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miércoles, 31 de mayo de 2023

¿Futuro? No, gracias. (I)

    El poeta bilbilitano Marcial  plantea en este epigrama (el núm. 58 del quinto libro de sus Epigrammata) una variación sobre el tópico del "carpe diem". Está dedicado a un tal Póstumo, que aunque puede valer como nombre propio de una persona, no deja de ser también un nombre común significativo, en concreto un adjetivo que quiere decir último, postrero, superlativo como es de post 'después', y que puede servir para designar a cualquiera que posterga o pospone su vida a título póstumo para el incierto día de mañana:


Dices que vas a vivir mañana, Póstumo, siempre.
Ese mañana, di,     Póstumo ¿cuándo vendrá?
¿Cuán lejos, dónde está ese mañana? Y ¿en dónde se logra?
¿Se halla en Persia tal vez      o en los armenios quizá?
Tiene ya ese mañana los años de Príamo o Néstor.
Ese mañana, di,     ¿cuánto te puede costar?
¿Vas a vivir? Para eso ya es tarde, Póstumo, ahora:
Sabio es aquél que vivió,     Póstumo, el día de ayer.


 Cras te uicturum, cras dicis, Postume, semper.
Dic mihi, cras istud, Postume, quando uenit?
Quam longe cras istud, ubi est? aut unde petendum?
Numquid apud Parthos Armeniosque latet?
Iam cras istud habet Priami uel Nestoris annos.
Cras istud quanti, dic mihi, possit emi?
Cras uiues? hodie iam uiuere, Postume, serum est:
Ille sapit, quisquis, Postume, uixit heri.

(Marcial, libro V, 58)

    Nótense las veces que se repite "cras" (mañana) en el poema original: nada más y nada menos que siete veces (cinco en mi traducción). Es un adverbio que significa "mañana" en latín. En inglés se conserva esa palabra fosilizada en "procrastination", que es la acción de dejar las cosas para mañana. Veo que la Real Academia Española ha adoptado el verbo "procrastinar" con el significado de diferir y aplazar, supongo que como anglicismo; un anglicismo en todo caso de origen latino.


    Lo que nos aconseja la tarjeta stop procrastinating and start working en la lengua del Imperio es que dejemos de aplazar las cosas para mañana -"no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" dice nuestro refranero- y que comencemos a trabajar; lo que nos dice Marcial, mucho más bonito que eso que circula por la Red, es que dejemos de aplazar la vida para el incierto día de mañana y que comencemos a vivir -no a trabajar- ahora. 

    Lope de Vega tal vez se inspiró en el epigrama de Marcial que comentamos cuando compuso aquel célebre verso "siempre mañana y nunca mañanamos" del soneto amoroso en que se quejaba de la dilación de su esperanza y que comenzaba: "Tanto mañana y nunca ser mañana". 

 

     No digamos nunca “Seré...”. No existe eso de haber de ser, de ir a ser, de tener que ser: o eres o no  eres. Ser o no ser, esa es la cuestión. No dejemos que intervenga el tiempo, que éntre el futuro en nuestras habitaciones mientras la casa, que está toda ella en llamas, se quema irremediablemente. Salgamos ahora mismo.   

    No digamos nunca, aconseja Marcial, “Mañana seré feliz, mañana tendré éxito, mañana se producirá la revolución y el mundo será un lugar más hermoso”. Mañana es nunca porque mañana, igual que ayer, es una palabra que sólo significa una cosa: ahora no.

    Así que no tenemos futuro, porque el futuro es la muerte y a nosotros nos queda todavía mucha cuerda, ahora mismo, para seguir dando guerra por delante.
  

domingo, 22 de agosto de 2021

El mito de Europa

No sólo los antiguos creían en los mitos. También los modernos creemos en ellos, otros mitos pero mitos al fin y a la postre. El problema es que muchas veces nos pasa desapercibido el carácter mítico de nuestras propias creencias, de nuestras supercherías; tan nuestras que son y tan firmes y arraigadas como las tenemos, no somos capaces de verlas en primer lugar y de cuestionarlas mínimamente con sentido crítico en última y no menos importante instancia. 


