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sábado, 3 de junio de 2023

¿Futuro? ¡No, gracias! (y II)

    El poeta hispanorromano Marco Valerio Marcial ha tratado en otro de sus epigramas el viejo tópico horaciano del "carpe diem": en el número 15 del libro primero,  dedicado a su viejo y entrañable amigo Julio,   que está a punto de cumplir los sesenta años y que, a pesar de su avanzada edad, no ha vivido la vida,  porque siempre ha pospuesto los gozos -gaudia non remanent sed fugitiua uolant-, unos gozos que no permanecen, sino que vuelan huidizos en aras de un porvenir que nunca llega. Podría titularse "Esperando el porvenir", como aquella copla que popularizó Carmen Martín Gaite en el título de uno de sus ensayos: "Sentaíto en la escalera, / sentaíto en la escalera, / esperando el porvenir / y el porvenir que no llega."


 Julio, el mejor de mis muchos amigos y más entrañable,
si algo la lealtad     vale de vieja amistad,
ya casi sexagenario, pues poco te falta, y no obstante
cuenta tu larga edad     vida poquísima aún.
No pospongas a bien lo que veas que pueden negarte.
Sólo por tuyo ten     lo que pusiste en tu haber.
Cuitas te aguardan y larga cadena de pena acuciante.
No permanece ningún     gozo, volando se van.
Julio, atrápalos pues con tus manos y dales alcance,
que huyen con todo así     de íntimo abrazo también.
Créeme, no es decir "Viviré" propio de alguien que sabe.
Vida que está por vivir     llega muy tarde. Vive hoy. 



O mihi post nullos, Iuli, memorande sodales,
si quid longa fides canaque iura ualent,
bis iam paene tibi consul tricensimus instat,
et numerat paucos vix tua vita dies.
Non bene distuleris uideas quae posse negari,
et solum hoc ducas, quod fuit, esse tuum.
Expectant curaeque catenatique labores,
gaudia non remanent, sed fugitiua uolant.
Haec utraque manu conplexuque adsere toto:
saepe fluunt imo sic quoque lapsa sinu.
Non est, crede mihi, sapientis dicere 'Viuam':
Sera nimis uita est crastina: uiue hodie
.

miércoles, 31 de mayo de 2023

¿Futuro? No, gracias. (I)

    El poeta bilbilitano Marcial  plantea en este epigrama (el núm. 58 del quinto libro de sus Epigrammata) una variación sobre el tópico del "carpe diem". Está dedicado a un tal Póstumo, que aunque puede valer como nombre propio de una persona, no deja de ser también un nombre común significativo, en concreto un adjetivo que quiere decir último, postrero, superlativo como es de post 'después', y que puede servir para designar a cualquiera que posterga o pospone su vida a título póstumo para el incierto día de mañana:


Dices que vas a vivir mañana, Póstumo, siempre.
Ese mañana, di,     Póstumo ¿cuándo vendrá?
¿Cuán lejos, dónde está ese mañana? Y ¿en dónde se logra?
¿Se halla en Persia tal vez      o en los armenios quizá?
Tiene ya ese mañana los años de Príamo o Néstor.
Ese mañana, di,     ¿cuánto te puede costar?
¿Vas a vivir? Para eso ya es tarde, Póstumo, ahora:
Sabio es aquél que vivió,     Póstumo, el día de ayer.


 Cras te uicturum, cras dicis, Postume, semper.
Dic mihi, cras istud, Postume, quando uenit?
Quam longe cras istud, ubi est? aut unde petendum?
Numquid apud Parthos Armeniosque latet?
Iam cras istud habet Priami uel Nestoris annos.
Cras istud quanti, dic mihi, possit emi?
Cras uiues? hodie iam uiuere, Postume, serum est:
Ille sapit, quisquis, Postume, uixit heri.

(Marcial, libro V, 58)

    Nótense las veces que se repite "cras" (mañana) en el poema original: nada más y nada menos que siete veces (cinco en mi traducción). Es un adverbio que significa "mañana" en latín. En inglés se conserva esa palabra fosilizada en "procrastination", que es la acción de dejar las cosas para mañana. Veo que la Real Academia Española ha adoptado el verbo "procrastinar" con el significado de diferir y aplazar, supongo que como anglicismo; un anglicismo en todo caso de origen latino.


    Lo que nos aconseja la tarjeta stop procrastinating and start working en la lengua del Imperio es que dejemos de aplazar las cosas para mañana -"no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" dice nuestro refranero- y que comencemos a trabajar; lo que nos dice Marcial, mucho más bonito que eso que circula por la Red, es que dejemos de aplazar la vida para el incierto día de mañana y que comencemos a vivir -no a trabajar- ahora. 

