Mostrando entradas con la etiqueta iatrogenia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta iatrogenia. Mostrar todas las entradas

jueves, 26 de agosto de 2021

El específico antes que la enfermedad

Suele decirse que no hay que “poner la venda (o la tirita) antes que la herida”. En el mundo anglosajón se dice if it ain't broke, don't fix it, o sea que si no está roto, no lo arregles, o lo que es lo mismo no hay que complicar las cosas o complicarse uno la vida complicando las cosas, que suelen ser bastante sencillas, sin necesidad. Este dicho ha alcanzado nueva vida poniéndose en latín según la ocurrencia de Henry Beard, que en su libro "Latin for all occasions" y su secuela "Latin for even more occasions", lo latinizó así: "Si fractum non sit, noli id reficere".

Algo así podríamos hacer nosotros un poco más vulgarmente con nuestro dicho: "No te limpies el culo antes de cagar". Como suena un tanto brusco por la referencia escatológica a la defecación y a la parte de nuestra anatomía donde la espalda pierde su digno nombre, como se solía decir, podemos expresarlo en latín, que resulta más fino: "Noli podicem detergere, priusquam cacaueris" o "... cacaris" con síncopa coloquial de perfecto.

Es importante diferenciar prevención y cura previa. Puedes ponerte un casco para no romperte la cabeza, pero no vendarte la cabeza como si ya la tuvieras rota. Puedes hacerte un torniquete si te ha picado una víbora, pero no hacerte uno cuanto todavía no te ha picado. Esa es la diferencia entre la prevención del accidente, que es algo en principio muy sensato, y la anticipación de la cura, que es la precaución llevada hasta el paroxismo de la paranoia. En efecto, no resulta muy sensato anticiparse tanto como para pretender poner remedio a lo que todavía no ha sucedido.


 Pero sobre la prevención de accidentes de tráfico podemos decir algo más aquí recordando lo que apuntaba Iván Illich. No basta con las limitaciones de velocidad, los semáforos, La prohibición de drogas y alcohol al volante, los cinturones de seguridad, los cascos para las motos para reducir los accidentes de tráfico; habría que reducir el tráfico a lo imprescindible, que sería el transporte de mercancías y no tanto el de personas, que disponen para sus traslados naturalmente de sus extremidades inferiores. Hasta tal punto nos hemos dejado esclavizar por los vehículos que hemos renunciado al uso de nuestros propios pies, con las nefastas consecuencias que eso conlleva para nuestra salud.

Ya que he mencionado aquí al llorado Iván Illich, recordemos su triple caballo de batalla: Si la gente se hace cada vez más cautiva de una velocidad que la retrasa, de una instrucción que la embrutece y de una medicina que le desequilibra la salud, es porque más allá de cierto umbral de intensidad la dependencia de bienes industriales y de servicios profesionales destruye la potencialidad del hombre, y la destruye de una manera específica. (Párrafo entresacado de su ensayo 'La convivencialidad'). Triple paradoja: velocidad que retrasa, instrucción que embrutece y medicina que nos enferma convirtiendo a todas las personas en pacientes sin estar enfermas. 


 Me viene como anillo al dedo esta viñeta del tebeo En Patufet, núm. 1699, publicado en Barcelona en catalán que vierto al castellano, que no dejan de ser dos lenguas hermanas e hijas del latín, el 6 de noviembre de 1936. Se trata de un diálogo entre un científico 'loco' que dice "-Mire, acabo de inventar un específico que me hará ganar una fortuna". Un paisano le pregunta: -¿Y qué enfermedad curará ese específico?" Y el científico despistado, que se da cuenta de que ha puesto el carro antes que los bueyes, reconoce: -"¿Eh? Ah, la enfermedad no la he inventado todavía."


 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿Medicina o salud?

Define la Academia la yatrogenia (mejor que iatrogenia, aunque también admite que se pueda escribir así) como la "alteración, especialmente negativa, del estado del paciente producida por el médico".  Del gr. ἰατρός iatrós 'médico' y γένος 'origen'. La yatrogenia es la enfermedad producida por la propia medicina, y es que, como decíamos el otro día, la medicina perjudica gravemente a la salud.
 

La yatrogenia no debe confundirse con el damnum iniuria datum per medicum o negligencia médica, delito contemplado ya en el derecho romano, que es otra cosa. La yatrogenia es inherente a la profesión médica. Tampoco debe confundirse con los efectos secundarios de los medicamentos, a veces más perjudiciales que beneficiosos los primarios. Hay pruebas diagnósticas que detectan falsos positivos y que acaban generando por efecto nocebo una enfermedad que antes no existía. Hay medidas profilácticas que se le imponen a la población, como el confinamiento ciego, indiscriminado y domiciliario, a raíz del virus coronado-cosecha 2019, que no sólo no son en absoluto saludables, sino que son perjudiciales para la salud y el bienestar de los pacientes votantes y contribuyentes. Hay fármacos cuyos efectos secundarios desconocen los propios médicos que los recetan y son peligrosos. La medicación, por ejemplo, basada en estatinas contra el colesterol favorece, al parecer, la aparición de la diabetes. 


