Hace
ya 35 años un reducido grupo de mujeres entraba por vez primera en las Fuerzas Armadas españolas. Corría el mes de septiembre de 1988. Poco después, en 2001
desaparecía el Servicio Militar Obligatorio, la famosa mili que reclutaba a todos los varones en edad y condiciones de servir a la Patria y
al monarca.
Desde entonces las mujeres no han dejado de incorporarse
voluntariamente a filas, llegando algunas a ocupar importantes cargos, lo que coincidía, por otra parte, con el hecho de que
hubiera por primera vez también Ministras de Defensa en el Ejecutivo.
Se
hacía así realidad aquella divisa de “Tanto monta, monta tanto
Isabel como Fernando”, y a la hora de mandar daba igual ya el
timbre masculino o femenino de la voz de mando, sin que hubiera
dejado por ello, ni muchísimo menos, de haber una jerárquica y estricta cadena de mando. Se consideraba que era un logro del
feminismo estatal la equiparación con los varones en todos los
ámbitos de la vida, incluido el militar.
La
Zarzuela ha hecho públicas ahora las imágenes de la Principessa de
Asturias, doña Leonor de Borbón, exhibiendo su formación en la
Academia General Militar de Zaragoza, como hicieron su padre y su abuelo, donde actualmente cursa el primer
módulo de Instrucción y Adiestramiento militar. Vemos a la cadete en
traje de faena, con un moño en el que recoge la melena de su rubia cabellera -sus compañeros de promoción
están todos rapados, parece que a las féminas se les respeta la
'característica' melena aunque deben recogérsela-
realizando unas maniobras militares con sus conmilitones, llamada como está a hacerse un Hombre (o lo que es lo
mismo para el caso una Mujer) el día de mañana, y abocada, si Dios no lo remedia, a
ceñirse la Corona y ocupar la
Jefatura del Estado y del Reino de las Españas, que entre otros cargos conlleva según el artículo
62 de nuestra
Carta Magna "el mando supremo de las Fuerzas Armadas", que le
corresponde al Rey (o en su caso a la Reina, se supone).
Doña
Leonor de Borbón es, por primogenitura, la principessa heredera de la
Casa Real, que se ceñirá la corona hereditaria que solo podría
arrebatársela un hermano si lo tuviera, dado que según nuestra
Carta Magna se prefiere para la sucesión en la misma línea
dinástica “el varón a la mujer”, o quizá su hermana la infanta Sofía si decidiera reasignarse sexualmente
como varón, para lo que bastaría, según la Ley Trans aprobada en
el Congreso, con autodeterminarse como miembro del sexo masculino modificando su asignación en
el Registro Civil sin necesidad de someterse a intervenciones
quirúrgicas. En ese caso obligaría a su hermana, si quisiera ocupar el trono, a reasignarse también como varón y convertirse ahora mismo en un caballero cadete, y a hacer valer, a igualdad de sexo, la primacía por mayoría de la edad.
La principessa de Asturias, de maniobras
Curiosa palabra, por
cierto, esta de “cadete” que se define como “alumno de una
academia militar antes de su nombramiento como oficial” y que no
admite moción de género en castellano, aunque sí puede
especificarse mediante el artículo: “el cadete”/“la cadete”. Se trata de
un préstamo del francés cadet, donde sí tiene un femenino que es
cadette. El término francés a su vez procede
del gascón capdet
'jefe, oficial', y más atrás del latín tardío
capitellum, de donde surge
nuestro caudillo, y, si se admitiera el neologismo, caudillete. Pero el Ejército español suele utilizar
la fórmula “caballero cadete” para el masculino y “dama
cadete” para el femenino, como en el caso de doña Leonor.
Nuestro Ejército, por cierto, en su afán de hacerse querer por la sociedad, ha llegado a nombrar caballeros y damas cadetes honoríficos a diversas personalidades civiles que se han significado por su "afecto, compromiso y apoyo a la Academia General Militar en su tarea formativa y divulgativa". Sin duda, le interesa al
Ejército dar una imagen moderna de los militares ante la opinión
pública, contribuyendo a crear entre los ciudadanos una necesaria
(?) Cultura de Defensa, como dicen, o de la Guerra, como deberían declarar.
El Ministerio de Defensa publica El decálogo del cadete, que data de 1917, y que no tiene
desperdicio. Estas son las virtudes que deben cultivar los caballeros y damas cadetes, como la principessa de Asturias.
El primer mandamiento
del decálogo es amar (literalmente tener un gran amor) a la
Patria y fidelidad al Rey -no dice a la Corona, que representaría a la monarquía en general, independientemente del sexo del que la porte, sino al monarca en particular, lo que revelaría su machismo- que se debe exteriorizar “en
todos los actos de su vida”: patriotismo y monarquía masculina, por lo tanto. El segundo, tener un "gran espíritu militar": gran amor y gran espíritu por lo tanto: ande o no ande, caballo grande.
Se ve en el decálogo claramente que
el ejército es una estructura jerárquica piramidal y vertical
donde el cadete ocupa, como futuro oficial, un puesto intermedio entre
sus inferiores, que estarán a sus órdenes, y sus superiores, a
cuyas órdenes estará, por lo que se considera una virtud en ese decálogo
precisamente “hacerse querer de sus inferiores y desear de sus
superiores.”
El VII mandamiento no
tiene tampoco desperdicio alguno: “Ser voluntario para todo
sacrificio, solicitando y deseando siempre el ser empleado en las
ocasiones de mayor riesgo y fatiga”. El sacrificio, al igual que el amor y es espíritu militar, ha de ser grande: arriesgado y fatigoso.
Cuando el Ministerio de Defensa habla de fomentar entre la ciudadanía una "cultura de la Defensa", como hace mucho últimamente, evita mencionar a la bicha innombrable, oculta bajo el uniforme militar de camuflaje, que es la Guerra que siembra Marte,
el dios pacificador, guerra que no quiere nadie
declarar, pero que ahí está, sin ir muy lejos, como siempre. Debería denominarse Ministerio de la Guerra, como se hacía cuando
a las cosas se las llamaba por su nombre (al pan, pan, y al vino,
vino, que dice la gente común y corriente con razón).