Sacaba El Roto el otro día en El Diario Global(ista), o sea en El País, una viñeta que representaba unas cadenas y cuyo texto decía: "Liberados de las cadenas, acudieron a las ferreterías a comprar otras".
¿Quiénes eran esos que habían sido liberados de las cadenas pero que, como no sabían o no podían vivir sin ellas, acudieron voluntariamente enseguida a las ferreterías a comprar otras? No se dice que éramos, o mejor dicho, somos nosotros mismos, como aquellos españoles antepasados nuestros, partidarios del antiguo régimen del absolutismo monárquico borbónico, que frente al grito de los liberales de ¡Viva la Pepa!, que era la constitución democrática que había sido proclamada el 19 de marzo de 1812, día de san José y de todos los pepes y pepas o Padres Putativos, cacareaban ¡Vivan las caenas!
Contraponían así los unos y los otros la Pepa a las Caenas, sin percatarse de que aquella Pepa, igual que esta otra que se proclamó en 1978, tampoco era la libertad, sino todo lo contrario.
Sucede lo mismo con los gobiernos. Muchos electores votan no a favor de un nuevo gobierno, sino en contra del que tenían después de haber comprobado y sufrido en sus propias carnes la acción del gobierno. Es lo que se llama un voto de castigo. El problema es que una vez que han castigado al anterior gobierno no otorgándole su voto de confianza, se han librado de sus cadenas, sí, pero acuden enseguida a la ferretería de las urnas a proclamar otro nuevo, más de lo mismo. Y es que no sabemos vivir sin las cadenas, desencadenados, y enseguida sustituimos unas por otras más modernas, menos roñosas, más bonitas, más último modelo...