que acaba de cumplirse el mes pasado, se estrenaba en el teatro de la Comédie des Champs-Élysées de París con gran éxito de público y crítica la pieza teatral Knock o El Triunfo de la Medicina de Jules Romains, que el lector curioso puede leer en la traducción castellana que ofrecemos aquí. Puede ver también en Odysee la fidedigna película de 1951 de Guy Lefranc en versión original francesa protagonizada por el actor Louis Jouvet que encarnó magistralmente al personaje en el teatro.
 
    El doctor Knock reemplaza a un médico rural con escasa clientela en un pequeño pueblo y en pocos meses transforma el único establecimiento hostelero que hay en una clínica y a la mayoría de sus habitantes en pacientes suyos. La obra analiza muy detenidamente las técnicas de manipulación que permiten “enfermar” al mayor número posible de personas sanas, para convertirlas en clientes habituales. La frase más famosa y el lema del doctor Knock es: “Las personas sanas son enfermos que se ignoran a sí mismos”. Para él, además: “Salud es sólo una palabra, que no estaría mal borrar de nuestro vocabulario. Por mi parte, sólo conozco personas más o menos afectadas por enfermedades más o menos numerosas de evolución más o menos rápida».
 
 
    El recién llegado comienza ofreciendo consultas gratuitas durante las cuales detecta enfermedades más o menos reales, que le permiten iniciar tratamientos a largo plazo, convirtiendo a los aldeanos en pacientes a los que cronifica. Utiliza al pregonero para anunciar dichas consultas. Se alía enseguida con el boticario, que es el representante a pequeña escala de la industria farmacéutica. Finalmente, organiza con el maestro del pueblo una serie de charlas pedagógicas gratuitas sobre el peligro que constituyen gérmenes, microbios y bacterias -virus diríamos hoy-, una información destinada a asustar a los pueblerinos y hacer que quieran chequear su salud. Utiliza, pues, tres pilares básicos para abrirse camino: los medios de información y comunicación, hoy en día prensa, televisión, interné, redes sociales y teléfonos móviles -el pregonero-, la industria farmacéutica que estaba de capa caída en la aldea -el boticario-, y la instrucción pedagógica -el maestro-, introduciendo finamente la peliaguda cuestión de los conflictos de intereses de la profesión médica con  la industria farmacéutica.
 
    En el momento en que se estrenó la obra, había algo en el personaje que era tan exagerado que resultaba inverosímil y hasta siniestro pero cómico. Desde entonces, sus métodos de manipulación se han generalizado tanto que hoy en día su comportamiento apenas sorprende ni asombra... y la obra parece mucho más actual y menos divertida. De hecho, no parece una comedia, sino más bien un drama o auténtica tragedia. Esto se debe a que en nuestra sociedad contemporánea todo el mundo (o casi todo el mundo) está profundamente convencido de que la “buena salud” es sólo una ilusión temporal fantasmagórica, y que la enfermedad es la esencia de nuestra alma. 
 
Litografía de la serie Fragmentos de la doctrina secreta Paul Colin (1949)
 
     Hasta tal punto, el doctor Knock nos ha dejado a todos noqueados, nunca mejor dicho, ya que to knock (out) en inglés, como se sabe, significa 'dejar sin sentido a alguien al recibir un golpe', y también 'derrotar, imponerse sobre alguien', y, en resumidas cuentas, 'dejar K.O., nocaut', como nos ha dejado la Organización Mundial de la Salud y los gobiernos que, como el español, han seguido sus pautas confinatorias de reclusión de la población, imposición de mascarillas, distanciamiento social e inoculación experimental  con la pandemia, enfermándonos a todos y haciendo que actuáramos “como si hubiéramos contraído efectivamente el virus” que no habíamos contraído porque hasta entonces no existía: la divulgación pseudocientífica fue la propagación efectiva. 


     Al final de la obra, el antiguo médico reemplazado del pueblo regresa y pregunta a Knock sobre la moralidad de su actitud, que subordina el interés del paciente al interés del médico, a lo que el doctor, esquivando el reproche, le replica que hay un interés superior a esos dos intereses, que es el interés mayúsculo de la Medicina. Finalmente, Knock acabará ingresando a su colega, un médico de los de antes, en la clínica y diagnosticándole una enfermedad imaginaria. No sólo nos hallamos ante un médico corrupto y manipulador cuya única meta es enriquecerse rápidamente a expensas de sus pacientes (nótese que no decimos “de sus enfermos”), sino que estamos ante un sumo sacerdote laico de un nuevo culto sanitario, la religión médica, una superchería en la que él mismo acaba creyendo firmemente. Lo único que le mueve es la Medicina, por eso ha convertido a todos los habitantes de la localidad  en su cluentela, por eso los ha “enfermado”, molierescos malades imaginaires
 
 
 
     Varios elementos de la obra refuerzan esta interpretación, claramente confirmada y desarrollada por el propio autor. En la última escena, justo antes de que caiga el telón, los asistentes del  doctor "aparecen, portando instrumentos rituales, y desfilan dentro de la Luz Médica". Una representación moderna de la obra haría que todos portaran mascarillas quirúrgicas, guantes asépticos y trajes EPI (acrónimo de Equipos de Protección Individual) como si fueran astronautas, una imagen que no nos resultaría cómica, sino que nos haría reflexionar sobre lo ya visto y ya vivido.  Y eso ya no nos haría tanta gracia.
 
