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lunes, 13 de febrero de 2023

La falsa muerte de Heraclito (I)

    En las Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio, libro IX 3, leemos a propósito del desprecio por la política entendida como el gobierno del Estado de Heraclito de Éfeso que: Retirándose al templo de Ártemis, se puso a jugar a los dados con los niños; y a los efesios que hacían corro en torno de él, les dijo: “¿De qué os admiráis, villanos? ¿Acaso no es mejor esto que hacer política y colaborar con vosotros en el gobierno de la ciudad?” 

    La vida religiosa de Efeso giraba precisamente en torno al santuario y al culto de una diosa de orígenes prehelénicos, asimilada luego al panteón griego con el nombre de Ártemis o Artemisa y al romano con el de Diana, la hermana gemela de Apolo. En dicho templo depositó para su publicación Heraclito su libro.  

    Al culto del templo de la diosa estaban vinculados fuertes intereses económicos, como revela el hecho de que, según se lee en el Nuevo Testamento, un tal Demetrio quinientos años después de Heraclito, junto con los plateros que forjaban y vendían imágenes del templo y de la diosa, expulsaron al cristiano Pablo de Tarso y a sus discípulos que habían ido a evangelizarlos echándolos del teatro con gran alboroto y gritándoles: "!Grande es la diosa de los efesios!". El motivo del altercado era que los cristianos, que combatían el culto pagano de la diosa, arruinaban la fuente de sus ganancias.

Grabado del templo de Éfeso, Philip Schaff (1819-1893)
 

    Este templo, por cierto, era considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. De él no nos ha quedado prácticamente nada. Fue destruido por un tal Heróstrato, que quería lograr la fama a cualquier precio y pasar así a la posteridad por haber realizado algo digno de mención. Todavía hoy los psicagogos recuerdan su nombre y hablan de erostratismo, denominando así a la manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre, y consecuentemente del complejo de Eróstrato, que también afectaría a los niños que rompen sus juguetes.   

    Que Heraclito jugara a las tabas o a los dados y que lo hiciera con los niños parece ser una anécdota fraguada sobre las palabras del fragmento 52 de la edición de Diels-Kranz, donde se habla del tiempo como de un niño que juega al castro o tres-en-raya, y que consigue la corona y proclama, poniendo las tres tabas en línea, “¡Castro-hecho-y-bien-derecho!”, pero también sobre el fragmento 121, donde Heraclito declara que los efesios mayores de edad deberían ahorcarse todos y dejar su ciudad en manos de los menores.

     Al final, llegó a odiar a los hombres y se retiró a vivir en los montes, comiendo verduras y hierbas; pero como de resultas de ello enfermó de hidropesía, bajó a la ciudad y preguntó a los médicos, hablando por enigma, si podían producir sequedad de la humedad extrema; como ellos no lo entendieron, se enterró en un establo de bueyes, esperando que el calor del estiércol evaporase el agua de su cuerpo. Pero como tampoco así consiguió nada, concluyó su vida a los sesenta años.

    Ya mayor, abominaría tanto del trato de sus compatriotas, que se retiraría a los montes donde pasaba su vida como un misántropo anacoreta comiendo verduras y hierbas, lo que nos recuerda, como comenta Cappelletti, en su traducción de los fragmentos de Heraclito, a aquellos versos de Calderón de la Barca, de La vida es sueño: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que solo se alimentaba / de unas hierbas que cogía.”

Demócrito (optimista) y Heraclito (pesimista), de Rubens (1603)
 

    Lo de que enfermó de hidropesía a causa de su retiro y alimentación es sin duda un cuento malintencionado, una falsa noticia de su muerte, y también un intento de matarlo con ella a él y todo lo que significaba, una leyenda negra en todo caso forjada a partir de uno de los fragmentos originales de su libro, el 126, donde dice algo aparentemente tan trivial y de sentido común como: Las cosas frías se calientan, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo árido se moja. Esto dio pie seguramente a la leyenda burlesca de la enfermedad de la hidropesía que padecería el pensador efesio, a consecuencia de la cual se le haría fallecer.