El rapto de Europa  Max Beckmann (1933)

Un buen ejemplo puede ser el mito de Europa, de la que tanto se oye hablar últimamente a propósito de la Unión Europea. Para los antiguos, Europa era una princesa fenicia de la que se enamoró Zeus o Júpiter, que le decían los romanos,  cuando la vio jugando con sus amigas en la playa de Sidón, o de Tiro, según otras fuentes. El dios, enardecido de amor por la belleza de la muchacha,  se transformó en un toro de resplandeciente blancura y cuernos en forma de luna creciente -"media Luna los cuernos de su frente", que cantó Góngora-; y se tumbó  mansamente a los pies de la doncella. Ella, asustada al principio, cobró ánimo y acabó confiándose, acariciando al toro y sentándose sobre su lomo, momento en el que la bestia aprovechó para lanzarse al mar y llevársela consigo. 

La travesía, rumbo a Occidente, acabó en la isla de Creta, donde el dios -el "mentido robador de Europa"  según el verso gongorino o el "engañoso toro" según el hendecasílabo de Lope- que la raptó se une carnalmente a la virgen, y, como recompensa, otorga el nombre propio de la princesa a esa parte del mundo donde se había producido su unión: había nacido Europa como fruto de un rapto y de una violación.

El rapto de Europa, Tiziano (1562)

El toro, cuya forma había adoptado Zeus se convirtió, posteriormente, según la leyenda, en una constelación que fue colocada entre los signos del zodíaco y que conserva, como cultismo, su antiguo nombre: tauro.

Así canta el poeta Horacio, en su Oda III, 27, versos 25-76 la historia en estrofas sáficas (tres hendecasílabos al modo de Safó de Lesbos y un adonio, que es la continuación del tercero con un pentasílabo dactílico):  Tal Europa blanco el costal al falso / toro le confió, y ante el mar preñado / de alimañas palideció la osada, y entre peligros. / Ávida hace poco de flor en prados / y del ramo artífice grato a ninfas, / nada vio en la noche difusa, salvo olas y estrellas. / Y ella, cuando a Creta arribó, notable /  por cien villas, díjole: “Padre, oh nombre / de hija que he dejado y piedad vencida por mi arrebato, / ¿desde dónde a dónde llegué? Es la muerte / poco a error de virgen. ¿Lamento en vela / torpe acción, o búrlame de pecados libre, la imagen / vana, que al salir por la marfileña / puerta trajo el sueño? ¿Mejor ha sido / ir por vastas mares o hacer de flores frescas manojo? / Si alguien hoy me diera al infame toro, / irritada yo intentaría herirlo / a cuchillo y cuerna romper al monstruo antes bienquisto. / Sin pudor dejé la paterna casa. / Sin pudor retraso mi muerte. Oh, si uno / de los dioses me oye, que entre leones yo ande desnuda, / antes que una torpe vejez arrugue / frescas mis mejillas y el jugo huya / de esta tierna presa, ser pasto hermosa quiero de tigres. / ¡Vil Europa, te urge tu padre ausente!  / ¿Qué, a morir esperas? De fresno puedes / tal colgar tu cuello con ceñidor que bien te acompaña. / O si gustas para morir escollos / y arduas rocas, ea, a borrasca date / ya veloz; si hilar la servil tarea, sangre de reina, / no prefieres, y a ama extranjera darte / concubina.” Venus se hallaba al lado / de quejosa riéndose en falso, y su hijo, / su arco depuesto. / Luego, habiendo mucho reído, dijo: / “Te abstendrás de iras y bruscas riñas, / cuando el toro que odias te dé sus cuernos / que quebrarías. / Ser la esposa ignoras de Jove invicto; /  deja tu sollozo, a llorar aprende / bien tu gran fortuna: tendrá tu nombre parte del mundo”. 


 Europa, fotografía de Madame Yevonde (1935)

En la oda de Horacio que hemos leído, Europa no ha sido totalmente abducida, sino seducida por el toro bravo, lo que explica sus sentimientos de culpabilidad, como si ella misma fuera responsable de haberse dejado arrastrar por la fuerza descomunal del deseo en forma de poderosa y bravía res.  