    ¡El Doctor Knock, personificación efectiva del sistema sanitario, ha cumplido cien años y sigue vivo y coleando, más vivo que nunca desgraciadamente para nosotros que, sin querer y de la noche a la mañana, nos hemos visto convertidos en sus pacientes! La obra, que es una crítica feroz de la manipulación farmacológica, no ha perdido ni un ápice de su actualidad ni su vigencia. Es más, después de la epidemia convertida en pandemia que hemos padecido, se ha visto llevada a las tablas del teatro del mundo y al fin realizada.
 
Litografía de la serie Fragmentos de la doctrina secreta,  Paul Colin (1949)
 

domingo, 7 de noviembre de 2021

Prólogo a la lectura de 'Knock o El Triunfo de la Medicina' de Jules Romains.

Caer enfermo”, vieja noción que ya no se sostiene ante los datos de la ciencia actual. La salud no es más que una palabra que no habría ningún inconveniente en borrar de nuestro vocabulario. Por mi parte, sólo conozco gente más o menos víctima de enfermedades más o menos numerosas de evolución más o menos rápida (Acto II, escena III).

1.- El título de esta pieza teatral, que levantó el telón por primera vez en el Théâtre des Champs-Élysées de París el 15 de diciembre de 1923, es el nombre propio de su protagonista, el doctor Knock, un nombre sonoro de resonancia anglosajona, pues en la lengua de Shakespeare significa “golpe/golpear”, en el sentido de llamar a una puerta, por ejemplo, pero también “to knock out” quiere decir “dejar sin conocimiento”, dejar K.O. El Dr. Knock, efectivamente, dejará noqueada y fuera de combate, como veremos, a toda la población de Saint-Maurice, un pequeño pueblo ficticio de la Francia profunda cuando se instale allí como médico rural.

1.1.- Es muy probable, asimismo, que el nombre propio del doctor haya sido tomado de un personaje de la película Nosferatu, una sinfonía del horror, que Murnau estrenó en 1922, un año antes que la obra de Jules Romains. El agente inmobiliario, en efecto, que le ha vendido una casa al conde Orlock, es decir, a Nosferatu, o sea, a Drácula, se llamaba Knock, el equivalente del Renfield de la novela de Bram Stoker, en la que se basó la película. Nosferatu emprenderá un viaje desde Transilvania hasta Bremen diezmando a la tripulación del barco y llevando la peste consigo. Knock es de alguna manera el responsable de que la epidemia se cierna sobre la ciudad. En la obra teatral que nos ocupa, Knock pondrá en tratamiento bajo su control a toda la población de un pueblecito francés, ejerciendo un poder dictatorial omnímodo que se anticipa a la irrupción del nazismo y los fascismos históricos europeos. Diez años después de estrenada la obra, en efecto, muchos médicos alemanes se convertirán en férreos defensores de la pureza étnica y cómplices del nacional-socialismo, dos fetiches abstractos. 

  


2.- El subtítulo de la obra “El Triunfo de la Medicina” alude a la ceremonia de entrada solemne en la ciudad de Roma del general victorioso, quien, en este caso es, obviamente, el doctor Knock, que haciendo uso de su estrategia consigue subyugar a toda la población. No es un triunfo personal sino de la Medicina. Cuando el doctor Parpalaid, su antecesor en el cargo y médico a la antigua usanza, y el único que en las acotaciones de J. Romains figura como “doctor”, le reprocha a Knock que esté subordinando el interés del paciente al interés del médico, nuestro protagonista le reconoce que lo hace por un interés mucho mayor que el de ambos, que es el interés abstracto de la Medicina. Knock no oculta a nadie lo que quiere: “Comprenda, amigo mío, que lo que yo quiero, ante todo, es que la gente se ponga en tratamiento” (acto II, escena I). Quiere poner en tratamiento, es decir, hacer sentirse enfermo, y meter en la cama y, llegado el caso, hospitalizar a todo el mundo, objetivo que logrará en Saint-Maurice, donde toda la población estaba sana antes de su llegada, pero él, que se ha doctorado con una tesis sobre los pretendidos estados de salud, logrará que los habitantes de esa comarca descubran al enfermo que llevan dentro y que ignoraban, porque la gente que se considera sana, en realidad está enferma e ignora el mal que padece, según el axioma que él atribuye al magisterio de Claude Bernard: Las personas en buen estado de salud son enfermos que se ignoran.

3.- El nombre del autor de la pieza teatral, Jules Romains es en realidad un pseudónimo de Louis Henri Jean Farigoule (1885-1972), poeta, autor de teatro y novelista francés que fue además miembro de la Académie Française. Un cuarto de siglo después de publicada la obra, en 1949, volverá sobre el personaje creado, el pérfido doctor Knock, publicando unos supuestos “Fragmentos de la Doctrina Secreta” que J. Romains habría recogido oralmente de él, al que imagina ahora cómodamente instalado en Nueva York, convertido en una eminencia científica que trata de generalizar su experimento francés a todo el mundo... 