    Pero sigamos leyendo su biografía: Hermipo, en cambio, dice que preguntó a los médicos si alguien podía evacuar la humedad rebajando las tripas; y como le dijeron que no, se puso al sol y ordenó a los criados embadurnarlo de estiércol; así tendido, murió al segundo día y fue enterrado en la plaza.

    Hermipo de Esmirna fue un filósofo e historiador que vivió en la segunda mitad del siglo III antes de nuestra era, discípulo de Calímaco de Alejandría, autor de una serie de biografías muy utilizadas por los autores de la época siguiente. Si la noticia de que fue enterrado en el ágora que proporciona este autor fuera cierta, demostraría que los efesios apreciaban a Heraclito, a pesar de sus desaires y críticas. 

    Neantes de Cícico dice que, no pudiendo quitarse de encima el estiércol, allí quedó y, hecho irreconocible por tal mudanza, fue pasto de los perros.

    Sin embargo, según Neantes de Cícico, historiador y filósofo también, que vivió en el mismo siglo III, de cuyas obras no quedan sino fragmentos que recogen otros autores antiguos, como aquí Diógenes Laercio, Heraclito habría muerto abandonado por sus conciudadanos, que no pudieron reconocer su cuerpo recubierto de estiércol ni rendirle sepultura, y que resultó finalmente devorado por los perros. Los ofendidos efesios echaban así mierda literalmente sobre el cadáver del sabio tenebroso que había osado proclamar la igualdad de todos los contrarios: de la vida y la muerte, del bien y del mal, así como del frío y del calor, de la humedad y la sequía. 

    La noticia en todo caso de su muerte fue fraguada, como dice García Calvo, como burla del pensador que había osado plantearles aquel enigma y como “pena del blasfemo adecuada a su pecado”, pues decidió curarse a sí mismo enterrándose en una boyera, creyendo que la humedad de su cuerpo se evaporaría por el calor animal de la boñiga poniéndose a desecar al sol, cosa que no sucedió y que le ocasionó una muerte sin duda horrible, pero falsa. 

miércoles, 6 de octubre de 2021

Efectos secundarios, reacciones adversas, daños colaterales.

    No sé si los estudiantes de segundo curso de Bachillerato de Griego, si queda alguno por ahí a estas alturas de la reforma educativa, traducirán directamente (o leerán al menos en castellano) la fábula núm. 170 de Esopo (Hsr. 180, Ch. 250), conocida como “El enfermo y el médico”. No está desde luego entre las más celebradas del autor, pero sí sin duda entre las más interesantes, recomendables e instructivas en el sentido de que nos aporta instrumentos para la crítica y demolición de las ideas dominantes sobre los fármacos que los médicos suministran a sus pacientes y sus efectos secundarios o reacciones adversas, que pueden compararse con lo que modernamente se ha dado en llamar “daños colaterales” en polemología, más devastadores que el propio mal que pretenden combatir, por aquello que reconoce la gente desengañada de que suele ser las más de las veces peor el remedio que la enfermedad. 

 

    Un enfermo al que el médico le preguntó cómo se encontraba le dijo que sudaba más de lo normal. El médico sentenció: «Eso es bueno». Al preguntarle por segunda vez cómo estaba, dijo que, aquejado por los escalofríos, estaba destrozado. El médico sentenció: «Eso es bueno también». Cuando le visitó por tercera vez y le preguntó sobre su enfermedad, dijo que tenía diarrea. Y aquél, después de sentenciar «también eso es bueno», se despidió. Cuando fue a visitarlo uno de sus familiares y le preguntó cómo estaba, le dijo: «Me muero a fuerza de lo bien que estoy».

 Νοσῶν καὶ ἰατρός.