 
En la literatura española son muchos los tratamientos de este tema, podemos tomar como ejemplo el soneto núm. 87 de Lope de Vega “De Europa y Júpiter” que da voz a Europa quien, una vez desvirginada, derrama lágrimas (perlas) y lamenta la pérdia de su virginidad (“¡perdí las flores!”): Pasando el mar el engañoso toro, / volviendo la cerviz, el pie besaba / de la llorosa ninfa, que miraba / perdido de las ropas el decoro. / Entre las aguas y las hebras de oro, / ondas el fresco viento levantaba, / a quien con los supiros ayudaba / del mal guardado virginal tesoro. / Cayéronsele a Europa de las faldas / las rosas al decirle el toro amores, / y ella con el dolor de sus guirnaldas, / dicen que lleno el rostro de colores, / en perlas convirtió sus esmeraldas, / y dijo: «¡Ay triste yo!, ¡perdí las flores!».

Son muchos los pintores, además, que han plasmado en sus lienzos el rapto de Europa en todos los tiempos, desde Tiziano, como hemos visto arriba, hasta Picasso, por ejemplo, o Botero entre los contemporáneos. Ellos han alimentado el mito del que luego se han aprovechado los gobiernos para dar vida al fetiche político y económico, tanto monta, de una entidad fantasmagórica.  

El rapto de Europa, Maarten de Vos (1590)

El simbolismo de esta princesa fenicia, por otra parte, está abierto a toda clase de sugerencias e interpretaciones: "ex Oriente lux" dice el proverbio latino, que significa que de Oriente nos viene la luz del sol, como vienen de Oriente los Reyes Magos, en la tradición cristiana, a adorar al recién nacido... Y de Fenicia, en concreto, tomaron los griegos algo tan importante y crucial para nuestra cultura como el alfabeto, que es el origen del abecedario latino que empleamos hoy casi universalmente.  Así que de Oriente nos vino, al menos, la escritura alfabética, y con ella el comienzo de la historia humana propiamente dicha.
 
 
Europa, Valentin Serov (1910)

Los mitos modernos, tales como el Progreso, Europa, la Democracia, los Mercados, la Ciencia... y un larguísimo etcétera son mucho más prosaicos que los antiguos, como podéis comprobar, pero no menos poderosos y más dogmáticos, por lo que no es mal ejercicio desmitificarlos, es decir, analizarlos, disolverlos como si de un análisis químico se tratara. Nos exigen no sólo la fe ciega de que creamos en ellos sin ponerlos nunca en tela de juicio, como antes hemos dicho, sino también  que hagamos algún sacrificio que otro en sus altares,  sacrificio que a veces consiste en nuestro propio holocausto.

 Rapto de Europa, Botero (1995)

"Somos conscientes de los sacrificios exigidos para fortalecer Europa", ha dicho recientemente un prohombre del Estado y político de las finanzas elegido democráticamente. Lo ha dicho en pleno siglo XXI de la era moderna. Ha querido decir que hay que fortalecer el dogma de un artículo de fe, un mito ("Europa"), que hay que darle credibilidad -ahora no dicen "fe", que suena a religión, sino "credibilidad", que es lo mismo pero parece más moderno y distinto porque,  frente a la monosilábica "fe",  la "credibilidad" tiene nada más y nada menos que el empaque de cinco sílabas, lo que le da mucha más enjundia a la palabra. Hay que fortalecer a Europa, ha dicho,  aunque exija en sus aras y a tumba abierta  el sacrificio de todos los europeos.


En la moneda griega de dos euros figura hoy, qué paradoja, el rapto de Europa, dando a entender mucho más de lo que parece que representa. ¿No será acaso el toro bravo hoy en día una metamorfosis no ya del obsoleto Júpiter o del no menos rancio Zeus, sino del propio Euro, la "moneda única" que es la última epifanía del poderoso caballero Don Dinero (Quevedo dixit), o Das Kapital, que diría don Carlos Marx, el nuevo, único y moderno dios verdadero que rige los destinos no sólo de la llamada comunidad o Unión Europea,  que necesita estar constantemente fundándose y refundándose,  sino también del mundo mundial entero? 
 