 4.- Knock o el Triunfo de la medicina, cuenta dentro de la literatura francesa, con una larga tradición que remonta a "El Médico a su pesar" y "El enfermo imaginario" de Molière, dos sátiras de la medicina. Pero al mismo tiempo que se inscribe  en esa corriente la trasciende, porque no se queda en una comedia satírica sino que apunta en su desenlace a la farsa trágica. Si en Molière la figura del médico se ridiculiza, en J. Romains se denuncia, además, su poder manipulador. J. Romains no critica la medicina que se practicaba entonces, como hacía Molière, sino que se anticipa a la medicina del futuro, y casi un siglo después de escrita la obra, podemos afirmar que sus intuiciones han sido confirmadas por la realidad, y aun algunas de ellas sobrepasadas con creces. Podría representarse hoy en día, cien años después de escrita, perfectamente, actualizando si se quiere la puesta en escena con mascarillas quirúrgicas, guantes asépticos, geles hidroalcohólicos y un largo etcétera, y seguiría manteniendo toda la frescura del estreno de hace cien años. La obra ha cosechado muchos éxitos en el país vecino, donde, considerada un clásico de la literatura francesa del siglo XX, es una lectura obligatoria para muchos estudiantes, lo que sin duda hace que muchos de ellos pierdan su interés por ella considerándola algo de otro tiempo, ajeno al mundo actual.

5.- Knock es el personaje central, el médico todopoderoso que manipula a los demás personajes a su antojo como si fueran sus marionetas, gracias al poder intimidador de su charlatanería pseudocientífica y a la credulidad de sus pacientes. Knock es una especie de doctor Mengele, con las manos menos ensangrentadas, pues “es partidario de la disminución de la mortalidad”, y no de la eliminación de unos pacientes que son, a la vez, sus clientes. “Considero que, a pesar de todas las tentaciones contrarias, debemos trabajar por la conservación del enfermo”, según afirma en la escena primera del primer acto, lo que revela que Knock no dejará morir a sus pacientes, pero que tampoco les curará, ya que la curación de un paciente supone la pérdida de un cliente, por lo que tratará de mantenerlos, ya que son su fuente de ingresos. Antes de examinar a uno, le pregunta sobre su situación financiera; cuanto más ricos son, más caros son sus tratamientos y consultas. Parte de una persona sana, a la que transforma en enfermo hipocondríaco asustándolo con su jerga médica y con una dieta capaz de debilitar al más fornido. Convencerá a cualquiera de que está enfermo, como la vieja zorra de la fábula convence al cuervo de que es la más bella de las aves y que la única pega que puede ponerle es que no sepa cantar, a lo cual va el cuervo, grazna y suelta el queso, que es lo que pretendía la raposa, que corre tras arrebatárselo y haberse burlado de él. Deseoso de hacer fortuna, Knock expone su moderno concepto de mercadotecnia, que consiste en crear la necesidad antes de ofrecer el producto que la satisfaga. Pero desde que Knock comienza a tener opíparos ingresos, el dinero deja de interesarle o no es lo que más le interesa, puesto que le fascina ejercer su poder sobre los demás. 


 5.1.- De los demás personajes de la obra puede afirmarse que todos pasan a ser sus comparsas, incluido su rival el doctor Parpalaid al final de la obra. Cuando emprende la tarea de hacerse cargo del consultorio del pueblo, no pretende erradicar ninguna enfermedad, sino sacar el máximo beneficio en el sentido económico del término. Los colaboradores del doctor Knock, a los que atrae tendiéndoles una tupida red con la estrategia de un arácnido, son, en orden de aparición en escena, en primer lugar el pregonero que anunciará a la población de Saint-Maurice que el nuevo doctor abrirá una consulta gratuita el día de mercado. En segundo lugar, visita al señor Bernard, el maestro del pueblo, encomendándole la pedagógica tarea de instruir a los habitantes de Saint-Maurice inculcándoles las nociones científicas de “microbios, gérmenes”, antecedentes de las modernas bacterias y virus. Se trata de que el maestro muestre la peligrosidad mortal de dichos elementos a través de sus clases, educando a los pequeños, y dando conferencias a sus mayores. Posteriormente se gana al boticario del pueblo, el señor Mousquet, que representa la industria farmacéutica, cuyos ingresos, le asegura, se dispararán con sus recetas, y finalmente a la dueña del hotel, cuyo establecimiento se transforma en una clínica que enseguida se verá desbordada.