    Νοσῶν τις καὶ ἐπερωτώμενος ὑπὸ τοῦ ἰατροῦ πῶς διετέθη, ἔλεγε πλέον τοῦ δέοντος ἱδρωκέναι. Ὁ δὲ ἔφη· Ἀγαθὸν τοῦτο. Ἐκ δευτέρου δὲ ἐρωτώμενος πῶς ἔχοι, ἔφη φρίκῃ συνεχόμενος διατετινάχθαι. Ὁ δέ· «Καὶ τοῦτο, ἔφη, ἀγαθόν.» Τὸ δὲ τρίτον ὡς παρεγένετο καὶ ἐπηρώτα αὐτὸν περὶ τῆς νόσου, διαρροίᾳ περιπεπτωκέναι ἔφασκε. Κἀκεῖνος ἀγαθὸν καὶ τοῦτο φήσας ἀπηλλάγη. Τῶν δὲ οἰκείων τινὸς παραγενομένου πρὸς αὐτὸν καὶ πυνθανομένου πῶς ἔχοι, ἔφη πρὸς αὐτόν· «Ἐγώ σοι ὑπὸ τῶν ἀγαθῶν ἀπόλωλα.»

    El tíulo griego de la fábula Νοσῶν καὶ ἰατρός (nosôn kaì iatrós) nos sirve para aprender tres palabras de origen griego: nosocomial, hablando de infecciones nosocomiales o intrahospitalarias, porque nosocomio en griego es hospital, es decir, establecimiento destinado al tratamiento de enfermos; iatrogenia, preferible la forma yatrogenia ('Alteración, especialmente negativa, del estado del paciente producida por el médico'); y yatrocracia o iatrocracia, no admitida aún en el diccionario de la RAE, para referirse a la autoridad tiránica de la también llamada 'dictadura sanitaria' que los médicos, o quizá mejor dicho, las autoridades sanitarias usurpan en nombre de la Medicina sobre las almas hipocondríacas y abatidas por el temor y por el mal que padecen.



    Un comediógrafo como el gran Molière no podía dejar de aprovechar una gracia como esta  de hacernos creer que lo malo es bueno (y de rechazo que lo bueno es malo) para hacer reír y pensar al público en su diálogo entre Sganarelle y Géronte en la escena V del acto III de su Le médecin malgré lui, literalmente "El médico a su pesar" o "... a pesar suyo",  que nuestro Moratín tradujo como “El médico a palos”.

    Le pregunta Sganarelle, nombre que Moratín adapta como Bartolo, a Géronte (o Don Gerónimo), el padre de Lucinda: "¿Cómo está la enferma (Lucinda)?", a lo que Géronte le responde: “Bastante peor desde que se le aplicó su remedio”. Don Bartolo le contesta: “Mejor. Es señal de que funciona”. (Nótese que el remedio, poco importa que sea pan remojado en vino, como en Moratín, o las sedicentes 'vacunas' actuales de ARN mensajero o de ADN vectorizadas, cumple su función porque provoca efectos adversos -y eso es señal de que logra, como diría un político, su objetivo -bueno o malo, ese es otro cantar-, pero hace algo, en este caso un empeoramiento del estado de salud de la paciente desde que hizo uso del remedio). El padre de la muchacha, aceptando esa lógica ilógica, añade expresando su temor: “Sí, pero, funcionando como funciona, temo que la ahogue”.

SGANARELLE: Comment se porte la malade?

GÉRONTE: Un peu plus mal, depuis votre remède.

SGANARELLE: Tant mieux. C’est signe qu’il opère.

GÉRONTE: Oui, mais en opérant, je crains qu’il ne l’étouffe! 


     En la traducción y adaptación, de nuestro Moratín el diálogo se transforma así: D. GERÓNIMO: ¡Ay, amigo Don Bartolo! que aquella pobre muchacha no se alivia. No ha querido acostarse. Desde que ha tomado la sopa en vino está mucho peor. BARTOLO: ¡Bueno! eso es bueno. Señal de que el remedio va obrando. No hay que afligirse. Aunque la vea usted agonizando, no hay que afligirse, que aquí estoy yo...

    Todo lo cual me recuerda a no sé ya qué presidente norteamericano elegido democráticamente que propuso acabar con los incendios forestales talando los bosques. Desaparecidos estos, ya no hay peligro de que se incendien.

viernes, 13 de noviembre de 2020

¿Medicina o salud (y III)?