    Lope de Vega tal vez se inspiró en el epigrama de Marcial que comentamos cuando compuso aquel célebre verso "siempre mañana y nunca mañanamos" del soneto amoroso en que se quejaba de la dilación de su esperanza y que comenzaba: "Tanto mañana y nunca ser mañana". 

 

     No digamos nunca “Seré...”. No existe eso de haber de ser, de ir a ser, de tener que ser: o eres o no  eres. Ser o no ser, esa es la cuestión. No dejemos que intervenga el tiempo, que éntre el futuro en nuestras habitaciones mientras la casa, que está toda ella en llamas, se quema irremediablemente. Salgamos ahora mismo.   

    No digamos nunca, aconseja Marcial, “Mañana seré feliz, mañana tendré éxito, mañana se producirá la revolución y el mundo será un lugar más hermoso”. Mañana es nunca porque mañana, igual que ayer, es una palabra que sólo significa una cosa: ahora no.

    Así que no tenemos futuro, porque el futuro es la muerte y a nosotros nos queda todavía mucha cuerda, ahora mismo, para seguir dando guerra por delante.
  

martes, 18 de abril de 2023

Consultorio íntimo (2)

    Me escribe un tal Íker, al que no conozco, y me cuenta lo siguiente: “Quisiera algo de luz, porque no se qué va a ser de mí ni de mi vida. Quisiera tener fe, pero no la tengo. Tengo la sensación de que ni psicólogos, ni psiquiatras, ni fármacos van a ayudarme a salir de este pozo sin fondo en el que me hundo. Que lo único que me queda es esperar a estar lo suficientemente desesperado como para dar el paso de quitarme la vida. ¿Hay salida?” 
 
 
    Querido Íker: Hay una salida muy sencilla, que consiste en decir que no a todo, como haces tú con psicólogos, psiquiatras y fármacos. Dices que no tienes fe, pero sí la tienes: tienes fe en la posibilidad de quitarte la vida, como esos 4003 españoles que según el Instituto Nacional de Estadística se suicidaron a lo largo del año 2021, a razón de once al día, un dato alarmante donde los haya y que parece no preocupar mucho a nuestro gobierno, más interesado en luchar contra la violencia machista que se tradujo en los 48 feminicidios que hubo ese mismo año 2021, o los 49 que hubo el año pasado. 
 
 
    Pierde esos restos de fe que te quedan, amigo Íker, en la muerte y el suicidio. No pases a ser un número más engrosando la cifra esa de casi cuatro mil casos de suicidios que hay al año en el desdichado Reino de España.

     Permíteme que te cite un epigrama de Marcial, que es un pequeño poema digno de esculpirse sobre una lápida fúnebre, un dístico elegíaco que consta solo de dos versos, un hexámetro y un pentámetro dactílicos, que decía así en su versión original en latín: hostem cum fugeret, se Fannius ipse peremit. // hic, rogo, non furor est / ne moriare mori?  Te lo traduzco porque esos latines probablemente no te digan gran cosa: Fanio, por huir de enemigo, se dio a sí mismo la muerte. // ¿No es, digo yo, demencial / por no morirse morir? Y donde dice "Fanio" no pienses en el nombre propio de un personaje histórico de alguien que fue acusado por Tiberio y condenado por haber conspirado contra el emperador Augusto, sino en ti mismo: Fanio es cualquiera, por ejemplo tú mismo. Y el enemigo ese ese pozo sin fondo del que hablas metafóricamente en el que sientes que has caído o que sigues cayendo como en una pesadilla sin cesar.  
 
Suicidio de Cánace
 
     Y te doy la versión de don Manuel de Salinas, que lo tradujo con una afortunada redondilla donde reprueba la muerte voluntaria y estoica de Fanio, Fanio, ansioso por huir, / del que su muerte procura / se mató. ¿No es gran locura /  matarse por no morir?   Y te doy también la versión de Quevedo:   Matóse Fanio al huir  / de su enemigo el rigor. / Pregunto yo: ¿No es furor /  matarse por no morir?
 
