Nuper erat medicus, nunc est uispillo Diaulus:
Quod uispillo facit, fecerat et medicus.
Médico era hasta ayer, hoy es sepulturero Diaulo.
Hace como enterrador él lo que hacía el doctor.
(Marcial, I,
47)
En este epigrama Marcial
acusa a un tal Diaulo, que había sido médico antes que enterrador,
de seguir haciendo lo mismo que hacía antes: embarcar a sus pacientes con Caronte rumbo al Más Allá. El epigrama es un dístico elegíaco compuesto por un
hexámetro y un pentámetro dactílicos: el hexámetro presenta una
premisa, mientras que el pentámetro sirve de conclusión con un
desenlace inesperado que provoca la sonrisa por la crítica satírica
que conlleva, con un mecanismo muy semejante al del chiste: concisión
y sorpresa final.
Un refrán castellano
relaciona ambas profesiones con la misma gracia que el epigrama de Marcial: Del médico y del
enterrador, cuanto más lejos mejor. Y no son pocos los
proverbios que insisten en la conveniencia de mantenerse alejado de
los galenos, que así se llama a los médicos en recuerdo de Galeno de Pérgamo, el médico personal del emperador Marco Aurelio:
Abogado, juez y doctor, cuanto más lejos mejor da a entender
que hay que evitar a los leguleyos o profesionales de la abogacía y
de la justica, esa asociación de malhechores, así como a los de la
medicina, calificados popularmente como matasanos, porque certifican nuestra muerte haciendo efectiva nuestra defunción y por los
honorarios que cobran, ya que no es raro que en su propio beneficio
prolonguen la necesidad de sus servicios innecesarios. Otro refrán
castellano añade la figura no menos popular de la “suegra” a los males que hay
que evitar: Suegra, abogado y doctor, cuanto más lejos mejor.
En otro epigrama de
nuestro Marcial (VI, 53) se nos habla de un tal Andrágoras que
después de haberse bañado, cenado contento y acostado, fue
encontrado súbitamente muerto de repente al amanecer del día siguiente sin causa
exterior aparente. ¿Cual fue la razón de tan súbita muerte? ¡Había
visto en sueños que se le aparecía el médico Hermócrates! La
sola visión del galeno le provocó la muerte instantánea y fulminante.
Los médicos emplean una jerga
especializada y grecolatina que ningún profano puede entender para
hablar de las cosas más sencillas e impresionar así al enfermo
ocultándole la realidad, el cual se deja engañar por estos
matasanos en connivencia con los boticarios y la poderosa industria
farmacéutica que vive gracias a ellos a costa de nuestra
preocupación por la salud. No es raro que mucha gente tenga más miedo a los médicos y a los hospitales que a la enfermedad.
Puede afirmarse sin empacho ninguno algo que puede parecer poco serio a
primera vista, es más,
parecerá un chiste como estos epigramas de Marcial, pero que tiene
la virtud, por lo paradójico de su formulación, de hacernos reflexionar
un
poco, y de conectar al mismo tiempo con el escepticismo popular, que
pone todas las certezas en duda: La
medicina es perjudicial para la salud, se ha convertido en la
enfermedad mortal de nuestra vida. La obsesión rayana en la histeria por
la salud destruye nuestra vitalidad, es autolesiva y mortal de
necesidad.
Extracción de la piedra de la locura, Jerónimo Bosco (1475-1480)
Aldous Huxley, el autor
de la espléndida novela A brave new world, que se ha
traducido entre nosotros como Un mundo feliz, era por cierto
médico, y dejó dicho entre otras cosas: “Ahora la medicina ha
progresado tanto... que ya todos somos enfermos”. Todos, en efecto,
somos pacientes dentro del estado terapéutico y profiláctico en el
que vivimos, que mira por nosotros y vela por nuestra salud hasta
convertirnos en enfermos crónicos de por vida.
