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martes, 14 de marzo de 2023

Reconocimiento médico

    Yo no me hago ningún chequeo, no vaya a ser que me encuentren algo que no tenía porque no era consciente de ello y que, a raíz del reconocimiento hipocrático y los análisis pertinentes, empiece, conjurado, a manifestárseme. 
 
    No es broma, eso y no otra cosa es lo que le pasó a un compañero mío de trabajo y amigo: fue a hacerse unos análisis dentro del programa de previsión de riesgos laborales o algo así, que yo no quise hacerme -eran voluntarios-, y el médico le descubrió una contractura en la espalda. 
 
    Mi amigo no daba crédito a lo que aseguraba el galeno: entre la vértebra no sé cuantos y la siguiente. A él nunca en su vida le había dolido la espalda ni había sentido ninguna molestia en ese preciso punto de su anatomía. Cuando llegó a casa -y no es broma-, comenzó a dolerle intensamente por primera vez en su vida una contractura en la espalda, justamente allí entre una y otra vértebra, donde le había estado hurgando el médico. 
 
 
    Nos meten el miedo en el cuerpo y en los tuétanos del alma. Nos amenazan con el caos. Me dicen a mí, por ejemplo, lo que me pasaría a mi edad si no me cuidara, si yo dejara de cuidarme, si me descuidara, si no tomara las medidas profilácticas que Esculapio, que es el dios médico,  manda, haciéndome análisis periódicos y chequeos... 
 
    De esta forma están metiendo el caos en mi vida cotidiana, amenazándome con otro caos, con un caos mucho mayor y futurible. Si no te cuidas, el caos. Pero no hay más caos que el hecho de cuidarte por el miedo que te meten. O dicho de otra manera: te meten miedo con la enfermedad futura, y de ese modo es el miedo la enfermedad que te meten, haciendo que te consideres un enfermo en potencia o asintomático, y te pongas, por lo tanto, en manos de los médicos. 

    La medicina curativa, la medicina de verdad, está despareciendo en favor de la medicina preventiva o profiláctica, ese monstruo hermano de la guerra preventiva, que, en nombre de nuestra salud futura, arruina nuestro bienestar actual con chequeos, preocupaciones y análisis interminables. 

    No suelo ir al médico no vaya a ser que me diagnostique algún mal que no tengo, como dicen los viejos de mi pueblo. Sólo voy cuando tengo alguna dolencia.

    Sin embargo, mi médico de cabecera me dijo en una ocasión, hablando ya de todo un poco, la última vez que fui: “Estás en la mitad de la vida, en el medio del camino, como dijo el Dante, en una edad muy hermosa: tienes tantos años por delante como por detrás... Hay que empezar a cuidarse para tener calidad de vida en lo que nos queda.”

    Yo le escucho como el que oye llover. Si hasta ahora no he necesitado cuidarme porque ya cuidaba de mí mi Ángel de la Guarda, bendito sea, ¿por qué voy a necesitar cuidarme y chequearme a partir de ahora?

   

sábado, 25 de junio de 2022

"Nadie se suicida solo".

    Antonin Artaud en su Van Gogh, el suicidado por la sociedad responsabiliza al doctor Gachet del suicidio de Vincent: “Fue por la presión, dos días antes de su muerte, de ese espíritu maléfico que se llamaba doctor Gachet, improvisado psiquiatra, causa directa, eficaz y suficiente de esa muerte”. 
 
    El doctor Gachet era médico rural, no psiquiatra, además de pintor aficionado. En una de las cartas de Vincent a su hermano Theo le escribe: “Pienso que no se puede contar para nada con el doctor Gachet. Creo que está más enfermo que yo”. 
 
Trigal con cuervos, Van Gogh (1890)
 
     Para Artaud el doctor Gachet es un "improvisado" psiquiatra. Lo convierte así en la encarnación simbólica de la psiquiatría. No trata tanto de incriminar a un individuo como a una profesión entera, que persigue consciente o inconscientemente al alienado. 
 
    Hace el poeta maldito la siguiente consideración sobre la medicina en general y la psiquiatría en particular: «La medicina nació del mal, si no nació de la enfermedad, y si, por el contrario, provocó y creó la enfermedad de la nada para darse una razón de ser; pero la psiquiatría nació de la turba populachera de seres que han querido conservar el mal en el origen de la enfermedad y que así extirparon de su propia nada una especie de guardia suiza para socavar en su base el impulso de rebelión reivindicativa que está en el origen del genio».
 
