La palabra “máscara”, con el significado de careta que se pone una persona para así disfrazarse entra en castellano en 1495. El término puede proceder según Corominas del árabe máshara que significa bufón, payaso, personaje ridículo o risible que es el hazmerreír general, y entra probablemente a través del catalán màscara. El término árabe está relacionado con el verbo sáhir, que significa 'burlarse de alguien', de uso general en esa lengua, aparece ya en el Corán.
Mascareta es el diminutivo catalán de màscara. Me apropio de él para sustituir el término médico 'mascarilla', de infausto recuerdo, que el gobierno español nos obligó a ponernos en interiores y exteriores, tan utilizado y reutilizado por toda la población, incluso hasta por las parturientas en el paritorio, durante la mascarada general de la pandemia orquestada por la Organización Mundial de la Salud. Me apropio del término porque en castellano sugiere un entrecruce de “más” y de “careta”, término este que tiene mucho que ver con “cara”, que a su vez hay que remontar lo más seguro al griego κάρα (leído como en español), que significa “cabeza”. Es un término que se introduce en castellano en el siglo XII, del que derivan caradura, por ejemplo, descaro y descarado, así como malencarado (pero la RAE no recoge 'bienencarado'), y la careta con la que uno se tapa la cara o, si se prefiere el término, el careto.
Este video cortísimo muestra a las mil maravillas la simulación orquestada que fue la pandemia. Había un virus peligrosísimo según decían en el aire que había que frenar con una mascareta que lo que hacía era dificultar nuestra respiración, es decir la emisión del anhídrido carbónico o CO2 a la atmósfera. No impedía que los virus entraran y salieran por ella como Perico por su casa. Las mascaretas pueden impedir el paso de las bacterias pero nunca de los virus, que a través de ellas campan a sus anchas.
Cualquiera reconoce que ponerse eso es un coñazo, pero como los políticos deben predicar con el ejemplo, porque esa es su función pedagógica y docente, vemos aquí lo que hace entre bastidores uno cualquiera de ellos, un caradura que representa a todos: se enmascara para contribuir a la mascarada general. Porque ellos, las autoridades, son el mascarón de proa del barco que se hunde pero nunca acaba de hundirse del todo del Estado. Llega el sinvergüenza al plató televisivo sin la prenda que simboliza sumisión, como Dios, o sea el Gobierno, ordena y manda. Le facilitan una mascareta sus asesores de imagen. Se la pone para que la audiencia lo vea con ella puesta. Se acerca al micrófono y se desenmascara sólo para poder hablar, facilitar el reconocimiento facial de su careto, no impedir la lectura de los labios que puedan hacer los sordos y no dificultar la emisión de la voz, que podría salir distorsionada.... Pero nosotros no debemos quitárnosla en público, sólo podremos hacerlo en la intimidad del encierro de nuestro agridulce hogar. Debemos enmascararnos, hasta que lo permita el gobierno asesorado por el esperpéntico comité de expertos, porque no es una medida sanitaria o saludable, sino política de control de población.