La crítica que hace Plinio en el libro XXIX de su Naturalis Historia a los que se dedican profesionalmente a la medicina es que trafican con nuestra propia vida convirtiéndola en una mercancía (anima statim nostra negotiari). Cita un curioso epitafio de un sepulcro infeliz o del sepulcro de un infeliz: hinc illa infelicis monumenti inscriptio: que había muerto por el escuadrón -por el equipo, diríamos hoy- de los médicos (turba se medicorum perisse). Y comenta que miles de personas viven sine medicis, sin médicos, como habían vivido los romanos antes de la llegada de los profesionales griegos, aunque obviamente no sine medicina, no sin medicina. 

De alguna manera es partidario de que la medicina sea patrimonio de todos, y no de unos pocos “doctores” entendidos. En ese sentido, la profesionalización del arte médica les vino a los romanos de Grecia, una ciencia “que el pueblo romano, una vez conocida, condenó". Antes de la profesionalización médica, los romanos practicaban la medicina, herederos como eran de una tradición secular. Otra de las cosas que les recrimina a esos "doctores" es la utilización de una verborrea incomprensible para el vulgo: hablaban, y siguen haciéndolo hoy, una jerga criptogriega. 

Con la ayuda de Venus, el médico Iápige cura a Eneas de una herida recibida en Italia durante la lucha del héroe contra Turno, el rey de los rútulos. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.

Cita Plinio el testimonio del historiador analista Casio Hemina que dice que el primer médico que como tal vino a Roma del Peloponeso fue un tal Arcágato, hijo de Lisanias, durante el consulado de L. Emilio y M. Livio, en el año 535 de la fundación de Roma, esto es en el 219 antes de Cristo, (primum e medicis uenisse Romam Peloponneso Archagathum Lysaniae filium L. Aemilio M. Liuio cos. anno urbis DXXXV), que le fue concedido el derecho de ciudadanía romana y un establecimiento adquirido a tal fin a expensas públicas en el cruce de Acilio (eique ius Quiritum datum et tabernam in compito Acilio emptam ob id publice); que fue un cirujano famoso y su llegada al principio extraordinariamente agradable (uulnerarium eum fuisse egregium, mireque gratum aduentum eius initio), después por la crueldad de cortar y cauterizar cambió el nombre a carnicero y su oficio y todos los médicos al aborrecimiento (mox a saeuitia secandi urendique transisse nomen in carnificem et in taedium artem omnesque medicos).


Hay quien cree que la crítica de Plinio no tiene mucho valor sociológico, sino que se hace eco del mero tópico literario repetido desde la Comedia Nueva ática hasta el fin de la Antigüedad de que el médico era el único homicida que queda impune después de ejecutado el homicidio. Aun siendo mero tópico literario la de considerar al médico un matasanos, no deja de responder a un sentimiento popular de rebeldía contra la yatrogenia, es decir, contra la medicina como administración de fármacos mortales y contra los médicos como suministradores de una muerte que acaban certificando. 

jueves, 12 de noviembre de 2020

¿Medicina o salud (II)?

Gayo Plinio Segundo, alias Plinio el Viejo, escribió en el siglo I de nuestra era en su Historia natural (XXIX, 8, 18) lo siguiente a propósito de la yatrogenia avant la lettrediscunt periculis nostris et experimenta per mortes agunt, medicoque tantum hominem occidisse inpunitas summa est. quin immo transit conuicium et inteperantia culpatur, ultroque qui periere arguuntur: Aprenden (los médicos)  a costa de ponernos a nosotros en peligro,  y hacen experimentos con nuestras muertes y solamente le es dada al médico la soberana impunidad de haber matado a un hombre. Es más, se cruza el reproche y se echa la culpa a la intemperancia, y encima hacen responsables a los que han muerto. 

Molière, el célebre comediógrafo francés, escribió "Le malade imaginaire" (que se ha traducido como El enfermo imaginario, o El enfermo aprensivo o El paciente hipocondriaco), una sátira de los efectos colaterales de la medicina, inspirándose en parte, como veremos, en el susodicho pasaje de Plinio. 