Detalle central de Trigal con cuervos
 
Escribe Artaud a propósito del Trigal con cuervos, el último cuadro que pintó Van Gogh antes de su muerte:
"(...) todo el cuadro es rico.
Cuadro rico, suntuoso y sereno.
Digno acompañamiento para la muerte de aquel que, en vida, hizo girar tantos soles ebrios sobre tantas ruedas de molino fuera de servicio y que, desesperado, con un balazo en el vientre, no pudo dejar de inundar con sangre y vino un paisaje, empapando la tierra con la última emulsión, radiante a la vez y tenebrosa, con sabor a vino agrio y a vinagre picado." 
 
    A propósito de la muerte voluntaria, dejó escrito Antonin Artaud: 
 
    "Además, nadie se suicida solo.
    Nunca nadie estuvo solo al nacer.
    Tampoco nadie está solo al morir.
    Pero en el caso del suicidio, se precisa un ejército de seres maléficos para empujar al cuerpo al gesto contra natura de privarse de la propia vida".
 

jueves, 30 de diciembre de 2021

Médicos de los de antes

    En estos tiempos que corren de dictadura sanitaria, Schlechte Zeit für Lyrik, mala temporada para la lírica, como escribió Bertolt Brecht, conviene escuchar la voz de alguno de esos médicos sabios de antes, galenos que no son robots que hacen reparaciones a enfermos considerados maquinarias averiadas, médicos como el doctor Florencio Escardó (1904-1992), que decía entre otras cosas que no se le puede pedir al médico que cure enfermedades, porque o se curan solas y entonces no hay que curarlas -algo parecido a aquella cantilinea infantil de 'sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, ya sanarás mañana'-, o no se curan, y entonces tampoco hay que curarlas.  De las consideraciones del doctor Escardó sobre la medicina dimos cuenta en De los médicos según el doctor Escardó y en De la leche que mamamos y la OMS.

William Osler, Thomas C. Corner (1905)
 

   Otro de estos médicos de los de antes fue sin duda el canadiense William Osler (1849-1919), que nos ha dejado algunas perlas de sabiduría relacionados con el ejercicio de su profesión como esta, que conviene tener siempre presente: Uno de los primeros deberes del médico es educar a las masas para que no consuman medicina. Es un ataque en toda regla contra la industria farmacéutica, cada vez más interesada en sobrediagnosticar y medicar a todo el mundo, olvidando que a veces como reconoce la sabiduría popular es peor el remedio, en este caso el medicamento y sus efectos secundarios adversos, que la enfermedad que pretende atajar: La persona que toma medicina debe recuperarse dos veces, una de la enfermedad y otra de la medicina. Era Osler, pues, un médico partidario como los de antes, como los de toda la vida de no sobremedicar al paciente, por lo que no encajaría muy bien en nuestra sociedad hipermedicalizada y sobrediagnosticada del siglo XXI.

    Encarna William Osler una medicina que podríamos llamar humanística, o quizá mejor, sencillamente humana, centrada en el paciente y no en la enfermedad: No preguntes qué enfermedad tiene una persona, sino mejor qué persona tiene una enfermedad. Para él un buen médico es el que trata y cura una enfermedad, por supuesto, pero el gran médico es el que trata y cura al paciente que tiene una enfermedad. Y por eso insiste en que hay que escuchar al paciente, porque él es el que le da al médico el diagnóstico, y no al revés.

    La medicina era para él la ciencia de la incertidumbre y el arte de la probabilidad. Su consejo para cualquier paciente es Deja de preocuparte por tu salud. Ya se te pasará.

    También reflexionó sobre la actividad pedagógica: La felicidad perfecta para el estudiante y el maestro llegará con la abolición de los exámenes, que son piedras de tropiezo y de ofensa en el camino del verdadero estudiante. Los pedagogos hodiernos están obsesionados con que hay que inventar nuevas y modernas técnicas pedagógicas porque no se puede enseñar como se ha hecho toda la vida, mediante la lección magistral ex cathedra. Predican que hay que introducir medios audiovisuales e informáticos en la enseñanza.  Este argumento no resiste el más mínimo razonamiento crítico: Hay cosas que siempre se han hecho bien y que no necesitan ninguna puesta al día, como por ejemplo enseñar y aprender, o hacer el amor, o curar a los pacientes en el caso de la medicina que nos ocupa. Es cierto que el saber científico y técnico es imprescindible, pero no es suficiente, porque el enfermo tiene unos sentimientos, una biografía. Al saber técnico y científico hay que incorporar el arte de la medicina.