Una muestra del humor genial de Forges abunda sobre el mismo tema, muestra el moderno "rapto" de Europa.
 

martes, 9 de febrero de 2021

La nave del Estado

Hay expresiones cuyo carácter traslaticio o metafórico nos pasa casi desapercibido cuando las utilizamos, y que, al emplearlas, nos utilizan en realidad ellas sin darnos cuenta a nosotros configurando nuestro pensamiento con sus poderosas imágenes.


Esto sucede cuando tomamos en castellano, por ejemplo, la palabra “gobierno” y nos planteamos si tenemos un buen o un mal gobierno, un gobierno de izquierdas o de derechas, conservador o progresista, si hay cambio o no de gobierno etc., porque estamos presuponiendo que existe algo como "gobierno" y que nuestros gobernantes pilotan -he aquí la metáfora que subyace- la nave que es el Estado en su cabotaje hacia buen puerto... 
 
Estas palabras de “gobierno” y “gobernar”, en efecto, del ámbito marinero y proceden respectivamente de las latinas “gubernum” y “gubernare”, que están presentes en las lenguas derivadas del latín, incluido el inglés, aunque no provenga directamente de allí, y están relacionadas con la metáfora de la navegación, porque su sentido no se explica si no es partiendo de la alegoría de la nave del Estado, abundantísima en la literatura clásica grecolatina como veremos y en los escritores cristianos, para quienes la nave simboliza no ya el Estado sino la Iglesia.

Un elemento importante en la nave es el timón, que en latín se llama precisamente gubernum (cf. gobernalle), por lo que gubernare significa etimológicamente timonear la embarcación, es decir pilotarla, y de ahí surge el sentido general de conducir, dirigir a alguien o algo en una dirección.
 

El verbo latino guberno está emparentado con el griego κυβερνάω (kybernáo). Ambos significan manejar el timón de la nave, pilotar el barco. La palabra timonel se dice en latín gubernator y en griego κυβερνήτης (kybernétes), de donde deriva, por cierto, nuestra cibernética o arte de navegar en las procelosas aguas de ese otro mar que es la Red Informática Universal y su tupido entramado de redes y retículas sociales.

No es extraño que fuera en griego clásico donde quizá por primera vez surgió la poderosa metáfora, o mejor alegoría, de la nave del Estado, de la cosa pública o comunidad política como una nave en la que cada cual cumple su cometido, dirigida por el gobernante que es quien lleva el timón; nació en el seno de la lengua de un pueblo navegante y, a la par, fundador del sistema político de gobierno democrático que padecemos. 

Se ha rastreado el origen de la metáfora en la poesía de Alceo de Mitilene, quien en el siglo VI antes de Cristo consagra la imagen para hablar de su πόλις (pólis) o ciudad-estado  a la deriva zarandeada por la tempestad a causa de la discordia civil. Habla en concreto de una nave azotada por la tormenta, y exhorta a la tripulación a salvar la ciudad dirigiendo la nave a buen puerto. Alceo a su vez, por lo que parece, habría tomado la metáfora de Arquíloco, otro poeta lírico anterior a él,  según unos versos hallados en un papiro. En todo caso, ambos poetas helenos abundan en metáforas náuticas, surgidas de los peligros que entraña la navegación en el mar Egeo. 


Cicerón consagrará en la literatura latina, en sus discursos políticos, la alegoría del gobierno como timón de la nave del Estado (“in gubernanda re publica», dirá numerosas veces: en la república que ha de ser gobernada como si fuera una nave, en el gobierno de la república). La cita literaria, sin embargo, más celebrada, que se hace eco del modelo literario de Alceo, es la del poeta Horacio, que advertía de los peligros de regresar a las guerras civiles que asolaron el final de la república romana tras haber logrado la paz. 

