lunes, 14 de septiembre de 2020

Donde hay capitán...

 ...no manda marinero; o, donde hay patrón no manda marinero. El refrán es válido no sólo para las viejas dictaduras, sino también para las modernas democracias representativas en las que el presidente del gobierno es elegido por sufragio universal mayoritario.

El refrán francés equivalente sería: "il n' y a qu' un seul maître à bord", o sea: no hay más que un maestro a bordo, que por eso se llama el maestro de abordo, que es el superior jerárquico que ejerce su autoridad sobre la tripulación.

El equivalente inglés sería: "where a captain rules a sailor has no sway": donde manda el capitán el marinero no tiene mando. 

Vienen a decir estos refranes que el subordinado no puede mandar si hay un jefe, que es su superior jerárquico y quien detenta la autoridad, aunque no esté capacitado para ejercer el mando. 

Ubi maior, minor cessat, se decía en la Edad Media en latín: donde hay superior, se aparta el inferior. En latín clásico se encuentra la sentencia del Pseudo-Catón Maiori concede, es decir, cede al superior.

Sobre la necesidad de la obediencia debida al superior jerárquico que predican estos refranes, me viene enseguida a la memoria este pecio de Rafael Sánchez Ferlosio que aconseja al gobernante que se limite a gobernar sin pretender tener razón: “El que quiera mandar guarde al menos el último respeto hacia el que ha de obedecer: absténgase de darle explicaciones”. 

Los que mandan, los gobernantes, no sólo esperan de sus súbditos que obedezcan, sino también que comprendan sus razones y que juzguen por lo tanto que sus órdenes son razonables, lo que a su vez justifica su autoridad. Lo que esperan las autoridades de la ciudadanía, como dicen ellos con lenguaje correcto políticamente, no es que obedezca o desobedezca, porque eso en el fondo les da un poco igual -si alguien desobedece y lo pillan in fraganti le aplican una sanción administrativa o una detención según la legislación vigente y punto-, sino que reconozca que lo que se mandan es razonable, y que por lo tanto es razonable que haya unas autoridades sanitarias o educativas o del tipo que sea que nos mandan cosas razonables, porque esa es la justificación de su gobierno: no sólo que los haya elegido la mayoría democrática, sino que además actúen razonablemente en defensa del pueblo. 

Recurramos a la etimología de las lenguas antiguas para entender un poco en qué consiste la obediencia: obedecer es una palabra castellana atestiguada desde el siglo XIII tomada del latín oboedire, que es derivada de audire "oír" con el preverbio ob-, que aquí indica una relación complementaria de consecuencia con lo que se dice, y tiene el significado de "prestar oído, escuchar con atención, seguir el consejo, hacer caso". En gallego originó obedescer, en portugués obedecer, en catalán obeir, en francés obéir, en italiano ubbidire y en inglés to obey. En griego obedecer se decía también con un verbo que significa "escuchar": ὑπακούειν, compuesto de ύπό, que es el prefijo equivalente al latino sub, y el verbo ἀκούειν (cf. acústico), que en principio significaba "escuchar con atención" y también "responder cuando se llama a la puerta". En griego moderno significa "obedecer" y "escuchar".

¿Qué nos revelan las lenguas antiguas sobre el significado de "obedecer"?  Muestran algo tan sencillo como que la obediencia es en principio la escucha de lo que se dice, una escucha atenta. Si queremos aprender algo que no sabemos como montar a caballo, por ejemplo, debemos escuchar al que sabe y puede enseñarnos, prestar atención a sus consejos y recomendaciones. El que sabe es el experto, el que tiene experiencia y la transmite porque tiene autoridad (auctoritas) en la materia. El médico puede aconsejarnos que nos abriguemos en invierno si no queremos coger catarro; nosotros le obedecemos, es decir, le hacemos caso, le escuchamos porque es razonable lo que nos dice. A veces es nuestra propia experiencia el mejor médico al que obedecemos.

Las autoridades sanitarias se desautorizan a sí mismas cuando lo que aconsejan, recomiendan o dicen no es razonable. Entonces se plantea el problema de que como se les ha conferido potestad (potestas), es decir, poder político, pueden obligar y de hecho obligan a la ciudadanía a hacer lo que le ordenan, aunque sea algo irracional. Frente a esto la mayor desobediencia que nos cabe no es hacer lo contrario de lo que nos mandan, sino cuestionar con la fuerza de la razón, es decir con una simple pregunta como ¿por qué?, la razón de la fuerza.

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