6.- La profesión médica conserva una impronta sagrada, si no mágica, en el inconsciente colectivo, que data del remoto período en que la medicina se confundía con la religión, dado su carácter sacerdotal. No en vano en Grecia se rendía culto a Asclepio, el Esculapio latino, el dios de la Medicina. Hijo del dios Apolo, según la mayoría de las versiones, fue confiado al centauro Quirón, que le enseñó el arte médica, adquiriendo una gran habilidad hasta el punto de que podía hacer resucitar a los muertos. Asclepio, de hecho, devolvió a la vida a muchos fallecidos, cosa que Zeus no podía permitir porque desbarataba el orden del mundo que establecía una diferencia tajante entre los mortales y los inmortales, y que Asclepio burlaba con su arte, por lo que Zeus lo mató fulminándolo con un rayo. Tras su muerte fue catasterizado y convertido en la constelación del Serpentario. Los atributos de este dios suelen ser, precisamente, serpientes enrolladas en un bastón. El culto a Asclepio floreció sobre todo en Epidauro, donde se desarrolló una verdadera escuela de medicina, cuyas prácticas eran sobre todo mágicas, arte que practicaron sus descendientes, de los que el más conocido fue Hipócrates, cuyo juramento realizan los modernos médicos solemnemente todavía prometiendo “primum non nocere”, no hacer daño en primer lugar a sus pacientes si no pueden curarlos, algo que no pone en práctica nuestro protagonista. 


 7- La obra ha sido llevada al cine en varias ocasiones: He visto Knock (1951), dirigida por Guy Lefranc, francamente magistral gracias la interpretación de Louis Jouvet en el papel protagonista y a la fidelidad del guión al texto, y, la más deplorable seguramente de todas y última por ahora, El doctor de la felicidad (2017), dirigida por Lorraine Lévy, que se presenta como una adaptación de la obra y altera y falsifica esencialmente el mensaje crítico de la obra de Romains envolviendo al doctor, aquí interpretado por el actor negro Omar Sy, en una ridícula historia de amor romántica y amable.

8.- Sólo conozco dos traducciones al español, y las dos están ya descatalogadas, accesibles en algunas bibliotecas públicas y en librerías de viejo y ocasión: la más antigua, la de Natividad Massanes, publicada por Editorial Losada en 1957 en Buenos Aires, y la más reciente, la de M. Paz Sánchez del Corral publicada por Editorial Bruño en 1989, en una colección infantil y juvenil con una guía didáctica para su lectura. La traducción que presento, por mi parte, no es ni mejor ni peor que las anteriores, que he consultado y tenido en cuenta para la mía, simplemente es más accesible, subida como está a la Red y abierta a todo el que quiera leerla.

8.1.- Recojo la noticia de que en febrero de 1925 se estrenó en Madrid con gran expectación debido al éxito que había cosechado en París Knock o El triunfo de la medicina en versión de Manuel y José Linares Rivas. El propio J. Romains asistió a dicha representación, y el crítico Rafael Marquina protestó por la tergiversación del texto que según él habían hecho los traductores. Me hago eco de la anécdota de que en 1943 la obra, que se representaba en Nueva York a la sazón, fue suspendida por las protestas de las asociaciones médicas que sentían que se atacaba la dignidad de su profesión. 

 

9.- El interés de la obra radica desde mi punto de vista en que el autor no nos ha pintado a un simple estafador, al que el dinero deja de interesarle cuando ha obtenido lo suficiente, sino a alguien que sabe lo que hace, que está convencido de su misión social, un apóstol de una nueva religión que es la de la Ciencia, un visionario. A Knock, más que el dinero, le fascina el ejercicio del poder sobre los demás que le brinda su profesión. Desde el primer momento insiste en que se le llame "doctor", porque conoce bien el efecto de este título en la gente, a la que subyuga además con el poder de sus conocimientos científicos y su fuerza de persuasión, que se aprovecha de la credulidad de la gente. Sabe ser duro con los que se rebelan contra su autoridad hasta llegar a ejercer un férreo control. Al practicar la medicina, Knock encontró una forma de ejercer su poder sobre los que le rodeaban, igual que un político, un hombre de negocios o una autoridad espiritual, como él mismo reconoce: "No hay nada más verdadero, decididamente, que la medicina, quizá también la política, las finanzas y el sacerdocio, cosas que todavía no he probado."

9.1.- En nuestros días el estamento médico se ha convertido en una institución poderosa en los países desarrollados, una casta dirigente gracias al sostén de la industria mundial de la Gran Farmacia, y a organismos privados como la poderosa Organización Mundial de la Salud y gracias a los Ministerios de Sanidad de los diversos Estados. La moderna medicina preventiva, que se ha llamado medicina factual o evidence based medicine en la lengua del Imperio, ha hecho enormes progresos, pero a partir de los años 80 se ha subordinado a los intereses de la industria farmacéutica, y a la hora de hacer el balance de riesgo y beneficio, se inclina siempre hacia el beneficio económico en lugar de a la salud de la gente. La medicina promovida por el Dr. Knock, como la medicina contemporánea, subyuga a través del miedo a toda la población de Saint-Maurice, que paraliza su dinamismo vital para someterse a una vorágine de restricciones con el objetivo no de dejar de estar enfermos, sino de tratar de estar sanos. 


