Nuestra sociedad actual venera la ciencia, a la que ha deificado, y siente pánico por el envejecimiento y la muerte. La medicina, que vive de ese miedo, se ha convertido en una obsesión para mucha gente y en un colosal negocio, a expensas casi siempre del paciente que a fuerza de crónico se convierte en cliente vitalicio.
Los medios de comunicación insisten mucho en que hay que cuidarse y en cómo cuidarse, en que hay que tener mucho cuidado si uno se nota un bulto aquí, allá o acullá, lo que contribuye a generar hipocondría, y hasta nosotros mismos nos deseamos muchas veces lo mejor diciéndonos “cuídate”, sabiendo como sabemos en el fondo que lo mejor no es eso, sino todo lo contrario: lo mejor es vivir descuidado, sin preocupaciones.
La ciencia, por su parte, abusa de su poder, haciéndonos creer que, aunque estemos sanos aparentemente, no lo estamos; nuestra salud es una falsa percepción porque somos enfermos potenciales. Ya lo denunció Jules Romains en su comedia Knock o El Triunfo de la Medicina, estrenada en París hace poco más de cien años: “Las personas sanas son enfermos que se ignoran”. Iván Illich (1926-2002) escribió: "El médico decide qué es un síntoma y quién se encuentra enfermo".
Uno acaba creyendo que la salud (junto con el dinero y el amor, como decía una infame canción) es lo más importante y que yendo al médico y usando los servicios que el sistema sanitario le ofrece va a vivir mucho más tiempo y con más calidad de vida, algo bastante dudoso.
Uno va al médico, el médico le pide pruebas, si no está convencido le pide más pruebas hasta que aparece algo. Cuando te haces muchas pruebas es posible que haya alguna que no salga bien, entonces el médico insiste. Entramos así en una espiral que puede acabar con una operación, una biopsia o una medicación innecesarias que van a producir efectos adversos. Otro clásico de la literatura dramática francesa nos lo recuerda. Es El médico a palos o El médico a su pesar, en traducción más literal, de Molière: "Encontramos a veces, a fuerza de buscar, lo que en principio no encontramos".
Los chequeos o check-ups en la lengua del Imperio que se nos impone, un término y una costumbre que hemos adoptado en nuestro diccionario y normalizado, convierten a la gente en paciente sin estar enferma.
El médico no quiere equivocarse y va hacer por tanto todo lo posible para llegar a un diagnóstico. Si uno abusa de las visitas y chequeos médicos corre el riesgo de ser sobremedicado y sobrediagnosticado. El sobrediagnóstico puede responder también a motivos estrictamente económicos, a cierta mercantilización de la sanidad.
Puede haber algún médico en la medicina privada que se dedique a hacer operaciones absolutamente innecesarias sólo para cobrar por ellas…
Los médicos del sistema público no se ven tan acuciados por motivos mercantiles, pero sí por otros motivos académicos, de prestigio profesional y de connivencia con la industria farmacéutica y los visitadores médicos, de los que no se libran ni los privados ni los públicos. En resumen, tanto la mercantilización como ciertas formas de promoción ponen al enfermo en riesgo de ser sometido a pruebas y cirugías que no necesitaba.
Nos hemos convertido en cobayas de los laboratorios farmacéuticos. La industria farmacéutica tiene intereses esencialmente mercantiles, porque son empresas cuyo último fin es el lucro del negocio, incrementar su valor en bolsa y mejorar cada año sus rendimientos económicos. Pero la industria farmacéutica, como la armamentista, por ejemplo, quiere ir creciendo. ¿A qué prácticas deshonestas recurre para ello? A prácticas de sobornos, a sacar publicaciones que no son correctas, a financiar de manera exagerada la formación continuada, una formación sesgada a favor de la industria…
Todo eso es debido al hecho de que la industria médica en general es una industria capitalista como cualquier otra. Los accionistas aprietan, hay que subir las ventas… Y, como escribe Iván Illich al comienzo de su Némesis médica (1974): “La medicina institucionalizada ha llegado a ser una grave amenaza para la salud. El impacto del control profesional sobre la medicina, que inhabilita a la gente, ha alcanzado las proporciones de une epidemia. Iatrogénesis, el nombre de esta nueva plaga, viene de iatrós, el término griego para 'médico', y de génesis, que significa 'origen'” Y entonces entramos en la sobremedicación y en la promoción de enfermedades inventadas.
Compramos cualquier producto que tenga la etiqueta 'ciencia' sin dudarlo, porque tenemos un concepto de la ciencia muy dogmático. Resulta paradójico que hayamos rechazado los dogmas religiosos, y, en lugar de desembarazarnos de todo tipo de dogmas, hayamos aceptado los científicos, no menos dogmáticos. Y máxime cuando la ciencia es muy controvertida, sabiendo como sabemos que lo que defiende hoy puede desmentirlo mañana.

Hay todo un movimiento transhumanista, que pretende, fuertemente apoyado por la industria, superar el viejo humanismo y convencer al público de que está a nuestro alcance vencer la muerte y el envejecimiento o, por lo menos, demorarlas muchos años, lo que no deja der ser una grandísima falacia.
La medicina genera mucha patología, es lo que se conoce como yatrogenia o iatrogenia, y es más que una epidemia, una auténtica pandemia. También cura cosas, la verdad sea dicha, pero genera mucha gente enferma, muchas veces enferma crónica, porque cronifica muchas enfermedades, lo que provoca que quienes las padecen tengan en muchas ocasiones una calidad de vida agónica y terrible.
Comienza la temporada otoño-invierno y Pfizer no puede faltar a la cita, máxime cuando desde la plandemia goza de impunidad absoluta para la ofensiva de su efectividad poniendo a prueba la seguridad, tolerabilidad e inmunogenicidad (modelo Estado sionista), al atacar el sistema inmunológico de las victimas que a duras penas resisten.
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Sí, gracias por la fuente. El Imperio (farmacológico) contrataca con su nueva fórmula. Un saludo.
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