Hay expresiones cuyo carácter traslaticio o metafórico nos pasa casi desapercibido cuando las utilizamos, y que, al emplearlas, nos utilizan en realidad ellas sin darnos cuenta a nosotros configurando nuestro pensamiento con sus poderosas imágenes.
Esto
sucede cuando tomamos en castellano, por ejemplo, la palabra “gobierno”
y nos planteamos si tenemos un buen o un mal gobierno, un gobierno de
izquierdas o de derechas, conservador o progresista, si hay cambio o no de gobierno etc., porque
estamos presuponiendo que existe algo como "gobierno" y que nuestros
gobernantes pilotan -he aquí la metáfora que subyace- la nave que es el
Estado en su cabotaje hacia buen puerto...
Estas palabras de “gobierno”
y “gobernar”, en efecto, del ámbito marinero y proceden respectivamente de las latinas
“gubernum” y “gubernare”, que están presentes en las lenguas derivadas
del latín, incluido el inglés, aunque no provenga directamente de allí, y
están relacionadas con la metáfora de la navegación, porque su sentido
no se explica si no es partiendo de la alegoría de la nave del Estado,
abundantísima en la literatura clásica grecolatina como veremos y en los escritores
cristianos, para quienes la nave simboliza no ya el Estado sino la
Iglesia.
Un elemento importante en la nave es el timón, que en latín se llama precisamente gubernum (cf. gobernalle), por lo que gubernare
significa etimológicamente timonear la embarcación, es decir
pilotarla, y de ahí surge el sentido general de conducir, dirigir a
alguien o algo en una dirección.
El verbo latino guberno está emparentado con el griego κυβερνάω (kybernáo). Ambos significan manejar el timón de la nave, pilotar el barco. La palabra timonel se dice en latín gubernator y en griego κυβερνήτης (kybernétes),
de donde deriva, por cierto, nuestra cibernética o arte de navegar en
las procelosas aguas de ese otro mar que es la Red Informática
Universal y su tupido entramado de redes y retículas sociales.
No
es extraño que fuera en griego clásico donde quizá por primera vez
surgió la poderosa metáfora, o mejor alegoría, de la nave del Estado, de
la cosa pública o comunidad política como una nave en la que cada cual
cumple su cometido, dirigida por el gobernante que es quien lleva el
timón; nació en el seno de la lengua de un pueblo navegante y, a la par,
fundador del sistema político de gobierno democrático que padecemos.
Se
ha rastreado el origen de la metáfora en la poesía de Alceo de
Mitilene, quien en el siglo VI antes de Cristo consagra la imagen para
hablar de su πόλις (pólis) o ciudad-estado a la deriva
zarandeada por la tempestad a causa de la discordia civil. Habla en
concreto de una nave azotada por la tormenta, y exhorta a la tripulación
a salvar la ciudad dirigiendo la nave a buen puerto. Alceo a su vez, por lo que parece, habría tomado la metáfora de
Arquíloco, otro poeta lírico anterior a él, según unos versos hallados en un papiro. En todo caso, ambos poetas helenos abundan en
metáforas náuticas, surgidas de los peligros que entraña la navegación
en el mar Egeo.
Cicerón
consagrará en la literatura latina, en sus discursos políticos, la
alegoría del gobierno como timón de la nave del Estado (“in gubernanda
re publica», dirá numerosas veces: en la república que ha de ser
gobernada como si fuera una nave, en el gobierno de la república). La
cita literaria, sin embargo, más celebrada, que se hace eco del modelo
literario de Alceo, es la del poeta Horacio, que advertía de los peligros
de regresar a las guerras civiles que asolaron el final de la república
romana tras haber logrado la paz.
