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martes, 22 de marzo de 2022

Suicidio colectivo

    Soprende, leyendo el poema épico e histórico La Farsalia de Lucano, también conocido como prefieren otros por La Guerra Civil, la arenga que el autor pone en boca del tribuno militar Vulteyo, partidario de César en la larga contienda sostenida entre este y Pompeyo (IV, 465-581), dirigida a sus soldados que se encuentran  sin escapatoria en la costa de Iliria, rodeados por sus enemigos (que son sus conciudadanos o compatriotas). Tras una breve lucha y siendo ya inminente sin ninguna posibilidad de victoria la derrota de los suyos, Vulteyo no exhorta a sus hombres  a conseguir la gloria de morir heroicamente luchando hasta el final y dejándose la vida en el empeño, sino a quitarse ellos mismos personalmente la vida mediante un suicidio colectivo antes de permitir que se la arrebate el enemigo, evitando así la esclavitud y la deshonra de rendirse. 

'ignorantne datos ne quisquam seruiat enses?'
 

    En ese contexto hay que interpretar el verso tantas veces mal entendido con que les anima a quitarse la vida: (Bellum Ciuile, IV 579) ignorantque datos ne quisquam seruiat enses que sir Edward Ridley tradujo al inglés como: ...The sword / was given for this: that none need live a slave, lo que viene a decir que los hombres ignoran que el propósito de la espada es salvar al hombre de esclavitud. Fue grabado, según leo, en los sables de la guadia nacional de París durante la Revolución Francesa, con el sentido de que las armas servían para utilizarlas contra el opresor, dando muerte a los tiranos.

    Pero en el discurso de Vulteyo, el verso no está exhortando a sus soldados a usarlas desesperadamente contra el enemigo que los tiene acorralados para lograr una muerte heroica, sino a usarlas contra sí mismos, dándose muerte voluntariamente, una muerte que les librará de caer en la esclavitud. Es una defensa del suicidio. La espada sirve para elegir la muerte antes que la esclavitud, como si fuera uno mismo quien le impide a uno mismo ser libre y tuviera que matarlo, es decir, matar a su enemigo: matar al otro, a su alter ego, matarse a sí mismo.

 

  Escuadrón de suicidio del Frente del Pueblo Judaico (La vida de Brian, 1977)

  Hay en el discurso de Vulteyo, que es una defensa en toda regla de la muerte voluntaria, unos versos muy sugerentes pero que no dicen verdad alguna (IV, 517-520): ...agnoscere solis / permissum est, quos iam tangit uicinia fati, / uicturosque dei celant, ut uiuere durent, / felix esse mori: ...Solo saberlo / es dado a quienes ya roza su sino de cerca, y a quienes / van a vivir se lo ocultan los dioses, a fin de que vivan:/ que es una dicha morir. 

    Pueden relacionarse con el mítico canto del cisne: los cisnes, consagrados como estaban al dios Apolo que les había concedido el don de la adivinación, cuando barruntan que van a morir, vislumbran que la muerte es un bien y mueren plácidamente entonando su cántico más hermoso con el que se despiden de la vida.

 

    El discurso de Vulteyo culminan con el argumento de la felicidad de morir: el felix esse mori: es una dicha morir, el secreto que los dioses sólo revelan a los moribundos que están cerca ya del final de los días que les ha dispuesto la Parca, y que no manifiestan antes porque si lo hicieran nadie querría seguir viviendo y todos adelantarían su hora, la hora como dice a veces la gente con solemnidad, de la verdad.

    La locura del suicidio colectivo instigado por Vulteyo refleja la imagen de una Roma víctima de sí misma.  Pero no se trata exactamente de un suicidio dado que los soldados de Vulteyo no se matan a sí mismos sino entre sí, de modo que prolongan con la vesania de sus actos la agonía de la guerra civil -todas las guerras son civiles, entre ciudadanos del mundo-, y la agonía de la guerra sin más,  de cualquier guerra, ya que no dejan de ser todas ellas  contiendas fratricidas.   


martes, 23 de noviembre de 2021

Cruzando el Rubicón (La suerte está echada)

    Dicen que Gayo Julio César, cuando cruzó el Rubicón, pronunció la frase: iacta alea est o lo que es lo mismo alea iacta est: 'la suerte está echada', o más exactamente: 'el dado, que es metáfora de la suerte, ha sido lanzado al aire', dando a entender con esa frase que había tomado una decisión que no tenía vuelta atrás, irrevocable declaración de guerra como era ya que el Rubicón, río del norte de Italia que desemboca en el Adriático, señalaba el límite que un general romano no debía cruzar con su ejército en armas en dirección a Roma, y César volvía de las Galias sin haber licenciado sus tropas... 


