viernes, 2 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (I)

¡Bulo! Titular periodístico más falso que Judas: Las vacunas devuelven la vida a las residencias (de ancianos)”. No son los sueros inyectados en sí lo que les devuelve la vida a los residentes que han sobrevivido a duras penas, sino el efecto placebo que provocan. Dicen, los supervivientes: “Estábamos esperándolo como agua de mayo”. Estos pueden volver a la vida, los que han muerto no. El titular del periódico aclara innecesariamente: La movilidad interna de los residentes fue restringida durante muchos meses, no han podido recibir visitas y no se les ha permitido salir. Ahora, con la llegada de la vacuna, las medidas de control se relajan poco a poco. Hasta ahora no se les dejaba salir a no ser que fuera, como suele decirse, con los pies por delante a fin de aumentar estadísticamente el número de muertos y la tasa de mortalidad. A partir de ahora, ya pueden entrar y salir de los tanatorios..., ¡perdón!, quería decir geriátricos, o, más políticamente corregido, residencias de mayores cuando y como quieran. Una enfermera reconoce: “Estoy contenta. La vacuna era uno de los objetivos de la pandemia."  Yo no voy a negar que la sanitaria esté contenta. Si ella lo dice, será cierto. Es algo que depende de su estado de ánimo, en donde yo ni entro ni salgo, pero sí voy a matizar y corregir su razonamiento: La vacuna, por así llamarla, no se inventó para la pandemia, sino al revés: la pandemia para la vacuna. 

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El 24 de marzo de 2021, publicaba El País un editorial titulado “Vacunas: última llamada”, que recuerda al último aviso que se da en un aeropuerto a los pasajeros para que procedan al embarque, a riesgo, si no lo hacen, de perder el avión. A continuación advierte el periódico global, uno de los más influyentes, si no el que más, en lengua española, y lacayo como el que más del Régimen: “Es imperativo acelerar la vacunación ya para salvar vidas y la fe en la UE”. ¿Por qué tanta prisa y con tanta urgencia? ¿Por qué hay que acelerar la inoculación del suero ya, con esa exigencia perentoria? ¿Por qué es tan imperativo? Las dos razones que esgrime el editorialista son muy distintas: porque estamos a punto, dice, de perder nuestra última oportunidad de salvar nuestras vidas, que corren peligro de muerte, y, en segundo y no menos importante lugar, porque hay que salvar la fe en la UE, que supongo que son las siglas de la sacrosanta Unión Europea. Esto último no lo había oído nunca hasta ahora. Y me llama la atención por su carácter teológico y porque me parece muy significativo que se compare con la primera razón y de alguna manera se equipare a ella, como si tuvieran algo que ver nuestras vidas con la existencia de ese engendro político. ¿Por qué es tan importante la salvaguarda de la fe, esa vieja virtud teologal, en el esperpento ese de la UE, maldita la falta que le hace a nadie, y se pone al mismo nivel que nuestras propias vidas? ¿A quién le va la vida en ello para exigir imperativamente que aceleremos la comunión salvífica con el elixir de la eterna juventud si no es a la propia industria farmacológica que nos convierte de ese modo a todos sin excepción en sus conejillos de Indias, y en sus pacientes o, lo que es lo mismo, sus clientes como si fuéramos enfermos crónicos?

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