 


    Otro de estos médicos de los de antes fue el estadounidense Robert S. Mendelsohn (1926-1988), considerado uno de los primeros pediatras contrarios a la vacunación infantil. Su libro Confesiones de un médico herético (1979) no fue muy bien recibido por la comunidad médica ortodoxa por algunas de sus afirmaciones. Comienza con un significativo Non credo Y se explica: No creo en la Medicina Moderna. Soy un médico herético. Mi objetivo con este libro es persuadirle a usted de que se convierta en un hereje también. No siempre he sido un médico herético. Una vez creí en la Medicina Moderna.

    Algo que, escrito hace más de cuarenta años, está de plena actualidad a propósito de las llamadas vacunas anti covid-19, que se han aprobado apresuradamente y prescrito indiscriminadamente para toda la población sin haberse estudiado y experimentado bien y sin conocerse, por lo tanto, sus efectos adversos, que están empezando a aflorar y que seguramente seguirán saliendo a la superficie: Una de las reglas no escritas de la Medicina Moderna es la de recetar siempre un nuevo medicamento rápidamente, antes de que afloren todos sus efectos secundarios...

 

"Proceso de la FDA para la probación de nuevos medicamentos.

    Hay que conocer todos los medicamentos cuyos efectos secundarios coinciden con las indicaciones. Esto no es tan raro como se puede creer. Por ejemplo, si usted lee la lista de indicaciones del Valium y luego la lista de efectos secundarios, ¡verá que las listas son más o menos intercambiables! En las indicaciones encontrará: ansiedad, fatiga, depresión, agitación aguda, temblores, alucinosis, espasmos musculares. Y bajo los efectos secundarios: ¡ansiedad, fatiga, depresión, estados de hiperexcitación aguda, temblores, alucinaciones, aumento de la rigidez muscular! Reconozco que no sé cómo utilizar un medicamento así: ¿qué debo hacer si lo prescribo y los síntomas continúan? ¿Suspender el fármaco o duplicar la dosis?

    También nos ha dejado Mendelsohn esta reflexión sobre los inhóspitos hospitales:  Un hospital es como una guerra. Hay que intentar mantenerse al margen. Y si te metes en ella debes llevarte a todos los aliados posibles y salir lo antes posible... Porque el hospital es el Templo de la Iglesia de la Medicina Moderna y, por tanto, uno de los lugares más peligrosos de la tierra. 

    No sería justo dejar de citar aquí el nombre del doctor Máximo de la Peña, que no sé si no se habrá jubilado ya a estas alturas. Por edad le correspondería desde luego. El caso es que consultado por una mujer que había entrado en la menopausia y sufría muchos sofocos sobre qué medicamento podría tomar para aliviarlos, le dijo que ninguno era bueno, habida cuenta de los efectos secundarios indeseables que eran sin duda mucho peores que los sofocos. Y le recomendó un remedio sencillo y económico, sin contraindicaciones: -Hay un remedio que le puedo recetar, un remedio que no se vende en farmacias y que es el que usaban nuestras abuelas toda la vida cuando llegaban a este trance: el abanico.   

    Por sugerencia de un anónimo lector, incluyo esta receta del doctor Gazo, que prescribe una terapia para mejorar la salud mental de todos nosotros consistente en "dejar de ver las noticias de T.V." 

          

jueves, 10 de junio de 2021

De los médicos, según el doctor Escardó

*Lo primero que nos pregunta el médico es qué nos pasa. Si lo supiéramos no iríamos a preguntárselo a él... En el fondo todo paciente es un médico. Como lo demuestra el hecho de que el galeno le pregunta qué le pasa. A ver si el paciente lo ayuda. Como colega. 

*La medicina es una carrera muy dura. Comienza poniendo en contacto con un cadáver a un hombre destinado a preservar la vida. Para que aprenda adónde irá a parar. Luego de largos y penosos estudios hace lo que le indican los folletos de los traficantes de drogas. Que son el curso de postgrado de la mayoría de los médicos. Gran parte del saber médico consiste en negar lo que dicen los otros médicos. 

  
*Los médicos se dividen en generales y especialistas. Los primeros son especialistas en todo. Los segundos son los que saben cada vez más de cada vez menos. Se evalúan por lo que no saben. Que es todo lo demás. De modo que la especialidad es lo de menos. 

