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martes, 8 de abril de 2025

Guerra contra lo que sea (y II)

     Era el 16 de marzo del año del Señor de 2020 cuando el napoleón francés declaraba seis veces durante su discurso televisado desde el Palacio del Elíseo: “¡Estamos en guerra!”. Su homólogo hispano cacareó lo mismo entonces y lo ha vuelto a cacarear hace un mes: “Todavía estamos en guerra”, aunque no se refería ya a la crisis de la enfermedad del virus coronado, sino a la que ha venido a sustituir a aquella dentro de la sociedad del espectáculo en nuestras mentes y pantallas. 

 
 
    En febrero de 2022, esta retórica marcial, inicialmente motivada por la crisis sanitaria, había pivotado hacia un discurso frontal- y expresamente militar, beligerante. El gerifalte francés convertía la operación rusa en Ucrania en una amenaza geopolítica - ¡cómo les gusta este palabro!- y, recientemente, durante una conferencia en París que reunía a veinte dirigentes europeos, mencionó el posible envío de tropas al frente de combate. Ha argumentado, si a eso puede llamársele argumentar, que Rusia representaba "una amenaza existencial" para Europa, y propone en francés como solución a ese problema la guerre como un fin inevitable, lógico e incluso legítimo porque se supone que los europeos actuaríamos en defensa de nuestra propia identidad internacional o continental, en defensa propia.
 
    La alineación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es un eje central de esta estrategia. Por eso la consejera teutona abogaba ante sus vasallos por una "defensa europea" integrada en la Alianza, lo que se traducía en la propuesta de 850.000 millones de euros, se supone que digitales ya a estas alturas, para la puesta en marcha del plan REARM Europe, cuando lo más sensato, habida cuenta de que, como dice el vulgo las armas, las carga el diablo, y una vez cargadas hay que descargarlas descerrajando tiros a trochemoche, sería renunciar a rearmar Europa y comenzar a desarmarla efectivamente, no invirtiendo en guerras sanitarias, que perjudican la salud y solo benefician a la industria farmacéutica, ni en guerras militares propiamente dichas que también perjudican, y mucho, a la salud, y solo interesan a la industria armamentista, celosa de la otra.
 
      Esto llega en un momento en que la lógica y el sentido común, esos valores y nociones que son esencialmente populares, dictan a cualquier persona sensata que nada, absolutamente nada justifica ni esta ni ninguna otra guerra.
 
    Esgrimen la “amenaza rusa” tanto las izquierdas como las derechas como si los tanques rusos estuvieran a tiro de piedra de la Puerta de Alcalá y los misiles estuvieran apuntándonos.
 
    No es necesario recurrir a las encuestas, manipuladas siempre, porque toda encuesta es una manipulación, para conocer el rechazo categórico del pueblo a la guerra, y al envío de tropas a Ucrania. La guerra al virus se convirtió en el virus de la guerra a la mayor gloria de los intereses militares e industriales.
 

    Nunca se dejará de citar lo que Carl von Clausewitz escribió en "Sobre la guerra" (1832): "La guerra es la continuación de la política por otros medios". Esta máxima coincide plenamente con la realidad, con la terquedad de los capitostes europeos en militarizar su diplomacia, mientras continúan actuando institucionalmente contra la voluntad del soberano que, teóricamente al menos en democracia, es el pueblo. 
 
    Ahí lo tienen. Esa es la guerra contra lo que sea. No puede decirse más sencillamente. Pero, claro, puestos a hacer la guerra contra lo que sea, que nos hará exclamar  maudite soit la guerre et ses auteurs como en el memorial francés del monumento a los muertos de la primera mundial, por qué no empezamos por hacer la guerra contra lo que existe y pronunciamos aquella máxima revolucionaria y gloriosa de ¡abajo lo existente!, es decir, la guerra misma, y le declaramos la guerra a la propia guerra y a los que enarbolan banderas y enemigos imaginarios como el virus o los rusos.
 

lunes, 7 de abril de 2025

Guerra contra lo que sea (I)

    La guerra contra lo que sea no está destinada a ganarse, sino a perdurar en el tiempo de una u otra forma porque su vocación es ser interminable. Es la guerra que libra el Régimen, el Imperio, el Poder, el Sistema o el Estado contra sus propios súbditos, contra la gente normal y corriente, contra los de abajo. 
 
    ¿Para qué sirvió la gloriosa Revolución Francesa de 1789? Para que los "súbditos" dejaran de llamarse así y pasaran a denominarse "ciudadanos", otra etiqueta para nombrar lo mismo, otro collar para el mismo perro. No es que el súbdito se convirtiera por arte de magia en otra cosa distinta de la que fuera antes de la revolución, es que cambió de nombre. También sirvió para que te la estudies, hijo mío, para el examen de Ciencias Sociales de mañana.
 
    Quizá esta guerra de todos contra todos empezó en los albores de la humanidad, pero, viniendo a lo de hoy, la figura del enemigo se ha ido difuminando y ampliando y, si no se encuentra en la realidad, se realiza en la imaginación. Se trata de la invención del enemigo imaginario, que viene a ser la actualización del infantil amigo imaginario, como propone José Luis Rábago, alias El Roto, en su viñeta cotidiana de El Periódico Global(ista).
 
    Los avatares de este enemigo imaginario son múltiples. Recuerda, por ejemplo, cuando el enemigo era el terrorista. Recuerda la guerra contra el terrorismo, que amenazaba la libertad y la democracia occidentales, por lo que no hubo más remedio que declarar el estado de emergencia, la emergencia permanente, librando una guerra televisiva contra una nación de Oriente Medio cuyas inexistentes armas de destrucción masiva no representaban ninguna amenaza para nosotros pero eran un buen pretexto para iniciar una guerra de invasión. 
 