 9.2.- Hay un elemento en la obra de especial interés. La labor del médico consiste en diagnosticar la enfermedad oculta para llevar a los pacientes a una “existence médicale”. Knock no cura un mal del que no se es consciente, y que, por lo tanto, no se padece, sino que hace que emerja como por arte de magia y que el individuo lo asuma. Quiere extender el dominio de la medicina, para lo que es menester enfermar a todo el mundo, es decir, hacer que se tambalee su confianza en la salud que posee, metiéndose todo el mundo en la cama para no caer enfermo. Tres meses después de su llegada a Saint-Maurice todo está “impregnado de medicina, recorrido por el fuego subterráneo de nuestra arte”, como le confiesa al doctor Parpalaid. Knock, más que una medicina preventiva, practica una medicina anticipativa, que en lugar de prevenir la enfermedad, la inventa y la fabrica. Se invierte el proceso curativo: no se espera a sufrir una dolencia para tratarse, se trata uno para no caer enfermo. Cualquiera, por muy buen estado de salud que presente, puede albergar en el repliegue menos pensado de su organismo “trillions de bacilles de la dernière virulence capables d’infecter un département”. La posibilidad de no tener síntomas pero ser portador de un peligrosísimo y contagiosísimo virus está en la mente de todos los lectores modernos. La medicina ha progresado tanto en nuestros días que todos estamos enfermos. Por precaución. Por anticipación. Eso justifica la actuación de las autoridades sanitarias. En cada pequeña dolencia o afección encontramos síntomas preocupantes: fatiga, problemas respiratorios, fiebre, pérdida del gusto y del olfato, insomnio, tos... Ni siquiera la ausencia de síntomas garantiza que uno esté sano. Knock hace de la medicina una nueva religión y objeto de culto. La obra resultaría cómica si sus personajes, crédulos, fuesen meros enfermos hipocondríacos que temen males imaginarios, pero al final resulta sarcástica porque sus personajes somos nosotros mismos, el público lector y espectador.

9.3.- En una entrada anterior de El arcón donde cabe todo, en 'El triunfo perverso del doctor Knock', me ocupé ya de la obra teatral, por lo que el piadoso lector debe disculparme si algunas de las cosas dichas allí las halla aquí ahora repetidas. También en otra página hice la presentación de los 'Fragmentos de la Doctrina Secreta' del doctor Knock, que pueden leerse en este enlace con las litografías ilustrativas de Paul Colin, donde J. Romains reflexiona sobre la iatrocracia, o gobierno de la casta médica, universal y la vacuna antitanática, que libraría a la humanidad de la muerte, como complemento de la obra teatral.

10.- En el año 2021 en que escribo estas líneas todos nos hemos convertido queriendo o sin querer en habitantes de Saint-Maurice, prisioneros de esa ficción; incluso el doctor Parpalaid, representante de la vieja medicina curativa, acabará finalmente atrapado en las redes del pérfido Knock. La farsa trágica que escribió J. Romains es nuestro drama actual. El interés de esta obra hoy es la denuncia de tiranía médica o, mejor dicho, de la dictadura sanitaria que se ha apoderado de nuestro mundo, en la que todos los gobiernos, sea cual sea su signo político, se han empeñado so pretexto de salvar la vida, ese fetiche abstracto, de sus súbditos. La Luz Médica que ilumina el escenario al final de la obra nos deslumbra y nos ciega a los lectores y a los espectadores. 

La obra puede leerse clicando sobre esta imagen.

viernes, 27 de agosto de 2021

Presentación de "Fragmentos de la Doctrina Secreta"

    Mi interés por estos "Fragmentos de la Doctrina Secreta" que presento a modo de prólogo procede, en primer lugar, de la fascinación que ejerció sobre mí la visión de la película “Knock” de Guy Lefranc (1951), interpretada magistralmente por Louis Jouvet, actor de teatro que tantas veces había encarnado al doctor sobre la escena desde que la comedia en tres actos de Jules Romains “Knock o El triunfo de la medicina” se estrenó en París en 1923, con notable éxito de público y de crítica.

    Llegué a la película a través de la siguiente sinopsis leída en una revista cinematográfica: El Doctor Knock aterriza en una pequeña ciudad de provincias francesa como sustituto del médico local. Alarmado ante la envidiable salud de sus habitantes, urde una trama para convencerlos de que, de una forma u otra, todos están enfermos y, así, poder enriquecerse. La película ofrecía mucho más que eso: unas claves muy interesantes para entender lo que está pasando en la actualidad y estamos, ay, desgraciadamente viviendo por aquello de que “hoy es siempre todavía”, casi un siglo después del estreno de la pieza teatral.

 

    Como una cosa lleva a la otra, la película me condujo a la obra de teatro, que leí en francés y traduje al castellano, no porque no hubiera versiones disponibles en nuestra lengua, que las había, sino porque las traducciones de las que disponíamos estaban agotadas y eran difíciles de conseguir si no se recurría a librerías de viejo o bibliotecas públicas, versión que publicaré próximamente en la Red en abierto para que sea asequible a todos los lectores.