*El médico es el chamán de la era de la técnica. 

*Lo grave de los médicos son los enfermos. Que sólo van a verlo cuando se sienten mal. Ignorando que la salud es un estado patológico. Contra el cual hay que vacunarse. Fumando para tener cáncer. O trabajando para tener infartos. Tampoco saben que la felicidad es un estado agudo. Que no deja inmunidad. El resultado es que el médico está convencido de que la humanidad está compuesta por enfermos. A punto que no cree en la salud. Sino como un momento entre dos afecciones... 


*Lo terrible de los médicos es su lenguaje. “Hablan como gendarmes que supiesen griego” (Bezançon). Cuando a la infección la llaman sepsis. Al ahogo anoxia. A la calvicie falacrosis. Y a los recuerdos de la infancia complejos. Uno no se da cuenta de que es un arte antiguo. Que no se moderniza. Porque gran parte del progreso científico consiste en dar nombres nuevos a fenómenos viejos.

*Los médicos son profesionales mal empleados. Se les pide que curen enfermedades. Que es lo que no pueden hacer. Porque o se curan solas. Y entonces no hay que curarlas. O no se curan. Y entonces tampoco hay que curarlas. La misión del médico es enseñar al paciente a convivir con la enfermedad. Los médicos solo pueden ser útiles evitando que los enfermos se contagien. No de la enfermedad que padecen. Sino de la que no saben que padecen... 


 *Los médicos son un mal necesario. Porque las enfermedades son un mal necesario. 

 (De ¡Oh! Los médicos I y II, Florencio Escardó)

 

El médico de hoy no puede hacer nada sin pedir exámenes, radiografías, ecografías… Ha perdido el hábito de estar al lado de su paciente, de tocarlo, de mirarlo y escucharlo. Y eso no significa una pérdida de tiempo ni una tortura para el paciente. Al contrario.

(De la entrevista con Mónica Sabbatiello a sus ochenta y cinco años). 

lunes, 15 de febrero de 2021

El triunfo perverso del doctor Knock

"Doctor Knock o el triunfo de la medicina" (1923) es una obra teatral, concretamente una comedia satírica en tres actos que acaba convertida en farsa trágica, en la que su autor Jules Romains describe una sociedad medicalizada donde los diagnósticos y las diferentes opciones terapéuticas se han adueñando poco a poco de la vida de las personas en detrimento de su salud, por lo que la obra, llevada varias veces al cine con desigual fortuna, se convierte en una profecía cumplida, al estilo de 1984, la novela de Georges Orwell, dos distopías que no tienen nada de utópicas, ya que se ven realizadas en la actualidad.

Un médico, el doctor Knock, llega a una pequeña población de la Francia profunda llamada Saint-Maurice. No sólo es médico, sino también doctor en medicina, como hará enseguida que todo el mundo le denomine con propiedad. 


Su significativa tesis doctoral versó sobre los presuntos estados de salud, en la que pretendió demostrar que la buena salud como tal no existe, atribuyéndole una cita espuria al prestigioso Claude Bernard: “Les gens bien portants sont des malades qui s' ignorent” (Las personas que gozan de buena salud son enfermos que se ignoran). Afirma que la salud no es más que una palabra que habría que desterrar del vocabulario. “Por mi parte -le dice al boticario en una ocasión- sólo conozco gente más o menos afectada de enfermedades más o menos numerosas de evolución más o menos rápida”. La estrategia del doctor Knock consiste en propagar el siguiente axioma: toda persona sana es realmente un enfermo que todavía no sabe que lo es.

El doctor, escudándose en un lucrativo espíritu filantrópico que intenta frenar el progreso de las enfermedades de toda índole que acechan al género humano, se encargará, por lo tanto, de diagnosticarle a cada vecino su mal, poco importa si verdadero o falso, y de ponerle en tratamiento enseguida, con lo que alcanzará prestigio, poder y dinero, fomentando la higiene aséptica y la profilaxis: en eso consiste el triunfo de la medicina sobre la salud. 