El enfermo imaginario, Max Claudet (1840-1893)

En el tercer intermedio, en efecto, del tercer acto, que es el final, de la obra se representa una ceremonia en la que entre cantos, danzas y recitados se celebra la graduación de un médico.  Utiliza Molière la siguiente fórmula latina macarrónica, que resulta cómica porque se entiende el francés que hay detrás de la morfología latina, con la que un hombre recibe el bonete que hace de él un doctor: Dice así: Ego, cum isto boneto / venerabili et docto / dono tibi et concedo / virtutem et puissanciam / medicandi, / purgandi, / seignandi, / perçandi, / taillandi, / coupandi, / et occidendi / impune per totam terram: Yo con este bonete / venerable y docto / te doy y concedo / la virtud y el poder / de medicar, / de purgar, / de sangrar, /de atravesar, / de diseccionar, / de cortar / y de matar / impunemente por toda la tierra



Finalmente todos los médicos y boticarios, bailando, le hacen una reverencia al nuevo médico. Molière se ha hecho eco aquí de la sentencia de Plinio arriba citada:  medicoque tantum hominem occidisse inpunitas summa est: Sólo un médico puede matar impunemente a un ser humano. Summa inpunitas: con toda la impunidad del mundo. No son gajes del oficio: es su oficio, matar y certificar la muerte.  

Dice la Academia que matasanos es una denominación coloquial y despectiva que se aplica a un curandero o un mal médico. Popular- y burlescamente se aplica a todos los médicos, independientemente de su cualificación profesional. Y está documentada según Coromines en castellano desde 1617, palabra compuesta del verbo matar y del adjetivo sanos. El verbo matar, por cierto, está atestiguado desde mitad del siglo X entre nosotros, y además de quitar la vida significó también "herir", como vemos en algún derivado actual como "matadura" (llaga o herida que se hace la bestia por ludirla el aparejo o por el roce de un apero) y en la expresión coloquial "dar a alguien en las mataduras" (según la Academia: Zaherirlo con aquello que siente más o que le causa más enojo y pesadumbre). 

 De qué mal morirá, Caprichos, Goya (1797-99)

El Certificado Médico de Defunción (CMD) es el documento que acredita la muerte de una persona, y que permite la inscripción de dicho fallecimiento en el Registro Civil y la inhumación del cadáver. Debe emitirlo el médico que presta la asistencia en el último momento o el facultativo llamado a comprobar la certeza del óbito o "exitus letalis" con su firma.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿Medicina o salud?

Define la Academia la yatrogenia (mejor que iatrogenia, aunque también admite que se pueda escribir así) como la "alteración, especialmente negativa, del estado del paciente producida por el médico".  Del gr. ἰατρός iatrós 'médico' y γένος 'origen'. La yatrogenia es la enfermedad producida por la propia medicina, y es que, como decíamos el otro día, la medicina perjudica gravemente a la salud.
 

La yatrogenia no debe confundirse con el damnum iniuria datum per medicum o negligencia médica, delito contemplado ya en el derecho romano, que es otra cosa. La yatrogenia es inherente a la profesión médica. Tampoco debe confundirse con los efectos secundarios de los medicamentos, a veces más perjudiciales que beneficiosos los primarios. Hay pruebas diagnósticas que detectan falsos positivos y que acaban generando por efecto nocebo una enfermedad que antes no existía. Hay medidas profilácticas que se le imponen a la población, como el confinamiento ciego, indiscriminado y domiciliario, a raíz del virus coronado-cosecha 2019, que no sólo no son en absoluto saludables, sino que son perjudiciales para la salud y el bienestar de los pacientes votantes y contribuyentes. Hay fármacos cuyos efectos secundarios desconocen los propios médicos que los recetan y son peligrosos. La medicación, por ejemplo, basada en estatinas contra el colesterol favorece, al parecer, la aparición de la diabetes. 


