En el cómic, publicado en 2017 bajo el título de 'Astérix en Italia', los dos simpáticos protagonistas, Astérix y Obélix, incorrecto este último políticamente dada su obesidad mórbida, se enfrentaban en una carrera de cuadrigas (mejor que cuádrigas que tanto se oye), que son los carros tirados por cuatro caballos -había también bigas y trigas de dos y tres respectivamente-, a un tal Coronavirus, sí, así se llamaba, que era un malvado personaje... enmascarado.
Hay un guiño indudable en el cómic a la espectacular carrera del circo de la película Ben-Hur de William Willer (1959): los caballos de Astérix son blancos como la nieve inmaculada, y representan el bien, mientras que los del auriga enmascarado (y su fiel Bacillus) son negros como los del pérfido Mesala, y personifican, por lo tanto, la maldad.
Astérix y Obélix, los personajes antológicos creados por Uderzo y Goscinny y recreados por los actuales encargados del cómic, Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, se enfrentan a un misterioso rival, llamado 'Coronavirus', o sea el virus o veneno coronado.
Los irreductibles galos que poblaban aquella "aldea que resiste, todavía y siempre, al invasor", tuvieron que vérselas con el fiero Coronavirus, que no era tan fiero sin embargo como lo pintaban los políticos y los medios de comunicación, ni tan invencible como parecía, porque, a punto de ganarles la partida, sufre un accidente en el último momento a escasos metros de la meta, lo que origina su derrota y la victoria de los simpáticos amigos.
Al despojarse Coronavirus de la máscara, el lector descubre que, tras ésta, se escondía, no podía ser menos, el virus más mortífero que hay, el mismísimo Julio César, el enemigo invasor imperialista y globalizador ávido de hacerse con el triunfo, el Poder absoluto.
Téngase en cuenta que el término 'coronavirus' data de los años 60 del siglo pasado y que hay una docena de tipos conocidos de virus coronados, todos ellos inofensivos, pero este era el más pernicioso de todos, porque no era un inocuo virus, como ha quedado demostrado, sino el mismísimo Poder que nos confinó entre las cuatro paredes de nuestro dulce hogar, nos obligó a enmascararnos y a guardar la distancia con los demás y sólo nos concedía un salvoconducto para viajar y acceder a eventos sociales si nos inoculábamos una sustancia experimental que ha resultado al fin y a la postre más peligrosa que la novedosa enfermedad más vieja que el catarro que pretendía combatir.
Y resulta que viene ahora la OMS, y el señor Tedros Adhanon Ghebreyesus que la regenta se quita la mascarilla, y pone fin a la farsa pandémica tres años después de declarada la 'emergencia sanitaria internacional' digna de la doctrina secreta del doctor Knock con veinte millones de víctimas, según su falaz estimación, a sus espaldas, muertos que justificarían las injustificables medidas implementadas. Y todavía habrá algún gilipollas que crea que, si no hubiéramos hecho lo que hicimos, obedeciendo a los que nos lo mandaron, habríamos muerto todos, o, al menos, ya que no la totalidad, la mayoría.
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