   ¿Se te ha olvidado ya la guerra contra el virus? En la primavera del año del Señor de 2020, el Régimen declaró un estado de emergencia sanitaria global en respuesta a un virus que tenía una tasa de letalidad prácticamente ridícula. El Régimen ordenó el confinamiento de todo el mundo, considerado enfermo asintomático o susceptible, obligó a todos a usar ridículas mascarillas quirúrgicas, bombardeó al público con propaganda y bulos monumentales, coaccionó a la gente para que se sometiera a una falsa vacuna salvífica, prohibió las protestas contra sus decretos y censuró y procesó sistemáticamente a quienes osaron cuestionar o criticar su programa totalitario. Era la guerra contra los negacionistas del virus coronado, los antivacunas, los teóricos de la conspiración y contra los terraplanistas.
 
 
    Y ahora... bueno, henos aquí llegados, después de la guerra no muy exitosa todavía, aunque persistente, contra el cambio climático. Ahora toca la guerra contra los inmigrantes ilegales, sin olvidar la guerra comercial siempre presente, que ha declarado ahora el Emperador electo por mayoría democrática, una guerra esta que no deja de ser una metáfora del capitalismo global. Pero en el fondo da igual el nombre que les pongamos a esta guerra y enemigos.  
 
    No podía, sin embargo, faltar el clásico, la guerra convencional contra los enemigos de carne y hueso, en este caso contra el feroz oso ruso. Ya puede detectarse el idéntico patrón. Es la guerra contra lo que sea, la guerra interminable, siempre la guerra, necesaria para alimentar el sistema de paz paodrida bajo el que vivimos y su afán totalitario. 
 
    Una vez acabada la Guerra Fría y muerto el comunismo, el capitalismo global no tiene adversarios externos, por lo que necesita inventar enemigos internos como los reseñados. Prueba de ello es la moderna pedagogía de Bruselas contra 'casos de guerra, nuevas pandemias, ciberataques masivos o desastres naturales'. Con ese enunciado conjura una serie de “emergencias”, cada una con una “amenaza” diferente a la “democracia”, o a la “libertad”, o a “Europa”, o al “planeta”, o lo que sea, cada una con sus propios endriagos particulares.
 
     Al Régimen o Sistema le da igual si nos identificamos con la izquierda, con la derecha o contra sus extremidades respectivas o -en el medio está la virtud- con el centro, pero necesita que nos incluyamos en alguna de esas categorías definitorias.  

     El presidente francés y su homólogo español, por ejemplo, aunque son de distinto signo político, coinciden en su postura frente a la guerra que aumenta los egos, infla los presupuestos y, sobre todo, desvía la atención de los verdaderos problemas internos causados por sus mismísimos gobiernos. La postura beligerante del presidente de la República Francesa y del Reino de las Españas se inscribe en una continuidad semántica iniciada por ellos mismos al inicio de la crisis de la covidiocia.
  

lunes, 31 de marzo de 2025

¿Qué harías tú... tururú?

    Para los mileniales desprevenidos que caigan por azar aquí, si por descuido cae alguno, la URSS era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el antepasado de la Federación Rusa actual, o simplemente de Rusia, el país más extenso del mundo. 
 
    Hace más de treinta años, el mundo estaba dividido y polarizado en dos grandes bloques: el pacto de Varsovia, que giraba en torno a la difunta URSS, y el Tratado de la Alianza Atlántica, que giraba alrededor de los Estados Unidos, y ambos sostenían la llamada Guerra Fría (o Paz Caliente), hasta que en 1991 se desmembró la Unión Soviética en naciones separadas. Dos años antes había caído el muro de Berlín.
 
    En 1983, en plena movida madrileña, el grupo Polanski y el Ardor cantaba “Ataque preventivo de la URSS”, cuyo estribillo, repetido machaconamente, preguntaba: "¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?”. Entonces se manejaba mucho el concepto de 'guerra preventiva', perfecto oximoro contradictorio. Y la canción respondía, haciendo un Sócrates: “No sé”. 
 

    Las rimas eran de lo más surrealistas y consonánticamente infantiles, pero la letra daba a entender que no molaban ni el pacto de Varsovia (que rimaba con “no tengo novia”) ni el tratado de la NATO (que rimaba con “ese señor no tiene gato”). NATO, como se sabe, es el acrónimo de la OTAN en la lengua del Imperio, o sea, al revés que en castellano. (También rimaban “loco” y “Orinoco” en aquellos inolvidables versículos: “Y el airbus se ha vuelto loco / y no me quiere llevar al Orinoco”). 
 
    El pacto de Varsovia se disolvió, pero no así la OTAN/NATO, cuyo gerifalte actual advierte a los madrileños (e indirectamente a los españoles todos) del persistente peligro ruso, dado que, según ha declarado recientemente, "un misil ruso tarda solo diez minutos más en llegar a Madrid que a Varsovia", lo que me ha recordado a mí a la pegadiza y susodicha canción, que sigue siendo pertinente cuarenta y dos años después modificando un poco la letra del estribillo: ¿Qué harías tú, si lanza Rusia un misil desde Moscú? 
 
    Y ante estas preguntas el Periódico Oficial del Régimen, el Diario Global(ista), se apresura a vendernos el kit de supervivencia recomendado por la Unión Europea para la supervivencia de sus súbditos (y súbditas): almacenar agua, comida y medicinas para subsistir setenta y dos horas, tres días enteros, sin ayuda externa. Bruselas ha programado un plan para 'casos de guerra, nuevas pandemias, ciberataques masivos o desastres naturales', metiéndolo todo en el mismo saco para prepararnos a los europeos ante una más que posible crisis de la índole que sea, un plan que, haciendo pedagogía, se va a explicar durante este curso académico ya en los colegios para que desde bien pequeñas las tristes y tiernas criaturas estén preparadas ante lo que las espera, que es el futuro que nos están preparando y diseñando. 
 
