viernes, 5 de enero de 2024
El doctor Knock ha cumplido cien años.
lunes, 15 de febrero de 2021
El triunfo perverso del doctor Knock
Un médico, el doctor Knock, llega a una pequeña población de la Francia profunda llamada Saint-Maurice. No sólo es médico, sino también doctor en medicina, como hará enseguida que todo el mundo le denomine con propiedad.
El doctor, escudándose en un lucrativo espíritu filantrópico que intenta frenar el progreso de las enfermedades de toda índole que acechan al género humano, se encargará, por lo tanto, de diagnosticarle a cada vecino su mal, poco importa si verdadero o falso, y de ponerle en tratamiento enseguida, con lo que alcanzará prestigio, poder y dinero, fomentando la higiene aséptica y la profilaxis: en eso consiste el triunfo de la medicina sobre la salud.
¿No nos recuerda esto a la paradoja de los “enfermos asintomáticos” de nuestros días, es decir, personas que no presentan dolencias ni síntomas de enfermedad y que, sin embargo, se definen como “enfermos” aunque sea al estilo del malade imaginaire de Molière? ¿No ha venido a decirnos nuestro doctor Knock particular que todos y cada uno somos o podemos ser enfermos si todavía no estamos malos y no hacemos algo para remediarlo como ponernos una mascarilla, evitar lugares concurridos y guardar distancia de seguridad para no chocar con los demás, e incluso guardar silencio en los transportes públicos como aconsejan algunas Comunidades Autónomas porque el virus podría transmitirse hablando(¡!), hablando, que es como, por otra parte, se entiende la gente?
El nuevo profesional, el doctor Knock, representa la antítesis del antiguo galeno, el entrañable médico rural Parpalaid, que le ha cedido su puesto, practicante de una medicina tradicional, curativa y poco lucrativa, basada en el principio hipocrático del primun non nocere (“lo primero y principal, no hacer daño”).
Knock, por su parte, practica la medicina profiláctica para lo que se gana enseguida el soporte del apoyo de las fuerzas vivas del pueblo, concretamente del maestro, del farmacéutico, que hasta la llegada del doctor no ganaba para subsistir, de la hostelera, que convertirá su hotel De la clef en el hospital del mismo nombre, y del pregonero del lugar, que hará publicidad de la consulta del doctor.
Con su estratégico método consigue amedrentar a los vecinos que hasta entonces vivían descuidados transformándolos en hipocondríacos enfermos potenciales y clientes sumisos que demandan constantes atenciones sanitarias y farmacéuticas, y se someten voluntariamente a chequeos, análisis y a todas las restricciones que se les imponen.
La telaraña tejida por el Dr. Knock acaba atrapando a todo el mundo de forma que la población de Saint Maurice queda finalmente dividida en dos grandes grupos: los enfermos y los sanitarios que trabajan a su servicio y, que indefectiblemente, en cualquier momento, podrán enfermar también y convertirse en pacientes.
Así se gesta el triunfo definitivo de la medicina sobre la salud. Cuando el médico anterior le reprocha que su método subordina el interés del enfermo al del médico, el Dr. Knock se defiende argumentando que hay un interés superior a ambos, que es el interés de la Medicina, el único que dice preocuparle.
El nombre propio “Knock” del doctor tiene innegables resonancias, pues en la lengua de Shakespeare significa “golpe/golpear”, en el sentido de llamar dando golpes a la puerta, pero también “to knock out” significa “dejar sin conocimiento”, dejar K.O. El Dr. Knock, efectivamente, nos ha dejado noqueados a todos y fuera de combate.
Pero no nos dejemos, sin embargo, engañar por los pintorescos nombres propios ajenos a nuestra geografía, lengua e historia: el doctor Knock es el Estado Terapéutico, las autoridades sanitarias de nuestros gobiernos subordinadas a la Organización Mundial de la Salud, y el pequeño cantón francés, cuyos habitantes se convierten de la noche a la mañana en pacientes/clientes, es el universo entero aquí y ahora. Todo un clásico, como todos los clásicos, de rabiosa actualidad.
La sonrisa amable en los labios de la comedia de Jules Romains, cuando cae el telón, nos deja no poco pensativos y perplejos. Quid rides? Mutato nomine de te fabula narratur, que dijo Horacio: ¿De qué te ríes? Cambiando el nombre la historia trata de ti.