El
campo de la salud-enfermedad constituye un terreno privilegiado para
el ejercicio autoritario y despótico del poder, desde antes del
nacimiento, pasando por una interminable sucesión de momentos claves
de nuestra vida, hasta el trance de la muerte: subordinan nuestra
existencia a lo que las "autoridades sanitarias" entienden por salud, es decir, a la
profilaxis. Nacemos y morimos en un hospital. Y la vida se ensombrece
por el constante miedo a la muerte. Y la salud, por el fantasma de la
enfermedad y la obsesión por cuidarse uno, cuando lo más saludable sería descuidarse, despreocuparse.
La búsqueda de la salud
se ha convertido en el factor patógeno predominante, una obsesión
similar a la búsqueda de la salvación del alma en la Edad Media. De
hecho la palabra latina salutem, que es el origen de nuestra salud, significa “salvación”
antes que “salud”, como en el hexámetro aquel virgiliano: ūna
salus uictīs,
nullam spērāre
salūtem:
La salvación del vencido es no esperar salvaciones.
Medicus es en
latín el que practica el ars medendi (del verbo mederi,
cuidar, tratar, poner remedio, de donde proceden las palabras
relacionadas: medicus, remedium -pero a veces es peor el remedio y sus efectos secundarios o daños colaterales que la enfermedad, como advierte otro refrán popular-, medicina, medicamentum,
medicare, meditari -la palabra meditación también viene de ahí), y al
médico se le dice en latín, ya desde la traducción de la Vulgata
del evangelio de Lucas, Medice, cūrā tē ipsum: Médico,
cúrate tú a ti mismo (y déjanos en paz a los demás).
Preocuparse
por la salud no es saludable, no nos deja vivir, pone en
peligro nuestro bienestar físico y psíquico. Ya a finales del siglo pasado, cobró
auge la medicina profiláctica, la que ahora padecemos en el siglo XXI, que se dedica más a prevenir
enfermedades que a curar las que uno tiene. La
medicina curativa, la medicina de verdad, está despareciendo en
favor de la medicina preventiva o profiláctica, ese monstruo hermano
de la guerra preventiva que en nombre de la paz futura e hipotética arruina la
presente, que era la única que había. Asimismo la profilaxis, en nombre de nuestra salud futura, arruina nuestro
bienestar presente con chequeos, preocupaciones y análisis
interminables.
Contra la medicina que cura o que alivia el dolor si no puede
curarlo no hay nada que objetar, todo lo contrario. Lo malo es
que la medicina se dedica cada vez más a "prevenir"
enfermedades que a curar las que hay, y es entonces cuando no nos
deja vivir con análisis, chequeos y monsergas, haciéndonos
responsables de "nuestro" estado de salud y "nuestro"
cuerpo. Hay demasiada obsesión, que está muy bien vista y es políticamente correcta, por la prevención. No hay más que ver que no
se publica revista, sobre todo de las dirigidas especialmente
al público femenino, que no incluya su apartado dedicado a la
alimentación sana, a la prevención de tal o cual enfermedad,
dietas de adelgazamiento etc. Tampoco falta cadena de
televisión o de radio que no tenga su programación con expertos hablando de
salud. También tenemos el coñazo del médico que nos recomienda, por ejemplo: beber mucha agua, tomar la tensión con regularidad, hacer
ejercicio… moderado, no vaya a ser que nos dé un infarto.
La propia Organización Mundial de la Salud señala que tratar a los pacientes "ya no es suficiente" y aboga por empezar a prevenir enfermedades, por aquella memez de "más vale prevenir que lamentar (o curar)". Por todo lo cual, si rezáramos al deus
medicus Esculapio, o Asclepio
como le llamaban los griegos, además de pedirle que nos libre de la OMS, le rogaríamos como hacía
el llorado Ivan Illich: «No nos dejes caer en el diagnóstico y líbranos de
los males de la salud».