La oda de la nave del Estado de Horacio, que es la número XIV del libro primero de los Carmina, se compone de cinco estrofas de cuatro versos cada una, los dos primeros son asclepiadeos menores, el tercero es un ferecracio y el cuarto un gliconio. Es la llamada asclepiadea B o segunda. Señalo sus esquemas rítmicos con los siguientes signos de mi convención: + para sílaba marcada rítmicamente con el acento de palabra en principio en castellano, y – para la que no marca ritmo y en principio átona: asclepiadeo menor 12 sílabas (+ - + - - + // + - - + - +), ferecracio 7 sílabas (+ - + - - + -) y gliconio 8 sílabas (+ - + - - + - +). Llamo la atención del lector sobre cómo el poeta procura que no coincidan las unidades sintácticas con las métricas, y cómo un verso suele encabalgarse ya sea suave- o abruptamente en el siguiente; y cómo ni siquiera coincide la frase con la estrofa, que también se precipita a veces sobre la siguiente. He aquí la oda de Horacio en versión rítmica: 

Nave, nuevas te van olas a ti a arrastrar/ a la mar. ¿Qué haces? Ay, gana con decisión/ puerto. ¿No ves de remos/ que tu flanco desnudo está, 

y que el palo mayor que Ábrego raudo hirió/ gime, y vergas también, y sin maromas no/ puede apenas tu quilla/ resistir el embate atroz

de la mar? Velas no tienes enteras tú,/ ni dioses que invocar, mal si otra vez te ves./ Por más pino del Ponto, / hijo de ínclito bosque tú, 

que te jactes de honor vano y de condición:/ asustado el patrón nada en tu pátina/ fía. Cuida, juguete/ si no quieres de vientos ser. 

Tú, hace poco que a mí me eras fastidio atroz,/ y hoy mi anhelo y mi no poca preocupación,/ huye de olas que rompen/ en espléndidas Cícladas. 

Entre nosotros Lope de Vega se hace eco en su poesía de la metáfora de la nave aplicándosela a su propia peripecia humana, por aquello de que lo que vale para la comunidad política vale también para el individuo personal (“El Estado soy yo”, ergo “Yo soy el Estado), en aquellos memorables versos: “Pobre barquilla mía/ entre peñascos rota,/ sin velas desvelada,/ y entre las olas sola...” 

 

Si partimos de que el Estado es una nave, lo que no deja de ser una arriesgada y discutible metáfora pese a su largo recorrido, se supone que no está fondeada y anclada en el puerto, sino que navega y no a la deriva, sino rumbo a alguna parte, cuya travesía tiene algún sentido. Esa es la mayor petición de principio: que el Estado o, si se quiere, la Humanidad en general va hacia algún sitio previamente conocido, progresa, avanza hacia delante. Para su singladura a Dios sabe dónde y para no estar a merced del oleaje y de los vientos e irse a pique necesita, además de unas velas y unos remos para bogar, un timón que dirija su rumbo; el timón precisa que alguien, el timonel o piloto, lo gobierne marcando el destino y siguiendo la previamente trazada “hoja de ruta” -otra metáfora que les encanta a los políticos profesionales y que no deja de ser una mala traducción del inglés "roadmap", por cierto. 
 
Los gobiernos, ante cualquier crisis como la sanitaria actual que padecemos y que no deja de ocultar una crisis económica, elaboran haciendo uso de esta metáfora una narrativa oficial exculpatoria de su gestión según la cual ellos dirigen la nave con la ayuda del timonel que maneja el gobernalle, y han de llevarnos a buen puerto en medio de una tormenta en la que se suceden, una tras otra, las olas de contagio pese a las medidas restrictivas cada vez mayores y que parecen no surtir efecto. 
 
La metáfora del oleaje como fuerza desencadenada de la naturaleza viene a sumergirnos -ya vamos por la tercera o cuarta ola- aún más en una tempestad que, pese a todos los avances tecnológicos y pronósticos, no podía haberse previsto y de la que las autoridades no se sienten responsables. 
 
Se precisa entonces de un chivo expiatorio: y ese chivo emisario es el sacrificio de la gente en general -de todos, se nos dice- y de la juventud en particular, y se culpabiliza sobre todo al foráneo, al extranjero,  al viajero, al que nos ha traído de fuera y metido dentro el mal, la pestilencia.  Esto implica cierre de fronteras que habían desaparecido en la vieja Europa, y no solo nacionales, sino regionales y hasta municipales y comarcales, en un intento desesperado de ponerle puertas al campo y diques al mar.

