Mostrando entradas con la etiqueta verde. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta verde. Mostrar todas las entradas

viernes, 16 de agosto de 2024

Vacaciones estivales

    La mayoría de los trabajadores (y funcionarios) de este país está deseando durante todo el año que lleguen las vacaciones para dejar de trabajar (y de desempeñar sus funciones). Pues helas aquí llegadas. El mes de agosto, que perpetúa el nombre del emperador Augusto, es el mes de las vacaciones por excelencia, después de Julio, consagrado a Julio César, que fue quien le cambió su nombre al mes Quintil, que era el quinto del año cuando este comenzaba no en enero, como ahora, sino en marzo, consagrado al dios de la guerra, Marte, padre de Rómulo y de Remo. 
 
    Pero no hay que olvidar que hay muchas personas también que están deseando que lleguen estos meses veraniegos para poder trabajar en la hostelería del sector turístico en unas condiciones no poco precarias y con unos salarios bastante lamentables, consolándose con el pensamiento de que por lo menos tienen un trabajo, como si eso fuera un alivio que da aliento a la vida y no una maldición. Pero centrémonos en los primeros, los trabajadores (y funcionarios), la inmensa mayoría que están “disfrutando”, entre comillas, de sus vacaciones, y preguntémosles si sus ocios no se convierten con harta frecuencia en un trabajo tan ímprobo o más que los propios trabajos (o funciones) que desempeñan el resto del año. 
 
 
    La palabra 'vacación' que solemos usar más bien en plural, 'vacaciones', procede del latín uacatio, uacationis (que significaba exención que se concedía graciosamente o dispensa de un trabajo o de una obligación como el servicio militar, así como el tiempo en que un cargo estaba vacante o desocupado), y es el nombre de acción del verbo uacare (estar libre, estar desocupado, ocioso), verbo que también nos proporciona otras palabras como vacío, vacar, vacante, vagar, vagabundo, vago, vacuo, vacuidad, vahído, vaguada o evacuar.
 
    Parecía que las vacaciones eran algo así como el “dolce far niente” que dicen los italianos para referirse a no hacer nada de nada, a no dar ni un palo al agua, o, al menos, a una época del año en la que se podían hacer otras cosas, las que no se hacían el resto del año, cosas diferentes que no nos permitía el trabajo, pero resulta que los padres tienen que cuidar a los hijos que no tienen escuela, que hay que viajar y hacer turismo como Dios manda a través de sus agencias de circuitos, estancias, excursiones facultativas y cruceros programados, y que hay que consumir y pagar alojamientos, restaurantes, gasolinas y gasoiles y demás gastos para los que se ha estado ahorrando durante todo el año. 
      Las vacaciones son un trabajo porque hay que hacer cosas para aprovechar, para disfrutar de esas pocas semanas de oro que ya no volveremos a tener hasta el año que viene. En resumen, las vacaciones pueden ser tan estresantres como el propio trabajo del que ellas pretendían desestresarnos, y puede haber quien desee volver a la rutina y librarse así del estrés vacacional.
 
    Ya lo dejó escrito aquel visionario de Guy Debord en su ensayo sobre la sociedad actual, La Sociedad del Espectáculo (1967): "Así la actual "liberación del trabajo", el aumento del ocio, no es de ninguna manera liberación en el trabajo ni liberación de un mundo conformado por ese trabajo. Nada de la actividad arrebatada en el trabajo puede reencontrarse en la sumisión a su resultado". El tiempo que se le ha sustraído al trabajo para el descanso no es tiempo libre, sino también tiempo de trabajo porque forma parte de él, como la otra y necesaria cara de la moneda: el negocio del ocio. Las vacaciones, en términos económicos, son una parada técnica o alto en el camino que nos conceden el Estado y el Capital para que tomemos el exacto respiro necesario que nos permita volver a generar energía después de haber recargado las pilas.
  
