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viernes, 5 de enero de 2024

El doctor Knock ha cumplido cien años.

    El 14 de diciembre de 1923, hace ya todo un siglo que acaba de cumplirse el mes pasado, se estrenaba en el teatro de la Comédie des Champs-Élysées de París con gran éxito de público y crítica la pieza teatral Knock o El Triunfo de la Medicina de Jules Romains, que el lector curioso puede leer en la traducción castellana que ofrecemos aquí. Puede ver también en Odysee la fidedigna película de 1951 de Guy Lefranc en versión original francesa protagonizada por el actor Louis Jouvet que encarnó magistralmente al personaje en el teatro.
 
    El doctor Knock reemplaza a un médico rural con escasa clientela en un pequeño pueblo y en pocos meses transforma el único establecimiento hostelero que hay en una clínica y a la mayoría de sus habitantes en pacientes suyos. La obra analiza muy detenidamente las técnicas de manipulación que permiten “enfermar” al mayor número posible de personas sanas, para convertirlas en clientes habituales. La frase más famosa y el lema del doctor Knock es: “Las personas sanas son enfermos que se ignoran a sí mismos”. Para él, además: “Salud es sólo una palabra, que no estaría mal borrar de nuestro vocabulario. Por mi parte, sólo conozco personas más o menos afectadas por enfermedades más o menos numerosas de evolución más o menos rápida».
 
 
    El recién llegado comienza ofreciendo consultas gratuitas durante las cuales detecta enfermedades más o menos reales, que le permiten iniciar tratamientos a largo plazo, convirtiendo a los aldeanos en pacientes a los que cronifica. Utiliza al pregonero para anunciar dichas consultas. Se alía enseguida con el boticario, que es el representante a pequeña escala de la industria farmacéutica. Finalmente, organiza con el maestro del pueblo una serie de charlas pedagógicas gratuitas sobre el peligro que constituyen gérmenes, microbios y bacterias -virus diríamos hoy-, una información destinada a asustar a los pueblerinos y hacer que quieran chequear su salud. Utiliza, pues, tres pilares básicos para abrirse camino: los medios de información y comunicación, hoy en día prensa, televisión, interné, redes sociales y teléfonos móviles -el pregonero-, la industria farmacéutica que estaba de capa caída en la aldea -el boticario-, y la instrucción pedagógica -el maestro-, introduciendo finamente la peliaguda cuestión de los conflictos de intereses de la profesión médica con  la industria farmacéutica.
 
    En el momento en que se estrenó la obra, había algo en el personaje que era tan exagerado que resultaba inverosímil y hasta siniestro pero cómico. Desde entonces, sus métodos de manipulación se han generalizado tanto que hoy en día su comportamiento apenas sorprende ni asombra... y la obra parece mucho más actual y menos divertida. De hecho, no parece una comedia, sino más bien un drama o auténtica tragedia. Esto se debe a que en nuestra sociedad contemporánea todo el mundo (o casi todo el mundo) está profundamente convencido de que la “buena salud” es sólo una ilusión temporal fantasmagórica, y que la enfermedad es la esencia de nuestra alma. 
 
Litografía de la serie Fragmentos de la doctrina secreta Paul Colin (1949)
 
     Hasta tal punto, el doctor Knock nos ha dejado a todos noqueados, nunca mejor dicho, ya que to knock (out) en inglés, como se sabe, significa 'dejar sin sentido a alguien al recibir un golpe', y también 'derrotar, imponerse sobre alguien', y, en resumidas cuentas, 'dejar K.O., nocaut', como nos ha dejado la Organización Mundial de la Salud y los gobiernos que, como el español, han seguido sus pautas confinatorias de reclusión de la población, imposición de mascarillas, distanciamiento social e inoculación experimental  con la pandemia, enfermándonos a todos y haciendo que actuáramos “como si hubiéramos contraído efectivamente el virus” que no habíamos contraído porque hasta entonces no existía: la divulgación pseudocientífica fue la propagación efectiva. 


     Al final de la obra, el antiguo médico reemplazado del pueblo regresa y pregunta a Knock sobre la moralidad de su actitud, que subordina el interés del paciente al interés del médico, a lo que el doctor, esquivando el reproche, le replica que hay un interés superior a esos dos intereses, que es el interés mayúsculo de la Medicina. Finalmente, Knock acabará ingresando a su colega, un médico de los de antes, en la clínica y diagnosticándole una enfermedad imaginaria. No sólo nos hallamos ante un médico corrupto y manipulador cuya única meta es enriquecerse rápidamente a expensas de sus pacientes (nótese que no decimos “de sus enfermos”), sino que estamos ante un sumo sacerdote laico de un nuevo culto sanitario, la religión médica, una superchería en la que él mismo acaba creyendo firmemente. Lo único que le mueve es la Medicina, por eso ha convertido a todos los habitantes de la localidad  en su cluentela, por eso los ha “enfermado”, molierescos malades imaginaires
 
 
 
     Varios elementos de la obra refuerzan esta interpretación, claramente confirmada y desarrollada por el propio autor. En la última escena, justo antes de que caiga el telón, los asistentes del  doctor "aparecen, portando instrumentos rituales, y desfilan dentro de la Luz Médica". Una representación moderna de la obra haría que todos portaran mascarillas quirúrgicas, guantes asépticos y trajes EPI (acrónimo de Equipos de Protección Individual) como si fueran astronautas, una imagen que no nos resultaría cómica, sino que nos haría reflexionar sobre lo ya visto y ya vivido.  Y eso ya no nos haría tanta gracia.
 
    ¡El Doctor Knock, personificación efectiva del sistema sanitario, ha cumplido cien años y sigue vivo y coleando, más vivo que nunca desgraciadamente para nosotros que, sin querer y de la noche a la mañana, nos hemos visto convertidos en sus pacientes! La obra, que es una crítica feroz de la manipulación farmacológica, no ha perdido ni un ápice de su actualidad ni su vigencia. Es más, después de la epidemia convertida en pandemia que hemos padecido, se ha visto llevada a las tablas del teatro del mundo y al fin realizada.
 
Litografía de la serie Fragmentos de la doctrina secreta,  Paul Colin (1949)