domingo, 4 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (II)

Aquí va un titular de un periódico digital. En la portada aparece una pregunta que despierta nuestra curiosidad enseguida, planteada a modo de antiguo catecismo: ¿Qué dice la ciencia sobre los contagios en el interior de los bares? Si clicamos ahí, para conocer el veredicto de la respuesta de tan docta señora como es la Santa Madre Iglesia de la Ciencia, nos sale esto: La ciencia avala el cierre del interior de los bares para frenar los contagios en lugares con altas tasas de incidencia. El cierre de la hostelería, según el aval de la ciencia, "es una de las medidas más efectivas para disminuir la incidencia y mortalidad". El aval, para quien lo entienda, se basa en una concluyente “revisión global de estudios (sic) sobre cómo afectan las limitaciones de la hostelería a la pandemia”.  Hoy en día sentarse en la mesa de un bar o acercarse a la barra -...bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar, que cantaban Gabinete Caligari-... se han convertido en delitos y para algunos en crímenes de lesa humanidad. El interés que tienen en chapar los bares, cafés y restaurantes se debe a que en esos establecimientos la gente se relaciona y habla, y a eso es a lo que más miedo le tienen, porque hablando se entiende la gente y si la gente habla y se entiende se les acaba la tontería en cuatro días. Por eso la imposición del tapabocas y las progresivas prohibiciones de reunirse y hasta de acercarse a los prójimos. 

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 “Sanidad planea modificar los indicadores para cerrar el interior de los bares con una tasa de incidencia de 150”. Aquí está la madre del cordero y la clave de todo: si Sanidad modifica los indicadores, puede decretar el cierre de lo que se le antoje. Sin querer identificamos dos palabras que no deberían igualarse ni coordinarse, que son “incidencia” y “mortalidad”, porque no son lo mismo. En cuanto a la incidencia, se nos da un dato numérico y como tal apabullante: incidencia de 150 casos, que, aparentemente, debe de ser la hostia. Acostumbrados como estamos a que nos den los datos en tantos por ciento, 150 parece que es muchísimo. Pero hay que tener en cuenta cuál es el parámetro que utilizan, que no es el tanto por ciento (100) sino el tanto por cien mil (100.000). La famosa indicencia de 150 casos, reducida a tanto por ciento, no llega ni siquiera a un (1) caso, dado que es 0,15%.  ¿Y qué decimos de la mortalidad? Pues que es muchísimo menor que la de la incidencia. La tasa de letalidad de 0,05% en toda la población es menor que la de la gripe estacional. Está claro que quieren chapar los bares, lo que no está tan claro es la razón. No puede ser, desde luego, la gravedad de la situación que no es tan grave en absoluto. Como decía Ferlosio, mientras no cambien los dioses -en este caso los parámetros científicos- nada habrá cambiado. Los umbrales epidémicos, definidos según criterios inalcanzables, dibujan un horizonte sanitario imposible de lograr, el covid cero, alimentado por la utopía higienista de la seguridad total sin riesgo. Una vez que hemos mencionado a la bicha, ya la hemos creado y dado la existencia. No podemos pretender ahora que desaparezca así como así por las buenas si no dejamos de conjurarla y de creer en ella y en la Ciencia que la justifica y que la ampara. 

 
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Pero todavía hay que decir algo sobre la famosa incidencia de contagio y los famosos "casos" sensacionalistas. El triunfo de esta pandemia ha sido el carácter asintomático de la mayoría de sus contagios, que de una manera capciosa se han identificado con enfermos apestados como los antiguos leprosos. Hay gente sana a la que le ha entrado la paranoia  de someterse voluntariamente a sofisticadas y caras pruebas de laboratorio y análisis para ver si estaba enferma y por lo tanto era contagiosa. En una situación normal a nadie le da por ir una vez a la semana al cementerio o consultar a diario las esquelas o notas necrológicas de los periódicos y tanatorios para saber si uno mismo ya está muerto y no se había percatado. Claro, pero no estamos en una situación normal. Y por eso a mucha gente le ha dado la psicosis paranoica de querer saber si estaba enferma y no se había enterado y tenía que ponerse en tratamiento enseguida quedándose en casa y tomando, si le subía al pensarlo la fiebre, paracetamol. Ya se han encargado los que nos gobiernan democráticamente, con la colaboración inestimable de los medios de formación y manipulación de la opinión pública a su servicio, de declarar el Estado de Alarma y de implementar, como dicen ellos, el concepto vacío de Nueva Normalidad para que esto no fuera una situación normal. Y nos lo recuerdan todos los días, desde hace ya algo más de un año. Y ya está bien, me parece a mí y a mucha gente que ya está empezando a hartarse, de tanta tontería.
 

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