    La gente -la ciudadanía, que dicen los políticos inclusivos para no tener que desdoblarnos innecesariamente en ciudadanos y ciudadanas-, sin embargo, se pregunta, escéptica por naturaleza, por qué los rusos, que son nuestros enemigos, no nos atacarán ahora sabiendo como sin duda saben que estamos desarmados e inermes en la actualidad y que necesitamos rearmarnos invirtiendo un dineral en la industria bélica, celosa como está de su hermana la farmacéutica. ¿Son tan nobles nuestros enemigos que están esperando a que nos armemos para entablar combate en igualdad de condiciones?  
 
    La nueva estrategia -nunca mejor empleado un término en su sentido etimológico, que deriva del griego estrategós, como se llamaba al general que estaba al frente y al mando de un ejército, podría acompañarse del himno covidiótico y resiliente “Resistiré”. 
 
    Habría que recordar que el mayor peligro que amenaza a Europa no es otro que la propia Unión Europea que quiere rearmarnos desde Bruselas, que es su capital, a cuyo fin nos inyecta miedo con el discurso de que viene el lobo cuando resulta que el lobo es ella misma, disfrazada, eso sí, con la pelleja del cordero. Europa debería liberarse en primer lugar de la idea de Europa y en segunda y no menos importante instancia de la Unión Europea, haciendo mutis por el foro.

sábado, 22 de marzo de 2025

El rearme

Ya tuvimos un ensayo general de cómo utilizar el miedo para la manipulación de las almas hace cinco años con la crisis pandémica, que resultó enormemente exitosa a escala planetaria. Los gobiernos quieren ahora, siguiendo por la misma senda, que la población civil -eufemismo de 'el pueblo'- se prepare para responder con resiliencia, maldita sea, a una crisis indefinida. 
 
Podría adoptar la forma de un accidente industrial, una fuga radiactiva, por ejemplo, o de un evento climático grave como una inundación (de hecho el calentamiento global, afirman, ha elevado el mar al nivel más alto desde que hay registros históricos), o de una nueva actualización de la pandemia universal, que sería una reedición remasterizada de la gripe aviar de 2004, cepa H5N1,  sin olvidar un conflicto armado, que parece que va a ser la situación crítica más probable e inminente, por lo que ahora pretenden el rearme -perdón por tan obsoleto vocablo- de la vieja Europa abogando por “una nueva comunidad europea de defensa”. La Comisión Europea, en efecto, ha decidido recientemente en este sentido que la UE invertiría hasta 800.000 millones de euros en militarización, o en seguridad, como prefieren camuflarla.  
 
 

Como si dos guerras mundiales sufridas el siglo pasado no hubieran sido suficientes, una Europa cada vez más dividida, pese al nombre de European Union, busca la unidad a través de la designación de un enemigo común, que sería Rusia, y a través de la movilización y la guerra como vía para lograr el dominio, lo que, en su versión más reciente, se denomina «paz», y a través del miedo exacerbado a  la Federación Rusa, olvidando que Rusia es parte, y no poco importante, de este viejo continente, que tras la Segunda Guerra Mundial promovió la cooperación y la paz.
 
Para impedir una paz real, se silencian las voces críticas en los grandes medios de comunicación. En cambio, los estadistas europeos conducen al continente, a ciegas y con gran alboroto, hacia la guerra en defensa de sus valores. Este es el camino claramente seguido por los Halcones guerreros europeos, que afirman, sin ningún rebozo, que Rusia amenaza nuestra convivencia.
 
¡Que vienen los rusos!... Y Europa se prepara para la guerra aquejada de furor militaris. La histeria se ha apoderado del continente. 
 
En este sentido, según el barómetro carpetovetónico del CISco o (Centro de Investigaciones Sociológicas) el 75% es decir casi ocho de cada diez españoles y españolas, exactamente siete y medio o media, ve necesario el rearme europeo, y dos de cada tres verían con buenos ojos la creación de un ejército común para hacer frente a los desafíos (y blablablá...) que el continente va a tener que afrontar en los próximos años. 

El CISco no sondea la opinión pública, sino que la conforma con sus datos estadísticos, creándola. Sus encuestas no revelan lo que la gente piensa, sino lo que debería pensar para ser políticamente correcta y saber cada cual a qué atenerse.  Manipulan la opinión pública con preguntas capciosas del tipo "¿Cree usted que ante una inminente invasión alienígena extraterrestre deberíamos disponer los europeos de efectivos militares comunes que nos defiendan de sus armas de destrucción masiva lanzadas indiscriminadamente contra la población civil?" Y, claro, cualquiera ante una pregunta así, responde que sí, que por supuesto, que no faltaba más, porque la pregunta tiene un sesgo que determina la respuesta. 
 
En su momento, y a propósito de la intrínseca perversidad de las encuestas, escribimos lo siguiente: Si se hace una encuesta es porque se pretende interpretar la realidad según las respuestas que se obtengan de los encuestados. Pero las preguntas encierran una trampa: modifican la realidad que pretendían interpretar. Supongamos que alguien nos pregunta: ¿Es usted partidario de dar un trato humanitario a los esclavos? Imaginemos una casilla que pone SÍ y otra que pone NO. Marcaremos una cruz bienintencionada en la casilla que pone SÍ. Hemos votado como buenas personas que somos por un trato humanitario, lo que en sí es éticamente irreprochable, pero hemos legitimado con nuestro voto la existencia misma de la esclavitud, lo que es bastante inhumano e inmoral. El problema es que la pregunta daba por sentado que hay esclavitud, que existe, que es una realidad física -y es verdad que la hay-, frente a la cual se puede adoptar una actitud u otra. Encuestas como ésta, sin querer tal vez o tal vez queriendo, justifican la esclavitud e inflan el globo del autobombo; de nuestros buenos propósitos de buenos samaritanos.
 