    No hay salvación, muchacho, ni falta que hace que la haya porque tampoco hay ninguna condena. No hay ninguna salida porque tampoco hay ninguna entrada ni ningún pozo sin fondo o túnel del que no se ve la luz al final, porque tampoco hay principio ni fin: no hay un adentro y un afuera: lo de dentro es lo de fuera y lo de fuera es lo de dentro. 

domingo, 20 de marzo de 2022

"Matarse por no morir"

    Antes de que acuñara Séneca la máxima stultitia est timore mortis mori (Epístolas a Lucilio, 70.8): es tontería morir por temor a la muerte Lucrecio había escrito (De rerum natura: III, vv. 79-82): et saepe usque adeo mortis formidine uitae / percipit humanos odium lucisque uidendae, / ut sibi consciscant maerenti pectore letum, / obliti fontem curarum hunc esse timorem: ...y hasta a las veces por miedo a la muerte un asco tan hondo / de vida a los hombres les entra y de ver el cielo tal odio, / que en negra congoja la muerte se dan, olvidados del todo / que de sus penas aquel miedo era la fuente y el pozo... : O lo que viene a ser lo mismo, pero en prosa:  El temor a la muerte suscita en los humanos tanto odio a la vida, y a la visión de la luz, que, con pecho afligido, se dan muerte a sí mismos, olvidando que este temor es la fuente de tales cuitas.  
 
    El poeta Ovidio, por su parte, sentenció  (Metamorfosis, IV 115), timidi est optare necem: Es de cobardes desear la muerte, a propósito del suicidio de Píramo, que clava la espada en sus ijares creyendo muerta a su amada Tisbe, de lo que se siente culpable.
 
Mosaico de Píramo y Tisbe, Casa de Dioniso (Pafo, Chipre, siglo III d. C.)
 
     Así glosa este mote ovidiano don Sebastián de Covarrubias Orozco en hendecasílabos rimados en sus emblemas morales: No se tiene por mucha valentía / el darse un hombre a sí propio la muerte. / Antes juzgan ser miedo, y cobardía, / por no esperar en la dudosa suerte: / que se puede trocar en solo un día / y en una hora, al menos el que es fuerte, / no  vuelve el rostro al riguroso hado, / ni muere como vil, desesperado. 

 
     
    Se acompañan sus versos de la figura mitológica de Ayax Telamonio o si se prefiere Ayante, el hijo de Telamón, conocido como el Grande, que enloqueció cuando fue Odiseo y no él quien recibió la herencia de la armadura de Aquiles, mató a un rebaño de ovejas creyéndolas sus enemigos, y acabó quitándose la vida derrocándose sobre su propia espada. 
 
 El reino de Flora, Nicolas Poussin (1631)
 
    En El reino de Flora, de Nicolas Poussin, se refleja, entre otros detalles, el suicidio de Ayante clavándose la espada a la izquierda del lienzo. 
 
    Frente a estos ejemplos mitológicos y legendarios de Píramo y Ayante de Telamón,  Marcial, por su parte, pondera la barbaridad de un tal Fanio -personaje ficticio o quizá real pero oculto tras ese pseudónimo- y otros semejantes que se mataron ellos mismos porque no los matasen sus contrarios y contrariedades: Así dice el epigrama latino:  Hostem cum fugeret, se Fannius ipse peremit. /  Hic, rogo, non furor est, ne moriare mori?  Don Manuel Salinas hizo esta sucinta pero elegante traducción del epigrama: Fannio, ansioso por huir / del que su muerte procura, / se mató: ¿no es gran locura / matarse por no morir? Quevedo, en cuatro octosílabos, traducía así el epigrama de Marcial:   "Matóse Fanio al huir  / de su enemigo el rigor. / Pregunto yo: ¿No es furor /  matarse por no morir?"

domingo, 6 de junio de 2021

Del suicidio

    La palabra "suicidio" proviene del latín suicidium, pero, paradójicamente, no figura en ningún diccionario de latín clásico. Su creación suele explicarse como compuesto del sufijo -cidium, matanza, derivado de caedere matar, de donde homicidio, genocidio, etc. y el pronombre reflexivo sui de sí mismo. De haber existido este palabro en latín clásico, se hubiera entendido  como matanza de un cerdo (de sus suis, cerdo, de donde nuestro suido), habida cuenta de que son los nombres y no los pronombres los que suelen utilizarse como prefijos en la lengua del Lacio. 

    La primera mención del término neolatino suicida fue registrada por Gauthier de Saint-Victor en el siglo XII y es la única hasta el siglo XVII, por lo que podríamos decir que en la Edad Media, propiamente, no hay suicidas, sino "sui homicidae" homicidas de si mismos o "desperati" desesperados, que es como se denominaba, un tanto imprecisamente, a los que se infligían una muerte voluntaria.

    En latín clásico, en efecto, se prefiere la expresión mors uoluntaria, o se dice que alguien propria se manu interfecit, como dice san Jerónimo que hizo el poeta Lucrecio a la edad de 44 años.