 

¿No nos recuerda esto a la paradoja de los “enfermos asintomáticos” de nuestros días, es decir, personas que no presentan dolencias ni síntomas de enfermedad y que, sin embargo, se definen como “enfermos” aunque sea al estilo del malade imaginaire de Molière? ¿No ha venido a decirnos nuestro doctor Knock particular que todos y cada uno somos o podemos ser enfermos si todavía no estamos malos y no hacemos algo para remediarlo como ponernos una mascarilla, evitar lugares concurridos y guardar distancia de seguridad para no chocar con los demás, e incluso guardar silencio en los transportes públicos como aconsejan algunas Comunidades Autónomas porque el virus podría transmitirse hablando(¡!), hablando, que es como, por otra parte, se entiende la gente?

El nuevo profesional, el doctor Knock, representa la antítesis del antiguo galeno, el entrañable médico rural Parpalaid, que le ha cedido su puesto, practicante de una medicina tradicional, curativa y poco lucrativa, basada en el principio hipocrático del primun non nocere (“lo primero y principal, no hacer daño”)

Knock, por su parte, practica la medicina profiláctica para lo que se gana enseguida el soporte del apoyo de las fuerzas vivas del pueblo, concretamente del maestro, del farmacéutico, que hasta la llegada del doctor no ganaba para subsistir, de la hostelera, que convertirá su hotel De la clef en el hospital del mismo nombre, y del pregonero del lugar, que hará publicidad de la consulta del doctor. 

Con su estratégico método consigue amedrentar a los vecinos que hasta entonces vivían descuidados transformándolos en hipocondríacos enfermos potenciales y clientes sumisos que demandan constantes atenciones sanitarias y farmacéuticas, y se someten voluntariamente a chequeos, análisis y a todas las restricciones que se les imponen.

La telaraña tejida por el Dr. Knock acaba atrapando a todo el mundo de forma que la población de Saint Maurice queda finalmente dividida en dos grandes grupos: los enfermos y los sanitarios que trabajan a su servicio y, que indefectiblemente, en cualquier momento, podrán enfermar también y convertirse en pacientes. 

Fotograma de la película Dr. Knock, Guy Lefranc (1951)

Así se gesta el triunfo definitivo de la medicina sobre la salud. Cuando el médico anterior le reprocha que su método subordina el interés del enfermo al del médico, el Dr. Knock se defiende argumentando que hay un interés superior a ambos, que es el interés de la Medicina, el único que dice preocuparle.

El nombre propio “Knock” del doctor tiene innegables resonancias, pues en la lengua de Shakespeare significa “golpe/golpear”, en el sentido de llamar dando golpes a la puerta, pero también “to knock out” significa “dejar sin conocimiento”, dejar K.O. El Dr. Knock, efectivamente, nos ha dejado noqueados a todos y fuera de combate. 

Pero no nos dejemos, sin embargo, engañar por los pintorescos nombres propios ajenos a nuestra geografía, lengua e historia: el doctor Knock es el Estado Terapéutico, las autoridades sanitarias de nuestros gobiernos subordinadas a la Organización Mundial de la Salud, y el pequeño cantón francés, cuyos habitantes se convierten de la noche a la mañana en pacientes/clientes, es el universo entero aquí y ahora. Todo un clásico, como todos los clásicos, de rabiosa actualidad.

La sonrisa amable en los labios de la comedia de Jules Romains, cuando cae el telón, nos deja no poco pensativos y perplejos. Quid rides? Mutato nomine de te fabula narratur, que dijo Horacio: ¿De qué te ríes? Cambiando el nombre la historia trata de ti.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Primum non nocere: las autoridades sanitarias* contra Hipócrates.

Nota Bene: Utilizo la expresión “autoridades sanitarias” como se hace habitualmente, es decir, entendiendo el término “autoridad” con el sentido político de gobernantes o mandamases (latín potestas), incluyendo en la denominación a ministros del gobierno del país, asesores y consejeros de los gobiernos de las comunidades autónomas encargados de la gestión sanitaria, no en el sentido prístino y etimológico (latín auctoritas) de “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”

Juramento hipocrático en versión bilingüe grecolatina.
 
El primer deber del médico, según Hipócrates, el padre de la medicina, es ayudar al paciente o, en todo caso, no causarle mayor trastorno. Hipócrates escribe en el libro primero de sus Epidemias, capítulo segundo -cito literalmente- ...ἀσκεῖν περὶ τὰ νοσήματα δύο, ὠφελεῖν ἢ μὴ βλάπτειν, lo que viene a decir en nuestra lengua: ...practicar en cuanto a las enfermedades dos cosas:ayudar o bien no hacer daño.

