Estados Unidos lanzó la
bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Su explosión
fue para muchos norteamericanos una hermosa sesión de fuegos
artificiales que traía la paz al mundo.
La narrativa oficial dominante en torno a la energía atómica en los primeros años era que esta fuerza endemoniada, si se contenía adecuadamente y se sometía a la autoridad del tío Sam, podía ponerse al servicio de la humanidad y construir una América más fuerte. Aprovechada positivamente para el combustible, el transporte y la atención sanitaria, la tecnología atómica podría sentar las bases de un nuevo orden mundial resplandeciente...
Resulta fascinante, vista desde hoy, la ingenuidad con la que los norteamericanos se enfrentaban al peligro atómico, una mezcla de atracción y de pánico a la vez, que se proyectó enseguida, como no podía ser menos, sobre el cuerpo femenino.
Ya antes de la Gran Explosión las mujeres atractivas, en efecto, eran descritas como "explosivas", “pura dinamita”, “bombas”, “radiactivas”... Durante la Segunda Guerra Mundial las imágenes de las chicas pin-up, que decoraban calendarios y pósteres con pose provocativa, adornaban los morros de algunos aviones de bombardeo relacionando la sexualidad y la muerte, Eros y Thánatos.
(Detalle de la bomba "Able", apodada Gilda y decorada con una foto de Rita Hayworth, utilizada en la Operación Crossroads, 1946)
De hecho, la primera detonación durante la serie de pruebas atómicas de 1946 recibió el nombre de "Gilda", en honor del personaje que encarnó Rita Hayworth en la clásica película en la que Glenn Ford le da a la actriz una memorable bofetada. Una imagen de la seductora pelirroja, prototipo de femme fatale, fue incluso estampada en la propia bomba. Una mujer sexualmente provocativa e incluso promiscua, liberada del hogar y las tareas domésticas era una auténtica bomba de relojería, capaz de seducir y destruir al incauto que caía en la red bajo su hechizo.
La conexión entre la feminidad y la destrucción nuclear encontró quizás su expresión más evidente en la forma del moderno traje de baño femenino de dos piezas, que no es tan moderno sin embargo como parece porque lo hallamos ya en la antigua Roma, como muestran los mosaicos de la villa siciliana del Casale de Piazza Armerina.
En 1946 un diseñador francés descubría América y el Mediterráneo a la vez sacando al mercado un bañador femenino de dos piezas, cuyo poderío sexual era tan explosivo que bautizó la prenda con el nombre de "el bikini", porque Bikini era el nombre de un atolón del pacífico, hoy deshabitado, en las islas Marshall, donde Estados Unidos había detonado potentes explosiones atómicas unos días antes.
El término “biquini” -que en principio era un nombre propio sin significado alguno- se reinterpretó enseguida como nombre común que contenía el prefijo bi(s)-, que significa como bien se sabe dos en latín, igual que bivalente -como la famosa 'vacuna'-, o bisexual, y se crearon a su amparo nuevos términos como monoquini, para el top-less -si se admite este anglicismo que evita la expresión y la imagen de “con las tetas al aire”- o incluso triquini, que no se sabe muy bien cómo es.
La bomba era el símbolo del poderío yanqui, pero cuatro años después de Hiroshima y Nagasaki la Unión Soviética, que no se quedaba manca, fabricó y detonó su propio artefacto nuclear, lo que hizo que cundiera el pánico ante una confrontación que podía poner fin no solo a los dos bloques en pugna sino a todo el mundo conocido.
Atómico se había convertido en un adjetivo que podía ser sinónimo de “excepcional”, “grandioso”, “extraordinario”, capaz de destruir, pero también de suministrar una energía barata y poderosa, como queda dicho. El cuerpo femenino era el lugar del deseo y la destrucción, la metáfora perfecta; podía dar placer y prosperidad, como la energía nuclear, pero sin control, su potencial explosivo era mortal.
Lee Merlin, Miss Bomba Atómica 1957
Hay algo, por ejemplo, en la imagen de Lee Merlin, miss bomba atómica 1957, que relaciona la recién descubierta bomba atómica con la feminidad destructiva. No solo la nube en forma de hongo de la legendaria foto, que sube de su entrepierna y se expande con forma de hongo al llegar a sus pechos. La emblemática Lee Merlin irradiaba belleza en lugar de partículas atómicas, y era la chica que todos querían que sobreviviera a un ataque nuclear.
La ciudad de Las Vegas, que ya era un destino obligado para los amantes del placer y del dinero donde se arruinaban y enriquecían los jugadores empedernidos, se convirtió en una atracción turística más por su proximidad a los campos de pruebas nucleares. A comienzos de la década de los años 50, los turistas se agolpaban en los balcones de algunos hoteles para ver embelesados a lo lejos cómo las explosiones iluminaban el cielo y creaban una inmensa nube de algodón con forma de hongo espectacular.
La amenaza de la bomba atómica que emerge del sótano convertido en refugio antinuclear está de moda otra vez en el siglo XXI. Hasta la Unión Europea ha calificado la energía atómica obtenida de las centrales nucleares como energía natural, ecológica o verde, siempre y cuando se eliminen los residuos radiactivos, claro. La llamada guerra de Ucrania dispara todas las alarmas. Estamos a la expectativa, atentos a nuestras pantallas, de ver quién se tira antes el pedo atómico más descomunal.
Mientras un Bo(bo)rrel decadente se recrea con el jardín paradisiaco en el que habitan los altos cargos, a ellas muy agerridas en su carrera “les pone” esto de la guerra; el empoderamiento ya no se concibe sin el tributo a la imagen de poder que se luce y exhibe en las pasarelas mediáticas, y como aquellas modelitos de antaño, están dispuestas a dar libre expresión de cualquier bobada ante los focos y cámaras mediáticas.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Sí, a algunas féminas -no a todas afortunadamente- también les pone la guerra. De ello se enorgullece el Gobierno más progresista de la historia de España que, contando cada vez con más mujeres en sus filas y con tantas ministras como ministros, impone así "perspectiva de género como principio transversal" al ejército profesional.
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