    En la antigüedad el suicidio nunca fue condenado ni estuvo mal visto, como en nuestra época donde el llamado “suicidio asistido” está penado por las leyes en la mayoría de los países.

    El ejemplo clásico digno de muerte voluntaria sería Sócrates que, condenado a morir mediante ingesta de cicuta, tal como la presenta Platón en el Fedón, fue visto como un suicidio por algunos de sus seguidores, ya que pudiendo huir de la prisión no quiso hacerlo. Este modelo socrático de aceptación voluntaria de la muerte fue el que siguieron en Roma estoicamente Marco Porcio Catón, que no quiso el perdón de César, y Lucio Anneo Séneca, al que Nerón le ordenó que se diera muerte, y se abrió las venas en el baño. 

Ayante (también llamado Ayax) prepara su suicidio

    ¿Qué nos dice el epicúreo Lucrecio del suicidio? Que paradójicamente es lo que empuja a algunos a darse la muerte, porque revela que lo que hay por detrás del deseo de quitarse la vida es el miedo a la Muerte, o sea el Miedo por antonomasia, que es lo que promueve, todos los crímenes y asesinatos, hasta que en el último término, como dice Agustín García Calvo, "obliga a darse uno mismo la muerte, olvidado de que aquello hacia lo que va era aquello de lo que huía”. 

    Es lo que con otras palabras decían aquellos hexámetros del libro III de De Rerum Natura, 79-82 de Lucrecio: et saepe usque adeo, mortis formidine, uitae /  percipit humanos odium lucisque uidendae, / ut sibi consciscant maerenti pectore letum  /  obliti fontem curarum hunc esse timorem (y hasta a veces, por miedo a la muerte, tal odio a la vida / entra a los seres humanos y a ver la luz de los días, /  que ellos mismos la muerte se dan con alma afligida, / olvidando que es ese temor la raíz de sus cuitas)

 Muerte voluntaria de Ayante

    Recordemos también aquel breve epigrama de hexámetro y pentámetro dactílico de nuestro Marcial criticando el suicidio estoico: hostem cum fugeret, se Fannius ipse peremit. / hic, rogo, non furor est, ne moriare, mori? Así lo tradujo don Manuel de Salinas con una afortunada redondilla donde reprueba la muerte voluntaria de Fanio, que fue acusado por Tiberio y condenado por haber conspirado contra Augusto: Fanio, ansioso por huir, / del que su muerte procura / se mató. ¿No es gran locura /  matarse por no morir?  
 
    Algo de esa locura, sin embargo, consistente en "matarse para no morir", como dice el poeta, es lo que de siempre nos piden el Estado y el Capital: que nos matemos ahora a trabajar o a hacer planes, por ejemplo, para vivir después en la tierra de nadie prometida de un futuro inalcanzable por esencia, lo que en la coyuntura sanitaria actual en la que llevamos inmersos un año ya bastante largo se le ha pedido a la gente de mil y una maneras desde las altas instancias: renuncia a lo que consideras que es vivir para poder hacerlo en el porvenir, es decir, acepta tu muerte voluntariamente.
 
 

 

sábado, 20 de marzo de 2021

La cuadrilla de los poetas muertos

Marcial le dice en un epigrama (VIII, 69) a un tal Vacerra que no quiere pertenecer a la categoría de los poetas muertos, los únicos que su amigo considera poetas consagrados. Prefiere pertenecer al club de los poetas vivos: miraris ueteres, Vacerra, solos / nec laudas nisi mortuos poetas. / ignoscas petimus, Vacerra: tanti / non est, ut placeam tibi, perire.

Traduzco los hendecasílabos falecios de Marcial con el mismo ritmo: Sólo admiras, Vacerra, a los antiguos / y no alabas sino a poetas muertos. / Me perdones, Vacerra, ruego: no me / trae cuenta morir para agradarte.


Antes que Marcial, Horacio había tratado el mismo tema de la querella entre los antiguos, luego llamados clásicos, y los modernos en una de sus Epístolas (II, 1, vv. 34-49), donde razona que no es lógico el criterio de antigüedad a la hora de valorar el mérito de una obra literaria, que ofrezco en la traducción que hizo en 1844 don Javier de Burgos, vertiendo los hexámetros de Horacio en hendecasílabos castellanos romanceados con rima asonante en los pares: Si los poemas son como los vinos, / más apreciados mientras son más viejos, / saber quisiera cuántos años bastan / para que tengan los escritos precio. / ¿El que escribió hace un siglo ser contado / debe entre los antiguos y los buenos, / o ya entre los modernos y los malos? / Fíjese la cuestión para entendernos. / -Bueno es y antiguo el que escribió hace un siglo. / -Bien, y si cuenta un mes o un año menos, / ¿será bueno y antiguo, o despreciarle / presentes deberán y venideros? / -Si un mes o un año le faltare solo / siempre entre los antiguos tendrá asiento. / -Convenidos. Ahora, cual se arranca / a un caballo la cola pelo a pelo, / quito primero un año, después otro, / hasta que aquel que aprecia los talentos / por los años no más, y solo estima / lo que la muerte consagró y el tiempo, / cual de arena un montón se desmorona / vea venir a tierra su argumento.