En vez de la palabra "rearme", que es un término que no le gusta mucho y que, por lo tanto, no comparte mucho,  el presi del ejecutivo prefiere camuflarlo como “salto tecnológico para reforzar la autonomía estratégica y para mejorar las capacidades de defensa”. Ahí queda eso. El mismo perro viejo, sarnoso y pulgoso con reluciente nuevo collar retórico. Y lo justifica pedagógicamente recurriendo al infame eufemismo: sustituye una palabra que entiende todo el mundo -rearme- por una frase incomprensible:  "Tenemos que hablar de otra manera y dirigirnos a los ciudadanos (se le olvidaron 'las ciudadanas', error imperdonable en su pulcra corrección política)  de otra manera cuando hablamos de la necesidad de mejorar la seguridad y las capacidades de defensa". Semejante sandez me recordaba a mí a aquella otra cuando decidió llamar al "toque de queda" que impuso en las Españas "restricción de movilidad nocturna". 

Rearme no, nada de rearme, por favor, porque implica forzosamente gastar en armas, y eso, como da a entender la docta Academia (rearmar: equipar nuevamente con armamento militar o reforzar el que ya existía) implica dinero. Por eso nuestra clase política gobernante justifica el dispendio como gasto en seguridad so pretexto de defender el país, y lo hace con el dinero de las arcas públicas de todos los contribuyentes, unos dineros como los de aquellas mascarillas que nos poníamos velis nolis que acabarán dilapidados en burdeles y en farlopa.

sábado, 8 de marzo de 2025

Creando Opinión Pública

Tres reputados pandemiólogos largan en un foro sobre los retos del futuro: «Va a haber otra pandemia, pero no sabemos cuándo: tenemos que estar muy preparados».
 
Según el Financial Times, Europa debe recortar su Estado de bienestar (welfare State) en pro de un Estado de guerra (warfare State) y defender el continente.
 
La abogada dice: Con todo dolor de mi corazón, España debe mandar tropas a la guerra, y lo siento mucho por los que van a morir, especialmente por los jóvenes.
 
  Hay muchos capitostes que dicen que sobra población en el planeta, por lo que nada mejor, a fin de disminuirla, que una guerra a la que nos arrastran de cabeza.

En 1868, la comarca de El Bierzo vivió los efectos de la insurrección que derrocó a Isabel II, la Gloriosa, cuyo lema revolucionario fue «¡Abajo lo existente!».
 
El Jefe del Ejecutivo patrio aboga por una digitalización «humana y humanista», clamando, ojo al pareado, «contra una tecnocasta / que hace todo por la pasta».

¿Hasta qué punto la hipotética y futura guerra contra Rusia es una amenaza real o es un mero pretexto para incentivar así la economía y la política europeas?
 
El presidente francés, firme y empalmado ante los primeros acordes de La Marsellesa, llama a los ciudadanos europeos a las armas y a formar los batallones.
 
El Banco Central Europeo respalda la política de rearme de la Unión porque el gasto en defensa añade crecimiento y mejora la productividad al añadir innovación.
 

miércoles, 5 de marzo de 2025

Ochocientos mil millones de euros.

Hace un par de años le preguntaban a la rubicunda matriarca teutona y Presidenta de la Comisión Europea que ahora propone, aquejada de furor militaris, movilizar cerca de ochocientos mil millones de euros para la defensa común, si enviaría a sus hijos a la guerra, y esto es lo que respondía:

 -Pregunta: ¿Enviaría usted a sus propios hijos a una misión militar en el extranjero?  

-Respuesta: Si mis propios hijos quisieran ingresar en el Ejército, y si fuera necesaria una misión militar en el extranjero, entonces tendrían que ir. Y yo temblaría y me preocuparía tanto como cualquier otra madre.

(Respuesta diplomática donde las haya. Pone dos condiciones: en primer lugar que sus hijos quisieran formar parte voluntariamente del ejército alemán, y en segundo lugar que fuera necesaria la participación del ejército en una misión exterior, es decir, llamemos a las cosas por su nombre, en una guerra. Si así fuera, tendrían que ir, tanto ellos, los dos varones,  como ellas, las cinco féminas, sin ninguna discriminación sexual puesto que la milicia ya no es solo 'cosa de hombres' sino que se ha generalizado profesionalmente a ambos sexos. Esto último no lo dice ella, pero se sobreentiende: la mili, en muchos países europeos, ya no es obligatoria, sino voluntaria, y el ejército es una profesión más. Pero destaca finalmente este gesto de humanidad maternal de la matriarca que no dudaría en enviar al frente a sus criaturas, presentándose a sí misma “como cualquier otra madre”, temblando y preocupada por sus vidas.

-Pregunta: ¿Alguno de sus hijos está en el Ejército?

-Respuesta (sonriendo porque ese no es su problema): No.

 

A lo cual el presentador del programa de la NDR comenta sarcástico:

-No, no son estúpidos. Afortunadamente, no.

Esta matriarca, abnegada madre de familia numerosa como las de antaño de siete hijos, cinco hembras y dos varones, no tiene a ninguno de sus vástagos en la Bundeswehr o Defensa Federal, que es el eufemismo alemán para denominar al Ejército, por lo que no le atañe ese problema personal, por eso sonríe; no es su problema. Sus hijos no pertenecen a las fuerzas armadas ni van a tener que ir a luchar a la estepa rusa contra el malvado zar y sus mesnadas. 

Pero ella, a fecha de hoy,  insiste en que conseguir una paz duradera “solo puede construirse sobre la fuerza”, se sobreentiende 'armada', y por eso se propone el rearme del engendro de la Unión Europea.  Lo mismo que hizo hace cinco años con las diez dosis vacunales que compró a los laboratorios para cada europeo disparando entonces el gasto sanitario para salvar vidas que no estaban en grave peligro. 

