51. -La
mascarilla se presenta falsamente como un caparazón o escudo protector
de virus exteriores, ajenos al portador, visión que no casa con la
doctrina que se impartió de que sólo deberían llevarla los enfermos para no
esparcir sus virus interiores hacia fuera. Al hacerse obligatoria para todo el mundo en el transporte público, las farmacias y los hospitales, se borra la distinción
entre sanos y enfermos, considerándonos todos contagiadores contagiosos,
fomentando como consecuencia la desconfianza hacia los desconocidos con los que coincidimos en dichos ámbitos que consideramos potenciales contagiadores ante los que hay que ponerse la máscara profiláctica. Pero también
se fomenta la desconfianza hacia uno mismo. Nosotros no sabemos si
somos un foco de contagio: creemos que estamos sanos. Y ahí es donde radica el éxito perverso de las autoridades sanitarias que nos advierten de que no nos fiemos de las
apariencias, que podemos ser enfermos asintomáticos, oximoro de gran éxito que, repetido hasta la saciedad, hemos acabado por asimilar como si se tratara de un axioma científico. Resulta que según esa mentira repetida mil veces y convertida por lo tanto en verdad al modo goebbelsiano, podemos estar enfermos y ser los últimos en darnos
cuenta de ello, ya que la aparente buena salud es un engaño y un foco
mortal de contagio. Ese es el mayor éxito de esta farsa que dio en
llamarse la Pandemia.
52- Violencia de
género. ¿Qué género de violencia es la violencia de género? Un
individuo ha matado a su pareja, porque era su media naranja, suya
propia, muy suya. El pobre ganapán quería a la mujer con toda el
alma, y por eso la hizo llorar más de una vez. Y por eso la mató, porque era suya. Después se ha
suicidado, porque consideraba que también tenía derechos adquiridos
sobre su propia persona, que también era suya. Era, sin ninguna duda, como ella, “muy”
suyo. La mató porque era suya. Y se mató porque él también era
suyo. La conciencia de la propiedad no deja de ser la usurpación
de un robo que asesina.
Unos cuantos piquetitos, Frida Cahlo (1935)53.- De la
meditación trascendental: ¿En qué consiste la meditación
trascendental? No puede consistir en otra cosa más que en el
vaciado de la mente, ese pozo negro o fosa séptica, del estiércol
de las ideas recibidas e inculcadas, previas, de los prejuicios o
posos del ayer. Los ojos y los oídos, embotados y obturados por un
cúmulo de ideas fijas, que sentimos como propias nuestras, son rémoras que no nos
dejan ni ver ni oír. Por eso, la idea que uno tiene de alguien o de
algo antes de verlo con sus propios ojos, es decir, la imagen previa
es lo único que uno ve cuando mira a alguien o algo. Por eso ver,
como intuyó Paul Valéry, es olvidar el nombre, es decir, la idea o
concepto, de la persona o cosa que se ve.
54- Apología de
la pederastia y la pedofilia.- “Dejad que los niños se acerquen a
mí” dijo el Nazareno, ese gran pederasta en el sentido más noble
del término. Otro gran pedófilo, condenado también a muerte por,
entre otras cosas, corromper a la juventud, fue Sócrates... Si
desmenuzamos las palabras de origen griego “pederastia” y
“pedofilia”, vemos que están compuestas ambas de un primer
elemento “ped(o)-” que significa “niño” y un término
“-erastia” en el primer caso, bajo el que se oculta el nombre
propio de Eros, el dios Amor; y “-filia” en el segundo caso que
significa “amistad” o “cariño”. El amor y el cariño hacia
los niños está mal visto en esta sociedad, que se apresura
enseguida a matar al niño que todos llevamos dentro cuanto antes, es
decir, a convertirlo en adulto, a la vez que, paralelamente,
infantiliza al adulto tratándolo como si fuera siempre un menor de
edad que necesita tutela y asistencia pública y benéfica de las
instituciones del Estado.
55- La primera
víctima de la guerra es la verdad, pero no porque se falsifiquen las
noticias del frente, cosa que sucede de hecho a menudo, sino porque
se tergiversa radicalmente la realidad. No es cierto que hubiera paz
antes de la declaración de guerra, proyección espectacular y
sangrienta de nuestra vida cotidiana, exteriorización visceral de
nuestra propia intimidad.