La yatrogenia tiene que ver con la propia medicalización de la vida humana, es decir, con la relación que convierte al médico en señor feudal y al paciente en su vasallo que a la vez se hace cliente de la industria farmacéutica y de la figura del célebre boticario. Todos somos enfermos en el siglo XXI. «La medicina avanza tanto -vaticinó Aldous Huxley una vez- que pronto estaremos todos enfermos». Bien, pues ese día ha llegado ya con la explosión globalizada del susodicho virus coronado. Todos somos susceptibles de ser portadores del bicho microscópico, aunque seamos asintomáticos, es decir, aunque no lo sepamos ni lo padezcamos. Todos somos peligrosos para nosotros mismos y para los demás. Pero el Estado, el más frío de todos los monstruos, según Nietzsche, adoptando la mascarilla terapéutica que lo convierte en Estado Terapéutico, vela por nosotros,  es decir, por nuestra salud intoxicándola.

La industria farmacológica avanza también que es una barbaridad, como decía el otro. Y, a veces, dice el refrán, es peor el remedio que la enfermedad. Ya lo sugirió Virgilio en el verso 46 del libro XII de la Eneida, donde canta la uiolentia Turni, la agresividad que Turno, el rival de Eneas, siente. El rey Latino intenta aplacar esa furia con sus palabras: ¿Por qué Turno no renuncia a sus pretensiones, viene a decirle, y permite que se haga la paz? El caso es que la violencia, la enfermedad mental en este caso, diríamos nosotros, que siente Turno no se doblega con esas palabras, sino que "exsuperat magis aegrescitque medendo": se acrecienta más y se agrava intentando curarla. La cura encona la enfermedad. O como tradujo el doctor don Gregorio Hernández de Velasco (Toledo, 1555) el hexámetro virgiliano con un hendecasílabo: "Y cuanto más le curan, más enferma".

La medicina no debería consistir en un hacer algo por hacerlo, cuando generalmente la mejor terapia es deshacer o no hacer nada. Ya lo dice la sabiduría popular desengañada: "Sana, sana, culito (colita, según otras versiones) de rana; si no sanas hoy, ya sanarás mañana".

El trabajo de Hércules de enfrentamiento con la Hidra de Lerna nos ilustra sobre este punto y enseña una lección: la solución del problema en lugar de acabar con él, que sería la disolución o análisis propiamente dicho del problema, multiplica el problema. 

domingo, 12 de abril de 2020

¿Para quitarme un mal, me das mil males?

Quevedo, entre nosotros, como no podía ser menos, se convierte en un crítico furibundo de la medicina profiláctica y no curativa,  que perjudica la salud, -algo de lo que no suelen advertirnos las llamadas autoridades sanitarias, que resultan, al fin y a la postre, las menos saludables y las más perjudiciales para nuestro bienestar. 

Afirma en sus Fragmentos de la Vida de Marco Bruto: “Matan los médicos y viven de matar, y la queja cae sobre la dolencia.” Y “Mata el médico al enfermo con lo que le receta para que sane”. Acusa también a los médicos de complicidad criminal con los boticarios, la industria farmacéutica, diríamos hoy, a la hora de preparar “porquerías y hediondeces”. 

En El sueño de la Muerte denuncia que utilizan una jerigonza gremial grecolatina incomprensible para el pueblo llano: "Y luego ensartan nombres de simples que parecen invocaciones de demonios: buphthalmos, opopanax, leontopetalon, tragoriganum, potamogeton, senipugino, diacathalicon, petroselinum, scilla, rapa. Y como han oído decir que quien no te conoce te compre, disfrazan las legumbres porque no sean conocidas y las compren los enfermos. Elingatis dicen lo que es lamer, catapotia las píldoras, clíster la melezina (sic, en castellano antiguo por medicina), glans o balanus la cala, errhina moquear. Y son tales los nombres de sus recetas y tales sus medicinas, que las más veces de asco de sus porquerías y hediondeces con que persiguen a los enfermos se huyen las enfermedades".

Como testimonio, vamos a leer su soneto satírico-burlesco que lleva por título: “Médico que para un mal, que no quita, receta muchos


La losa (1) en sortijón pronosticada
 y por boca una sala de viuda (2), 
la habla entre ventosas (3) y entre ayuda (4), 
con el "Denle a cenar poquito o nada". 

La mula, en el zaguán, tumba enfrenada; 
y por julio un "Arrópenle si suda; 
no beba vino; menos agua cruda; 
la hembra, ni por sueños, ni pintada". 

