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martes, 11 de noviembre de 2025

Creer y pensar: no es lo mismo

    Creer viene del latín 'credere', un término compuesto de dos raíces indoeuropeas: *kerd- 'corazón' (presente en el latín cor cordis, en el griego y derivados modernos cardía y en el inglés heart) y *dhē 'poner', cuyo significado primitivo sería, por lo tanto, 'poner el corazón', en el sentido de confiar, con un claro componente afectivo, mientras que 'pensar', que es el doblete culto del término patrimonial 'pesar', deriva del latín 'pensare', que significaba en principio valorar, medir, sopesar, aludiendo a una operación, como si dijéramos, más objetiva que se basa precisamente en la desconfianza de poner en tela de juicio lo que se cree.

    Pensar, igual que razonar, es esencialmente repensar, revolverse contra el propio pensamiento: reflexionar, negarse a creer, es decir, desconfiar, no confiar en lo que uno cree. Cuando pensamos, pesamos y sopesamos, pero no emitimos opiniones personales, que no dejan de ser una interrupción del pensamiento que permite el afloramiento de las creencias. 

     El pensador, lejos de adherirse inmediatamente a sus opiniones, por el contrario, las cuestiona: no sólo piensa por sí mismo, sino también contra sí mismo. No solo debe desconfiar de los demás, sino también de sí mismo en primera instancia. ¿Es placentera esta lucha contra uno mismo? Es más fácil y por tanto más agradable aferrarse a las propias creencias que andarse cuestionando uno siempre a sí mismo y a los demás.

    El hecho es que llamamos “verdadero” a lo que “creemos” que es verdad. Pero la verdad sólo es accesible por la vía negativa si el individuo piensa, reflexiona, es decir, si se cuestiona. Si el individuo deja de pensar, cree saber, pero podría ser que lo que él cree que es verdad sea, de hecho, falso. Por lo tanto, debe permanecer vigilante, continuar dudando, diciendo que no a sus propias opiniones. 

     Pensar es liberarse. “Pensar es negar lo que se cree”. Si el pensador “dice que no”, es, de hecho, a sí mismo, y más precisamente a sus propias creencias y opiniones. El verdadero pensamiento (reflexión) no es más que una lucha contra las creencias.

    Por un lado, “decimos que sí”, y tenemos más que pensamientos, ideas ya constituidas y fijadas, que ya no nos tomamos la molestia de cuestionar; tenemos ideas, pensamientos enquistados, encapsulados, es decir opiniones, pero precisamente ya no pensamos: creemos. Por otro lado, decimos que no, pensamos, reflexionamos y, con ello, empezamos a mover, cuestionar, de nuevo, creencias y opiniones, las de los demás, pero también las nuestras.

    Hay que oponer, por lo tanto, “pensar” y “creer” y reconocer que la creencia es el único y verdadero adversario del pensamiento, y llegar a formular clara- y concisamente que pensar es dejar de creer. Poca gente entiende una formulación como esta, tan clara y sencilla como es sin embargo, porque la gran mayoría, e incluso aquellos que parecen despojados de toda religión, busca en las ciencias oráculos en los que puedan creer y depositar su fe, una fe religiosa a la que puedan adherirse. 

    El verdadero pensamiento o reflexión sería el escéptico que no renuncia a la búsqueda de la verdad, sino que la examina ("skeptomai", en griego, significa : "examino"). Por el contrario, la creencia sería “dogmática”: quien cree, no sólo afirma, sino que rechaza todo cuestionamiento. En otras palabras, el pensamiento (verdadero) sería el pensamiento “vivo”, el que está siempre en movimiento, el que se cuestiona constantemente. De nuevo, por el contrario, la creencia sería el pensamiento "muerto", el que está congelado, el que "se detiene" en una idea, es decir sobre una opinión, la considera verdadera, y por lo tanto no la cuestiona más.

