martes, 18 de abril de 2023
Consultorio íntimo (2)
domingo, 26 de febrero de 2023
El papel de la prensa (y 3)
¿Cómo es posible que estas muertes reales no preocupen, pero las anteriores, que eran hipotéticas y sobre todo futuras, le quitaran el aliento a todo el mundo? Todo depende del papel jugado por la prensa, y con este término me refiero, en sentido amplio, a los medios de (in)formación de masas de ciudadanos, tanto escritos como audiovisuales, analógicos y digitales.
"Aquello de
lo que no se habla no existe". Este dicho lo tienen muy en
cuenta los medios de (in)formación de masas: cuando quieren distraernos de algo nos
hablan de otra cosa, conjuran una serpiente de verano, se inventan una pandemia, por ejemplo, le dan carta blanca de naturaleza, y de esa manera hacen
que desaparezca otra cosa, silenciándola, ocultándola, porque aquello de lo que no se habla no existe, aunque no deja de haberlo. Como las meigas que son las brujas en Galicia: no existirán, pero haberlas haylas.

Ella, que fue considerada el cuarto poder (del Estado), puede hacer que exista algo que no existía o que adquiera relevancia algo que no la tenía hablando constantemente de ello y dándole así cobertura mediática, como dicen ahora, y puede, asimismo, hacer que no exista algo que hay, y mucho, no hablando de ello, o quitándole importancia en el improbable caso de abordarlo.
La prensa tiene el poder de configurar lo que se llama la opinión pública, que no es la opinión que la gente tenga, porque la gente como tal no tiene opinión, que es algo privado e individual, sino la que se le impone a fin de que la tenga.
Sin duda es un dato preocupante, y no quiero minimizar su importancia, pero cuantitativamente hay otro fenómeno al que la prensa no suele prestar atención, que es mucho más llamativo numéricamente: cada día, es decir, cada veinticuatro horas se producen en este país más de diez suicidios, y no nos saltan las alarmas: no es noticia.
sábado, 25 de junio de 2022
"Nadie se suicida solo".
martes, 22 de marzo de 2022
Suicidio colectivo
Soprende, leyendo el poema épico e histórico La Farsalia de Lucano, también conocido como prefieren otros por La Guerra Civil, la arenga que el autor pone en boca del tribuno militar Vulteyo, partidario de César en la larga contienda sostenida entre este y Pompeyo (IV, 465-581), dirigida a sus soldados que se encuentran sin escapatoria en la costa de Iliria, rodeados por sus enemigos (que son sus conciudadanos o compatriotas). Tras una breve lucha y siendo ya inminente sin ninguna posibilidad de victoria la derrota de los suyos, Vulteyo no exhorta a sus hombres a conseguir la gloria de morir heroicamente luchando hasta el final y dejándose la vida en el empeño, sino a quitarse ellos mismos personalmente la vida mediante un suicidio colectivo antes de permitir que se la arrebate el enemigo, evitando así la esclavitud y la deshonra de rendirse.
En ese contexto hay que interpretar el verso tantas veces mal entendido con que les anima a quitarse la vida: (Bellum Ciuile, IV 579) ignorantque datos ne quisquam seruiat enses que sir Edward Ridley tradujo al inglés como: ...The sword / was given for this: that none need live a slave, lo que viene a decir que los hombres ignoran que el propósito de la espada es salvar al hombre de esclavitud. Fue grabado, según leo, en los sables de la guadia nacional de París durante la Revolución Francesa, con el sentido de que las armas servían para utilizarlas contra el opresor, dando muerte a los tiranos.
Pero en el discurso de Vulteyo, el verso no está exhortando a sus soldados a usarlas desesperadamente contra el enemigo que los tiene acorralados para lograr una muerte heroica, sino a usarlas contra sí mismos, dándose muerte voluntariamente, una muerte que les librará de caer en la esclavitud. Es una defensa del suicidio. La espada sirve para elegir la muerte antes que la esclavitud, como si fuera uno mismo quien le impide a uno mismo ser libre y tuviera que matarlo, es decir, matar a su enemigo: matar al otro, a su alter ego, matarse a sí mismo.
Escuadrón de suicidio del Frente del Pueblo Judaico (La vida de Brian, 1977)
Hay en el discurso de Vulteyo, que es una defensa en toda regla de la muerte voluntaria, unos versos muy sugerentes pero que no dicen verdad alguna (IV, 517-520): ...agnoscere solis / permissum est, quos iam tangit uicinia fati, / uicturosque dei celant, ut uiuere durent, / felix esse mori: ...Solo saberlo / es dado a quienes ya roza su sino de cerca, y a quienes / van a vivir se lo ocultan los dioses, a fin de que vivan:/ que es una dicha morir.
Pueden relacionarse con el mítico canto del cisne: los cisnes, consagrados como estaban al dios Apolo que les había concedido el don de la adivinación, cuando barruntan que van a morir, vislumbran que la muerte es un bien y mueren plácidamente entonando su cántico más hermoso con el que se despiden de la vida.
