Hay quienes, declarándose
anticapitalistas, consideran, no sin una ingenuidad de lo más
candorosa por su parte, que otro sistema financiero es posible y que hay
que
apostar por una banca pública alternativa bajo control democrático
de las inversiones y beneficios, que no se subordine al gran capital y
que impulse políticas económicas ajenas a los intereses del poder
financiero y favorecedoras de la gente, a pesar del descubrimiento de
que las entidades bancarias estafan
impunemente a sus clientes e incluso los asaltan con audacia
digna de delincuente.
No son los ladrones los que atracan el banco sino los
propios banqueros los que extorsionan como vulgares cacos a sus
clientes con prácticas
que calificaríamos con el adjetivo de moda por lo menos de tóxicas, que
los enriquecen a ellos a costa de empobrecer a cientos de
familias con préstamos e hipotecas.
La Banca, como en los juegos de
azar, -hagan juego, señores y señoras- no sólo nunca pierde, sino que
siempre gana y se las arregla para llevarse la parte del león.
Durante la crisis
consustancial al sistema económico se ha visto cómo el Estado socorría
cual caballero medieval y rescataba con fondos públicos a la bienamada
damisela de la Banca en apuros, que amenazaba con declararse en
bancarrota. Si la Banca incurriera en los números rojos de la ruina, se
desplomaría todo el sistema con ella.
Los que claman por una
economía de rostro más humano critican las faraónicas ayudas
estatales otorgadas, a la vez que proponen como
solución del problema la nacionalización de los bancos por parte del
Estado, que crearía así una banca pública potente, con vocación social
de
servicio ciudadano, alejada de malas prácticas, con criterios de
proximidad a los votantes y contribuyentes, sobre todo en el mundo rural
y ajena al sistema
financiero estafador, corrupto y especulativo, lo que es una
contradicción interna porque la Banca en general y cualquier tipo de
entidad
bancaria en particular se fundamentan precisamente en la estafa, la
corrupción y la
especulación.
Aquí no vamos a proponer ninguna solución al
problema, que no tenemos. Lo que hemos venido haciendo a lo
largo de estas entregas en las que hemos ido desgranando cómo la
economía se ha convertido en la nueva religión -laica, eso sí, pero no
menos religiosa que la otra- es un análisis del problema, es decir,
en el sentido etimológico del término, un intento de disolución. En lugar de
buscar alternativas al sistema
económico imperante, deberíamos perder nuestra fe, que es su único
sustento, en él, y la confianza de que puede cambiarse a mejor, y ya
veríamos después lo que pasaba. En lugar de buscar una solución al
problema, proponemos la di-solución.
No todo se reduce a dinero, pero no porque haya cosas y personas de por sí que se salven
de la quema, sino porque no hay todo que valga. Pero el hecho de que
no pueda cumplirse ese ideal totalitario y el que sea mentiroso y
falso como Judas no significa que no sea mortífero y letal para la
gente que no se cuenta.
El dinero te proporciona un futuro como si te
estuviera dando la vida -a veces decimos que hay que ganarse la vida,
cuando queremos decir que hay que ganar dinero, equiparando dos
términos que no son equivalentes en modo alguno sino contrapuestos y
aun repugnantes-, ya que lo que te da el dinero en realidad es un sustituto, un simulacro, un
sucedáneo de la vida, pero no la vida desde el momento en que te está matando al exigirte que te sacrifiques en
sus aras. El futuro es algo que no está aquí, es un objeto de fe,
como la propia muerte, siempre futura, nunca presente, que el Estado y el Mercado se encargan de administrarnos en cómodos plazos.
El Estado está al
servicio del Capital, y viceversa. Eso puede verlo cualquiera. No hay la
menor diferencia entre
lo uno y lo otro. No hay distinción entre educación pública y
educación privada, de hecho ambas forman una tupida red de "centros
sostenidos con fondos públicos", como tampoco la hay entre televisión
pública y
privada, desde el momento en que Estado y Capital son dos caras de la
misma moneda, los políticos meros gestores económicos, y los
economistas los que dictan las líneas maestras de la política y
gobierno.
Hay que decir, ya que estamos hablando de educación, nunca bancos y
empresas tuvieron tanto “interés” hasta ahora, nunca mejor empleado el
término, en la educación, ni tanto poder para imponer sus
criterios al margen de unas administraciones que se limitan a
aplaudir estas “innovaciones pedagógicas” consistentes en la
utilización de las TIC, acrónimo de Tecnologías de la Información
y la Comunicación, cuando nunca hemos estado más desinformados e
incomunicados que ahora gracias precisamente a esos cacharros vertiginosamente obsolescentes que nos venden, y
los medios digitales como herramientas fundamentales del conocimiento
y la necesidad de adaptarse a las “necesidades que impone la
sociedad del siglo XXI y el nuevo milenio" fomentando la educación
financiera mejor que la filosofía, la literatura o la música y las artes.
Nunca
antes se había criticado tanto el gran fracaso de la educación
actual, la necesidad de cambiar radicalmente las metodologías a fin de adaptarse a los "nuevos" tiempos que corren, la
falta de preparación y motivación del profesorado y el hecho de que
su papel se limite, como si eso fuera poco, a ser un mero (sic)
transmisor de conocimientos, ya que debería ser una especie de guía
espiritual o gurú, es decir, un pedagogo como el único que hubo, al
decir de Machado, como Herodes, que llevaba a los niños a ya sabemos
dónde.
La barca de Caronte, José Benlliure (1919)
Por otro lado, los psicólogos, esos modernos psicopompos o psicagogos
como Caronte de almas muertas, apelan a que expresemos nuestras
emociones
positivas, a que derrochemos a tutiplén el optimismo más simplista
y ramplón, a la ingenuidad del pensamiento positivo y el wishful
thinking que nos vaticinan la
tierra prometida de una felicidad inalcanzable, a que
proclamemos nuestros amores y no nuestros odios.
De hecho se ha
criminalizado y tipificado el delito de odio, pero no el del amor: hay que ser lover y no hater.
Nos
invitan a que expresemos nuestros gustos personales, opiniones e
idiotismos apretando el botón de "me gusta" en todas las redes sociales.
Te hacen creer que si no te adaptas a la sociedad no es problema de
la sociedad sino un problema personal tuyo propio, que eres un
in-a-dap-ta-do, pero que puedes
solucionar "tu problema" con medicación o con la ayuda
psicotearapeútica de un coach profesional y
personalizado siempre que seas más positivo y políticamente correcto y estés dispuesto a empezar
el día por la mañana con una generosa sonrisa de oreja a oreja.
Nos aconsejan que no seamos la
oveja negra del rebaño, con lo que nos están diciendo por otra parte
que, efectivamente, somos una oveja y formamos parte de la grey de un
rebaño, que no seamos la manzana podrida del cesto que contagia su
podredumbre a las demás, que nos conformemos con la realidad, porque eso
es todo y lo único que hay. Alimentan el consumismo fomentando nuestro
papel de consumidores y te
aconsejan una tarde de compras ociosas contra la depresión y la
melancolía, a la vez que predican la
obediencia social más acrítica y ciega y nos imponen la conveniencia de
una estúpida felicidad.
Sin embargo, lo que le sale a la
gente de lo más profundo de sus adentros como desahogo, lo que nos viene de abajo,
porque de arriba no puede venirnos nada bueno, es maldecir a Dios y
cagarse
en lo más sagrado, que es Él, es decir, el dinero y la puta -nunca mejor dicho- madre que es la realidad que lo
parió.
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