Aquí va un titular de un periódico digital.
En la portada aparece una pregunta que despierta nuestra curiosidad
enseguida, planteada a modo de antiguo catecismo: ¿Qué dice la ciencia
sobre los contagios en el interior de los bares? Si clicamos ahí,
para conocer el veredicto de la respuesta de tan docta señora como es la Santa Madre
Iglesia de la Ciencia, nos sale esto: La ciencia avala el cierre
del interior de los bares para frenar los contagios en lugares con
altas tasas de incidencia. El
cierre de la hostelería, según el aval de la ciencia, "es
una de las medidas más efectivas para disminuir la incidencia y
mortalidad". El aval, para quien lo entienda, se basa en una concluyente “revisión
global de estudios (sic) sobre cómo afectan las limitaciones de la
hostelería a la pandemia”. Hoy en día sentarse en la mesa de un bar o acercarse a la barra -...bares,
qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor /
del amor en un bar, que cantaban Gabinete Caligari-... se han
convertido en delitos y para algunos en crímenes de lesa humanidad.
El interés que tienen en chapar los bares, cafés y restaurantes
se debe a que en esos establecimientos la gente se relaciona y
habla, y a eso es a lo que más miedo le tienen, porque hablando se
entiende la gente y si la gente habla y se entiende se les acaba la
tontería en cuatro días. Por eso la imposición del tapabocas y las
progresivas prohibiciones de reunirse y hasta de acercarse a los
prójimos.
oOo
“Sanidad planea modificar los
indicadores para cerrar el interior de los bares con una tasa de
incidencia de 150”. Aquí está la madre del cordero y la clave de
todo: si Sanidad modifica los indicadores, puede decretar el cierre
de lo que se le antoje. Sin querer identificamos dos palabras que no
deberían igualarse ni coordinarse, que son “incidencia” y
“mortalidad”, porque no son lo mismo. En cuanto a la incidencia,
se nos da un dato numérico y como tal apabullante: incidencia de 150
casos, que, aparentemente, debe de ser la hostia. Acostumbrados como
estamos a que nos den los datos en tantos por ciento, 150 parece que
es muchísimo. Pero hay que tener en cuenta cuál es el parámetro
que utilizan, que no es el tanto por ciento (100) sino el tanto por
cien mil (100.000). La famosa indicencia de 150 casos, reducida a
tanto por ciento, no llega ni siquiera a un (1) caso, dado que es 0,15%. ¿Y qué
decimos de la mortalidad? Pues que es muchísimo menor que la de la incidencia. La tasa
de letalidad de 0,05% en toda la población es menor que la de la
gripe estacional. Está claro que quieren chapar los bares, lo
que no está tan claro es la razón. No puede ser, desde luego, la
gravedad de la situación que no es tan grave en absoluto. Como decía
Ferlosio, mientras no cambien los dioses -en este caso los
parámetros científicos- nada habrá cambiado. Los umbrales
epidémicos, definidos según criterios inalcanzables, dibujan un
horizonte sanitario imposible de lograr, el covid cero, alimentado por la utopía higienista
de la seguridad total sin riesgo. Una vez que hemos mencionado a la bicha, ya la hemos creado y dado la
existencia. No podemos pretender ahora que desaparezca así como así
por las buenas si no dejamos de conjurarla y de creer en ella y en la
Ciencia que la justifica y que la ampara.
oOo
Pero todavía hay que decir algo sobre la famosa incidencia de contagio y los famosos "casos" sensacionalistas. El triunfo de esta pandemia ha sido el carácter asintomático de la mayoría de sus contagios, que de una manera capciosa se han identificado con enfermos apestados como los antiguos leprosos. Hay gente sana a la que le ha entrado la paranoia de someterse voluntariamente a sofisticadas y caras pruebas de laboratorio y análisis para ver si estaba enferma y por lo tanto era contagiosa. En una situación normal a nadie le da por ir una vez a la semana al cementerio o consultar a diario las esquelas o notas necrológicas de los periódicos y tanatorios para saber si uno mismo ya está muerto y no se había percatado. Claro, pero no estamos en una situación normal. Y por eso a mucha gente le ha dado la psicosis paranoica de querer saber si estaba enferma y no se había enterado y tenía que ponerse en tratamiento enseguida quedándose en casa y tomando, si le subía al pensarlo la fiebre, paracetamol. Ya se han encargado los que nos gobiernan democráticamente, con la colaboración inestimable de los medios de formación y manipulación de la opinión pública a su servicio, de declarar el Estado de Alarma y de implementar, como dicen ellos, el concepto vacío de Nueva Normalidad para que esto no fuera una situación normal. Y nos lo recuerdan todos los días, desde hace ya algo más de un año. Y ya está bien, me parece a mí y a mucha gente que ya está empezando a hartarse, de tanta tontería.