La comparación que ofrece al final del fragmento Horacio es muy apropiada. Si alguien quiere arrancar de un tirón la cola de un caballo no podrá hacerlo, tendrá que arrancarla pelo a pelo; del mismo modo el límite de cien años que el interlocutor ficticio le propone al poeta para considerar a un escritor antiguo es absurdo por arbitrario, como todo límite que quiera fijarse. Si vamos rebajando los días, los meses, los años, al final se viene a parar en nada.

Horacio recurre en el verso 47 a la ratio ruentis acerui, es decir al argumento o razón del acervo o montón que se desmorona, para echar abajo la tesis de que un poeta necesita llevar por lo menos cien años muerto para ser considerado antiguo y, por lo tanto, clásico: dum cadat elusus ratione ruentis acerui: hasta que caiga burlado en razón del montón que se esfuma. ¿No valdría acaso con 99 años y 11 meses? ¿Habría que esperar un año más para canonizarlo? ¿No valdría acaso con 98...? Vamos quitándole al siglo un año detrás de otro, y al año un mes tras otro, y al mes una semana, y a la semana un día, y al día una hora y así hasta el infinito... como a la cola del caballo los pelos uno a uno, hasta venir a parar en nada.

El rompecabezas lógico se llama “sorites”, del griego σωρός (sorós) “montón, cúmulo”, y se atribuye su invención a Eubúlides de Mileto (siglo IV antes de C.) El argumento suele presentarse así: si de un montón de trigo quitamos un grano, el montón no deja de ser un montón. Si admitimos esta premisa de que un grano “no hace granero”, como se dice vulgarmente, es decir, no forma un montón de por sí, y vamos quitando uno tras otro llegará un momento en que ya sólo nos quedará uno, el cual, por definición no constituirá un montón, y si quitamos este último grano de arena ya no nos quedará ninguno. Resulta imposible decir cuándo el montón ha dejado de ser un montón y se ha quedado como el cuchillo sin hoja de Lichtenberg al que le falta el mango.


Se trata del viejo problema lógico del sorites del montón (de trigo) aceruus tritici que plantea el problema de cuándo un conjunto no cuantificado (aunque sí cualificado) deja de serlo por sustracción sucesiva de sus elementos.

Cicerón lo dejó muy claro en sus Cuestiones académicas (II, XXIX, 92-93): rerum natura nullam nobis dedit cognitionem finium ut ulla in re statuere possimus quatenus; nec hoc in aceruo tritici solum unde nomen est, sed nulla omnino in re —minutatim interrogati, dives pauper, clarus obscurus sit, multa pauca, magna parua, longa breuia, lata angusta, quanto aut addito aut dempto certum respondeamus non habemus: La naturaleza de las cosas no nos ha dado ningún conocimiento de los límites de modo que podamos establecer en cosa alguna hasta dónde; y esto no sólo en el montón de trigo de donde le viene el nombre, sino en ninguna cosa en absoluto -si preguntados específicamente cuánto se ha de añadir o de quitar para que el rico sea pobre, el claro oscuro, lo mucho poco, lo grande pequeño, lo largo corto, lo ancho estrecho no tenemos nada cierto que responder.

Un grano, pues, no hace granero, no forma montón de grano, pero ¿cómo es posible entonces que un solo grano marque la diferencia entre lo que es un montón y lo que no lo es?

domingo, 3 de enero de 2021

Memento mori

Al punto traen dos ánforas de vidrio cuidadosamente selladas, en cuyo cuello habíase puesto un marbete con esta nota: “FALERNO DE OPIMIO, DE CIEN AÑOS”. Mientras leemos el letrero, palmeó Trimalción y, -¡Vaya! pues resulta –dijo- que vive más un vino que los pobres humanos. Por tanto, mojemos el gaznate. El vino es vida.  Os estoy ofreciendo legítima cosecha de Opimio (1). Ayer no lo puse tan bueno, y cenaban conmigo personas mucho más distinguidas.

