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jueves, 16 de enero de 2025

Del ejército en general y del romano en particular

Un libro de texto de Latín decía hace unos años a propósito del ejército romano algo que se revela enseguida como mentira a poco que se analice: El ejército romano nació como una milicia campesina necesaria para hacer frente a los ataques de los pueblos limítrofes.

 Columna de Trajano, Roma

Según eso, la creación del ejército romano fue un hecho meramente defensivo. Se da a entender con ello que los campesinos romanos se unieron y ejercitaron por motivos exclusivos de defensa, argumento que recuerda a la pretensión moderna de los Estados del carácter defensivo y aun pacificador de sus ejércitos mercenarios y profesionales. De hecho los antiguos Ministerios de la Guerra, que así se llamaban cuando a las cosas se las denominaba por su nombre, y al pan se le decía pan y al vino vino,  se rebautizaron enseguida en la neolengua orgüeliana como Ministerios de Defensa, que es como se les dice todavía. 

Tan engañosa como la pretensión pacifista de los ejércitos, y del propio dios Marte pacificador y la llamada "pax Romana", hoy actualizada como "pax Americana", es la contraposición de armas "defensivas" y "ofensivas", dado que las armas son esencialmente ofensivas siempre, por lo que no hay ningún ejército que defienda honestamente la paz.

¿Acaso, me pregunto yo, los campesinos romanos no atacaron nunca a los pueblos limítrofes? La historia de Roma revela que sí. De hecho el ejército romano fue el instrumento de dominación que sirvió para someter a los pueblos vecinos, y no para defenderse de ellos, dado que su carácter ofensivo, más que defensivo, resulta consustancial con él. También fue un agente de romanización dado que uno de sus alicientes, además de la adquisición de la ciudadanía romana, era el reparto de las tierras conquistadas. Los veteranos, como se sabe, una vez licenciados, recibían tierras como recompensa por su dedicación a las armas, lo que unido a la soldada o stipendium y a los donativos que ofrecían los generales como fruto del botín de las ciudades conquistadas para mantener contenta a la tropa constituía uno de sus mayores incentivos.

El propio Tito Livio en su monumental historia de Roma, le atribuye a Rómulo, su primer rey, divinizado y resucitado las siguientes palabras dirigidas a sus conciudadanos (Ab urbe condita I, 16, 7): Vete, y anuncia a los romanos que los que habitan el cielo desean ('Abi, nuntia,' inquit 'Romanis caelestes ita uelle)  que mi Roma sea la dueña y señora de todo el mundo;  (ut mea Roma caput orbis terrarum sit) por ello, que se dediquen al arte militar, (proinde rem militarem colant) y que sepan, y así lo hagan saber a sus descendientes (sciantque et ita posteris tradant) que ningún poder humano podrá resistir a las armas romanas (nullas opes humanas armis Romanis resistere posse.')

 

viernes, 5 de noviembre de 2021

¿De qué lado está Dios?

    Roger de Rabutin (1618-1693), conde de Bussy,  en una carta al conde de Limoges fechada el 18 de octubre de 1677,  escribió:  Dieu est d'ordinaire pour les gros escadrons contre les petits: (Dios suele estar a favor de los grandes escuadrones contra los pequeños). La idea que subyace detrás de esta cita es que la mayoría (les gros escadrons) siempre vence a la minoría (les petits) porque es numéricamente superior, y eso Dios lo aprueba, sin entrar en qué partido, bando o batallón es cualitativa- o moralmente mejor.


