Mostrando entradas con la etiqueta César. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta César. Mostrar todas las entradas

martes, 23 de noviembre de 2021

Cruzando el Rubicón (La suerte está echada)

    Dicen que Gayo Julio César, cuando cruzó el Rubicón, pronunció la frase: iacta alea est o lo que es lo mismo alea iacta est: 'la suerte está echada', o más exactamente: 'el dado, que es metáfora de la suerte, ha sido lanzado al aire', dando a entender con esa frase que había tomado una decisión que no tenía vuelta atrás, irrevocable declaración de guerra como era ya que el Rubicón, río del norte de Italia que desemboca en el Adriático, señalaba el límite que un general romano no debía cruzar con su ejército en armas en dirección a Roma, y César volvía de las Galias sin haber licenciado sus tropas... 


     Lucano en su poema épico histórico Farsalia, no nos transmite esa frase, sino otra muy significativa: utendum est iudice bello: 'se tome por juez a la guerra'. El pasaje que la contiene dice así (Farsalia, I vv. 223-227: César, habiendo cruzado el río, la opuesta ribera / cuando tocó y puso el pie en vedadas itálicas tierras, / dijo: 'Paz dejo y leyes violadas aquí que se quedan; / voy, Fortuna, tras ti. Lejos ya los pactos que sean. / Mucho fiamos en ellos; se tome por juez a la guerra.'

    César, que es la cumplida representación de la forma del Estado moderno, necesita declarar la guerra, porque la guerra es el juez que dictaminará con su veredicto de victoria y derrota quién debe ostentar el poder. A César le perjudicaba como él mismo reconoce la falta de enemigos. Cuando ya no le quedan fuera de Roma, después de haber sometido las Galias, debe buscarlos dentro de ella, porque César, el Estado, necesita enemigos externos o internos, bien extranjeros, otros Estados, o bien sus propios ciudadanos, para lo que es preciso dividirlos (diuide et impera, divide y vence): y así discriminarlos:  varones/mujeres, ciudadanos/no-ciudadanos, libres/esclavos, patricios/plebeyos, ricos/pobres...


     Como bien saben todos los césares que han venido después de aquél, para ejercer el poder, hace falta sembrar el miedo a un enemigo externo o interno. Si no lo hay, se inventa. El miedo es fundamental para el sostenimiento del Estado. Nos lo recordaba el personaje de aquella memorable película de Ridley Scott titulada Blade Runner: '-Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? En eso consiste ser esclavo'.  Y al mismo tiempo que el miedo hay que sembrar la mentira, que es la falacia del Bien Común, que consiste en la identificación del Estado, el más frío de todos los monstruos fríos según Nietzsche, y el pueblo, haciendo creer al pueblo que el bienestar del pueblo es el bienestar del Estado y  el Estado del Bienestar, como se ha llamado modernamente. Dividiendo a los súbditos entre judíos y no judíos, nacionales y extranjeros, judeocristianos y mulsulmanes, vacunados y no-vacunados los césares o modernos Káiseres logran que sus súbditos se enfrenten entre ellos en un guerracivilismo que sólo beneficia al propio Estado, en defensa siempre del fetiche del Bien Común, actualizado entre nosotros últimamente bajo la denominación de Sanidad Pública. 

Ilustración francesa de una Farsalia (1657) 
 

    Una vez que hay ya dos bandos en lid, el resultado decidirá el gobierno del mundo. Las modernas guerras se establecen declarando crisis: crisis sanitarias, crisis energéticas, crisis climáticas, crisis humanitarias, crisis económicas... que son amenazas de futuras catástrofes cuyo objeto es sembrar el miedo en su forma más álgida de pánico entre la gente. 

    Para César la causa mejor será la del bando que resulte vencedor, no porque crea que los dioses apoyan la causa justa, sino porque los dioses aprueban la causa victoriosa, a los vencedores independientemente de su catadura moral. Los césares son muy pragmáticos. Creen erróneamente que la obtención del éxito es señal de la bondad de una causa. Pero hay algo en el fondo que todos sabemos: El mejor jugador no es el que gana, sino, como su nombre indica, el que juega mejor, al margen de que gane o de que pierda el partido o la partida.

Julio César cruzando el Rubicón, Francesco Granacci (1494)
 

jueves, 21 de octubre de 2021

La historiografía como género literario

    Que la Historia (inglés history) es una ficción (inglés story)  que escriben los vencedores es algo que salta a la vista cuando uno lee por ejemplo el libro primero de la Guerra de las Galias donde Julio César, que es a la vez el protagonista principal de la historia y el historiador, cuenta la guerra que sostuvo contra los helvecios. 