Hoy vuelve a dispararse el gasto, porque se trata de movilizar el dinero para que no se estanque, en pistolas que no hacen ninguna falta para asegurar un futuro que es inseguro por definición. Pero ella, erre que erre, pontifica: "Vivimos tiempos peligrosos, la seguridad europea está muy amenazada". Pero son sus palabras mismas las que están creando la amenaza que describe.

martes, 25 de febrero de 2025

La Voz de su Putísimo Amo

El editorial de El Periódico Global(ista),  alias la Voz de su Putísimo Amo, del 22 de febrero se titulaba: “Una Defensa europea es posible”. No vamos a hablar del del día siguiente, que llevaba por título: El futuro de Ucrania es el de la UE, que afirmaba grandilocuentemente que "si se deja caer a Kiev ante Rusia, el autoritarismo reaccionario habrá ganado un pulso geopolítico contra Occidente que marcará el siglo XXI". Venía el primero acompañado de una fotografía que ilustra más de lo que parece a simple vista en la que se ve a un fabricante de obuses de 155 milímetros de precisión en una factoría alemana y por lo tanto europea. ¿Esos obuses, se supone, son para defendernos de los obuses enemigos?
 
 
Y llevaba el siguiente subtítulo retumbante a modo de resumen: Con audacia y ambición histórica, la UE tiene bases sólidas para alcanzar la autonomía militar que necesita para garantizar su futuro. De lo que se trataba era, claro está, de garantizar el futuro, ese bien inexistente que, sin embargo, existe y mucho en detrimento, como siempre, del presente, que es, si acaso, lo único que tenemos. Y de garantizarlo mediante nuestra autonomía militar. 
 
Equiparando Europa con el engendro político de la Unión Europea, escribía el editorialista autor del despropósito que la UE “es capaz de sacrificios propios, en ahorro energético o soportando una inflación desbocada, para mantener su apoyo al país violentado por Rusia”. Rusia, por lo que se ve, no es Europa ni siquiera en parte, y el país violentado por Rusia, que es Ucrania, no forma parte de la Unión Europea, pero para el autor del artículo: El sostenimiento de Ucrania y la construcción de una auténtica Defensa común europea son dos caras de una misma moneda. Muy acertada la comparación monetaria. Hay que construir una Defensa, la mayúscula no es mía, común para sostener a Ucrania. 
 
 
  
En los tres años que llevamos de guerra, el apoyo financiero -una expresión muy acertada que dice más de lo que parece- “a la resistencia ucrania -el Periódico Global(ista) está empeñado en utilizar el gentilicio “ucranio” en lugar de “ucraniano”, mucho más común- se acerca a los 50.000 millones de euros anuales en estos tres años de guerra: 132.000 millones en total, cifra superior a los 114.000 millones de EEUU, entre ayuda civil y militar”, si cabe hacer un distingo tan inepto hablando de una guerra donde se borra la diferencia entre lo uno y lo otro en favor de lo segundo. Por si esto fuera poco, hay que mantener este esfuerzo y aumentarlo, aunque el tío Sam de las Américas se desmarque ahora. 
 
El problema de la Defensa, con mayúscula, es que hay que aunar las 27 defensas minúsculas, dispersas y nacionales, para hacer Una, Grande y Libre,  aumentando el presupuesto común y el endeudamiento “mediante eurobonos” (?), y la inclusión de Reino Unido, Noruega o Suiza, que son aliados fidedignos, que ajenos al engendro político de la UE, “comparten la ansiedad de la UE ante un posible colapso de Ucrania”. 
 
La urgencia es doble, escribe el editorialista: paliar el abandono yanqui del tablero europeo y (literal): “evitar que el frente ucranio se desmorone”. El canguelo le entra a uno cuando lee en un periódico como ese el siguiente ardor guerrero que haría el deleite de nuestra ministra de la Guerra, que se rechupetearía los dedos de gustillo: En el corto plazo se necesitan más misiles tácticos, aviones de combate y satélites de doble uso, y centrar ese gasto en los mejores modelos para evitar la dispersión
 
 
Pero, claro está, reconoce el vocero del Periódico Global(ista), “el reto es mayúsculo y requiere de pedagogía”. Miedo me da este término por aquello de que el mejor y primer pedagogo que hubo fue Herodes, cuando estamos hablando de aumentar el gasto militar para financiar una guerra, sin perjudicar el gasto social y el Estado de bienestar que produce malestar, no porque quedaría bastante mermado, lo cual es grave, sino porque “incentivaría el caldo de cultivo de los movimientos ultras”. Finaliza el artículo con una frase misteriosa: “Ese es justamente el modo de vida que estamos defendiendo frente a los intentos de destruirlo”. 
 
Al poco de publicado este artículo pastoral de El Periódico Global(ista) nos enteramos de que nuestro invicto y resiliente Caudillo, democráticamente electo, no faltaba más, destina mil millones de euros de nuestras arcas públicas a la financiación de la guerra de Ucrania en concepto de "ayuda militar", prometiendo un apoyo sostenido al país en el tercer aniversario del inicio de la guerra a gran escala.

martes, 27 de agosto de 2024

¡Celebremos la nueva normativa!

    ¿No os habéis dado cuenta de que los nuevos tapones de las botellas de plástico y de los brix* que vienen de un tiempo a esta parte adheridos a sus envases respectivos son maravillosos? No es un capricho de los fabricantes, sino algo que hay que agradecer al insigne Parlamento de Bruselas. Se trata, en efecto, de una directiva de la Unión Europea de la que nos congratulamos, haciendo extensivo nuestro agradecimiento también al Foro Económico -y por ende Político- de Davos que seguramente está detrás de tal iniciativa.

    Desde el pasado 3 de julio, en efecto, entró en vigor la Directiva de la UE 2019/904, de 5 de junio de 2019, cuya finalidad es prevenir y reducir el impacto de determinados productos de plástico en el medio ambiente, en particular en el acuático, y en la salud humana, así como fomentar la transición a una economía circular con productos y materiales innovadores, no tóxicos y sostenibles.

    El principal objetivo de esta nueva normativa europea es conseguir que los envases de un solo uso se reciclen lo máximo posible y que no se pierdan los tapones en la cadena de reciclaje.

    El nuevo formato de las botellas y brix  llevan ya algún tiempo en el mercado. Muchos consumidores comentan en sus círculos íntimos y redes sociales que el nuevo mecanismo de cierre les resulta incómodo a la hora de beber a morro los líquidos que contienen, y algunos lamentan que se ponga fin así a la recogida de tapones que las almas piadosas y solidarias practicaban hasta ahora con fines benéficos y caritativos para obtener fondos destinados a causas humanitarias que afectaban a pacientes con enfermedades degenerativas poco comunes.