    El argumento de la película y de la obra escénica, que es más una farsa trágica que una comedia, puede resumirse en unas pocas líneas: Un galeno llega a un pueblecito perdido de Francia a ocupar la plaza del antiguo médico que ha permutado por la suya. Va a intentar metódicamente subyugar a la población y convertir a sus habitantes, que considera atrasados y que gozan de una según él sospechosa buena salud, a la religión verdadera de la ciencia médica que él encarna. Se aplicará a buscarse aliados entre la élite del pueblo, el maestro y el boticario, transformando radicalmente la vida de los pueblerinos, de los que se convierte en poco tiempo en dueño y señor. 

Litografía de Paul Colin (1949) para "Fragmentos de la Doctrina Secreta"

    Aunque es un médico, Knock se comporta más como un estratega militar que prepara y ejecuta una campaña de invasión, conquista y ocupación, y, a la vez, como el jefe de una iglesia científica o secta religiosa, encarnando el lugar del sacerdote que brilla por su ausencia en ese pueblo y que predica que es la enfermedad y no la salud lo que constituye el estado normal y aun deseable de los seres humanos. Knock se impone como un jefe carismático, que hace uso de un poder de sugestión hipnótico; no es un simple misionero que predica una nueva religión, sino un iluminado charlatán que cree que aporta una forma superior de civilización.

    La traducción de la obra de teatro me llevó a interesarme por el autor, y a descubrir cómo al cabo de los años Jules Romains, pseudónimo literario de Louis Henri Jean Farigoule (1885-1972), volvió sobre el personaje que había creado, y publicó en 1949 estos “Fragmentos de la Doctrina Secreta” con la colaboración del cartelero Paul Colin, que hace un estupendo trabajo de ilustración del texto con 18 litografías. Lo primero que me llamó la atención de este descubrimiento fue su título, y lo segundo el autor que figura en primer término que no es Jules Romains sino el propio doctor Knock. 

    No me resultó difícil hacerme con un ejemplar de la obra, cuya única edición corrió a cargo del editor Manuel Bruker, y que conseguí a través de la Librairie de l'Avenue de Henri & Laurence Veyrier, a la que expreso mi agradecimiento desde aquí, en el célebre y entrañable Marché aux Puces de Saint-Ouen.


Litografía de Paul Colin (1949) para "Fragmentos de la Doctrina Secreta"

     Resulta paradójico que con el éxito que tuvo “Knock o El triunfo de la medicina” en el país vecino, donde es todo un clásico de la literatura francesa del siglo XX, la publicación un cuarto de siglo después de este tratado, haya pasado totalmente desapercibida. Bien es verdad que la edición, que es la única por ahora que hay, fue bastante minoritaria, reducida a 2.500 ejemplares, y elitista en cuanto reservada “exclusivamente al cuerpo médico y farmacéutico”, y bien es cierto también que el teatro y el ensayo son dos géneros literarios muy distintos, por lo que no puede compararse una obra teatral, representada de viva voz en numerosos escenarios del mundo -y llevada varias veces al cine con desigual fortuna, la última vez, la adaptación más lamentable, en 2017 bajo el título deplorable de “Knock, el doctor de la felicidad”-, con un opúsculo minoritario no exento de cierto sarcasmo satírico y que tiene el marchamo de lo clandestino, un texto que no está destinado al gran público, sino a un lector especializado, digamos, y amante de libros raros e ilustrados.

      A continuación del título “Fragmentos de la doctrina secreta” y de la atribución inicial de su autoría al doctor Knock figura el subtítulo a modo de comentario de que los citados fragmentos han sido “recogidos por Jules Romains”, que se presenta así como el compilador de la doctrina secreta reservada a los iniciados, cuya transmisión ha sido exclusivamente oral, como la de los grandes fundadores de religiones y maestros del pensar. Precisamente ese carácter iniciático y semiclandestino explicaría un poco la alusión a la doctrina secreta, un guiño literario a Madame Blavatsky, autora de “The Secret Doctrine”, síntesis de ciencia, religión y filosofía, publicada en 1888. Helena Petrovna Blavatsky, en efecto, fue cofundadora de la Sociedad Teosófica y autora de otras obras famosas, como “Isis sin velo” (1877), en la que describe los pormenores de una religión de su propia creación. Madame Blavatsky, la afamada ocultista, ocultaba su impostura detrás de una supuesta doctrina reservada a los iniciados y utilizaba el engaño para aprovecharse de la ignorancia y la credulidad de la gente. No otra cosa hace el doctor Knock, este émulo de madame Blavatsky. 


    Jules Romains, el compilador que no quiere presentarse a sí mismo como autor, distanciándose así del maestro al que sin embargo admira, ha creado un personaje universal. De algún modo le ha dado tanta vida a este personaje que se ha independizado de su autor, que nos lo presenta ahora, un cuarto de siglo después, con un éxito arrollador. Comenzó como médico rural de un pueblecito francés y ahora es toda una eminencia científica, vive en Nueva York y está trabajando desde allí en el proyecto de globalizar la exitosa experiencia local que llevó a cabo en Saint-Maurice haciéndola extensiva a todo el mundo. Es decir, quiere instaurar una iatrocracia universal o gobierno de la casta médica y farmacéutica. Sin embargo, el doctor Knock ya no es aquí el médico rural que con la ayuda del maestro y del boticario consigue hospitalizar a toda la población de Saint-Maurice, y lucrarse con el desempeño de su fraudulenta profesión. 