    Creer, en este sentido, es pues dejar de pensar. Y pensar es algo que uno debe hacer por sí mismo, sin dejar que otros piensen por uno porque esta función no puede delegarse democráticamente en la mayoría y en el fetiche fantasmagórico de la opinión pública, que no deja de ser una imposición estadística, esto es, del Estado y del capital, pero al mismo tiempo debe hacerse en común con los demás y contra ella. Creer que uno puede pensar, solo, es una ilusión; obviamente necesitamos a otros para ayudar a que nuestro pensamiento evolucione, a que nos ayuden a pensar contra nosotros mismos, es decir, contra nuestras creencias y opiniones personales. 

sábado, 22 de marzo de 2025

El rearme

Ya tuvimos un ensayo general de cómo utilizar el miedo para la manipulación de las almas hace cinco años con la crisis pandémica, que resultó enormemente exitosa a escala planetaria. Los gobiernos quieren ahora, siguiendo por la misma senda, que la población civil -eufemismo de 'el pueblo'- se prepare para responder con resiliencia, maldita sea, a una crisis indefinida. 
 
Podría adoptar la forma de un accidente industrial, una fuga radiactiva, por ejemplo, o de un evento climático grave como una inundación (de hecho el calentamiento global, afirman, ha elevado el mar al nivel más alto desde que hay registros históricos), o de una nueva actualización de la pandemia universal, que sería una reedición remasterizada de la gripe aviar de 2004, cepa H5N1,  sin olvidar un conflicto armado, que parece que va a ser la situación crítica más probable e inminente, por lo que ahora pretenden el rearme -perdón por tan obsoleto vocablo- de la vieja Europa abogando por “una nueva comunidad europea de defensa”. La Comisión Europea, en efecto, ha decidido recientemente en este sentido que la UE invertiría hasta 800.000 millones de euros en militarización, o en seguridad, como prefieren camuflarla.  
 
 

Como si dos guerras mundiales sufridas el siglo pasado no hubieran sido suficientes, una Europa cada vez más dividida, pese al nombre de European Union, busca la unidad a través de la designación de un enemigo común, que sería Rusia, y a través de la movilización y la guerra como vía para lograr el dominio, lo que, en su versión más reciente, se denomina «paz», y a través del miedo exacerbado a  la Federación Rusa, olvidando que Rusia es parte, y no poco importante, de este viejo continente, que tras la Segunda Guerra Mundial promovió la cooperación y la paz.
 
Para impedir una paz real, se silencian las voces críticas en los grandes medios de comunicación. En cambio, los estadistas europeos conducen al continente, a ciegas y con gran alboroto, hacia la guerra en defensa de sus valores. Este es el camino claramente seguido por los Halcones guerreros europeos, que afirman, sin ningún rebozo, que Rusia amenaza nuestra convivencia.
 
¡Que vienen los rusos!... Y Europa se prepara para la guerra aquejada de furor militaris. La histeria se ha apoderado del continente. 
 
En este sentido, según el barómetro carpetovetónico del CISco o (Centro de Investigaciones Sociológicas) el 75% es decir casi ocho de cada diez españoles y españolas, exactamente siete y medio o media, ve necesario el rearme europeo, y dos de cada tres verían con buenos ojos la creación de un ejército común para hacer frente a los desafíos (y blablablá...) que el continente va a tener que afrontar en los próximos años. 

El CISco no sondea la opinión pública, sino que la conforma con sus datos estadísticos, creándola. Sus encuestas no revelan lo que la gente piensa, sino lo que debería pensar para ser políticamente correcta y saber cada cual a qué atenerse.  Manipulan la opinión pública con preguntas capciosas del tipo "¿Cree usted que ante una inminente invasión alienígena extraterrestre deberíamos disponer los europeos de efectivos militares comunes que nos defiendan de sus armas de destrucción masiva lanzadas indiscriminadamente contra la población civil?" Y, claro, cualquiera ante una pregunta así, responde que sí, que por supuesto, que no faltaba más, porque la pregunta tiene un sesgo que determina la respuesta. 
 
En su momento, y a propósito de la intrínseca perversidad de las encuestas, escribimos lo siguiente: Si se hace una encuesta es porque se pretende interpretar la realidad según las respuestas que se obtengan de los encuestados. Pero las preguntas encierran una trampa: modifican la realidad que pretendían interpretar. Supongamos que alguien nos pregunta: ¿Es usted partidario de dar un trato humanitario a los esclavos? Imaginemos una casilla que pone SÍ y otra que pone NO. Marcaremos una cruz bienintencionada en la casilla que pone SÍ. Hemos votado como buenas personas que somos por un trato humanitario, lo que en sí es éticamente irreprochable, pero hemos legitimado con nuestro voto la existencia misma de la esclavitud, lo que es bastante inhumano e inmoral. El problema es que la pregunta daba por sentado que hay esclavitud, que existe, que es una realidad física -y es verdad que la hay-, frente a la cual se puede adoptar una actitud u otra. Encuestas como ésta, sin querer tal vez o tal vez queriendo, justifican la esclavitud e inflan el globo del autobombo; de nuestros buenos propósitos de buenos samaritanos.
 