     Lucano en su poema épico histórico Farsalia, no nos transmite esa frase, sino otra muy significativa: utendum est iudice bello: 'se tome por juez a la guerra'. El pasaje que la contiene dice así (Farsalia, I vv. 223-227: César, habiendo cruzado el río, la opuesta ribera / cuando tocó y puso el pie en vedadas itálicas tierras, / dijo: 'Paz dejo y leyes violadas aquí que se quedan; / voy, Fortuna, tras ti. Lejos ya los pactos que sean. / Mucho fiamos en ellos; se tome por juez a la guerra.'

    César, que es la cumplida representación de la forma del Estado moderno, necesita declarar la guerra, porque la guerra es el juez que dictaminará con su veredicto de victoria y derrota quién debe ostentar el poder. A César le perjudicaba como él mismo reconoce la falta de enemigos. Cuando ya no le quedan fuera de Roma, después de haber sometido las Galias, debe buscarlos dentro de ella, porque César, el Estado, necesita enemigos externos o internos, bien extranjeros, otros Estados, o bien sus propios ciudadanos, para lo que es preciso dividirlos (diuide et impera, divide y vence): y así discriminarlos:  varones/mujeres, ciudadanos/no-ciudadanos, libres/esclavos, patricios/plebeyos, ricos/pobres...


     Como bien saben todos los césares que han venido después de aquél, para ejercer el poder, hace falta sembrar el miedo a un enemigo externo o interno. Si no lo hay, se inventa. El miedo es fundamental para el sostenimiento del Estado. Nos lo recordaba el personaje de aquella memorable película de Ridley Scott titulada Blade Runner: '-Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? En eso consiste ser esclavo'.  Y al mismo tiempo que el miedo hay que sembrar la mentira, que es la falacia del Bien Común, que consiste en la identificación del Estado, el más frío de todos los monstruos fríos según Nietzsche, y el pueblo, haciendo creer al pueblo que el bienestar del pueblo es el bienestar del Estado y  el Estado del Bienestar, como se ha llamado modernamente. Dividiendo a los súbditos entre judíos y no judíos, nacionales y extranjeros, judeocristianos y mulsulmanes, vacunados y no-vacunados los césares o modernos Káiseres logran que sus súbditos se enfrenten entre ellos en un guerracivilismo que sólo beneficia al propio Estado, en defensa siempre del fetiche del Bien Común, actualizado entre nosotros últimamente bajo la denominación de Sanidad Pública. 

Ilustración francesa de una Farsalia (1657) 
 

    Una vez que hay ya dos bandos en lid, el resultado decidirá el gobierno del mundo. Las modernas guerras se establecen declarando crisis: crisis sanitarias, crisis energéticas, crisis climáticas, crisis humanitarias, crisis económicas... que son amenazas de futuras catástrofes cuyo objeto es sembrar el miedo en su forma más álgida de pánico entre la gente. 

    Para César la causa mejor será la del bando que resulte vencedor, no porque crea que los dioses apoyan la causa justa, sino porque los dioses aprueban la causa victoriosa, a los vencedores independientemente de su catadura moral. Los césares son muy pragmáticos. Creen erróneamente que la obtención del éxito es señal de la bondad de una causa. Pero hay algo en el fondo que todos sabemos: El mejor jugador no es el que gana, sino, como su nombre indica, el que juega mejor, al margen de que gane o de que pierda el partido o la partida.

Julio César cruzando el Rubicón, Francesco Granacci (1494)
 

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Leyendo a Lucano con Unamuno

    Ya en el primer verso de su epopeya histórica que lleva por título Farsalia nos anuncia Lucano que va a cantar guerras más que civiles —“bella… plus quam ciuilia”. Con esta afortunada expresión se refiere el cordobés a la guerra civil entre César y Pompeyo que acabó con la república romana, que efectivamente fue una guerra fratricida entre compatriotas, pero en la que se vieron involucrados muchos otros ejércitos extranjeros, sin ir más lejos varios monarcas orientales en la batalla de las llanuras de Farsalia. Pero, al mismo tiempo, es una expresión afortunada porque sugiere que todas las guerras son de algún modo civiles aunque las hagan militares o ciudadanos en armas de naciones enfrentadas.

    No hay que olvidar que los muros de la futura Roma se regaron con la sangre de dos hermanos. Sus fundadores Rómulo y Remo, que habían sido amamantados por una loba, se enfrentaron y Rómulo dio muerte a Remo, constituyendo la monarquía y estableciéndose como primer rey de Roma. Roma misma, pues, nace de una guerra civil o, si se quiere, precivil porque todavía no existía la ciudad, entre dos hermanos. Otro fratricidio hay en la Biblia judeocristiana en el origen de la humanidad: el asesinato de Abel a manos de Caín.