    Los vencidos no podían haberla escrito porque habían sido derrotados, sencillamente, y la inmensa mayoría yacía bajo tierra. Y César, el vencedor, la escribe con el fin de justificar la guerra que emprendió,  para lo que utiliza algunos insidiosos recursos como hablar de sí mismo en tercera persona, como si el narrador fuera distinto del protagonista principal de su informe. El sujeto gramatical de la mayoría de sus comentarios es él mismo: César, pero nunca utiliza la primera persona del singular para referirse a sí mismo, sino siempre la tercera, que no es ni la del hablante ni la del oyente, sino la que despersonaliza a los interlocutores convirtiéndolos en cosas o temas de conversación, es decir, alejándolos de las personas gramaticales, como si estuviera hablando objetivamente de alguien ajeno a él, igual que haría un supuesto historiador neutral, si lo hubiese, que no formara parte de ninguno de los dos bandos en liza o que no tomara partido, lo que en rigor es imposible, por unos u otros, por los romanos o por los helvecios, que, constreñidos por la naturaleza del lugar donde vivían, habían decidido huir de sus valles y montañas y embarcarse en una gran migración en busca de mejores pastos y más benignos horizontes siguiendo el consejo de Orgetórige.

Busto de Julio César

    El propio Gayo Julio César nos refiere que se hallaron unas tablillas al final de la campaña en el campamento de los helvecios escritas con caracteres griegos donde se hacía una relación nominal de los que habían emigrado de su patria. La gran migración en busca de la tierra prometida ascendía a un total de trescientas sesenta y ocho mil personas entre helvecios, la mayoría de ellos, y tulingos, latóbrigos, ráuracos y boyos. De los cuales había unos noventa y dos mil hombres en edad de poder empuñar las armas,  y el resto era población civil, por utilizar un término actual que comprende a mujeres, niños y ancianos.  A continuación nos da el número de los que volvieron, vencidos y rendidos, al lugar de origen del que habían emigrado tras haber arrasado sus aldeas y quemado sus cosechas, territorio que hoy ocupa la Confederación Helvética o Suiza: unas ciento diez mil personas. 

    No es difícil hacer el recuento de víctimas: aproximadamente dejaron detrás doscientos cincuenta y ocho mil cadáveres, algo más de las dos terceras partes de la población. Los helvecios, derrotados y obligados a volver, habían entrado en el libro de la Historia Universal por la puerta grande. Así es como se escribe la Historia. Con tinta y sangre, que viene a ser lo mismo. 

 Vercingetórige depone sus armas a los pies de César, Lionel Noel (1852-1926)

    La historia (ἱστορία, conocimiento, inglés history) no deja de ser un cuento, es decir, un relato mítico (inglés story) y, más en general, un intento de convencernos a nosotros mismos de que los hechos que han pasado son comprehensibles y que son la causa de hechos presentes y de los presuntamente futuros, que serían su lógica consecuencia.

    Repárese en la contradicción lógica existente en los términos “hechos presentes y futuros”, porque si son presentes no son hechos dado que no se han cumplido todavía, sino que se están haciendo en todo caso, y si son futuros no han pasado todavía ya que si son hechos son, por definición, pretéritos y no pueden ser presentes ni futuros, por lo que lo pasado “pasado está”, como la gente dice. La historia, en definitiva, es un intento de dotarle a la vida de un sentido, del que lógicamente carece.

Viñeta de Bill Watterson, de la serie Calvin y Hobbes

    Ya lo vio William "Bill" Watterson (1958-...), humorista gráfico estadounidense, conocido por ser autor de la célebre tira cómica Calvin y Hobbes, guiño filosófico a Calvino y a Thomas Hobbes, donde le hace decir a su niño de 6 años, llamado Calvin, a su amigo imaginario y tigre de peluche Hobbes, que la historia es la ficción que inventamos para convencernos a nosotros mismos de que los hechos son comprensibles y que la vida tiene un sentido y una dirección (history is the fiction we invent to persuade ourselves that events are knowable and that life has order and direction).

    La historia es siempre mentira por definición porque los hechos no son las palabras que los refieren, ya que entre el dicho y el hecho hay, como la gente dice, un trecho, o, en la lengua de Dante,   tra il dire e il fare c'è di mezzo il mare, que podríamos traducir como entre el hacer y el contar está por el medio el mar. Y entre la lengua escrita, que es en la que yace la Historia, y la lengua viva o hablada se abre otro abismo insuperable. 

    Así lo vieron los clásicos griegos y romanos, que situaron la historiografía como un género literario comparable con la moderna novela, el género prosaico por excelencia, inspirado por la musa Clío, la grandilocuente, la mentirosa. Si te cuento la historia, convierto la historia en un cuento.