Como contrapunto a esta metáfora náutica de que el Estado es una nave que navega hacia un puerto del mapa y, a la vez, como contrataque, nos sirve la inolvidable Canción Marinera de León Felipe (1884-1968): Todos somos marineros, / marineros que saben bien navegar. / Todos somos capitanes, / capitanes de la mar. / (…) / marinero.../ capitán.../ no te asuste/ naufragar/ que el tesoro que buscamos,/ capitán,/ no está en el seno del puerto/ sino en el fondo del mar.

sábado, 12 de diciembre de 2020

"Siempre mañana y nunca mañanamos"

Tengo que analizar un soneto de Lope de Vega y no puedo entender bien este verso: "Siempre mañana y nunca mañanamos". Yo sé que mañanar es una palabra inventada, porque no viene en el diccionario. Viene “mañanear”, que significa “madrugar habitualmente”, pero me parece que no es lo mismo... Así que yo no le veo ningún sentido. ¿Alguien me ayuda? 


 "Mañana está lejos"

Imagina que alguien te responde aquí mismo hoy por ejemplo: “Mañana te echo una mano”. Insatisfecho con la respuesta, vuelves al día siguiente a ver si alguien ha añadido algo nuevo, y te encuentras que no hay nada: mañana: la misma respuesta. Y así día tras día en constante procrastinación. En conclusión: mañana nunca llega, porque siempre será mañana, tiempo futuro, inexistente; y si por un casual llegara, siempre será "pasado mañana". 

Hagamos un poco de etimología, que siempre puede venir a cuento, recurriendo al maestro Corominas: La palabra mañana viene del latín vulgar maneana, que era un adjetivo derivado del adverbio mane que significaba “por la mañana” (ing. morning), del que procede nuestro amanecer precisamente. El adjetivo probablemente se empleaba acompañando a la palabra hora en expresiones como: in hora maneana: "en hora temprana, de madrugada", y la expresión se abrevió, como tantas veces sucede, por economía lingüística que se dice: (in hora) maneana.

Había otro adverbio en latín clásico que era cras y quería decir "en el día siguiente al de hoy" (ing. tomorrow), que se ha perdido en castellano actual, aunque lo conservamos inserto en el cultismo procrastinar: “diferir, aplazar, dejar las cosas para mañana”. En latín clásico mañana por la mañana se decía cras mane
 
En los dos versos finales del bellísimo soneto de Lope ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? vuelve sobre la misma idea de "siempre mañana y nunca mañanamos".  Copio y pego: ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?/ ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,/ que a mi puerta, cubierto de rocío,/ pasas las noches del invierno oscuras?/ ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,/ pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,/ si de mi ingratitud el hielo frío/ secó las llagas de tus plantas puras!/ ¡Cuántas veces el ángel me decía:/ «Alma, asómate ahora a la ventana,/ verás con cuánto amor llamar porfía»!/ ¡Y cuántas, hermosura soberana,/ «Mañana le abriremos», respondía,/ para lo mismo responder mañana!


Viñeta de Máximo publicada en El País el 30 diciembre de 2006


Otro poeta más moderno, José Bergamín, inspirándose en el verso de Lope de Vega que nos trae a mal traer escribió este ingenioso soneto en octosílabos con rima consonante, que es una preciosa reflexión sobre el tiempo presente, pasado y futuro, incluido en “Otros sonetos”, que copio y que empieza precisamente citando a Lope. 

"Siempre mañana y nunca mañanamos." Lope.

Mañana está enmañanado/ y ayer está ayerecido:/y hoy, por no decir que hoyido,/ diré que huido y hoyado.

A tal extremo ha llegado/ hoy a perder el sentido/ que al mañana ha convertido/ en "cualquier tiempo pasado".

Un ayer futurizado/ y un mañana preterido/ nos han escamoteado

un hoy por hoy suspendido/ de un mañana anonadado/ y de un ayer evadido.