jueves, 17 de septiembre de 2020

Leda y el cisne

La casa de Leda y el cisne en Pompeya ha resurgido el año pasado de las cenizas del volcán que la sepultaron, y nos ofrece después de dos mil años una pintura al fresco de indudable belleza que decoraba la pared de la alcoba de la lujosa villa señorial.


La domus nos ofrece este fresco de indudable belleza y gran colorido, donde  destaca sobre todo el rostro de Leda, cuyos ojos miran al espectador que entraba en la alcoba. El fresco representa la unión carnal entre Leda, que aparece sentada y semidesnuda, y Zeus, o Júpiter en su versión romana, transformado en cisne sobre su regazo. 

Según la leyenda, Zeus se enamoró de la bella Leda, reina de Esparta y esposa del rey Tindáreo, y un día de tantos, cuando la reina paseaba junto al río Eurotas, el dios, no adoptando forma humana por temor de ser rechazado, se convirtió en un cisne de una blancura resplandeciente y gran belleza, que voló hacia ella y se posó sobre las aguas del río. Ella no huyó despavorida, sino que  permitió que el cisne se le acercara. Acarició al animal, que, encaramándose sobre su regazo desnudo, acabó por poseerla. 


 Según quien cuente la historia, se trata de una violación o de un relación consentida. La escena del fresco, llena de sensualidad, como queda dicho, no refleja una violación, sino una unión tolerada sin violencia, a juzgar por la serenidad de Leda.

Leda esa misma noche mantuvo relaciones con su esposo Tindáreo. Como resultado de su doble unión, se cuenta que Leda puso dos huevos, de los que nacieron los dioscuros Cástor y Pólux, por una parte, y, por otra, Clitemnestra, que será la esposa del rey Agamenón de Micenas, y Hélena, que lo será del rey Menelao de Esparta,  de una belleza legendaria que motivará con el correr del tiempo el rapto de Paris y la posterior invasión y guerra de Troya para recuperarla. 

El fresco deja ver una ventana que se abre al azul del cielo sobre la cabeza de Leda, por donde habría entrado volando el cisne, es decir, Júpiter, cuyo animal representativo suele ser el águila real. 

El cisne, por su parte, estaba consagrado a Apolo como dios de la música, por lo que cuenta Cicerón en sus Conversaciones en la villa de Túsculo. Los cisnes, poseyendo el don de la profecía que les confiere el dios, entonan cuando presienten la cercanía de la muerte, un cántico muy dulce y hermoso, el canto del cisne,  como si quisieran darnos a entender con él la bondad de la muerte que presienten. 

Pero el cisne blanco tiene también un simbolismo erótico, como ave de Venus que también es. Según Gaston Bachelard, leo en el Diccionario de símbolos de Eduardo Cirlot, el cisne blanco representa en literatura y poesía la desnudez femenina permitida, la blancura inmaculada. Pero Bachelard reconoce también el elemento hermafrodita del cisne, su elemento masculino es el largo cuello, claro símbolo fálico, y el femenino su cuerpo redondeado y sedoso.

 

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