La idea no se ha popularizado entre nosotros en griego, por aquello que se decía en la Edad media de Graecum est, non legitur -es griego, no se lee-, sino en latín, que fue la lengua de la Santa Madre Iglesia y del medieveo cristiano, lengua que se entiende un poco mejor que la de Homero, pese a que sigamos utilizando esta última  y hablamos criptogriego, según decía Adrados, en nuestros registros cultos sin ser muy conscientes de ello la mayoría de las veces.

Así, por ejemplo, Escribonio Largo, médico de la corte del emperador Claudio, tradujo en el siglo I el juramento hipocrático al latín y dio la siguiente definición de la medicina: scientia enim sanandi, non nocendi est medicina: La medicina es la ciencia de la curación, no del daño.

La frase hipocrática latina, sin embargo, no se  ha popularizado entre nosotros como cabría esperar  primum est prodesse, proximum non nocere: lo primero es ser útil, lo siguiente no hacer daño, sino invertida como primum est non nocere, proximum prodesse: lo primero es no hacer daño, lo siguiente ser útil, cuya autoría puede atribuírsele a Lactancio, el Cicerón cristiano. 

La versión latina que han adoptado como lema médicos y farmacéuticos coloca en primer lugar como lo principal la parte negativa (non nocere, no perjudicar) antes de la positiva (prodesse, ser de provecho). La verdad es que no cambia mucho, prácticamente nada, el sentido general del dicho, sólo el orden de prelación.

 

Busto de Hipócrates de Cos, Museo Pushkin de Moscú.
 

Lo cierto es que Lactancio, imbuido de moral judeo-cristiana, hablaba no de medicina, sino de la justicia divina y de que no debemos hacerle a nadie lo que no queremos que nos hagan a nosotros. Escribía la susodicha frase, en efecto, primum est non nocere, proximum prodesse, en la Epítome de las Instituciones Divinas, al final del capítulo LX, y añadía a modo de ejemplo: et sicut in rudibus agris priusquam serere incipias, euolsis sentibus, et omnium stirpium radicibus amputatis, arua purganda sunt, sic de nostris animis prius uitia detrahenda, et tunc demum uirtutes inserendae, de quibus seminatae per uerbum Dei fruges inmortalitatis oriantur.  Y así como en los terrenos agrestes antes de empezar a sembrar, una vez arrancados los abrojos y cortadas las raíces de todas las malas hierbas, hay que limpiar los campos, así de nuestros espíritus antes hay que alejar los vicios, y luego finalmente cultivar las virtudes de las que nazcan los frutos de la inmortalidad sembrados por la palabra de Dios.

El caso es que la frase de Hipócrates se ha vulgarizado en su versión latina invirtiendo el orden que proponía el médico de Cos: para él lo primero era sanar y curar las dolencias y la enfermedad que trataba, y en caso de no lograrlo, no perjudicar al enfermo con una mala praxis, lo que vale para el médico y para el medicamento, que deberían ante todo curar y, si no podían hacerlo, no producir efectos secundarios adversos ya que a veces acciones médicas bien intencionadas acaban produciendo resultados catastróficos.

La medicina hipocrática, consciente del daño que se provocaba muchas veces al intervenir sobre los procesos morbosos, era partidaria en general de dejar actuar a la naturaleza, un poco al modo de aquella cantilena infantil nuestra que decía: “sana, sana, culito de rana; si no sanas hoy, ya sanarás mañana”. 


La medicina posterior y moderna, sin embargo, ha incurrido muchas veces en la yatrogenia, es decir, en provocar males debidos a la intervención médica. Este fenómeno se ve, en las circunstancias actuales, agravado además por la hegemonía de las autoridades sanitarias y los colegios profesionales a su servicio, que, desoyendo la advertencia hipocrática, causan más perjuicios que beneficios con sus nocivos efectos secundarios y los daños colaterales de sus recomendaciones y ordenanzas: confinamientos indiscriminados y cuarentenas de la población sana considerada enferma y contagiosa en potencia sin  ninguna evidencia científica que lo avale, cierre de escuelas y universidades a cal y canto, uso generalizado de mascarillas en espacios interiores y exteriores, imposición de la distancia física interpersonal, toque de queda, recomendación generalizada de la vacunación a toda la población, prohibición de reuniones sociales de más de seis personas, lo que nos recuerda a algunos algo entrados en años el "¡disuélvanse!" de los grises durante la oprobiosa dictadura... y un larguísimo etcétera que nos lleva a toda la gente por la Calle de la Amargura sin número.