    Ahora es todo un personaje de renombre internacional, una suerte de doctor Mengele, que no pretende tanto matar a sus pacientes como el siniestro Ángel de la Muerte, sino prolongar su existencia cuantitativamente convirtiéndolo en paciente crónico a costa de anular cualitativamente su vida, con lo que finalmente acaba dándoles la muerte en vida sin llegar a quitársela del todo. Han transcurrido veinticinco años, y el doctor ha llegado muy lejos, pero aún pretende llegar más lejos todavía, con su proyecto de iatrocracia y de creación de la OMU, la Organización Médica Universal, una especie de Organización Mundial de la Salud, que será la encargada de imponer la gobernanza mundial con la inducción y declaración de la misteriosa epidemia 235. ¿Estamos ante un ligero divertimento literario o se trata de algo más, acaso una sátira despiadada? ¿Es una mera ficción o un fiel reflejo de la realidad? ¿Se trata de una profecía que tres cuartos de siglo después de escrita se ha visto cumplida? 

 

Fotograma de 'Knock' de Guy Lefranc (l951)

     De alguna manera el doctor Knock está prefigurando el moderno concepto de disease mongering o el lucrativo negocio para la industria farmacéutica de la promoción de enfermedades y de los enfermos imaginarios, convertidos primero en pacientes y finalmente en clientes, a los que suministrarán sus medicamentos. La propagación de enfermedades, impulsada por poderosas estrategias publicitarias de márquetin, convierte a las personas sanas en enfermos, desperdicia recursos valiosos y causa daños iatrogénicos, transformando problemas benignos en patologías graves, alarmando a la población mundial con pronósticos catastrofistas, exagerando la prevalencia de los problemas por descenso de los valores normales, y la redefinición de las vicisitudes de la existencia, por ejemplo de la vejez, que es un proceso natural, como patologías que hay que tratar.

    Jules Romains ha puesto de manifiesto los mecanismos que mueven el mundo, la creación de necesidades para el consumo de fármacos, en este caso, para lo que es fundamental en principio informar y adoctrinar a las masas y a los individuos a fin de que se conciencien de los peligros que corren y se consideren enfermos, si no es efectivamente en acto, al menos en potencia aristotélica. Para eso doctores tienen la Iglesia y la Ciencia, que es la nueva religión, con sus cohortes de expertos científicos, biólogos,  virólogos, epidemiólogos... Ya nos había advertido el nuevo médico rural de Saint-Maurice de que no había nada más sospechoso médicamente hablando que un hombre sano y nada más peligroso que el estado de buena salud, ya que en su seno dormita como la bella durmiente del cuento infantil la enfermedad, que es preciso despertar para tratarla convenientemente, para lo que el doctor se granjea la complicidad del boticario, que en pequeña escala representa el gigante colosal de la moderna industria farmacéutica. 

Fotograma de 'Knock' de Guy Lefranc (l951)
 

    Me planteaba yo hasta qué punto esta obra podría interesar hoy a un público más amplio, y si valdría el esfuerzo de traducirla, publicarla y rescatarla del olvido de su hasta ahora única edición, y creo que, al igual que la pieza de teatro, merece mucho la pena porque de alguna manera estamos asistiendo a lo que en ambas se vaticinaba: la expropiación de la salud a la que Iván Illich se refería en su “Némesis médica” (1975), cuando decía, por ejemplo, denunciando la pandemia iatrogénica en el prefacio: “La medicina institucionalizada ha llegado a ser una grave amenaza para la salud”.

    Estamos ante un texto que podrá ser tachado de alimentar una teoría de la conspiración, pero lo que hace es precisamente todo lo contrario. No inventa una conjura, sino que denuncia la de la casta fármaco-médica que existe realmente y viene de muy lejos, y que, en aras de lo que podríamos llamar la Sanidad, sacrifica la salud y por lo tanto la vida de la gente. Se trata, sin duda, de un texto subversivo que revela la existencia de una doctrina secreta de carácter iniciático que como la alquimia medieval nos promete el Magnum Opus, la piedra filosofal de la eterna juventud que venza a la mismísima muerte con los fármacos experimentales de las vacunas antitanáticas, cuya mentira y fracaso se revelará al final estrepitosamente. 

    La traducción se puede descargar clicando sobre la imagen:


lunes, 15 de febrero de 2021

El triunfo perverso del doctor Knock

"Doctor Knock o el triunfo de la medicina" (1923) es una obra teatral, concretamente una comedia satírica en tres actos que acaba convertida en farsa trágica, en la que su autor Jules Romains describe una sociedad medicalizada donde los diagnósticos y las diferentes opciones terapéuticas se han adueñando poco a poco de la vida de las personas en detrimento de su salud, por lo que la obra, llevada varias veces al cine con desigual fortuna, se convierte en una profecía cumplida, al estilo de 1984, la novela de Georges Orwell, dos distopías que no tienen nada de utópicas, ya que se ven realizadas en la actualidad.