César cruza el Rubicón, Adolphe Yvon (1875)

     Lucano, el cordobés, canta al vencido, a Pompeyo, y execra, pero admira, al vencedor, a César, al instaurador del cesarismo, que no es ni más ni menos que el fajismo, como dice a propósito Unamuno, que intentó sin mucho éxito introducir el término en castellano para adaptar el italiano “fascismo”. Unamuno empleó, quizá lo acuñó él mismo, el término fajismo, derivado de 'fajo' con el sentido de haz, gavilla o manojo. Y es que “fascismo” deriva del italiano “fascio” que es una continuación del latín 'fascis', que conservamos en el diminutivo fascículo -'haz de fibras musculares, en anatomía'-, convertido en un tema en -o: *fascium, que sería el origen de nuestro 'fajo', por ejemplo en la expresión 'fajo de billetes' pero también era el nombre de las haces de varas que llevaban los lictores de las que salía el filo de una segur o hacha, que entre nosotros se ha convertido en símbolo de la Guardia Civil.

    “La causa vencedora —nos dirá Lucano en un verso inmortal— plugo a los dioses, pero la vencida a Catón.” En otro pasaje Lucano nos presenta a Catón, al que ha parangonado con los dioses, como un santo estoico: nec sancto caruisset uita Catone: “Y la vida no se habría quedado sin el santo Catón”. La frase tiene su miga paradójica: con la muerte de Catón, que se suicidó haciendo suyo aquello que alguien dirá después que él de “vale más morir de pie que vivir de rodillas”, es la vida la que ha perdido a Catón y no Catón el que ha perdido la vida. Catón, el sabio, no sufre ninguna pérdida perdiendo la vida, porque esa pérdida no le afecta. Son los contemporáneos de Catón quienes pierden al mejor ejemplar del género humano.

 

    Ve Unamuno a Catón, por su parte, como una suerte de Don Quijote romano y pagano, que supo desafiar al Hado. Catón es el auténtico héroe de la Farsalia, Catón de Útica, 'que se suicidó por no rendirse al cesarismo, al estatismo'. Hay un verso (VII, 350) que dice: Causa iubet melior superos sperare secundos: El servir a la causa mejor nos exige esperar que los dioses del cielo nos sean favorables. Vana esperanza. La batalla de Farsalia echará por tierra la llamada 'mística de la victoria' que aseguraba que eran los mejores los que vencían y gozaban del favor de los dioses. En Farsalia sucederá lo contrario, ganarán los que defendían la peor causa, el cesarismo, el fajismo, y por ser los vencedores, no los mejores, gozarán del favor de los dioses inmortales, o lo que es lo mismo, de la Historia Universal.

    ¿Y César? -Se pregunta Unamuno-. ¿O sea el Estado, el Estado todopoderoso y absorbente? César necesita enemigos para ejercer su actividad guerrera, le daña el que le falten enemigos —“sic hostes mihi desse nocet” (III, 364)—, y así, cuando no los encuentra los inventa, u hostiga a los resignados a que se le rebelen. Duro trance cuando se nos rinde a primeras aquel contra quien vamos. Hay que provocarle a que nos provoque. Y acudir luego a una ley de supuesta defensa. 

Lictor y fasces con segur

    Unos versos de Unamuno de un poema titulado 'Fascismo' dicen: No un manojo, una manada / es el fajo del fajismo; / detrás del saludo nada, / detrás de la nada abismo. Se quejaba por cierto Unamuno de que había fajistas que empezaban 'a tomar como emblema, no el fajo, no el haz de varas de los lictores, sino la cruz del Cristo', en lo que luego sería en la España de Franco el nacional-catolicismo. El nacional-catolicismo  es un oximoro más grande que una casa, porque el catolicismo es por definición universal, que es lo que quiere decir καθολικός katholikós en griego, y malamente puede ser nacional y patriótico cuando aspira a lo universal, de ahí que para el cristianismo sólo haya una patria verdadera, Jerusalén, que no es la real, sino la celestial.

viernes, 5 de noviembre de 2021

¿De qué lado está Dios?

    Roger de Rabutin (1618-1693), conde de Bussy,  en una carta al conde de Limoges fechada el 18 de octubre de 1677,  escribió:  Dieu est d'ordinaire pour les gros escadrons contre les petits: (Dios suele estar a favor de los grandes escuadrones contra los pequeños). La idea que subyace detrás de esta cita es que la mayoría (les gros escadrons) siempre vence a la minoría (les petits) porque es numéricamente superior, y eso Dios lo aprueba, sin entrar en qué partido, bando o batallón es cualitativa- o moralmente mejor.