La yatrogenia tiene que ver con la propia medicalización de la vida humana, es decir, con la relación que convierte al médico en señor feudal y al paciente en su vasallo que a la vez se hace cliente de la industria farmacéutica y de la figura del célebre boticario. Todos somos enfermos en el siglo XXI. «La medicina avanza tanto -vaticinó Aldous Huxley una vez- que pronto estaremos todos enfermos». Bien, pues ese día ha llegado ya con la explosión globalizada del susodicho virus coronado. Todos somos susceptibles de ser portadores del bicho microscópico, aunque seamos asintomáticos, es decir, aunque no lo sepamos ni lo padezcamos. Todos somos peligrosos para nosotros mismos y para los demás. Pero el Estado, el más frío de todos los monstruos, según Nietzsche, adoptando la mascarilla terapéutica que lo convierte en Estado Terapéutico, vela por nosotros,  es decir, por nuestra salud intoxicándola.

La industria farmacológica avanza también que es una barbaridad, como decía el otro. Y, a veces, dice el refrán, es peor el remedio que la enfermedad. Ya lo sugirió Virgilio en el verso 46 del libro XII de la Eneida, donde canta la uiolentia Turni, la agresividad que Turno, el rival de Eneas, siente. El rey Latino intenta aplacar esa furia con sus palabras: ¿Por qué Turno no renuncia a sus pretensiones, viene a decirle, y permite que se haga la paz? El caso es que la violencia, la enfermedad mental en este caso, diríamos nosotros, que siente Turno no se doblega con esas palabras, sino que "exsuperat magis aegrescitque medendo": se acrecienta más y se agrava intentando curarla. La cura encona la enfermedad. O como tradujo el doctor don Gregorio Hernández de Velasco (Toledo, 1555) el hexámetro virgiliano con un hendecasílabo: "Y cuanto más le curan, más enferma".

La medicina no debería consistir en un hacer algo por hacerlo, cuando generalmente la mejor terapia es deshacer o no hacer nada. Ya lo dice la sabiduría popular desengañada: "Sana, sana, culito (colita, según otras versiones) de rana; si no sanas hoy, ya sanarás mañana".

El trabajo de Hércules de enfrentamiento con la Hidra de Lerna nos ilustra sobre este punto y enseña una lección: la solución del problema en lugar de acabar con él, que sería la disolución o análisis propiamente dicho del problema, multiplica el problema. 

lunes, 9 de noviembre de 2020

La medicina perjudica la salud

Nuper erat medicus, nunc est uispillo Diaulus: 
Quod uispillo facit, fecerat et medicus.

Médico era hasta ayer, hoy es sepulturero Diaulo. 
Hace como enterrador él lo que hacía el doctor. 
 (Marcial, I, 47)

En este epigrama Marcial acusa a un tal Diaulo, que había sido médico antes que enterrador, de seguir haciendo lo mismo que hacía antes: embarcar a sus pacientes con Caronte rumbo al Más Allá. El epigrama es un dístico elegíaco compuesto por un hexámetro y un pentámetro dactílicos: el hexámetro presenta una premisa, mientras que el pentámetro sirve de conclusión con un desenlace inesperado que provoca la sonrisa por la crítica satírica que conlleva, con un mecanismo muy semejante al del chiste: concisión y sorpresa final. 
 
Un refrán castellano relaciona ambas profesiones con la misma gracia que el epigrama de Marcial: Del médico y del enterrador, cuanto más lejos mejor. Y no son pocos los proverbios que insisten en la conveniencia de mantenerse alejado de los galenos, que así se llama a los médicos en recuerdo de Galeno de Pérgamo, el médico personal del emperador Marco Aurelio: Abogado, juez y doctor, cuanto más lejos mejor da a entender que hay que evitar a los leguleyos o profesionales de la abogacía y de la justica, esa asociación de malhechores, así como a los de la medicina, calificados popularmente como matasanos, porque certifican nuestra muerte haciendo efectiva nuestra defunción y por los honorarios que cobran, ya que no es raro que en su propio beneficio prolonguen la necesidad de sus servicios innecesarios. Otro refrán castellano añade la figura no menos popular de la “suegra” a los males que hay que evitar: Suegra, abogado y doctor, cuanto más lejos mejor. 

En otro epigrama de nuestro Marcial (VI, 53) se nos habla de un tal Andrágoras que después de haberse bañado, cenado contento y acostado, fue encontrado súbitamente muerto de repente al amanecer del día siguiente sin causa exterior aparente. ¿Cual fue la razón de tan súbita muerte? ¡Había visto en sueños que se le aparecía el médico Hermócrates! La sola visión del galeno le provocó la muerte instantánea y fulminante. 

Los médicos emplean una jerga especializada y grecolatina que ningún profano puede entender para hablar de las cosas más sencillas e impresionar así al enfermo ocultándole la realidad, el cual se deja engañar por estos matasanos en connivencia con los boticarios y la poderosa industria farmacéutica que vive gracias a ellos a costa de nuestra preocupación por la salud. No es raro que mucha gente tenga más miedo a los médicos y a los hospitales que a la enfermedad.
 