        ¿Qué haríamos nosotros sin estos polticastros y astros de la política elegidos democráticamente que velan por la salvación del Planeta, por nuestra salud y por eso que llaman nuestra “calidad de vida” proclamando esta nueva normativa? Pero resulta que los tapones adheridos, como dicen ahora, a las botellas no son ninguna novedad ni tan recientes como parecen. Creen nuestros parlamentarios europeos que han inventado algo nuevo, y no es así.  Yo recuerdo ahora mismo, haciendo uso de mi particular memoria histórica, la botella de cristal -y no de plástico- de La Casera -no así la actual, maldita sea, que es de plástico y con tapón adherido-, el refresco de agua gaseosa que, mezclado con el vino, hacía el delicioso tinto de verano. Era completamente reciclable, como todos los vidrios. Además, si devolvías el envase, te reembolsaban el dinero que costaba. Eso sí que era un buen invento, y no estas botellas de plástico y estos tetrabrix con los tapones incorporados que sacan ahora y que son tan incómodos y complican tanto la abertura del envase que a veces uno los arranca no sin cierto placer y algo de furia contenida. 

            Lo que pretenden nuestras autoridades -¿qué haríamos nosotros sin ellas?- es que el tapón se recicle junto con el envase. Con esta medida el Ministerio de Transición Ecológica** intenta conseguir una economía más sostenible y menos contaminante, una solución que -creen, porque son creyentes- puede facilitar el reciclaje.

    Según estadísticas del Ministerio de dicho tránsito, España genera alrededor de 1,6 millones de toneladas de residuos plásticos, de los que un 6% son tapones y un 1,4% botellas y garrafas. Hemos resuelto así un gran problema que antaño no existía.

    Celebremos esta nueva directiva europea que nos hace la vida menos complicada y, por lo tanto, más sencilla: Ya no tenemos que reciclar el envase por un lado y el tapón por otro, dado que lo que eran dos objetos,  ahora pasan a ser uno solo como por el arte de la magia, y podemos reciclarlos a la vez.

  *Abreviación de tetrabrix: Me permito escribir así en español el plural de brik (adaptación de brick 'ladrillo' en la lengua del Imperio, como en el another brick in the wall de Pink Floyd), pese a lo que dicta la docta academia, que le añade la ese de rigor a la ka final de la palabra, y prescribe briks.

**¡Cómo les gustan estas dos palabras: transición porque empiezan por el prefijo trans- que está tan de moda, y ecológica porque no es más que un disfraz de económica, otro helenismo, para que, enharinada, no se le vea la patita negra al fiero lobo del capitalismo.

viernes, 22 de marzo de 2024

Verde, que te quiero verde

   La Unión Europea aspira al objetivo ideal y por lo tanto inalcanzable de "net zero emissions",  “cero emisiones” o “cero neto o absoluto de emisiones”, o sea, ningunas emisiones (de CO2). Por ejemplo, entre otras medidas, que no se fume no ya en los bares y restaurantes, que eso ya está prohibido desde hace tiempo, sino en las terrazas de dichos establecimientos públicos... Se acabará prohibiendo fumar en todos los espacios públicos y hasta privados, por lo que el tabaco quedará reservado a la clandestinidad de los retretes. El siguiente paso será pedirnos que dejemos de respirar por el bien del planeta. A fin de cuentas, cuando respiramos, según lo que nos enseñaban en la escuela, inhalábamos oxígeno y exhalábamos lo que entonces se llamaba anhídrido carbónico y ahora dióxido de carbono o CO2, que es lo mismo pero con otro nombre.

    La Unión Europea quiere, además, que actualicemos nuestras viviendas según los parámetros que ella establezca para hacerlas sostenibles o dignas de sostén(imiento).

    La Unión Europea, en resumidas cuentas, apuesta por la green economy por decirlo así en inglés, que es la lengua del Imperio y queda mucho más elegante que en castellano 'economía verde', aunque nosotros podríamos añadir el hemistiquio lorquiano “que te quiero verde”, para que resuene más lírico y poético. 


    Uno sospecha, porque uno tiene ya sus años y desengaños, que la cosa de la green economy va de verde por el color de los billetes. Recuerdo que era ese el color de los billetes de mil pesetas de mi juventud, que eran verdes, como aquel que representaba a don Benito Pérez Galdós... (Más tarde saldrían otros del Banco de España  con otras tonalidades de 2.000, 5.000 y hasta 10.000 pesetas... antes de abandonar la vieja moneda y entrar en el Euro que hizo que se subieran automáticamente los precios). 

 

    La ecuación dinero=verde, pensaba yo, ingenuo de mí, que sería por lo que decían de que era el verde el color de la esperanza... y que podía uno esperar conseguir con él toda clase de bienes y servicios. Pero no, la cosa parece que fue al revés: el verde empezó a utilizarse por sus cualidades físicas, y de ahí derivaron luego las metafísicas.

    Parece que la equiparación física del verde con el dinero nos vino del otro lado del Océano Atlántico, del Nuevo Mundo, cuando a finales del siglo XIX los billetes de dólar se tiñeron de ese color para evitar las falsificaciones, hasta el punto de que en la actualidad casi la cuarta parte del papel moneda o billetes de banco que circulan por el universo mundo está tintado de color verdoso entre otras tonalidades como el amarillo, el gris y el azul. 

    Pero la pervivencia de la ecuación a lo largo de los años tiene también mucho que ver con la equiparación metafísica de lo que los expertos denominan el simbolismo emotivo del color que identifica el color verde con el inmenso poder del dinero, y también con la tranquilidad y la calma, asociadas al verde quirófano. 

