Creer viene del latín 'credere', un término compuesto de dos raíces indoeuropeas: *kerd- 'corazón' (presente en el latín cor cordis, en el griego y derivados modernos cardía y en el inglés heart) y *dhē 'poner', cuyo significado primitivo sería, por lo tanto, 'poner el corazón', en el sentido de confiar, con un claro componente afectivo, mientras que 'pensar', que es el doblete culto del término patrimonial 'pesar', deriva del latín 'pensare', que significaba en principio valorar, medir, sopesar, aludiendo a una operación, como si dijéramos, más objetiva que se basa precisamente en la desconfianza de poner en tela de juicio lo que se cree.
Pensar, igual que razonar, es esencialmente repensar, revolverse contra el propio pensamiento: reflexionar, negarse a creer, es decir, desconfiar, no confiar en lo que uno cree. Cuando pensamos, pesamos y sopesamos, pero no emitimos opiniones personales, que no dejan de ser una interrupción del pensamiento que permite el afloramiento de las creencias.
El pensador, lejos de adherirse inmediatamente a sus opiniones, por el contrario, las cuestiona: no sólo piensa por sí mismo, sino también contra sí mismo. No solo debe desconfiar de los demás, sino también de sí mismo en primera instancia. ¿Es placentera esta lucha contra uno mismo? Es más fácil y por tanto más agradable aferrarse a las propias creencias que andarse cuestionando uno siempre a sí mismo y a los demás.
El hecho es que llamamos “verdadero” a lo que “creemos” que es verdad. Pero la verdad sólo es accesible por la vía negativa si el individuo piensa, reflexiona, es decir, si se cuestiona. Si el individuo deja de pensar, cree saber, pero podría ser que lo que él cree que es verdad sea, de hecho, falso. Por lo tanto, debe permanecer vigilante, continuar dudando, diciendo que no a sus propias opiniones.
Por un lado, “decimos que sí”, y tenemos más que pensamientos, ideas ya constituidas y fijadas, que ya no nos tomamos la molestia de cuestionar; tenemos ideas, pensamientos enquistados, encapsulados, es decir opiniones, pero precisamente ya no pensamos: creemos. Por otro lado, decimos que no, pensamos, reflexionamos y, con ello, empezamos a mover, cuestionar, de nuevo, creencias y opiniones, las de los demás, pero también las nuestras.
Hay que oponer, por lo tanto, “pensar” y “creer” y reconocer que la creencia es el único y verdadero adversario del pensamiento, y llegar a formular clara- y concisamente que pensar es dejar de creer. Poca gente entiende una formulación como esta, tan clara y sencilla como es sin embargo, porque la gran mayoría, e incluso aquellos que parecen despojados de toda religión, busca en las ciencias oráculos en los que puedan creer y depositar su fe, una fe religiosa a la que puedan adherirse.
El verdadero pensamiento o reflexión sería el escéptico que no renuncia a la búsqueda de la verdad, sino que la examina ("skeptomai", en griego, significa : "examino"). Por el contrario, la creencia sería “dogmática”: quien cree, no sólo afirma, sino que rechaza todo cuestionamiento. En otras palabras, el pensamiento (verdadero) sería el pensamiento “vivo”, el que está siempre en movimiento, el que se cuestiona constantemente. De nuevo, por el contrario, la creencia sería el pensamiento "muerto", el que está congelado, el que "se detiene" en una idea, es decir sobre una opinión, la considera verdadera, y por lo tanto no la cuestiona más.
Creer, en este sentido, es pues dejar de pensar. Y pensar es algo que uno debe hacer por sí mismo, sin dejar que otros piensen por uno porque esta función no puede delegarse democráticamente en la mayoría y en el fetiche fantasmagórico de la opinión pública, que no deja de ser una imposición estadística, esto es, del Estado y del capital, pero al mismo tiempo debe hacerse en común con los demás y contra ella. Creer que uno puede pensar, solo, es una ilusión; obviamente necesitamos a otros para ayudar a que nuestro pensamiento evolucione, a que nos ayuden a pensar contra nosotros mismos, es decir, contra nuestras creencias y opiniones personales.


Los hombres quieren volar, pero temen al vacío.
ResponderEliminarNo pueden vivir sin certezas. Por eso cambian el vuelo por jaulas.
Las jaulas son el lugar donde viven las certezas.
Fiódor Dostoievski
Los hermanos Karamazov