Puede afirmarse sin empacho ninguno algo que puede parecer poco serio a primera vista, es más, parecerá un chiste como estos epigramas de Marcial, pero que tiene la virtud, por lo paradójico de su formulación, de hacernos reflexionar un poco, y de conectar al mismo tiempo con el escepticismo popular, que pone todas las certezas en duda: La medicina es perjudicial para la salud, se ha convertido en la enfermedad mortal de nuestra vida. La obsesión rayana en la histeria por la salud destruye nuestra vitalidad, es autolesiva y mortal de necesidad.

 Extracción de la piedra de la locura, Jerónimo Bosco (1475-1480)

Aldous Huxley, el autor de la espléndida novela A brave new world, que se ha traducido entre nosotros como Un mundo feliz, era por cierto médico, y dejó dicho entre otras cosas: “Ahora la medicina ha progresado tanto... que ya todos somos enfermos”. Todos, en efecto, somos pacientes dentro del estado terapéutico y profiláctico en el que vivimos, que mira por nosotros y vela por nuestra salud hasta convertirnos en enfermos crónicos de por vida.

El campo de la salud-enfermedad constituye un terreno privilegiado para el ejercicio autoritario y despótico del poder, desde antes del nacimiento, pasando por una interminable sucesión de momentos claves de nuestra vida, hasta el trance de la muerte: subordinan nuestra existencia a lo que las "autoridades sanitarias" entienden por salud, es decir, a la profilaxis. Nacemos y morimos en un hospital. Y la vida se ensombrece por el constante miedo a la muerte. Y la salud, por el fantasma de la enfermedad y la obsesión por cuidarse uno, cuando lo más saludable sería descuidarse, despreocuparse.

La búsqueda de la salud se ha convertido en el factor patógeno predominante, una obsesión similar a la búsqueda de la salvación del alma en la Edad Media. De hecho la palabra latina salutem, que es el origen de nuestra salud, significa “salvación” antes que “salud”, como en el hexámetro aquel virgiliano: ūna salus uictīs, nullam spērāre salūtem: La salvación del vencido es no esperar salvaciones.
Medicus es en latín el que practica el ars medendi (del verbo mederi, cuidar, tratar, poner remedio, de donde proceden las palabras relacionadas: medicus, remedium -pero a veces es peor el remedio y sus efectos secundarios o daños colaterales que la enfermedad, como advierte otro refrán popular-, medicina, medicamentum, medicare, meditari -la palabra meditación también viene de ahí), y al médico se le dice en latín, ya desde la traducción de la Vulgata del evangelio de Lucas, Medice, cūrā tē ipsum: Médico, cúrate tú a ti mismo (y déjanos en paz a los demás).
 
Preocuparse por la salud no es saludable, no nos deja vivir,  pone en peligro nuestro bienestar físico y psíquico. Ya a finales del siglo pasado, cobró auge la medicina profiláctica, la que ahora padecemos en el siglo XXI,  que se dedica más a prevenir enfermedades que a curar las que uno tiene. La medicina curativa, la medicina de verdad, está despareciendo en favor de la medicina preventiva o profiláctica, ese monstruo hermano de la guerra preventiva que en nombre de la paz futura e hipotética arruina la presente, que era la única que había. Asimismo la profilaxis, en nombre de nuestra salud futura, arruina nuestro bienestar presente con chequeos, preocupaciones y análisis interminables. 
 
Contra la medicina que cura o que alivia el dolor si no puede curarlo no hay nada que objetar, todo lo contrario. Lo malo es que la medicina se dedica cada vez más a "prevenir" enfermedades que a curar las que hay, y es entonces cuando no nos deja vivir con análisis, chequeos y monsergas, haciéndonos responsables de "nuestro" estado de salud y "nuestro" cuerpo. Hay demasiada obsesión, que está muy bien vista y es políticamente correcta, por la prevención. No hay más que ver que no se publica revista, sobre todo de las dirigidas especialmente al público femenino, que no incluya su apartado dedicado a la alimentación sana, a la prevención de tal o cual enfermedad, dietas de adelgazamiento etc. Tampoco falta cadena de televisión o de radio que no tenga su programación con expertos hablando de salud. También tenemos el coñazo del médico que nos recomienda, por ejemplo:  beber mucha agua, tomar la tensión con regularidad, hacer ejercicio… moderado, no vaya a ser que nos dé un infarto. 
 
La propia Organización Mundial de la Salud señala que tratar a los pacientes "ya no es suficiente" y aboga por empezar a prevenir enfermedades, por aquella memez de "más vale prevenir que lamentar (o curar)". Por todo lo cual, si rezáramos al deus medicus Esculapio, o Asclepio como le llamaban los griegos, además de pedirle que nos libre de la OMS,  le rogaríamos como hacía el llorado Ivan Illich: «No nos dejes caer en el diagnóstico y líbranos de los males de la salud».