El discurso de Vulteyo culminan con el argumento de la felicidad de morir: el felix esse mori: es una dicha morir, el secreto que los dioses sólo revelan a los moribundos que están cerca ya del final de los días que les ha dispuesto la Parca, y que no manifiestan antes porque si lo hicieran nadie querría seguir viviendo y todos adelantarían su hora, la hora como dice a veces la gente con solemnidad, de la verdad.
La locura del suicidio colectivo
instigado por Vulteyo refleja la imagen de una Roma víctima de sí
misma. Pero no se trata
exactamente de un
suicidio dado que los soldados de Vulteyo no se matan a sí mismos
sino entre sí, de modo que prolongan con la vesania de sus actos la agonía de la
guerra civil -todas las guerras son civiles, entre ciudadanos del
mundo-, y la agonía de la guerra sin más, de cualquier guerra, ya que no dejan de ser todas ellas contiendas fratricidas.
domingo, 6 de junio de 2021
Del suicidio
El ejemplo clásico digno de muerte voluntaria sería Sócrates que, condenado a morir mediante ingesta de cicuta, tal como la presenta Platón en el Fedón, fue visto como un suicidio por algunos de sus seguidores, ya que pudiendo huir de la prisión no quiso hacerlo. Este modelo socrático de aceptación voluntaria de la muerte fue el que siguieron en Roma estoicamente Marco Porcio Catón, que no quiso el perdón de César, y Lucio Anneo Séneca, al que Nerón le ordenó que se diera muerte, y se abrió las venas en el baño.
domingo, 28 de febrero de 2021
El Árbol del Ahorcado
Se alza a la vera del camino el gran nogal
del que un suicida, soga al cuello, se colgó
condenándose a sí mismo a la pena capital:
lo llaman “el árbol del ahorcado”.

Crece aún
y da su fruto: nueces que se perderán
sin recogerlas nadie y hojas que ajará
el otoño y las arrastrará el viento del sur
a derribarlo a hachazo limpio y despejar
su negra sombra a fin de desterrar así
su patibulario maleficio, invitación
al cadalso y barca de Caronte, y a seguir
la senda sin retorno del que por temor
de la Parca el hilo de su vida cercenó.
domingo, 6 de septiembre de 2020
Muertos que no son noticia
Hay muertos de los que no hablan los medios de manipulación y creación de la opinión pública. Muertos de segunda y tercera clase, que no generan titulares. El sábado 22 hubo en Cantabria 5 suicidios. La información es de buena fuente. No procede del periódico local de campanario, que tiende un tupido y pudoroso velo de silencio sobre la realidad, sino de alguien que trabaja en el servicio de urgencias del hospital de la capital de este reino hispánico de taifas. Hay muertes que son noticia y otras que no. Si a los cinco suicidas les hubieran diagnosticado el virus coronado, estoy seguro de ello, estarían en las primeras páginas de los titulares autonómicos y nacionales de periódicos y televisiones.
Uno de esos suicidios se ha producido en un pueblo del pequeño municipio en el que vivo, donde desde que se declaró el Estado de Alarma hasta la fecha no ha muerto nadie del virus de la maldita corona. Pero eso no es noticia. El vecino, que tenía 70 años, sin patologías previas, se ahorcó en el salón de su casa. Se trataba de un hombre, según los que lo conocían, que era “la alegría de la huerta”. Nadie se lo explica, ni su mujer, que se queda viuda, ni su hijo, que fue quien lo encontró.
Sin embargo, algo me dice que es una víctima no sé si colateral o directa de todo esto que nos rodea, de esta paranoica histeria colectiva, privados como estamos cuando salimos a la calle de la sonrisa de los demás, especialmente de los niños.
El pintor francés Édouard Manet, precursor del impresionismo, en su óleo "El suicida" pone fin a la larga tradición académica que hacía del suicidio un tema tabú que sólo se trataba desde un punto de vista histórico dentro de una narrativa asociada a ideas de sacrificio o heroicidad de personajes famosos, como la romana Lucrecia, que no pudo vivir con la infamia de la violación que sufrió, o la muerte autoinfligida de Catón de Útica, que prefirió quitarse la vida antes que rendirse a Julio César, o el suicidio inducido de Séneca, o incluso la aceptación voluntaria de la condena a muerte de Sócrates...
Manet nos presenta en ese cuadro a un suicida anónimo con gráfica brutalidad. Aquí no hay heroísmo, ni romanticismo, solo un hombre abatido cualquiera que se quitó de en medio porque se sintió derrotado, lo que produce en nosotros, espectadores, tristeza, espanto, angustia, horror, desolación.
Por las manchas de sangre de la blanca camisa se deduce que se ha descerrajado un tiro en el pecho, no lejos del corazón. La colcha ensangrentada, que ocupa casi un tercio del cuadro, revela la contundencia del disparo. La cama sostiene al hombre todavía, pero pronto, parece, caerá al suelo.
Pero la contemplación del cuadro de Manet hace que nos preguntemos: ¿Por qué?, ¿qué sombría y
poderosa desesperación empuja a alguien a esa resolución
definitiva?