Poco después de haber declarado a primeros de mayo el fin de la emergencia internacional por la pandemia coronaviral tras tres largos años, en los que se habrían contabilizado, según datos oficiales, 765
millones de diagnósticos de contagios y casi siete millones de muertes, incluida entre las fallecidas la vieja gripe, que ha acabado resucitando milagrosamente ahora, la Organización Mundial de la
Salud (en adelante, la Organización, a secas), por boca de su director general, el señor Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha alertado en la Asamblea Mundial de la Salud que se está celebrando estos días en Suiza de que
"sigue existiendo la amenaza de que aparezca otro patógeno con
un potencial aún más mortífero".
¿Qué
pretende con esta declaración terrorífica la Organización? En primer lugar empoderarse más aún de
lo que ya está y en segundo lugar, continuar propagando para ello el miedo, que es el virus más
contagioso y letal que puede haber, no vaya a ser que la gente se
descuide un poco, como parece que estaba empezando a pasar, se despreocupe de su salud y comience a vivir sin miedo.
La
Organización no quiere perder el protagonismo adquirido, quiere afianzarlo, por lo que pretende que la
gente y las instituciones estén sobreaviso y preparadas para que,
cuando surja la próxima pandemia, la respuesta sea "decisiva,
colectiva y equitativa".
El Director General, el señor Tedros, ha
instado a los países a no demorar más la aprobación del tratado
internacional que le confiere a la Organización que regenta plenos
poderes ante futuras pandemias, forzando así a tomar medidas colectivas tanto farmacológicas como no farmacológicas que afectarán a todo el mundo: vacunas, confinamientos, mascarillas, cuarentenas...
Sería, desde luego, más saludable y seguro para la
salud de la humanidad no firmar ese acuerdo o, como ha dicho un eurodiputado croata, firmar un acuerdo con el cartel colombiano, que sabe más
de drogas que la Organización.
No podemos olvidar que durante
la pandemia coronaviral la Organización no ha hecho más que
contradecirse y mentir, comenzando por la más gorda de todas las mentiras: que había una
emergencia global. Además de propagar el pánico, por lo que debería ser considerada una
organización terrorista, nos ha engañado
constantemente: “Hay un virus nuevo y desconocido” -y resulta
que era más viejo que el catarro de Matusalén-, “La vacuna protege
de enfermar gravemente y de morir” -y ya se ha visto a cuántos ha enfermado gravemente y se
ha llevado por delante al otro barrio antes de tiempo- “La vacuna es segura y eficaz en un 82%” -y no se sabe muy bien para qué ni para quién era tan segura y eficaz-...
La Organización es un peligro para la gente, igual que un mono borracho con dos pistolas. Sería bueno para la salud de todos y cada uno de nosotros que se auto-disolviera: Mejor desorganizados.
Pero Alemania marca la pauta: El
Bundestag, que es su órgano federal legislativo supremo, otra organización, ya ha decidido, por una amplísima mayoría democrática parlamentaria, ceder
su soberanía sanitaria a la Organización y, por lo tanto, a la industria farmacéutica que la subvenciona.
La campaña de gestión con su programática agenda 2030 exige la movilización general de las poblaciones bajo el amenazante estandarte sanitario que la organización terrorista salvífica de la enfermedad comanda. Los políticos ya hace tiempo que no tienen otra función que distraernos, y cual payasos de feria animan los escenarios como el más empantallado de ellos con la tragicomedia de Ucrania, mientras se instauran las reglas y normas protocolarias a las que una división de 'profesionales' sirve heroicamente en esta guerra mundial por la supervivencia y el crecimiento del Estado y el Capital, a través del despojo, la explotación, la inoculación y la aniquilación necesarias para la optimización sistematizada de recursos y cuerpos industrializados, a merced de la IA inscrita en los dispositivos y los delirios de género como complemento festivo, en este mundo demencialmente ingeniado, configurado y diseñado.
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