Mientras bebíamos, pues, y considerábamos atentamente estas exquisiteces, trajo un esclavo un esqueleto de plata, articulado de modo que coyunturas y vértebras movibles se doblaban en todas direcciones (2). Una y otra vez lo arrojó sobre la mesa; de esta suerte sus charnelas movedizas ofrecieron diversas figuras. Continuó entonces Trimalción:
-¡Ay, pobres de nosotros! que todo hombrezuelo es nada! Así seremos todos, luego que nos lleve el Orco. Vivamos, pues, en tanto que podemos ir tirando (3).
 (Petronio, Satiricón 34, tr. Manuel C. Díaz y Díaz):

(1) Falernum opinianum. Vino Falerno centenario. La elección del número “cien” y la mención de un cónsul romano, Opimio, que lo fue en el año 121 antes de Cristo, al parecer un año de extraordinaria cosecha, hace que este vino Falerno de la Campania tenga mucho más de cien años de solera. La excentricidad de Trimalción consiste en servir un vino que se usaba sólo para dar cuerpo a otro más joven, como un vino de mesa de reciente añada.

 Copa de Boscoreale, Museo del Louvre.

(2) Laruam argenteam: En latín clásico la palabra larua era bisílaba lar-ua, pero en latín arcaico trisílaba la-ru-a. En principio se denominaba así a las almas de los difuntos convertidas en seres malignos que regresaban a la vida y atormentaban a los vivos para vengarse de ellos en forma de fantasmas, en los que podríamos tal vez encontrar un lejano antecedente de nuestros zombies o biothánatoi. De ahí que laruatus signifique enloquecido como si estuviera poseído por las furias o por las larvas. El significado es, por lo tanto, fantasma, espectro. Se los ha emparentado etimológicamente con los Lares o dioses del hogar, que habrían sido en su origen divinidades infernales convertidas en genios protectores. Atestiguado desde Plauto. El sentido derivado es "espantajo" y "máscara" (en tanto que representación de los vivos).

Como estos fantasmas en las creencias populares no tenían más cuerpo que el esqueleto, larua designó también un muñeco en forma de esqueleto, como en este texto. En castellano actual, larva es la forma primaria que adopta un animal sujeto a transformación o metamorfosis. Aquí, sin embargo, calificado como “de plata” se refiere a un esqueleto de plata, como el que se conserva en Nápoles, procedente de Pompeya, articulado además como el que se describe aquí. Al parecer, no era raro que en los banquetes romanos sacaran a relucir un esqueleto (larua conuiuialis) o algo parecido para recordar a los comensales la fragilidad de la vida humana amenazada por la muerte siempre futura. Los autores griegos Heródoto y Plutarco describen esta costumbre a la que atribuyen un origen egipcio. Trimalción adopta aquí esta moda egipcia. Una copa en el tesoro de Boscoreale de Pompeya muestra varios esqueletos en ella, con la inscripción griega de una máxima de carácter epicúreo y hedonista ζῶν μετάλαβε· τὸ γὰρ αὔριον ἄδηλον ἐστι, esto es “disfruta mientras vivas, pues el mañana es incierto”. 
 
(3) Los versos que recita Trimalción son dos hexámetros y un pentámetro dactílico, que es una combinación no rara en epitafios griegos y latinos de gente inculta, en el sentido de que lo culto es el dístico elegíaco, no el trístico. Así podría sonar en castellano el epitafio:
Pobres, ay, de nosotros ¡qué poca nada es el hombre!
Todos seremos así, una vez que el Orco nos lleve. 
Conque vivamos, bien mientras se pueda seguir. 
 

Este mosaico romano, que representa una “larua” o esqueleto con la inscripción griega de la máxima délfica “conócete a ti mismo”, ha de interpretarse no como una invitación al autonoconocimiento, cosa más que difícil cuando el conocedor es el objeto de su conocimiento, ya que si es harto complicado conocer bien a los demás, mucho más problemático parece que uno llegue a conocerse a sí mismo, sino como “reconócete a ti mismo” en la imagen de este esqueleto que ves, y que representa la forma primaria o básica que adoptarás tras la metamorfosis que sufrirás cuando mueras, es decir, cuando tu esqueleto se haya desangrado y descarnado, lo que significa: acepta tu mortalidad.

