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lunes, 26 de diciembre de 2022

Pareceres (XI)

 51. -La mascarilla se presenta falsamente como un caparazón o escudo protector de virus exteriores, ajenos al portador, visión que no casa con la doctrina que se impartió de que sólo deberían llevarla los enfermos para no esparcir sus virus interiores hacia fuera. Al hacerse obligatoria para todo el mundo en el transporte público, las farmacias y los hospitales, se borra la distinción entre sanos y enfermos, considerándonos todos contagiadores contagiosos, fomentando como consecuencia la desconfianza hacia los desconocidos con los que coincidimos en dichos ámbitos que consideramos potenciales contagiadores ante los que hay que ponerse la máscara profiláctica. Pero también se fomenta la desconfianza hacia uno mismo. Nosotros no sabemos si somos un foco de contagio: creemos que estamos sanos. Y ahí es donde radica el éxito perverso de las autoridades sanitarias que nos advierten de que no nos fiemos de las apariencias, que podemos ser enfermos asintomáticos, oximoro de gran éxito que, repetido hasta la saciedad, hemos acabado por asimilar como si se tratara de un axioma científico. Resulta que según esa mentira repetida mil veces y convertida por lo tanto en verdad al modo goebbelsiano, podemos estar enfermos y ser los últimos en darnos cuenta de ello, ya que la aparente buena salud es un engaño y un foco mortal de contagio. Ese es el mayor éxito de esta farsa que dio en llamarse la Pandemia. 

 

 52- Violencia de género. ¿Qué género de violencia es la violencia de género? Un individuo ha matado a su pareja, porque era su media naranja, suya propia, muy suya. El pobre ganapán quería a la mujer con toda el alma, y por eso la hizo llorar más de una vez. Y por eso la mató, porque era suya. Después se ha suicidado, porque consideraba que también tenía derechos adquiridos sobre su propia persona, que también era suya. Era, sin ninguna duda, como ella, “muy” suyo. La mató porque era suya. Y se mató porque él también era suyo. La conciencia de la propiedad no deja de ser la usurpación de un robo que asesina.

                                      Unos cuantos piquetitos, Frida Cahlo (1935)

53.- De la meditación trascendental: ¿En qué consiste la meditación trascendental? No puede consistir en otra cosa más que en el vaciado de la mente, ese pozo negro o fosa séptica, del estiércol de las ideas recibidas e inculcadas, previas, de los prejuicios o posos del ayer. Los ojos y los oídos, embotados y obturados por un cúmulo de ideas fijas, que sentimos como propias nuestras, son rémoras que no nos dejan ni ver ni oír. Por eso, la idea que uno tiene de alguien o de algo antes de verlo con sus propios ojos, es decir, la imagen previa es lo único que uno ve cuando mira a alguien o algo. Por eso ver, como intuyó Paul Valéry, es olvidar el nombre, es decir, la idea o concepto, de la persona o cosa que se ve. 

 54- Apología de la pederastia y la pedofilia.- “Dejad que los niños se acerquen a mí” dijo el Nazareno, ese gran pederasta en el sentido más noble del término. Otro gran pedófilo, condenado también a muerte por, entre otras cosas, corromper a la juventud, fue Sócrates... Si desmenuzamos las palabras de origen griego “pederastia” y “pedofilia”, vemos que están compuestas ambas de un primer elemento “ped(o)-” que significa “niño” y un término “-erastia” en el primer caso, bajo el que se oculta el nombre propio de Eros, el dios Amor; y “-filia” en el segundo caso que significa “amistad” o “cariño”. El amor y el cariño hacia los niños está mal visto en esta sociedad, que se apresura enseguida a matar al niño que todos llevamos dentro cuanto antes, es decir, a convertirlo en adulto, a la vez que, paralelamente, infantiliza al adulto tratándolo como si fuera siempre un menor de edad que necesita tutela y asistencia pública y benéfica de las instituciones del Estado. 

55- La primera víctima de la guerra es la verdad, pero no porque se falsifiquen las noticias del frente, cosa que sucede de hecho a menudo, sino porque se tergiversa radicalmente la realidad. No es cierto que hubiera paz antes de la declaración de guerra, proyección espectacular y sangrienta de nuestra vida cotidiana, exteriorización visceral de nuestra propia intimidad.