Un médico, el doctor Knock, llega a una pequeña población de la Francia profunda llamada Saint-Maurice. No sólo es médico, sino también doctor en medicina, como hará enseguida que todo el mundo le denomine con propiedad. 


Su significativa tesis doctoral versó sobre los presuntos estados de salud, en la que pretendió demostrar que la buena salud como tal no existe, atribuyéndole una cita espuria al prestigioso Claude Bernard: “Les gens bien portants sont des malades qui s' ignorent” (Las personas que gozan de buena salud son enfermos que se ignoran). Afirma que la salud no es más que una palabra que habría que desterrar del vocabulario. “Por mi parte -le dice al boticario en una ocasión- sólo conozco gente más o menos afectada de enfermedades más o menos numerosas de evolución más o menos rápida”. La estrategia del doctor Knock consiste en propagar el siguiente axioma: toda persona sana es realmente un enfermo que todavía no sabe que lo es.

El doctor, escudándose en un lucrativo espíritu filantrópico que intenta frenar el progreso de las enfermedades de toda índole que acechan al género humano, se encargará, por lo tanto, de diagnosticarle a cada vecino su mal, poco importa si verdadero o falso, y de ponerle en tratamiento enseguida, con lo que alcanzará prestigio, poder y dinero, fomentando la higiene aséptica y la profilaxis: en eso consiste el triunfo de la medicina sobre la salud. 

 

¿No nos recuerda esto a la paradoja de los “enfermos asintomáticos” de nuestros días, es decir, personas que no presentan dolencias ni síntomas de enfermedad y que, sin embargo, se definen como “enfermos” aunque sea al estilo del malade imaginaire de Molière? ¿No ha venido a decirnos nuestro doctor Knock particular que todos y cada uno somos o podemos ser enfermos si todavía no estamos malos y no hacemos algo para remediarlo como ponernos una mascarilla, evitar lugares concurridos y guardar distancia de seguridad para no chocar con los demás, e incluso guardar silencio en los transportes públicos como aconsejan algunas Comunidades Autónomas porque el virus podría transmitirse hablando(¡!), hablando, que es como, por otra parte, se entiende la gente?

El nuevo profesional, el doctor Knock, representa la antítesis del antiguo galeno, el entrañable médico rural Parpalaid, que le ha cedido su puesto, practicante de una medicina tradicional, curativa y poco lucrativa, basada en el principio hipocrático del primun non nocere (“lo primero y principal, no hacer daño”)

Knock, por su parte, practica la medicina profiláctica para lo que se gana enseguida el soporte del apoyo de las fuerzas vivas del pueblo, concretamente del maestro, del farmacéutico, que hasta la llegada del doctor no ganaba para subsistir, de la hostelera, que convertirá su hotel De la clef en el hospital del mismo nombre, y del pregonero del lugar, que hará publicidad de la consulta del doctor. 

Con su estratégico método consigue amedrentar a los vecinos que hasta entonces vivían descuidados transformándolos en hipocondríacos enfermos potenciales y clientes sumisos que demandan constantes atenciones sanitarias y farmacéuticas, y se someten voluntariamente a chequeos, análisis y a todas las restricciones que se les imponen.

La telaraña tejida por el Dr. Knock acaba atrapando a todo el mundo de forma que la población de Saint Maurice queda finalmente dividida en dos grandes grupos: los enfermos y los sanitarios que trabajan a su servicio y, que indefectiblemente, en cualquier momento, podrán enfermar también y convertirse en pacientes. 

Fotograma de la película Dr. Knock, Guy Lefranc (1951)

Así se gesta el triunfo definitivo de la medicina sobre la salud. Cuando el médico anterior le reprocha que su método subordina el interés del enfermo al del médico, el Dr. Knock se defiende argumentando que hay un interés superior a ambos, que es el interés de la Medicina, el único que dice preocuparle.

El nombre propio “Knock” del doctor tiene innegables resonancias, pues en la lengua de Shakespeare significa “golpe/golpear”, en el sentido de llamar dando golpes a la puerta, pero también “to knock out” significa “dejar sin conocimiento”, dejar K.O. El Dr. Knock, efectivamente, nos ha dejado noqueados a todos y fuera de combate. 

Pero no nos dejemos, sin embargo, engañar por los pintorescos nombres propios ajenos a nuestra geografía, lengua e historia: el doctor Knock es el Estado Terapéutico, las autoridades sanitarias de nuestros gobiernos subordinadas a la Organización Mundial de la Salud, y el pequeño cantón francés, cuyos habitantes se convierten de la noche a la mañana en pacientes/clientes, es el universo entero aquí y ahora. Todo un clásico, como todos los clásicos, de rabiosa actualidad.

La sonrisa amable en los labios de la comedia de Jules Romains, cuando cae el telón, nos deja no poco pensativos y perplejos. Quid rides? Mutato nomine de te fabula narratur, que dijo Horacio: ¿De qué te ríes? Cambiando el nombre la historia trata de ti.