jueves, 10 de diciembre de 2020

Conspiración de la teoría vs. teoría de la conspiración: diuide et impera (II)

Si nos preguntamos a quién beneficia el crimen del populicidio nos tachan enseguida, debido a la criminalización del pensamiento a la que asistimos, de complotistas, conspiranoicos, negacionistas y de ver mitológicas quimeras donde no las hay.

El dogma de fe que no puede ponerse en duda ni muchísimo menos contradecirse es que actualmente, desde hace muchos meses, hay un virus persistente que se cierne sobre la especie humana, una amenaza extremadamente peligrosa que pone en peligro la supervivencia de todos y cada uno de nosotros. Dudar, simplemente dudar de que sea así es enseguida tachado de negacionista, lo que pone de relieve la necesidad afirmacionista a ultranza que hay detrás de defender la fe de su existencia.

 

Gracias al confinamiento domiciliario y a los medios de manipulación y creación de la opinión pública que hay en todos los hogares, televisión e internet básicamente, nos infundieron miedo. Cualquier cacharro tecnológico que sirva en lo superficial para nuestro entretenimiento sirve en lo profundo, además, para nuestra sumisión social y política, crítica que no se dirige sólo a la caja tonta de la tele, que ya es algo del pasado que no entretiene mucho a las nuevas generaciones, sino sobre todo a las redes sociales, y a las micropantallas que cumplen esa función que antaño desempeñaba la televisión.

Nos metieron el miedo en el cuerpo y el alma a través de todas las pantallas  diciéndonos que íbamos a morir todos, lo que es real, pero no es verdad, y situaron nuestra muerte en la tierra prometida y temida de un futuro inminente. Y nos ametrallaron con cifras y más cifras de contagiados, muertos, ingresados en los hospitales, en cuidados intensivos entre la vida y la muerte... 

Los medios, las medidas, que se ponen para luchar contra el espantajo del virus se presentan como “males menores”, justificados por la bondad del fin que se persigue, que es salvar vidas. Se está tomando como medios lo que en realidad son fines. Y, de paso, se está justificando el mal al calificarlo como “menor” en comparación con el mal mayor contra el que se pretende luchar, situado siempre en la tierra de nadie del futuro.

Ante la amenaza de muerte que se cierne sobre todos y cada uno de nosotros se busca información, y la información nos la sirven los medios de formación de masas. Al miedo que nos infunden se une la culpabilidad, la responsabilidad propia. Si no sigues las consignas sanitarias eres un propagador del mal. Cuando a uno le dicen que algo, generalmente malo, es por su bien, hay que preocuparse. El enemigo es invisible: cualquiera puede serlo. La fe crea desconfianza en los demás. 

 

Gracias al confinamiento domiciliario, se consigue, también, dividir a la población, recluirla a las burbujas domiciliarias de convivencia que llaman ahora. Es la vieja táctica despótica de todos los tiranos que en el mundo han sido: Diuide et impera: Divide y ordena y manda. Llevada hasta sus últimas consecuencias, esta táctica estratégica es capaz de disolver hasta los lazos familiares, separándonos de nuestros seres queridos, y disolviendo nuestros gestos de ternura hacia los demás, los besos, los abrazos, los apretones de manos, que sustituyen por ridículos codazos o sumisas reverencias orientales con la mano en el corazón, lo que nos lleva al aislamiento y al recurso desesperado a las TIC, Tecnologías de la Información y Comunicación: nuevas tecnologías, viejas servidumbres. 

Nos han inculcado mediante un concienzudo lavado de cerebro que debemos alejarnos de nuestros seres queridos por su propio bien, porque podríamos matarlos sin querer, siendo todos y cada uno, como nos han inculcado, asesinos en potencia, culpables todos por el pecado original de haber nacido.

Vivimos en un régimen democrático totalitario. El Estado, tanto en su fondo, el Estado Profundo, como en su forma, el Estado Superficial, vamos a llamarlo, se presenta así como el Padre misericordioso, benefactor y paternalista que vela por la salud y bienestar de sus hijos, mostrando su cara más amable, la terapéutica y altruista.

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