Una cruda campaña publicitaria, tóxica como ella sola, además, de la Comunidad de Madrid que culpabiliza a los jóvenes -juventud, divino tesoro, que cantó Rubén- de no impedir la transmisión del virus y de enviar a la yaya "de Madrid al Cielo", nos ilustra, a modo de ejemplo,  sobre el caso formulando las siguientes ecuaciones "matemáticas": Saltarse la cuarentena=Intubar a tu mejor amigo, y Reunión familiar sin protección=Enterrar a tu abuela. En el segundo caso, se especifican los siguientes consejos indecentes e inmorales a fuer de sanitarios e higiénicos: “Reduce la actividad social y familiar a lo estrictamente necesario, guarda distancia física y usa mascarilla. Ventila la vivienda con frecuencia”. Cabría preguntarle a la susodicha Comunidad qué entiende ella por lo "estrictamente necesario", no vaya a ser que nos esté sugiriendo que nos volvamos todos anacoretas y que renunciemos a toda forma de sociedad y de relación humana desde nuestra anacoresis en una burbuja de cristal individual o cámara de aislamiento sensorial. Bajo el estúpido lema #No-te-saltes-la-vida están suministrándonos la muerte.

lunes, 9 de noviembre de 2020

La medicina perjudica la salud

Nuper erat medicus, nunc est uispillo Diaulus: 
Quod uispillo facit, fecerat et medicus.

Médico era hasta ayer, hoy es sepulturero Diaulo. 
Hace como enterrador él lo que hacía el doctor. 
 (Marcial, I, 47)

En este epigrama Marcial acusa a un tal Diaulo, que había sido médico antes que enterrador, de seguir haciendo lo mismo que hacía antes: embarcar a sus pacientes con Caronte rumbo al Más Allá. El epigrama es un dístico elegíaco compuesto por un hexámetro y un pentámetro dactílicos: el hexámetro presenta una premisa, mientras que el pentámetro sirve de conclusión con un desenlace inesperado que provoca la sonrisa por la crítica satírica que conlleva, con un mecanismo muy semejante al del chiste: concisión y sorpresa final. 
 
Un refrán castellano relaciona ambas profesiones con la misma gracia que el epigrama de Marcial: Del médico y del enterrador, cuanto más lejos mejor. Y no son pocos los proverbios que insisten en la conveniencia de mantenerse alejado de los galenos, que así se llama a los médicos en recuerdo de Galeno de Pérgamo, el médico personal del emperador Marco Aurelio: Abogado, juez y doctor, cuanto más lejos mejor da a entender que hay que evitar a los leguleyos o profesionales de la abogacía y de la justica, esa asociación de malhechores, así como a los de la medicina, calificados popularmente como matasanos, porque certifican nuestra muerte haciendo efectiva nuestra defunción y por los honorarios que cobran, ya que no es raro que en su propio beneficio prolonguen la necesidad de sus servicios innecesarios. Otro refrán castellano añade la figura no menos popular de la “suegra” a los males que hay que evitar: Suegra, abogado y doctor, cuanto más lejos mejor. 

En otro epigrama de nuestro Marcial (VI, 53) se nos habla de un tal Andrágoras que después de haberse bañado, cenado contento y acostado, fue encontrado súbitamente muerto de repente al amanecer del día siguiente sin causa exterior aparente. ¿Cual fue la razón de tan súbita muerte? ¡Había visto en sueños que se le aparecía el médico Hermócrates! La sola visión del galeno le provocó la muerte instantánea y fulminante. 

Los médicos emplean una jerga especializada y grecolatina que ningún profano puede entender para hablar de las cosas más sencillas e impresionar así al enfermo ocultándole la realidad, el cual se deja engañar por estos matasanos en connivencia con los boticarios y la poderosa industria farmacéutica que vive gracias a ellos a costa de nuestra preocupación por la salud. No es raro que mucha gente tenga más miedo a los médicos y a los hospitales que a la enfermedad.
 
Puede afirmarse sin empacho ninguno algo que puede parecer poco serio a primera vista, es más, parecerá un chiste como estos epigramas de Marcial, pero que tiene la virtud, por lo paradójico de su formulación, de hacernos reflexionar un poco, y de conectar al mismo tiempo con el escepticismo popular, que pone todas las certezas en duda: La medicina es perjudicial para la salud, se ha convertido en la enfermedad mortal de nuestra vida. La obsesión rayana en la histeria por la salud destruye nuestra vitalidad, es autolesiva y mortal de necesidad.