    Ya antes que él, Tito Livio había dejado escrito que la mayoría casi siempre vencía a la, por así decirlo, mejoría, sin achacárselo especialmente a la voluntad de la divina Providencia como hacía el conde de Bussy: “sed, ut plerumque fit, maior pars meliorem uicit” (Livio, XXI, 4, 1): Pero, como casi siempre pasa, la mayor parte venció a la mejor. Livio lo dijo a propósito de las guerras púnicas, cuando los aristócratas cartagineses, capitaneados por Hannón (o Anón), que para nuestro historiador representaba la mejor parte porque era la nobleza cartaginesa y defendía la paz con los romanos, se opusieron a que Aníbal, aclamado general con el griterío unánime del fervor popular, sucediera a Asdrúbal, conscientes de que esa chispa (paruus hic ignis) podría provocar un gran incendio (incendium ingens). Anón (o Hannón), que quería la paz con los romanos, no veía bien el nombramiento de Aníbal, que contaba con el apoyo del partido de los Barca y de la mayoría. Así traduce José Antonio Villar Vidal el pasaje: “Pocos, pero prácticamente los mejores se mostraban de acuerdo con Hannón, pero como ocurre las más de las veces, la cantidad se impuso a la calidad”.  (Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, Biblioteca Básica Gredos, Madrid 2001).    
 
Marco Porcio Catón leyendo el Fedón antes de darse muerte, J.-Baptiste Roman (1840)

      Pero llegamos enseguida a Lucano que en su poema épico Farsalia canta a Pompeyo, al que denomina las más de las veces por su sobrenombre Magno, derrotado en la guerra civil por su rival Julio César, y a uno de sus partidarios, a Catón, que cuando recibió la noticia de la victoria de César se quitó la vida. Lucano le dedica entonces un hexámetro que es un magnífico epitafio: Victrix causa deis placuit, sed uicta Catoni (Plugo a los dioses razón vencedora, a Catón la vencida) del que se suele decir que el poeta parangona a Catón con los propios dioses, pero del que don Miguel de Unamuno, que también se complacía en la defensa de las causas perdidas, comenta, viendo en él la quintaesencia del quijotismo: “Aquí tenemos a Catón por encima de los dioses. Catón de Útica, eterno modelo de hombre. De hombre, no de sobre-hombre, ¡no! sino de hombre”. En el verso de Lucano se ve claramente cómo los dioses se complacen con la causa vencedora, otorgándole de hecho la victoria, pero frente a la consideración de que lo que ha triunfado es mejor que lo que ha sido derrotado por el hecho de haber triunfado se rebela el sabio estoico, cuya dignidad se contrapone a la de los dioses: su razón, aunque haya sido derrotada por la fuerza de los hechos, y aunque le complazca al cielo, es moralmente superior a la otra, a la ganadora. La causa vencedora fue la de César, la vencida, es decir la de Pompeyo, fue la de Catón, que continuó luchando en defensa de la república contra el proyecto dictatorial de César, y que tras la victoria de este en la batalla de Tapso se quitó la vida. El verso de Lucano exalta la elección de quien se mantiene firme en la defensa de sus valores incluso cuando el curso de la historia se opone a ellos. 
 
La batalla de Guadalete, Salvador Martínez Cubells (1845-1914)
 
    La célebre redondilla castellana anónima y popular que citábamos el otro día basada probablemente en la batalla de Guadalete entre moros y cristianos en el año 711, en la que el rey godo Rodrigo fue derrotado y perdió probablemente la vida, lo que supuso el fin del reino visigodo en la península ibérica, recoge la misma idea: Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos, o con la variante en los dos últimos versos (arrancando en el primero con "llegaron" en lugar de "vinieron"): que Dios bendice a los moros, / si son más que los cristianos".

    A diferencia de Roger de Rabutin, que afirmaba que Dios estaba "d'ordinnaire" a favor de los grandes escuadrones, pero no necesariamente siempre, dejando abierta la posibilidad contraria, y de Tito Livio que decía que la mayoría de las veces, pero no todas, la mayor parte vencía a la mejor, la redondilla castellana basada en un hecho histórico, al igual que el verso de Lucano, concluye que la divina Providencia está siempre con la mayoría, que no es la mejor parte sin embargo.
 
    La protesta de todas las causas vencidas suele ser, por eso mismo, una blasfemia contra la realidad de los hechos, como en la lengua popular española "Me cago en Dios", que ordinariamente se pronuncia "cagüendiós".