sábado, 20 de febrero de 2021

Nueva normalidad militar

Hasta ahora estábamos acostumbrados a ver sólo a los soldados en los cuarteles, en el desfile patriótico de la fiesta nacional una vez al año y como entretenimiento para distracción en las películas de guerra de las pantallas -sobre todo en la caja tonta de la pequeña y en las micropantallas de los móviles y las tabletas, ya que las grandes de las salas de cine están cerradas hace tiempo a cal y canto o con aforo restringido, lo que casi viene a ser lo mismo. Las pantallas proyectaban hazañas bélicas de la soldadesca para hacernos creer a sus espectadores que esto que teníamos, por contraposición a lo que nos echaban, era paz. 
 
De vez en cuando nos servían alguna noticia lejana o vaga referencia de alguna de las Misiones Internacionales en las que participaban las gloriosas, humanitarias y sacrificadas tropas de nuestros ejércitos por tierra, mar y aire, pero poco más. 
 
Sin embargo, a raíz de la declaración de la pandemia estamos empezando a ver cada vez más tropas en las calles, generales hablando por televisión, rastreadores militares, soldados desinfectando residencias de ancianos, evacuando al personal, atendiendo a enfermos y enfrentándose a fenómenos meteorológicos gravísimos como la nevada que trajo la borrasca Filomena... hasta el punto de que cada vez vemos como lo más normal esta militarización nacional y paulatina, y no reaccionamos o lo hacemos muy tibiamente considerando que son exigencias de la coyuntura actual especialmente grave. 
 
Al comienzo de la pandemia se hicieron virales las imágenes de dos soldados que llevaban en Gijón las bolsas de la compra de una anciana que caminaba con ellos ayudada de una muleta, ofreciendo una estampa amable y bondadosa del ejército que fue alabada por la población y enaltecida por los mandos militares, que aprovechaban así para vendernos la necesidad de un ejército profesional que no está ocioso sino que está “para lo que haga falta”, tanto para un roto como para un descosido, pero siempre para ayudar y defender a la población civil. 
 
 
Se habla ya, a falta de mejor enemigo exterior, de una nueva guerra contra el terrorismo, que no se centra ya en el yihadismo islámico como se ha visto a propósito del caso norteamericano. Los medios de ese país, modelo exportador de democracia, aceptan esta situación como lo más normal del mundo encogiéndose de hombros. 
 
Guasintón se militarizó con motivo de la toma de posesión del nuevo presidente, hasta desplegar 20.000 efectivos de la Guardia Nacional por las calles de la capital. La justificación original era asegurar la investidura, evitando un nuevo asalto al Capitolio o algo similar. Pero aunque la ceremonia ya concluyó, esos guardias nacionales permanecen y, parece que no tienen órdenes de abandonar por ahora. Parece que, como suele decir la gente sobre “lo de la pandemia”, esto ha venido para quedarse. 
 
 
EE.UU. es probablemente el país más militarizado del mundo, pero la idea de que el país se enfrenta a una especie de insurrección armada que sólo los militares pueden controlar es además de novedosa, peligrosa y no nos es ajena aquí en las Españas, donde se nos vende que el Ejército está para lo que haga falta tanto fuera como dentro de nuestras fronteras, proyectando la imagen de que los militares son hermanitas de la caridad armadas con un par de pistolas por si hiciera falta... 
 
Estamos siendo testigos de cómo los medios de comunicación y su audiencia tratan un hecho que debería ser visto con recelo no sólo como normal sino como deseable, mediatizado por la propagación viral del miedo y por la inflación de nuevos escenarios amenazadores. Resulta patético ver como la gente acepta estas medidas extremas como lo más normal del mundo en nombre de la seguridad nacional o de la respuesta, legítima al parecer en este caso, del sistema a la violencia que protesta contra el sistema, sobre todo cuando el Presidente del Gobierno de las Españas afirma desde el púlpito televisivo: En una democracia plena, y la democracia española es una democracia plena, resulta inadmisible el uso de la violencia. 

El enemigo perfecto que necesitamos, en cualquier caso, es el invisible, el virus -veneno, en latín- que puede, agazapado, matarnos a todos y cada uno, el invisible que, sin embargo, pueden ver los expertos con sus potentes microscopios electrónicos, y fotografiarlo con sus potentes cámaras para mostrarnos su imagen y que así podamos verla todos, hombres que somos de poca fe,  y comprobemos que, como Dios, existe, porque necesitamos ver para creer. Pero suele ser al revés la cosa, no nos engañemos, no necesitamos ver para creer, es lo contrario: necesitamos creer antes, lo primero de todo, creer que hay un enemigo,  para poder verlo luego acechándonos por todas partes. 

2 comentarios:

  1. Imágenes y consignas y el despliegue coreográfico, siempre con ansias protagonistas, de policía y ejército, por si no fuera suficiente con la violencia de los entes.

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  2. El desfile coreográfico, según la acertada expresión que usas, de la policía y del ejército forma parte esencial de la sociedad del espectáculo.

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