El tópico del memento mori o recuerdo de la muerte es una costumbre muy arraigada y un tópico frecuente en los banquetes romanos y en la historia de la literatura y el arte universales: la certeza de la muerte siempre futura es la que anima a los invitados a festejar la vida y a banquetearse aprovechándola al máximo, como si quisieran conjurar así la amenaza pendiente.
En este sentido, abunda también el epigrama de Marcial (V, 64), donde cuenta que al ver desde la ventana de su casa el mausoleo vecino de Augusto, pide que le sirvan unas copas de buen vino Falerno, le pongan hielo para enfriarlo y combatir el calor veraniego, a la vez que perfuma sus cabellos y se ciñe una guirnalda de rosas: el mausoleo tan cerca de Augusto a vivir nos anima, / al mostrar que morir pueden los dioses también.
Pero en realidad el recuerdo de la muerte invita más que a vivir a beber para olvidar la inevitabilidad de la muerte.
 
 
Statim allatae sunt amphorae uitreae diligenter gypsatae, quarum in ceruicibus pittacia erant affixa cum hoc titulo: FALERNVM OPIMIANVM ANNORVM CENTVM. Dum titulos perlegimus, complosit Trimalchio manus et: "Eheu", inquit, "ergo diutius uiuit uinum quam homuncio. Quare tangomenas faciamus. Vita uinum est. Verum Opimianum praesto. Heri non tam bonum posui, et multo honestiores cenabant."
Potantibus ergo nobis et accuratissime lautitias mirantibus laruam argenteam attulit seruus sic aptatam, ut articuli eius uertebraeque luxatae in omnem partem flecterentur. Hanc cum super mensam semel iterumque abiecisset, et catenatio mobilis aliquot figuras exprimeret, Trimalchio adiecit:
"Eheu nos miseros, quam totus homuncio nil est.
Sic erimus cuncti, postquam nos auferet Orcus.
Ergo uiuamus, dum licet esse bene."

lunes, 9 de noviembre de 2020

La medicina perjudica la salud

Nuper erat medicus, nunc est uispillo Diaulus: 
Quod uispillo facit, fecerat et medicus.

Médico era hasta ayer, hoy es sepulturero Diaulo. 
Hace como enterrador él lo que hacía el doctor. 
 (Marcial, I, 47)

En este epigrama Marcial acusa a un tal Diaulo, que había sido médico antes que enterrador, de seguir haciendo lo mismo que hacía antes: embarcar a sus pacientes con Caronte rumbo al Más Allá. El epigrama es un dístico elegíaco compuesto por un hexámetro y un pentámetro dactílicos: el hexámetro presenta una premisa, mientras que el pentámetro sirve de conclusión con un desenlace inesperado que provoca la sonrisa por la crítica satírica que conlleva, con un mecanismo muy semejante al del chiste: concisión y sorpresa final. 
 
Un refrán castellano relaciona ambas profesiones con la misma gracia que el epigrama de Marcial: Del médico y del enterrador, cuanto más lejos mejor. Y no son pocos los proverbios que insisten en la conveniencia de mantenerse alejado de los galenos, que así se llama a los médicos en recuerdo de Galeno de Pérgamo, el médico personal del emperador Marco Aurelio: Abogado, juez y doctor, cuanto más lejos mejor da a entender que hay que evitar a los leguleyos o profesionales de la abogacía y de la justica, esa asociación de malhechores, así como a los de la medicina, calificados popularmente como matasanos, porque certifican nuestra muerte haciendo efectiva nuestra defunción y por los honorarios que cobran, ya que no es raro que en su propio beneficio prolonguen la necesidad de sus servicios innecesarios. Otro refrán castellano añade la figura no menos popular de la “suegra” a los males que hay que evitar: Suegra, abogado y doctor, cuanto más lejos mejor. 

En otro epigrama de nuestro Marcial (VI, 53) se nos habla de un tal Andrágoras que después de haberse bañado, cenado contento y acostado, fue encontrado súbitamente muerto de repente al amanecer del día siguiente sin causa exterior aparente. ¿Cual fue la razón de tan súbita muerte? ¡Había visto en sueños que se le aparecía el médico Hermócrates! La sola visión del galeno le provocó la muerte instantánea y fulminante. 

Los médicos emplean una jerga especializada y grecolatina que ningún profano puede entender para hablar de las cosas más sencillas e impresionar así al enfermo ocultándole la realidad, el cual se deja engañar por estos matasanos en connivencia con los boticarios y la poderosa industria farmacéutica que vive gracias a ellos a costa de nuestra preocupación por la salud. No es raro que mucha gente tenga más miedo a los médicos y a los hospitales que a la enfermedad.
 
Puede afirmarse sin empacho ninguno algo que puede parecer poco serio a primera vista, es más, parecerá un chiste como estos epigramas de Marcial, pero que tiene la virtud, por lo paradójico de su formulación, de hacernos reflexionar un poco, y de conectar al mismo tiempo con el escepticismo popular, que pone todas las certezas en duda: La medicina es perjudicial para la salud, se ha convertido en la enfermedad mortal de nuestra vida. La obsesión rayana en la histeria por la salud destruye nuestra vitalidad, es autolesiva y mortal de necesidad.

