sábado, 6 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 9. - El poder del dinero y el dinero del Poder.

    ¿Hay dinero falso? ¿Se puede falsificar el dinero? No es una pregunta fácil de responder, porque lo primero que habría que desmentir es la dicotomía verdadero/falso aplicada al dinero con la que le otorgamos credibilidad, cuando en realidad todo el dinero que circula en el mundo, aunque de curso legal, es intrínsecamente falso.

    Lo mismo sucede con la creación de un “banco malo”, impulsada por los gobiernos. Crean un banco malo para que creamos que las entidades bancarias que hay son bondadosas y desinteresadas hermanitas de la caridad.

    Asimismo, la utilización de la expresión “mercado negro” conlleva una petición de principio: se presupone que frente al “mercado negro” existiría un “mercado blanco”, con las connotaciones de bondad, pureza y limpieza asociadas generalmente a este color. Sucede lo mismo con la expresión blanquear dinero. Del mismo modo cuando se habla de comercio justo se está justificando el comercio en último extremo. 

 
    Preguntémonos qué es lo que se blanquea cuando hablamos de blanquear dinero negro. Más que el dinero en sí, parece que la “negrura” se le contagia al vil metal por la ilegalidad de la mercancía o por el fraude de la transacción económica realizada, cuando en verdad esta otra dicotomía maniquea blanco/negro lo que hace es ocultar la realidad. Es como si se quisiera dar a entender que el dinero, el mercado, los bancos, el comercio son medios inocentes de los que se puede hacer un uso bueno o malo, que dependería de los usuarios, es decir, de las personas, y no es así. Cualquier uso financiero que se haga es intrínsecamente malicioso.

    Nuestro dinero sólo vale algo porque aceptamos que valga algo y que cuente. Dejaría de existir si no creyéramos en él, es decir, si no lo aceptásemos como medio de pago y endeudamiento. La cuestión se basa en la confianza que todos tenemos de que no ya con los billetes y las monedas, que no son más que calderilla barata, sino con el número de nuestra tarjeta de crédito/débito o simplemente con nuestra firma estampada en un cheque vamos a conseguir adquirir bienes y servicios. Las cosas no son así: con dinero no se puede comprar ninguna cosa buena, nada bueno, sólo sustitutos, simulacros, sucedáneos de las cosas buenas de verdad. El dinero reduce las cosas a futuro, y el futuro es un objeto de fe, un trampantojo que nos obnubila y esclaviza.
    ¡Cómo cambian los tiempos! Hablar de dinero, que antes se consideraba un síntoma de mala educación, que se evitaba pudorosamente en las conversaciones, es ahora objeto de la Educación Secundaria Obligatoria, y se llama fomento del espíritu financiero, económico, empresarial o, más neutro aparentemente,  emprendedor, y se incluye como asignatura troncal en el Bachillerato de Ciencias Sociales y de Humanidades con una formulación matemática y una jerga pseudocientífica y especializada que lo único que pretende es que no haya Dios ni Cristo que entienda sus manejos.

    ¿Qué da valor al dinero? Buena pregunta. La fe que tenemos depositada en él, una fe expresada numéricamente en forma de crédito. La nueva moneda no es una moneda física o real porque el dinero ya no es material, concreto, sino espiritual, virtual e ideal, abstracto, una especie de contrato que establecen los estados con las instituciones bancarias nacionales e internacionales. ¿En qué consiste ese contrato nupcial entre el Estado y el Capital? 

El atracador, el banco, viñeta de Forges.

    Los bancos crean el dinero y se lo “venden” a los estados a cambio de más dinero. Estado y Capital se lo venden a sus clientes y súbditos, que se endeudan de por vida, deuda que asegura la hegemonía de los grupos financieros y de los poderes político-económicos. El dinero, creado por los bancos ex nihilo, sin correspondencia con ningún recurso o riqueza material, es utilizado por los estados a cambio de una deuda aplicada con interés; el “nuevo dinero” creado de la nada adquiere valor a partir del previamente existente, que deberá forzosamente someterse a inflación; del latín inflatio, es la acción y el efecto de inflar: hinchazón sería un sinónimo, y una imagen gráfica: la de un globo inflado que se eleva como el alza sostenida de los precios al consumo. La población hace frente al pago de esa deuda trabajando como puta tras rastrojo, de modo  que la deuda, la inflación y la esclavitud humana en forma de trabajo asalariado quedan garantizados indefinidamente sine die.

    Los grupos financieros dan sentido y razón de ser a la clase política que, respaldada mejor que elegida democráticamente por la mayoría de la población, que nunca por la totalidad, porque la mayoría no somos todos, se encargará de aprobar leyes, regulaciones económicas, declarar guerras so pretexto de misiones humanitarias de defensa de la democracia y de los derechos humanos y de lucha contra el terrorismo o contra el virus, y –en definitiva- “tomar las medidas” que perpetúen el sistema.

    La gente se ve así forzada a trabajar para sobrevivir -no hablemos de vida, sino de supervivencia- porque estamos trocando nuestras posibilidades vitales por futuro, esa entelequia inalcanzable como el horizonte siempre lejano, que, cuando creemos haber conquistado, se nos escapa, y se convierte en un espejismo que vamos dejando atrás, por futuro, es decir, por dinero, que es deuda, una deuda que hay que satisfacer porque Dios, que es el propio Dinero, nuestro Padre Celestial, ya no perdona nuestras deudas “como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, como le rezábamos antes en el Padrenuestro, sino que exige su satisfacción inmediata so pena de embargo y de desahucio decretados por el poder judicial del Estado a su servicio.

    ¿Con qué se engaña a la gente en la trampa del dinero? ¡Con más dinero! El aumento del poder adquisitivo hace que la gente firme el contrato con el sistema monetario y solicite un préstamo, ignorante de que ese contrato es su condena al futuro, es decir, la sentencia de su muerte.

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