    El rojo y el verde son en principio colores vivos, relacionado el primero con la sangre del reino animal y el segundo con la clorofila del reino vegetal. Pero además el color verde tiene otras connotaciones lingüísticas relacionadas con la juventud o no madurez, así como con la lujuria. Pensemos por ejemplo en expresiones como 'chiste verde' o 'viejo verde' en español. Pero ambos colores se oponen en el simbolismo del semáforo, donde la luz roja indica prohibición y la verde vía libre, simbología que se ha incorporado a la red informática universal: los do's y don'ts: las cosas que se deben hacer y las que no.  

    En otras palabras, la economía verde, so pretexto de proteger el medio ambiente (tanto el reino animal como el vegetal), capitaliza las tragedias ambientales producidas por la explotación del propio sistema capitalista, generando "fuentes renovables" de negocios energéticos para la clase dominante transnacional. Y, al mismo tiempo, cumple una función apotropaica, ya que desvía la mirada del verdadero ambientalismo, que coincide con el anticapitalismo. Pintar el capitalismo de verde es una operación de maquillaje. No se resuelve el problema que la propia existencia del capitalismo crea, sino que se justifica usando la ecología como coartada.  

Una verdad como una casa
 

    Volviendo a la Unión Europea,  no quiere ninguna emisión de CO2, y por otro lado fabrica bombas que siembran la muerte tanto del reino animal como vegetal y que están muy lejos de lograr la reducción de los gases de efecto invernadero que dicen que persiguen, y nos va mentalizando de que la guerra es inevitable. Entre nosotros ya lo ha vomitado la impresentable ministra del gremio de la Guerra, la llamada Hormiga Atómica: "La amenaza de guerra es absoluta". 

    Lo mejor habría sido no haber entrado nunca en dicha Unión, pero una vez dentro, lo mejor que podemos hacer es salir cuanto antes de la Unión Europea, que es la unión en realidad no de los europeos sino de las clases dominantes europeas contra las clases trabajadoras, o si se prefiere, los pueblos de Europa, como se demuestra examinando las pocas medidas en beneficio de la gente y las muchas en interés de los bancos y del gran capital tanto farmacopólico como bélico que toman.

lunes, 26 de febrero de 2024

La razón de la fuerza contra la fuerza de la razón

    El secretario general de la OTAN, el señor Jens Stoltenberg, ha reiterado el sábado pasado, 24 de febrero, que, dos años después del inicio de la invasión rusa, Ucrania puede seguir contando con el apoyo incondicional de sus socios internacionales; y además: "Ucrania se unirá a la OTAN, es sólo cuestión de tiempo".  Está claro que el señor Stoltenberg y la Organización del Tratado del Atlántico Norte que regenta no tienen empacho en precipitar al mundo  a la tercera guerra mundial en la que ya estamos inmersos sin saberlo. Hemos pasado de la guerra fría a la guerra caliente, tan caliente que nos quema las pestañas.
 
    Conviene que nos demos cuenta de que los países que no están directamente en guerra todavía,  tampoco están en paz, porque la paz no es simplemente la ausencia de la guerra declarada. Nuestras Españas, por ejemplo, no están en guerra, pero tampoco están en paz porque están colaborando durante los dos años que lleva en la guerra de Ucrania adiestrando hombres y enviando armas y dineros al frente de combate.


 
    El Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el señor Borrell, otro que tal baila y lo hace al mismo son que Stoltenberg, se descuelga con un artículo de prensa titulado La guerra en Ucrania y la agenda geopolítica, que leo en El Diario Montañés de ayer domingo, pero que veo que publican también El Correo, Diario Sur y Diario de Navarra, del grupo Vocento, en el que reconoce que Putin no ha ganado la guerra que dura ya dos años, pero tampoco la ha perdido.
 
    En el mentado artículo, escribe que tenemos tres desafíos: El primero, apoyar a Ucrania “más y más rápido en un nuevo tipo de guerra de alta intensidad que asocia las trincheras de la Primera Guerra Mundial con el papel determinante que jugarán el uso de drones y la inteligencia artificial”. Es decir, estamos actualizando la Primera Guerra Mundial introduciendo en ella los últimos avances tecnológicos y la IA. 
 
    El segundo desafío es “que (Ucrania) sea miembro de la Unión Europea” -cosa que no costará mucho dada su participación en Eurovisión, al igual que la de Israel, que ni siquiera forma parte del continente europeo pero participa en el eurofestival. 
 
    Y tercero pero no menos importante desafío: Prepararnos para un largo período de tensiones con Rusia. “Nuestro esfuerzo militar tiene que ser sostenido” afirma literalmente, dado que el tío Sam podría desentenderse de la seguridad europea. Dice Borrell que visitó hace unas semanas al presidente Volodímir Zelenski, ese actor cómico y títere nato, nunca mejor dicho, y que este, como cabía esperar, le dijo que “era necesario aumentar el suministro de munición” (para la guerra, obviamente), a lo que apostilla el Alto Representante “que es ahora nuestra tarea más importante”. 
 
Ilustración de Adrià Voltà
 
       No sé si merece la pena comentar la ilustración de Adrià Voltà que acompaña el artículo de Borrell: una tarta con los icónicos colores ucranianos del azul y el amarillo ensangrentada por las dos velas o quizá petardos que representan los dos años que con los colores de Rusia -blanco, azul y rojo- enrojecen toda Europa. Es el rojo de Rusia el que tiñe toda Europa, incluida Ucrania, pues parece que se quiere dar a entender que la sangre recae sobre todo el continente.
 
    El resto del artículo se refiere a Gaza, para la que propone una solución política, al contrario de Ucrania, donde no ve más solución que la ayuda militar, es decir, echar más leña al fuego. 
 