    El momento más dramático es cuando se acerca el final de las vacaciones, y comienza la cuenta atrás que supone la vuelta a la rutina laboral, la vuelta al cole de la infancia, es decir, al curso ordinario de las cosas. Es el síndrome posvacacional. 
 

Verde que te quiero verde. 

  

    Lo que importa es el verde: los prados, la hierba. Ha alcanzando tanto prestigio del adjetivo de “verde” como sinónimo de ecológico, natural, limpio, no contaminado ni contaminante, etc. que mucho vacacionismo nacional se dirige al norte, que abusa del color verde para promocionarse en publicidad, redes sociales y otros reclamos turísticos: se han puesto de moda sobremanera Galicia, Asturias (Paraíso natural) y Cantabria (Infinita), y  el País Vasco para huir de las construcciones verticales de Benidorm; regiones que, dedicadas como estaban a la industria, tras el proceso de desindustrialización, no habían sido explotadas todavía por el colonialismo turístico durante la gran explosión de sol y playa como nuevas vías de ingresos económicos.

    Ya no se busca tanto el sol y las playas de Levante y el sur, donde se concentra el turismo extranjero, sino el verde norteño: paisaje, buena gastronomía, clima más fresco... Se huye de la masificación del litoral mediterráneo, y se busca algo más exclusivo: naturaleza, calma, soledad, tranquilidad, ejercicio, andar, leer o quedarse en casa si llueve, que de vez en cuando, pese al calentamiento global, llueve, porque se busca el fresco, y los cielos encapotados que no nos dejan ver una puesta de sol, huyendo del pernicioso Lorenzo que puede cegarnos si nos exponemos mucho a él. Se ha reinventado el norte para venderse al dinero del turismo.


    Ante tanto calentamiento planetario, el norte se ha convertido en un refugio climático -ojo al concepto-. Un andaluz, por ejemplo, dice que huye del marrón, que es el color del secarral meridional, y busca el verde septentrional, que es el color de la naturaleza. Recuerda un poco a la semántica del semáforo. A la vista de los mapas de predicción meteorológica: los colores rojo y naranja indican peligro, el verde todo lo contrario.

    El paisaje se ha convertido en paisaje de fondo de los selfis, lejos de la mitificación de la vida rural, prácticamente desaparecida. Encareciéndose sobremanera el precio de las viviendas en las regiones del norte, donde han comenzado a pulular los apartamentos extrahoteleros turísticos, hasta el punto de que algunos lugareños alquilan sus viviendas habituales a los turistas y se van a vivir de alquiler barato durante los meses de verano.

 

viernes, 22 de marzo de 2024

Verde, que te quiero verde

   La Unión Europea aspira al objetivo ideal y por lo tanto inalcanzable de "net zero emissions",  “cero emisiones” o “cero neto o absoluto de emisiones”, o sea, ningunas emisiones (de CO2). Por ejemplo, entre otras medidas, que no se fume no ya en los bares y restaurantes, que eso ya está prohibido desde hace tiempo, sino en las terrazas de dichos establecimientos públicos... Se acabará prohibiendo fumar en todos los espacios públicos y hasta privados, por lo que el tabaco quedará reservado a la clandestinidad de los retretes. El siguiente paso será pedirnos que dejemos de respirar por el bien del planeta. A fin de cuentas, cuando respiramos, según lo que nos enseñaban en la escuela, inhalábamos oxígeno y exhalábamos lo que entonces se llamaba anhídrido carbónico y ahora dióxido de carbono o CO2, que es lo mismo pero con otro nombre.

    La Unión Europea quiere, además, que actualicemos nuestras viviendas según los parámetros que ella establezca para hacerlas sostenibles o dignas de sostén(imiento).

    La Unión Europea, en resumidas cuentas, apuesta por la green economy por decirlo así en inglés, que es la lengua del Imperio y queda mucho más elegante que en castellano 'economía verde', aunque nosotros podríamos añadir el hemistiquio lorquiano “que te quiero verde”, para que resuene más lírico y poético. 