    Ya antes que él, Tito Livio había dejado escrito que la mayoría casi siempre vencía a la, por así decirlo, mejoría, sin achacárselo especialmente a la voluntad de la divina Providencia como hacía el conde de Bussy: “sed, ut plerumque fit, maior pars meliorem uicit” (Livio, XXI, 4, 1): Pero, como casi siempre pasa, la mayor parte venció a la mejor. Livio lo dijo a propósito de las guerras púnicas, cuando los aristócratas cartagineses, capitaneados por Hannón (o Anón), que para nuestro historiador representaba la mejor parte porque era la nobleza cartaginesa y defendía la paz con los romanos, se opusieron a que Aníbal, aclamado general con el griterío unánime del fervor popular, sucediera a Asdrúbal, conscientes de que esa chispa (paruus hic ignis) podría provocar un gran incendio (incendium ingens). Anón (o Hannón), que quería la paz con los romanos, no veía bien el nombramiento de Aníbal, que contaba con el apoyo del partido de los Barca y de la mayoría. Así traduce José Antonio Villar Vidal el pasaje: “Pocos, pero prácticamente los mejores se mostraban de acuerdo con Hannón, pero como ocurre las más de las veces, la cantidad se impuso a la calidad”.  (Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, Biblioteca Básica Gredos, Madrid 2001).    
 
Marco Porcio Catón leyendo el Fedón antes de darse muerte, J.-Baptiste Roman (1840)

      Pero llegamos enseguida a Lucano que en su poema épico Farsalia canta a Pompeyo, al que denomina las más de las veces por su sobrenombre Magno, derrotado en la guerra civil por su rival Julio César, y a uno de sus partidarios, a Catón, que cuando recibió la noticia de la victoria de César se quitó la vida. Lucano le dedica entonces un hexámetro que es un magnífico epitafio: Victrix causa deis placuit, sed uicta Catoni (Plugo a los dioses razón vencedora, a Catón la vencida) del que se suele decir que el poeta parangona a Catón con los propios dioses, pero del que don Miguel de Unamuno, que también se complacía en la defensa de las causas perdidas, comenta, viendo en él la quintaesencia del quijotismo: “Aquí tenemos a Catón por encima de los dioses. Catón de Útica, eterno modelo de hombre. De hombre, no de sobre-hombre, ¡no! sino de hombre”. En el verso de Lucano se ve claramente cómo los dioses se complacen con la causa vencedora, otorgándole de hecho la victoria, pero frente a la consideración de que lo que ha triunfado es mejor que lo que ha sido derrotado por el hecho de haber triunfado se rebela el sabio estoico, cuya dignidad se contrapone a la de los dioses: su razón, aunque haya sido derrotada por la fuerza de los hechos, y aunque le complazca al cielo, es moralmente superior a la otra, a la ganadora. La causa vencedora fue la de César, la vencida, es decir la de Pompeyo, fue la de Catón, que continuó luchando en defensa de la república contra el proyecto dictatorial de César, y que tras la victoria de este en la batalla de Tapso se quitó la vida. El verso de Lucano exalta la elección de quien se mantiene firme en la defensa de sus valores incluso cuando el curso de la historia se opone a ellos. 
 
La batalla de Guadalete, Salvador Martínez Cubells (1845-1914)
 
    La célebre redondilla castellana anónima y popular que citábamos el otro día basada probablemente en la batalla de Guadalete entre moros y cristianos en el año 711, en la que el rey godo Rodrigo fue derrotado y perdió probablemente la vida, lo que supuso el fin del reino visigodo en la península ibérica, recoge la misma idea: Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos, o con la variante en los dos últimos versos (arrancando en el primero con "llegaron" en lugar de "vinieron"): que Dios bendice a los moros, / si son más que los cristianos".

    A diferencia de Roger de Rabutin, que afirmaba que Dios estaba "d'ordinnaire" a favor de los grandes escuadrones, pero no necesariamente siempre, dejando abierta la posibilidad contraria, y de Tito Livio que decía que la mayoría de las veces, pero no todas, la mayor parte vencía a la mejor, la redondilla castellana basada en un hecho histórico, al igual que el verso de Lucano, concluye que la divina Providencia está siempre con la mayoría, que no es la mejor parte sin embargo.
 
    La protesta de todas las causas vencidas suele ser, por eso mismo, una blasfemia contra la realidad de los hechos, como en la lengua popular española "Me cago en Dios", que ordinariamente se pronuncia "cagüendiós".