Nabucodonosor, William Blake (1795-c.1805)
Leemos en el Libro de Daniel (2, 26-45) del Antiguo Testamento que el rey de Babilonia, Nabucodonosor, tuvo una vez un sueño o, mejor dicho, una pesadilla que turbó su espíritu y que no le dejaba dormir, en la que se le aparecía una estatua descomunal, colosal, cuyo significado no acertaba a interpretar: La cabeza era de oro puro; su torso y brazos de plata; vientre y caderas de bronce; sus piernas de hierro, y sus pies de barro cocido. De repente, una piedra desprendida del monte caía rodando y chocaba contra los pies de la estatua, haciendo que se desmoronara toda ella rompiéndose no sin estruendo en mil pedazos. "Entonces -dice el profeta- el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro se desmenuzaron juntamente y fueron como tamo -esto es, el polvillo o las pajuelas de las semillas de la trilla del trigo, por ejemplo- de las eras en verano".
Nabucco de Verdi, coro de los esclavos "Va pensiero"
El rey hizo llamar a magos y astrólogos, encantadores y caldeos para que le diesen una interpretación de su sueño. La fragilidad del sustento de la gigantesca estatua hizo que se derrumbara con todo el peso de su gravedad y se viniera abajo. Igualmente sucede con la democracia, el régimen político que padecemos hoy en el universo mundo, que, como la estatua de la visión de Nabucodonosor, tiene los pies de barro, y se ha venido abajo, parece mentira pero no lo es, por la irrupción de un virus invisible a simple vista -es preciso el microscopio para ver su corona-, como la piedra rodante del sueño del rey, y el descomunal gigante que es el régimen se ha derretido como si fuera un muñeco de nieve expuesto al sol de un día de verano.
La democracia se ha desmoronado como el gigante del sueño de Nabucodonosor por Real Decreto -de la realeza, no de la realidad- desde el momento en que se han promulgado y aceptado con fervor que roza el fanatismo del delirio por el pueblo las medidas impuestas manu militari del presidente del gobierno, nuestro Líder Supremo elegido por mayoría democrática. Más que epidemia, pandemia por su afán totalitario, y la verdadera pandemia del pueblo es el Estado, autoritario y dictatorial como es en su forma más pura, que es, huelga decirlo, la que hay, la democrática.
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