 Extracción de la piedra de la locura, Jerónimo Bosco (1475-1480)

Aldous Huxley, el autor de la espléndida novela A brave new world, que se ha traducido entre nosotros como Un mundo feliz, era por cierto médico, y dejó dicho entre otras cosas: “Ahora la medicina ha progresado tanto... que ya todos somos enfermos”. Todos, en efecto, somos pacientes dentro del estado terapéutico y profiláctico en el que vivimos, que mira por nosotros y vela por nuestra salud hasta convertirnos en enfermos crónicos de por vida.

El campo de la salud-enfermedad constituye un terreno privilegiado para el ejercicio autoritario y despótico del poder, desde antes del nacimiento, pasando por una interminable sucesión de momentos claves de nuestra vida, hasta el trance de la muerte: subordinan nuestra existencia a lo que las "autoridades sanitarias" entienden por salud, es decir, a la profilaxis. Nacemos y morimos en un hospital. Y la vida se ensombrece por el constante miedo a la muerte. Y la salud, por el fantasma de la enfermedad y la obsesión por cuidarse uno, cuando lo más saludable sería descuidarse, despreocuparse.

La búsqueda de la salud se ha convertido en el factor patógeno predominante, una obsesión similar a la búsqueda de la salvación del alma en la Edad Media. De hecho la palabra latina salutem, que es el origen de nuestra salud, significa “salvación” antes que “salud”, como en el hexámetro aquel virgiliano: ūna salus uictīs, nullam spērāre salūtem: La salvación del vencido es no esperar salvaciones.
Medicus es en latín el que practica el ars medendi (del verbo mederi, cuidar, tratar, poner remedio, de donde proceden las palabras relacionadas: medicus, remedium -pero a veces es peor el remedio y sus efectos secundarios o daños colaterales que la enfermedad, como advierte otro refrán popular-, medicina, medicamentum, medicare, meditari -la palabra meditación también viene de ahí), y al médico se le dice en latín, ya desde la traducción de la Vulgata del evangelio de Lucas, Medice, cūrā tē ipsum: Médico, cúrate tú a ti mismo (y déjanos en paz a los demás).
 
Preocuparse por la salud no es saludable, no nos deja vivir,  pone en peligro nuestro bienestar físico y psíquico. Ya a finales del siglo pasado, cobró auge la medicina profiláctica, la que ahora padecemos en el siglo XXI,  que se dedica más a prevenir enfermedades que a curar las que uno tiene. La medicina curativa, la medicina de verdad, está despareciendo en favor de la medicina preventiva o profiláctica, ese monstruo hermano de la guerra preventiva que en nombre de la paz futura e hipotética arruina la presente, que era la única que había. Asimismo la profilaxis, en nombre de nuestra salud futura, arruina nuestro bienestar presente con chequeos, preocupaciones y análisis interminables. 
 
Contra la medicina que cura o que alivia el dolor si no puede curarlo no hay nada que objetar, todo lo contrario. Lo malo es que la medicina se dedica cada vez más a "prevenir" enfermedades que a curar las que hay, y es entonces cuando no nos deja vivir con análisis, chequeos y monsergas, haciéndonos responsables de "nuestro" estado de salud y "nuestro" cuerpo. Hay demasiada obsesión, que está muy bien vista y es políticamente correcta, por la prevención. No hay más que ver que no se publica revista, sobre todo de las dirigidas especialmente al público femenino, que no incluya su apartado dedicado a la alimentación sana, a la prevención de tal o cual enfermedad, dietas de adelgazamiento etc. Tampoco falta cadena de televisión o de radio que no tenga su programación con expertos hablando de salud. También tenemos el coñazo del médico que nos recomienda, por ejemplo:  beber mucha agua, tomar la tensión con regularidad, hacer ejercicio… moderado, no vaya a ser que nos dé un infarto. 
 
La propia Organización Mundial de la Salud señala que tratar a los pacientes "ya no es suficiente" y aboga por empezar a prevenir enfermedades, por aquella memez de "más vale prevenir que lamentar (o curar)". Por todo lo cual, si rezáramos al deus medicus Esculapio, o Asclepio como le llamaban los griegos, además de pedirle que nos libre de la OMS,  le rogaríamos como hacía el llorado Ivan Illich: «No nos dejes caer en el diagnóstico y líbranos de los males de la salud».