La
oda de la nave del Estado de Horacio, que es la número XIV del libro
primero de los Carmina, se compone de cinco estrofas de cuatro versos
cada una, los dos primeros son asclepiadeos menores, el tercero es un
ferecracio y el cuarto un gliconio. Es la llamada asclepiadea B o
segunda. Señalo sus esquemas rítmicos con los siguientes signos de mi
convención: + para sílaba marcada rítmicamente con el acento de palabra
en principio en castellano, y – para la que no marca ritmo y en
principio átona: asclepiadeo menor 12 sílabas (+ - + - - + // + - - + -
+), ferecracio 7 sílabas (+ - + - - + -) y gliconio 8 sílabas (+ - + - -
+ - +). Llamo la atención del lector sobre cómo el poeta procura que no
coincidan las unidades sintácticas con las métricas, y cómo un verso
suele encabalgarse ya sea suave- o abruptamente en el siguiente; y cómo
ni siquiera coincide la frase con la estrofa, que también se precipita a
veces sobre la siguiente. He aquí la oda de Horacio en versión
rítmica:
Nave,
nuevas te van olas a ti a arrastrar/ a la mar. ¿Qué haces? Ay, gana
con decisión/ puerto. ¿No ves de remos/ que tu flanco desnudo está,
y
que el palo mayor que Ábrego raudo hirió/ gime, y vergas también, y
sin maromas no/ puede apenas tu quilla/ resistir el embate atroz
de
la mar? Velas no tienes enteras tú,/ ni dioses que invocar, mal si
otra vez te ves./ Por más pino del Ponto, / hijo de ínclito bosque tú,
que
te jactes de honor vano y de condición:/ asustado el patrón nada en tu
pátina/ fía. Cuida, juguete/ si no quieres de vientos ser.
Tú,
hace poco que a mí me eras fastidio atroz,/ y hoy mi anhelo y mi no
poca preocupación,/ huye de olas que rompen/ en espléndidas Cícladas.
Entre
nosotros Lope de Vega se hace eco en su poesía de la metáfora de la nave
aplicándosela a su propia peripecia humana, por aquello de
que lo que vale para la comunidad política vale también para el
individuo personal (“El Estado soy yo”, ergo “Yo soy el Estado), en
aquellos memorables versos: “Pobre barquilla mía/ entre peñascos rota,/
sin velas desvelada,/ y entre las olas sola...”
Si partimos de que el Estado es una nave, lo que no deja de ser una arriesgada y discutible metáfora pese a su largo recorrido, se supone que no está fondeada y anclada en el puerto, sino que navega y no a la deriva, sino rumbo a alguna parte, cuya travesía tiene algún sentido. Esa es la mayor petición de principio: que el Estado o, si se quiere, la Humanidad en general va hacia algún sitio previamente conocido, progresa, avanza hacia delante. Para su singladura a Dios sabe dónde y para no estar a merced del oleaje y de los vientos e irse a pique necesita, además de unas velas y unos remos para bogar, un timón que dirija su rumbo; el timón precisa que alguien, el timonel o piloto, lo gobierne marcando el destino y siguiendo la previamente trazada “hoja de ruta” -otra metáfora que les encanta a los políticos profesionales y que no deja de ser una mala traducción del inglés "roadmap", por cierto.
Los gobiernos, ante cualquier crisis como la sanitaria actual que padecemos y que no deja de ocultar una crisis económica, elaboran haciendo uso de esta metáfora una narrativa oficial exculpatoria de su gestión según la cual ellos dirigen la nave con la ayuda del timonel que maneja el gobernalle, y han de llevarnos a buen puerto en medio de una tormenta en la que se suceden, una tras otra, las olas de contagio pese a las medidas restrictivas cada vez mayores y que parecen no surtir efecto.
La metáfora del oleaje como fuerza desencadenada de la naturaleza viene a sumergirnos -ya vamos por la tercera o cuarta ola- aún más en una tempestad que, pese a todos los avances tecnológicos y pronósticos, no podía haberse previsto y de la que las autoridades no se sienten responsables.
Se precisa entonces de un chivo expiatorio: y ese chivo emisario es el sacrificio de la gente en general -de todos, se nos dice- y de la juventud en particular, y se culpabiliza sobre todo al foráneo, al extranjero, al viajero, al que nos ha traído de fuera y metido dentro el mal, la pestilencia. Esto implica cierre de fronteras que habían desaparecido en la vieja Europa, y no solo nacionales, sino regionales y hasta municipales y comarcales, en un intento desesperado de ponerle puertas al campo y diques al mar.
Como
contrapunto a esta metáfora náutica de que el Estado es una nave que
navega hacia un puerto del mapa y, a la vez, como contrataque, nos sirve
la inolvidable Canción Marinera de León Felipe (1884-1968): Todos
somos marineros, / marineros que saben bien navegar. / Todos somos
capitanes, / capitanes de la mar. / (…) / marinero.../ capitán.../ no te
asuste/ naufragar/ que el tesoro que buscamos,/ capitán,/ no está en el
seno del puerto/ sino en el fondo del mar.