Leía
yo el otro día una noticia que publicaba La
voz de Galicia,
cuyo titular rezaba: ¿La solución para
el covid? Ponte la mascarilla, habla más bajo y sal afuera. Pero
lo mejor de ella venía en el subtítulo: “Los
expertos aseguran que si toda la humanidad estuviese en silencio
durante uno o dos meses la pandemia desaparecería”. Y también se decía: “Quienes investigan el covid-19 han ensalzado con razón
las virtudes de las mascarillas; han aclamado la necesidad de la
ventilación y han elogiado la naturaleza saludable de las
actividades al aire libre. Pero hay otra táctica conductual que no
ha recibido suficiente atención, en parte, porque se da a conocer
por su ausencia.” La tácita alusión se refiere al silencio, que,
efectivamente, brilla por su ausencia.
Uno de tales expertos, el profesor José L. Jiménez de la Universidad de Colorado,
ha lanzado al mundo su remedio infalible: colocar como en las bibliotecas en todos los lugares públicos un cartel que diga: «Silencio, por la salud de todos». Y cumplimiento obligatorio. O sea: calladitos todos.
Nos han impuesto desde el quince de marzo como sin querer los
votos monásticos o canónicos que distinguían a los religiosos de
los seglares para acceder a nuestra salvación siempre futura renunciando a los
placeres terrenales. Además del voto de obediencia a las
recomendaciones sanitarias -ponte mascarilla, quédate en casa,
guarda las distancias...-, voto de pobreza habida cuenta de la crisis
económica que ya tenemos encima y voto de castidad por el
distanciamiento social y el “noli me tangere” de rigor, parece
que sería necesario ahora un nuevo e insólito voto, que sería el
de silencio para acabar con la pandemia.
Pero puede que este cuarto y
piadoso voto, el de silencio, como creen algunos, sea el más
efectivo y valioso si los primeros que tienden un tupido velo de silencio fuesen los telepredicadores: los locutores y
locutrices de los púlpitos televisivos, la radio e internet a través
de los móviles, las tabletas y los ordenadores, que no en vano
se llaman Personal Computers en la lengua del Imperio. Si dejan de sermonearnos a todos y en especial a la juventud por su insolidaridad e irresponsabilidad y dejan de vocear sobre el incremento de casos positivos, peceerres, tests,
cordones sanitarios, contagios, UCI,s., brotes y rebrotes, segundas
olas... ya veríamos cómo se acaba, tout court,
la pandemia de todos los demonios.
Lo malo de estos votos, incluido el de silencio, es que nos
prometen los valores de una salvación futura y por lo tanto
inalcanzable de salud corporal a cambio de los placeres terrenales que están aquí y
ahora a nuestro alcance, lo que me recuerda a la vieja disputa y
antagonismo irreductible de los bienes y los valores de Ferlosio,
y lo malo en concreto del voto de silencio que quiere imponérsenos a todos es que nos impediría
maldecir al tirano por lo que nos ha echado encima y hacer uso de la
blasfemia que tanto bien hace al que la profiere y tanto desahoga.
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