 Haz la cuenta conmigo, doctorcillo: 
¿Para quitarme un mal, me das mil males? 
¿Estudias medicina o Peralvillo?(5)

¿De esta cura me pides ocho reales?(6) 
Yo quiero hembra y vino y tabardillo(7), 
y gasten tu salud los hospitales. 

Retrato de Francisco de Quevedo, Juan van der Hamen (?), medidados siglo XVII 
1.- Losa: Sepulcro de un cadáver, por la lápida que se coloca sobre las tumbas. Los médicos solían llevar en el pulgar una sortija con una gran piedra, de ahí lo de sortijón, con sufijo aumentativo, que le recuerda al paciente la futura muerte, pronosticándosela. Escribe Quevedo en el Libro de todas las cosas y otras más: “Si quieres ser famoso Médico, lo primero linda mula, sortijón de esmeralda en el pulgar, guantes doblados, ropilla larga y en verano sombrerazo de tafetán.”   

2.- Sala de viuda: por la negrura asociada al luto que vestían las viudas. La cara del médico le recuerda la muerte. Madame Daulnoy escribe en su Relación del viaje por España (1691) hablando de las viudas: “Me he enterado de que pasan el primer año de su duelo en una Habitación completamente entelada de negro, donde no entra ningún rayo de sol...” Al parecer se cubrían con telas austeras los cuadros, los muebles y todo lo que pudiera distraer a la viuda de su duelo. 

3.- Ventosa: Vaso o campana, comúnmente de vidrio, que se aplica sobre una parte cualquiera de los tegumentos del paciente, enrareciendo el aire en su interior al quemar una cerilla, una estopa, etc. 

4.- Ayuda: Lavativa, enema, o más propiamente énema (del lat. tardío enĕma, y este del gr. ἔνεμα) Líquido que se introduce en el cuerpo por el ano con un instrumento adecuado para impelerlo, y sirve por lo común para limpiar y descargar el intestino. 

5.- Peralvillo es una localidad de la Mancha, cercana a Ciudad Real, camino de Toledo,  que aparece citada en el Quijote en boca de Sancho Panza en el refrán “dar o terminar en Peralvillo” como sinónimo de acabar condenado a muerte. En Peralvillo, al parecer, era donde la Santa Hermandad de la Inquisición ejecutaba a los reos asaeteándolos. El maestro Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana alude a Peralvillo como "un pago junto a Ciudad Real, adonde la Santa Hermandad hace justicia a los delinquentes... con la pena de saetas". De ahí surgió el proverbio: La justicia de Peralvillo, que después de asaetado el hombre le fulminan el proceso; es decir, que en primer lugar se ejecuta al delincuente que ha sido sorprendido in fraganti delicto, es decir, cuando el delito está tan reciente que todavía huele, y posteriormente se formaliza el proceso y se le condena. Es una manera metafórica de aludir a los que empiezan a hacer algo por el final, por ejemplo, la casa por el tejado, como se dice vulgarmente, y una forma de acusar a la justicia de actuar injustamente mediante linchamiento al anteponer la ejecución al juicio. 

6.- Real: El real fue una moneda de plata que comenzó a acuñarse a finales del siglo XIV en el reino de Castilla y que fue la base del sistema monetario español hasta el siglo XIX. Había monedas de dos reales, cuatro reales y ocho reales. Los que hemos conocido la peseta como moneda española que comenzó a acuñarse en 1869 hasta la implantanción del euro en 1999, aún recordamos la moneda de dos reales, que equivalía a 50 céntimos de peseta, ya que la peseta equivalía a cuatro reales. Y un real equivalía a dos perras gordas -dos monedas de 10 céntimos que tenían un león que popularmente se denominaba perra- y una perra chica -una moneda de 5 céntimos-. 

7.- Tabardillo: Derivado de tabardo y atestiguado desde 1570 “especie de tifus”, así llamado según Coromines por la erupción de manchitas que cubren todo el cuerpo como un tabardo, que era una prenda de abrigo de la que deriva tabardina, que cruzada con gabán, desembocó en nuestra gabardina.