    Uno sospecha, porque uno tiene ya sus años y desengaños, que la cosa de la green economy va de verde por el color de los billetes. Recuerdo que era ese el color de los billetes de mil pesetas de mi juventud, que eran verdes, como aquel que representaba a don Benito Pérez Galdós... (Más tarde saldrían otros del Banco de España  con otras tonalidades de 2.000, 5.000 y hasta 10.000 pesetas... antes de abandonar la vieja moneda y entrar en el Euro que hizo que se subieran automáticamente los precios). 

 

    La ecuación dinero=verde, pensaba yo, ingenuo de mí, que sería por lo que decían de que era el verde el color de la esperanza... y que podía uno esperar conseguir con él toda clase de bienes y servicios. Pero no, la cosa parece que fue al revés: el verde empezó a utilizarse por sus cualidades físicas, y de ahí derivaron luego las metafísicas.

    Parece que la equiparación física del verde con el dinero nos vino del otro lado del Océano Atlántico, del Nuevo Mundo, cuando a finales del siglo XIX los billetes de dólar se tiñeron de ese color para evitar las falsificaciones, hasta el punto de que en la actualidad casi la cuarta parte del papel moneda o billetes de banco que circulan por el universo mundo está tintado de color verdoso entre otras tonalidades como el amarillo, el gris y el azul. 

    Pero la pervivencia de la ecuación a lo largo de los años tiene también mucho que ver con la equiparación metafísica de lo que los expertos denominan el simbolismo emotivo del color que identifica el color verde con el inmenso poder del dinero, y también con la tranquilidad y la calma, asociadas al verde quirófano. 

    El rojo y el verde son en principio colores vivos, relacionado el primero con la sangre del reino animal y el segundo con la clorofila del reino vegetal. Pero además el color verde tiene otras connotaciones lingüísticas relacionadas con la juventud o no madurez, así como con la lujuria. Pensemos por ejemplo en expresiones como 'chiste verde' o 'viejo verde' en español. Pero ambos colores se oponen en el simbolismo del semáforo, donde la luz roja indica prohibición y la verde vía libre, simbología que se ha incorporado a la red informática universal: los do's y don'ts: las cosas que se deben hacer y las que no.  

    En otras palabras, la economía verde, so pretexto de proteger el medio ambiente (tanto el reino animal como el vegetal), capitaliza las tragedias ambientales producidas por la explotación del propio sistema capitalista, generando "fuentes renovables" de negocios energéticos para la clase dominante transnacional. Y, al mismo tiempo, cumple una función apotropaica, ya que desvía la mirada del verdadero ambientalismo, que coincide con el anticapitalismo. Pintar el capitalismo de verde es una operación de maquillaje. No se resuelve el problema que la propia existencia del capitalismo crea, sino que se justifica usando la ecología como coartada.  

Una verdad como una casa
 

    Volviendo a la Unión Europea,  no quiere ninguna emisión de CO2, y por otro lado fabrica bombas que siembran la muerte tanto del reino animal como vegetal y que están muy lejos de lograr la reducción de los gases de efecto invernadero que dicen que persiguen, y nos va mentalizando de que la guerra es inevitable. Entre nosotros ya lo ha vomitado la impresentable ministra del gremio de la Guerra, la llamada Hormiga Atómica: "La amenaza de guerra es absoluta". 

    Lo mejor habría sido no haber entrado nunca en dicha Unión, pero una vez dentro, lo mejor que podemos hacer es salir cuanto antes de la Unión Europea, que es la unión en realidad no de los europeos sino de las clases dominantes europeas contra las clases trabajadoras, o si se prefiere, los pueblos de Europa, como se demuestra examinando las pocas medidas en beneficio de la gente y las muchas en interés de los bancos y del gran capital tanto farmacopólico como bélico que toman.