    Y finalmente el señor Borrell plantea la “cuestión transversal de nuestra seguridad y capacidad de defensa”, recordando que hace dos años dijo que Europa estaba en peligro y nadie le hizo caso. Supongo que se refiere a la historia aquella del jardín europeo frente a la jungla exterior...  Ahora el tiempo, escribe, le ha dado la razón, y lamenta que”nuestra industria de defensa se ha quedado pequeña” y que no vamos a ser capaces de hacer frente a nuestra agenda geopolítica, es decir, a hacer lo que está mandado desde arriba ”si no somos capaces de defendernos” del peligro que nos acecha, lo que empieza por desarrollar nuestra industria de defensa. Y escribe: “Estamos haciéndolo; por ejemplo, la capacidad de producción de municiones para suministrar a Ucrania ha crecido un 40% en el último año”. 
 
    No plantea él la necesidad de crear un ejército europeo “sino de poder movilizarlo de forma conjunta y coordinada para hacer frente a los retos comunes”. Pero ¿cómo vamos a movilizarlo de forma conjunta y coordinada si no lo hemos creado? Muy sencillo: porque no se trata de crear algo nuevo, sino de algo mucho más fácil: utilizar los viejos ejércitos existentes y subordinarlos a la agenda geopolítica que es lo que está mandado. Porque en el mundo en el que vivimos “se generaliza el uso de la fuerza para resolver los conflictos”.  Lo dice Borrell y punto redondo. Lo dice como si estuviera constatando una realidad que no se puede cambiar y se queda tan ancho, porque es de lo que se trata, de generalizar el uso de las fuerzas armadas para solucionar los conflictos y de hacer que prevalezca como ya de hecho prevalece la razón de la fuerza contra la fuerza de la razón. 
 
 

viernes, 1 de septiembre de 2023

Parresia

    Menuda pajarraca, astuta como ella sola y de pocos escrúpulos, si es que tiene alguno todavía, la lideresa de la Unión Europea, doña Ursula von der Leyen. Publica un mensaje en tuíter en el que cambiando orgüelianamente la terminología, llama “transparencia” a lo que es "opacidad" y consagra así la imposición de la censura en la vieja Europa que regenta con el pretexto de luchar contra la desinformación en el ámbito digital.

 

    Reclama esa misma transparencia que ella no tuvo cuando negoció con el Laboratorio Pfizer, a través de mensajes cortos que se borraron casualmente de su ordenador, los contratos de las salvíficas inoculaciones que sin embargo no salvaron a nadie de contraer el peligrosísimo patógeno, sino todo lo contrario.

    Dice que quiere introducir los valores europeos (European values) en el mundo digital y lo que hace es crear el orgüeliano Ministerio de la Verdad, que decidirá lo que es informativo y lo que no, como si la libertad de expresión no fuera uno de esos valores europeos, consagrada desde los antiguos griegos bajo el nombre de παρρησία (parresia), esa capacidad que hay que reivindicar ahora más que nunca de decir (-resia) valientemente uno todo (pan-)lo que tiene que decir sin guardarse nada, hablando con franqueza y sin miedo de ofender a nadie.

 Anuncia la pajarraca estrictas reglas (strict rules) sobre transparencia, en realidad opacidad, y responsabilidad (accountability en la lengua del Imperio que ella utiliza), todo para proteger a nuestros niños, sociedades y democracias (sic).

    

     Y advierte que desde el día de la fecha (el pasado 25 de agosto) las plataformas digitales de la Red Informática Universal deberán aplicar la nueva ley que consagra la censura bajo el nombre de lucha contra la desinformación, imponiéndose la versión oficial como única versión, lo mismo que se impuso entre nosotros durante la pandemia, pero ahora con el apoyo de la ley.

     La anunciada Ley de Servicios Digitales que ya está en vigor (Digital Services Act) revela que en la era digital, los gobiernos del universo mundo no quieren dejar de controlar la narrativa informativa, imponiendo su discurso sobre los demás, la llamada "versión oficial". Cualquier voz crítica o disidente es etiquetada enseguida como misinformation en la lengua del Imperio, desinformación en la nuestra. Los fact checkers o verificadores de los hechos narrados son los censores encargados de proteger la Versión Oficial, que pasa por ser la verdad revelada que necesitan los gobiernos para asegurar su gobernanza, dado que gobernar es mentir, marcando como falsa cualquier otra información alternativa que se oponga a ella, lo que pone en muy serio peligro la libertad de expresión y la parresia.

    No puedo dejar de citar, a propósito, al filósofo francés Michel Foucault, que en su  'Discurso y verdad en la antigua Grecia' (Ed. Paidós, I.C.E. de la U.A. de Barcelona, 2004), introduciendo el neologismo  'parresiasta' para el que hace uso de la parresia, escribe lo siguiente: 

    El hecho de que un hablante diga algo peligroso —diferente de lo que cree la mayoría— es una fuerte indicación de que es un parresiasta Cuando planteamos la cuestión de cómo podemos saber si aquel que habla dice la verdad, estamos planteando dos cuestiones. En primer lugar, cómo podemos saber si un individuo particular dice la verdad; y, en segundo lugar, cómo puede estar seguro el supuesto parresiasta de que lo que cree es, de hecho, verdad. La primera pregunta —reconocer a alguien como parresiasta —fue muy importante en la sociedad grecorromana y, como veremos, fue explícitamente planteada y discutida por Plutarco, Galeno y otros. Sin embargo, la segunda pregunta escéptica es especialmente moderna y, pienso, ajena a los griegos.

 

     Se dice que alguien utiliza la parresia y merece consideración como parresiasta solo si hay un riesgo o un peligro para él en decir la verdad. Por ejemplo, desde la perspectiva de los antiguos griegos, un profesor de gramática puede decir la verdad a los niños a los que enseña y, en efecto, puede no tener ninguna duda de que lo que enseña es cierto. Pero, a pesar de esa coincidencia entre creencia y verdad, no es un parresiasta. Sin embargo, cuando un filósofo se dirige a un soberano, a un tirano, y le dice que su tiranía es molesta y desagradable porque la tiranía es incompatible con la justicia, entonces el filósofo dice la verdad, cree que está diciendo la verdad y, más aún, también asume un riesgo (ya que el tirano puede enfadarse, castigarlo, exiliarlo, matarlo).