Era el 16 de marzo del año del Señor de 2020 cuando el napoleón francés declaraba seis veces durante su discurso televisado desde el Palacio del Elíseo: “¡Estamos en guerra!”. Su homólogo hispano cacareó lo mismo entonces y lo ha vuelto a cacarear hace un mes: “Todavía estamos en guerra”, aunque no se refería ya a la crisis de la enfermedad del virus coronado, sino a la que ha venido a sustituir a aquella dentro de la sociedad del espectáculo en nuestras mentes y pantallas.
En
febrero de 2022, esta retórica marcial, inicialmente motivada por la
crisis sanitaria, había pivotado hacia un discurso frontal- y expresamente
militar, beligerante. El gerifalte francés convertía la operación rusa
en Ucrania en una amenaza geopolítica - ¡cómo les gusta este palabro!- y, recientemente, durante una conferencia en París que reunía a veinte
dirigentes europeos, mencionó el posible envío de tropas al frente de
combate. Ha argumentado, si a eso puede llamársele argumentar, que Rusia representaba "una amenaza
existencial" para Europa, y propone en francés como solución a ese problema la guerre como un fin inevitable,
lógico e incluso legítimo porque se supone que los europeos actuaríamos en defensa de nuestra propia identidad internacional o continental, en defensa propia.
La
alineación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)
es un eje central de esta estrategia. Por eso la consejera teutona abogaba ante sus vasallos por una "defensa europea" integrada en la Alianza, lo que se
traducía en la propuesta de 850.000 millones de euros, se supone que
digitales ya a estas alturas, para la puesta en marcha del plan REARM Europe, cuando lo
más sensato, habida cuenta de que, como dice el vulgo las armas, las
carga el diablo, y una vez cargadas hay que descargarlas descerrajando tiros a trochemoche, sería
renunciar a rearmar Europa y comenzar a desarmarla efectivamente, no invirtiendo en
guerras sanitarias, que perjudican la salud y solo benefician a la
industria farmacéutica, ni en guerras militares propiamente dichas que
también perjudican, y mucho, a la salud, y solo interesan a la industria
armamentista, celosa de la otra.
Esto
llega en un momento en que la lógica y el sentido común, esos valores y
nociones que son esencialmente populares, dictan a cualquier persona
sensata que nada, absolutamente nada justifica ni esta ni ninguna otra
guerra.
Esgrimen
la “amenaza rusa” tanto las izquierdas como las derechas como si los
tanques rusos estuvieran a tiro de piedra de la Puerta de Alcalá y los
misiles estuvieran apuntándonos.
No
es necesario recurrir a las encuestas, manipuladas siempre, porque toda
encuesta es una manipulación, para conocer el rechazo categórico del
pueblo a la guerra, y al envío de tropas a Ucrania. La guerra al virus
se convirtió en el virus de la guerra a la mayor gloria de los intereses
militares e industriales.
Nunca
se dejará de citar lo que Carl von Clausewitz escribió en "Sobre la
guerra" (1832): "La guerra es la continuación de la política por otros
medios". Esta máxima coincide plenamente con la realidad, con la
terquedad de los capitostes europeos en militarizar su diplomacia,
mientras continúan actuando institucionalmente contra la voluntad del soberano que,
teóricamente al menos en democracia, es el pueblo.
Ahí
lo tienen. Esa es la guerra contra lo que sea. No puede decirse más
sencillamente. Pero, claro, puestos a hacer la guerra contra lo que sea, que nos hará exclamar
maudite soit la guerre et ses auteurs como en el memorial francés del monumento a los muertos de la primera mundial, por qué no empezamos por hacer la guerra contra
lo que existe y pronunciamos aquella máxima revolucionaria y gloriosa de ¡abajo lo existente!, es decir, la guerra misma, y le declaramos la guerra a la propia guerra y a los que enarbolan banderas y enemigos imaginarios como el virus o los rusos.