 Extracción de la piedra de la locura, Jerónimo Bosco (1475-1480)

Aldous Huxley, el autor de la espléndida novela A brave new world, que se ha traducido entre nosotros como Un mundo feliz, era por cierto médico, y dejó dicho entre otras cosas: “Ahora la medicina ha progresado tanto... que ya todos somos enfermos”. Todos, en efecto, somos pacientes dentro del estado terapéutico y profiláctico en el que vivimos, que mira por nosotros y vela por nuestra salud hasta convertirnos en enfermos crónicos de por vida.

El campo de la salud-enfermedad constituye un terreno privilegiado para el ejercicio autoritario y despótico del poder, desde antes del nacimiento, pasando por una interminable sucesión de momentos claves de nuestra vida, hasta el trance de la muerte: subordinan nuestra existencia a lo que las "autoridades sanitarias" entienden por salud, es decir, a la profilaxis. Nacemos y morimos en un hospital. Y la vida se ensombrece por el constante miedo a la muerte. Y la salud, por el fantasma de la enfermedad y la obsesión por cuidarse uno, cuando lo más saludable sería descuidarse, despreocuparse.

La búsqueda de la salud se ha convertido en el factor patógeno predominante, una obsesión similar a la búsqueda de la salvación del alma en la Edad Media. De hecho la palabra latina salutem, que es el origen de nuestra salud, significa “salvación” antes que “salud”, como en el hexámetro aquel virgiliano: ūna salus uictīs, nullam spērāre salūtem: La salvación del vencido es no esperar salvaciones.
Medicus es en latín el que practica el ars medendi (del verbo mederi, cuidar, tratar, poner remedio, de donde proceden las palabras relacionadas: medicus, remedium -pero a veces es peor el remedio y sus efectos secundarios o daños colaterales que la enfermedad, como advierte otro refrán popular-, medicina, medicamentum, medicare, meditari -la palabra meditación también viene de ahí), y al médico se le dice en latín, ya desde la traducción de la Vulgata del evangelio de Lucas, Medice, cūrā tē ipsum: Médico, cúrate tú a ti mismo (y déjanos en paz a los demás).
 
Preocuparse por la salud no es saludable, no nos deja vivir,  pone en peligro nuestro bienestar físico y psíquico. Ya a finales del siglo pasado, cobró auge la medicina profiláctica, la que ahora padecemos en el siglo XXI,  que se dedica más a prevenir enfermedades que a curar las que uno tiene. La medicina curativa, la medicina de verdad, está despareciendo en favor de la medicina preventiva o profiláctica, ese monstruo hermano de la guerra preventiva que en nombre de la paz futura e hipotética arruina la presente, que era la única que había. Asimismo la profilaxis, en nombre de nuestra salud futura, arruina nuestro bienestar presente con chequeos, preocupaciones y análisis interminables. 
 
Contra la medicina que cura o que alivia el dolor si no puede curarlo no hay nada que objetar, todo lo contrario. Lo malo es que la medicina se dedica cada vez más a "prevenir" enfermedades que a curar las que hay, y es entonces cuando no nos deja vivir con análisis, chequeos y monsergas, haciéndonos responsables de "nuestro" estado de salud y "nuestro" cuerpo. Hay demasiada obsesión, que está muy bien vista y es políticamente correcta, por la prevención. No hay más que ver que no se publica revista, sobre todo de las dirigidas especialmente al público femenino, que no incluya su apartado dedicado a la alimentación sana, a la prevención de tal o cual enfermedad, dietas de adelgazamiento etc. Tampoco falta cadena de televisión o de radio que no tenga su programación con expertos hablando de salud. También tenemos el coñazo del médico que nos recomienda, por ejemplo:  beber mucha agua, tomar la tensión con regularidad, hacer ejercicio… moderado, no vaya a ser que nos dé un infarto. 
 
La propia Organización Mundial de la Salud señala que tratar a los pacientes "ya no es suficiente" y aboga por empezar a prevenir enfermedades, por aquella memez de "más vale prevenir que lamentar (o curar)". Por todo lo cual, si rezáramos al deus medicus Esculapio, o Asclepio como le llamaban los griegos, además de pedirle que nos libre de la OMS,  le rogaríamos como hacía el llorado Ivan Illich: «No nos dejes caer en el diagnóstico y líbranos de los males de la salud».