En vez de la palabra "rearme", que es un término que no le gusta mucho y que, por lo tanto, no comparte mucho,  el presi del ejecutivo prefiere camuflarlo como “salto tecnológico para reforzar la autonomía estratégica y para mejorar las capacidades de defensa”. Ahí queda eso. El mismo perro viejo, sarnoso y pulgoso con reluciente nuevo collar retórico. Y lo justifica pedagógicamente recurriendo al infame eufemismo: sustituye una palabra que entiende todo el mundo -rearme- por una frase incomprensible:  "Tenemos que hablar de otra manera y dirigirnos a los ciudadanos (se le olvidaron 'las ciudadanas', error imperdonable en su pulcra corrección política)  de otra manera cuando hablamos de la necesidad de mejorar la seguridad y las capacidades de defensa". Semejante sandez me recordaba a mí a aquella otra cuando decidió llamar al "toque de queda" que impuso en las Españas "restricción de movilidad nocturna". 

Rearme no, nada de rearme, por favor, porque implica forzosamente gastar en armas, y eso, como da a entender la docta Academia (rearmar: equipar nuevamente con armamento militar o reforzar el que ya existía) implica dinero. Por eso nuestra clase política gobernante justifica el dispendio como gasto en seguridad so pretexto de defender el país, y lo hace con el dinero de las arcas públicas de todos los contribuyentes, unos dineros como los de aquellas mascarillas que nos poníamos velis nolis que acabarán dilapidados en burdeles y en farlopa.

martes, 18 de marzo de 2025

Pareceres LXX

341.- Tala preventiva. Talan árboles viejos, sauces y plátanos de sombra sobre todo, en la ciudad por razones sanitarias y de seguridad vial y peatonal. Alegan los amigos del hacha y de la motosierra que sus raíces deterioran el césped, las aceras y algunos muros que corren el riesgo de desplomarse. Cortan árboles viejos, además, para que no caigan en la calle zarandeados por los vendavales sobre automóviles o peatones. Lo llaman tala preventiva. No tienen en cuenta que un árbol viejo equivale a cien árboles jóvenes recién plantados, y que es mejor un presente que dos porvenires, y que vale más cuidar los árboles viejos que apostar por los nuevos, que tienen muy pocas posibilidades de sobrevivir en un entorno hostil como es la gran ciudad. El problema es que consideran a los árboles como un objeto decorativo más de eso que llaman 'mobiliario urbano', no los tratan como lo que son, seres que han sobrevivido durante muchos años hasta ahora mismo y que deberían preservarse. Plantar por plantar como hacen después de haber derribado uno de estos ejemplares no soluciona nada. 
 
 
342.- Opinión Pública: La opinión pública no es la opinión del pueblo, porque el pueblo, como tal, no tiene una opinión, lo único que tiene es una lengua que le permite expresar cualquier opinión que se le ocurra, y a través de esa lengua se le impone la opinión privada de los individuos que mandan, es decir, de la clase dominante. La opinión pública es como la Fama, ese monstruo alado y veloz, lleno de ojos y oídos, sembrador de rumores que se alimenta del miedo y mezcla verdad con mentira. Lo curioso es que una opinión personal como tal no es más que eso, una opinión de una individuo que puede merecer respeto pero poco más -el respeto que merece es defensivo, respetamos la expresión de otro porque le exigimos que respete la nuestra a cambio-, pero cuando un número considerable de individuos comparte esa opinión personal se convierte en una opinión pública, como si el hecho de ser compartida estadísticamente y numéricamente por más individuos le diera más fuerza, la cantidad es el único criterio de la calidad. Mayoritariamente se convierte en una imposición, una verdad que se impone a los demás “a efectos prácticos”, aunque se reconozca que puede no ser verdadera ni acertada siquiera, pero funciona. 
 
343.- Legislatura progresista: Se les llena la boca a nuestras ministras y ministros hablando de que forman una coalición de progreso que hace que España avance adelante y siempre adelante, sin retroceder. Pero hay que pararse a pensar un poco y denunciar la ilusión del progreso, que no es más que eso: una ilusión de quienes sentimos una falta que nunca se llena y deseamos algo que no encuentra nunca su objeto final que nos haga dejar de desearlo. El capitalismo aprovecha esto vendiéndonos la idea -la ilusión, porque de ilusiones también vive y se vive- de que siempre estamos avanzando hacia algo mejor, cuando en realidad solo estamos desplazando nuestro malestar de un lado a otro. Además, la noción de tiempo lineal de la flecha con la punta hacia delante en la que se basa la idea de progreso es engañosa, porque la historia no avanza de manera uniforme, sino que está llena de repeticiones y retornos, por lo que el progreso no nos lleva a la plenitud, solo nos mantiene en un circuito de insatisfacción perpetua. 
 
 

 
344.- Nicho de negocio: No hay espacio o actividad humana que no sea vista por los “expertos” científicos-economistas como potencial nicho de negocio o de mercado. Da igual lo que sea: beneficencia, ayuda humanitaria, prostitución, religión, drogas, ciencia, universidades, farmacéuticas, ecología, turismo, feminismo, comunicaciones, transportes, depresión, tecnología, redes sociales, defensa, es decir, guerra... todo. Todo es un nicho de negocio. Resulta que al márquetin lo estábamos llamando “política”, y “democracia” a la ingeniería social del nuevo orden corporativo en ciernes, el del neocapitalismo tecnofeudal. Vivimos, según el economista griego Yanis Varufaquis (mejor que Varoufakis) bajo el «tecnofeudalismo», el sigiloso sucesor del capitalismo -el capitalismo ha muerto, afirma-, o feudalismo tecnológico en el que los nuevos señores feudales son los propietarios del capital que está en la nube, y los demás somos sus siervos, como en el medievo, un nuevo sistema de explotación. Los mercados tradicionales han sido desplazados por las plataformas digitales, que son auténticos feudos de las Big Tech, cuyo beneficio es la pura extracción de las rentas de nuestra conexión. 
 
345.- Deus ex machina: El historiador griego Polibio (200-118 ante), considerado el inventor de la historia universal, una historia que pretende abarcar todos los pueblos del Mediterráneo, uniendo todos los acontecimientos, centrada en Roma, su principal protagonista, nos ofrece una reflexión que no debe pasarnos desapercibida:  lo que ha sostenido a Roma ha sido la religión. Él no utiliza esta palabra, de la que no disponía su lengua, sino δεισιδαιμονία, que literalmente significa 'temor a los dioses, genios, démones o espíritus divinos', que a veces se traduce por 'superstitición'. Los antiguos habrían introducido esta superchería -creencia en seres supremos y en el castigo después de la muerte- para infundir temor y mantener el orden social, algo que “entre los demás pueblos ha sido objeto de mofa”. Si fuera posible, razona Polibio, constituir un Estado habitado solo por personas inteligentes, no sería necesaria la religión. Pero la masa no es inteligente y, por lo tanto, hay que engañarla y contenerla con el miedo a lo desconocido. Aunque no lo dice expresamente, la religión vendría a ser, como sugiere en otro pasaje de su obra, un recurso similar al que utilizan los autores trágicos cuando introducen al final de sus obras dramáticas un deus ex machina “puesto que sus planteamientos iniciales son irracionales y absurdos”. Algunas tramas se complican tanto que, para resolverlas, es preciso recurrir a la intervención sobrenatural de un personaje divino, para salir del callejón sin salida. 
 

sábado, 8 de marzo de 2025

Creando Opinión Pública

Tres reputados pandemiólogos largan en un foro sobre los retos del futuro: «Va a haber otra pandemia, pero no sabemos cuándo: tenemos que estar muy preparados».
 
Según el Financial Times, Europa debe recortar su Estado de bienestar (welfare State) en pro de un Estado de guerra (warfare State) y defender el continente.
 
La abogada dice: Con todo dolor de mi corazón, España debe mandar tropas a la guerra, y lo siento mucho por los que van a morir, especialmente por los jóvenes.
 
  Hay muchos capitostes que dicen que sobra población en el planeta, por lo que nada mejor, a fin de disminuirla, que una guerra a la que nos arrastran de cabeza.

En 1868, la comarca de El Bierzo vivió los efectos de la insurrección que derrocó a Isabel II, la Gloriosa, cuyo lema revolucionario fue «¡Abajo lo existente!».
 
El Jefe del Ejecutivo patrio aboga por una digitalización «humana y humanista», clamando, ojo al pareado, «contra una tecnocasta / que hace todo por la pasta».

¿Hasta qué punto la hipotética y futura guerra contra Rusia es una amenaza real o es un mero pretexto para incentivar así la economía y la política europeas?
 
El presidente francés, firme y empalmado ante los primeros acordes de La Marsellesa, llama a los ciudadanos europeos a las armas y a formar los batallones.
 
El Banco Central Europeo respalda la política de rearme de la Unión porque el gasto en defensa añade crecimiento y mejora la productividad al añadir innovación.
 

viernes, 15 de mayo de 2020

Monstrum horrendum, ingens

La Opinión Pública no existe naturalmente. Es un engendro  de los medios de comunicación que se impone a las masas a fuerza de repetición y de ampliación. El poeta Virgilio la personificó en la Eneida, donde nos presenta su célebre alegoría (libro IV, versos 173-190). 

Virgilio, obviamente, no la denominó con el término moderno “Opinión Pública”, sino “Fama”, pero es básicamente lo mismo: la información selectiva y distorsionada de la realidad, la producción y el producto de los media,  entre los que descuella en la actualidad interné y sus llamadas redes sociales, vasta maquinaria de propaganda y de difusión de bulos y noticias -noticias que son bulos y bulos que son  noticias- para conformar la opinión mayoritaria, convencional y dominante que se le impone a la gente.

La Fama, como dice Pierre Grimal, más que un mito antiguo es una alegoría moderna, creación del propio Virgilio, de la que luego se aprovecharán otros poetas latinos,  como Ovidio, que recargó algunos de sus atributos en sus Metamorfosis. Su morada, por ejemplo, es un palacio sonoro, entero de bronce, abierto de par en par, con mil aberturas por las que penetran todas las voces, incluso las más leves, y salen amplificadas.

La Fama es calificada por Virgilio de “monstrum horrendum, ingens”. La imaginería de este monstruo -todo ojos, bocas y oídos- resalta su doble capacidad receptora, ve y oye, y difusora, pregona sin descanso todo lo que ve y lo que oye transmitiendo y mezclando en batiburrillo toda la información tanto verdadera como falsa, sin distinción ninguna. Por eso, como dice el poeta de Mantua, cuenta “pariter facta atque infecta”; a la vez lo que ha sucedido y lo que no, lo que fue y lo que no era. Sin descanso. Día y noche. Sus efectos son devastadores. Oigamos ya esos versos.

Sale de pronto la Fama por todas las plazas de Libia; 
no hay ningún otro mal más raudo y veloz que la Fama. 
Vive de su movimiento y cobra andando su fuerza; 
débil con miedo al comienzo, se alza luego a los aires, 
pisa el suelo y esconde su testa entre las nubes. 

 Alegoría de la Fama según Virgilio Hans Weigel el Viejo (segunda mitad del siglo XVI)

 La hubo la madre Tierra, airada contra los dioses, 
-la última, cuentan que fue, de Ceo y Encédalo hermana- 
a ella parido, veloz en sus pies y sus rápidas alas, 
monstruo gigante, atroz; cuantas plumas hay en su cuerpo, 
hay tantos ojos en vela debajo y (pasma decirlo), 
hay tantas lenguas y bocas parlantes y orejas atentas. 
Vuela de noche en medio del cielo y la tierra, en tinieblas 
zumba que zumba, y no cierra al dulce sueño sus ojos; 
por el día se sienta, vigía en lo alto del techo 
o en torreones y a grandes ciudades aterroriza: 
firme contando lo falso y lo malo como lo cierto. 
Ella entonces llenaba los pueblos de dichos volubles
 ebria de gozo, y cantaba a la par lo que fue y lo que no era. 


La Fama,  grabado núm. 44 de la Eneida, Sebastian Brand (1502) .