Fact checker, suele traducirse al castellano por “verificador de datos”, del verbo to check 'comprobar' y de fact 'hecho', que es la raíz latina de factum que llegó a la lengua de Chéspir a través del francés. Del verbo to check, ya habíamos adaptado chequeo en castellano con el sentido genérico de 'examen, control, cotejo' y el específico de 'reconocimiento médico'. No nos hacía mucha falta ni la institución de los fact checkers como maldita.es o newtral o los malditos algoritmos de Feisbuq, Gúguel o Tuíter, que tanto han pululado entre nosotros durante la pandemia (y que ni siquiera han sabido proclamar el mayor bulo de estos dos últimos años que era la existencia misma de la propia pandemia) ni el palabro cuando ya disponíamos de 'censores', que es lo que han venido a ser: émulos de Torquemada. Una de las definiciones interesadas y justificadoras que abundan en la Red dice: “Los Fact Checkers -así con mayúscula inicial- o verificadores son un grupo de entidades y personas apolíticas (sic) que tienen por objetivo el desmentido de las declaraciones hechas en público ya sea por partidos políticos o personas que no se ajustan a la realidad objetiva (sic)”. Ellos, los censores, pueden dictaminar lo que no es verdad y declararlo fake news, que es lo que habitualmente hacen, pero nunca tendrán el coraje de declarar que la mayor falsedad de todas es la realidad que ellos defienden y justifican a capa y espada como si fueran caballeros medievales que pretenden salvaguardar el honor bastante deshonrado y perdido ya de su vieja dama.
El gaslighting o iluminación agónica de gas es un término que, tomado al parecer de una película de los años cuarenta, que en España se tituló Luz que agoniza, en la que una mujer recién casada, interpretada por Ingrid Bergman, manipulada hasta el tormento por su marido, acaba convenciéndose de que se está volviendo loca mientras la luz de gas baja de intensidad... Según la poderosa Asociación Americana de Psicología el gaslighting es “la manipulación de otra persona para que dude de sus percepciones, experiencias o comprensión de los eventos”, algo que hemos padecido a escala planetaria con la implantación de lo que se llamó “Nueva Normalidad”. Las víctimas de esta luz agonizante de gas, es decir, nosotros mismos, a fuerza de recibir información falsa y sesgada de forma deliberada y sistemática acaban dudando de sí mismas, de su percepción de la realidad, que ven distorsionada, y de su propia cordura. Desde hace dos años y medio, hemos sido sometidos a un engaño oficial a gran escala sin precedentes. La operación se llevó a cabo mediante guerra psicológica y el lavado de cerebro que llevó a la creación de una descomunal entelequia que se llamó “la pandemia” infligida a las masas de todo el mundo.
Lo curioso de muchos anglicismos es que suelen ser latinismos que nos llegan vía anglosajona, por ejemplo este de mass media, que literalmente significa “medios de masas”, y que nos devuelve el plural latino de los neutros en -a. Suele citarse muchas veces simplificado y se habla de los media (pronunciado ˈmiː.diə). En efecto media es el plural de medium, que significa efectivamente “medio”. Y mass, que es “masa”, nos viene del latín massa a través del francés masse 'amontonamiento, pasta' y 'masa', que ya teníamos en castellano, como demuestra el verbo amasar. Por lo que la expresión mass media suele traducirse como 'medios de comunicación de masas' o 'de información masiva', y son, obviamente los medios (televisión en cabeza, radio, periódicos, revistas, redes sociales) que sirven para amasarnos o hacernos una masa de individuos personales. En español hay quien dice ya Britannico more “los media”, aunque lo habitual es decir “los medios”.
Resilience, adaptado entre nosotros enseguida como resiliencia, sobre cuya etimología discurríamos aquí mismo es otro ejemplo de esos anglicismos que en realidad son latinismos que nos llegan vía anglosajona. La docta Academia define la 'resiliencia' como la 'capacidad de adaptación de un ser vivo a un agente perturbador o un estado o situación adversos'. Ya se oye a veces, sobre todo en hispanoamérica, el verbo 'resiliar', que todavía no admite la Academia. Se ha convertido en una palabra culta que se vuelve sinónima de “resignarse”. Cuando a alguien se le dice que tiene que ser 'resiliente' se le está diciendo que tiene que ser “resistente, que tiene que ser fuerte ante las adversidades. Es, por un lado, una invitación al conformismo, a aceptar los males presentes e incluso a veces el propio sacrificio, actitud que pretende compensarse con un estar preparado para males futuros y, por lo tanto, inexistentes.
En la lengua de Chéspir, que es la del Imperio angloamericano, aunque el cisne de Avon no tiene la culpa, usan el término woke, que es el participio del verbo to weak “despertar”, para decir que uno está despierto o alerta. Pero es ya toda una ideología, por así decirlo, por lo que haciendo castizo el término, podríamos decir que el güoquismo es el despiertismo, o como propone la docta Academia, la concienciación, pues los guoques serían, a falta de otro término mejor, los 'concienciados'. El terminajo nos viene de los Estados Unidos donde al parecer surgió según la güiquipedia en los años treinta la expresión “stay woke” mantente despierto para referirse a los problemas políticos y sociales de los afroamericanos en lo que concierne a los prejuicios y a la discriminación racial, pero el alcance de su cobertura se ha ido ampliando a lo relacionado con el género sexual, no gramatical, y la orientación sexual. Se habla incluso ya de capitalismo guoq para referirse a los mensajes políticamente correctos que utilizan las marcas en sus campañas de márquetin. Tiene mucho que ver con lo políticamente correcto, que es bastante hipócrita, porque, como decía el otro ¿quién es políticamente correcto en la intimidad?). El guoquismo es, pues, un nuevo puritanismo, una nueva religión laica que condena al infierno a los que no respetan sus reglas. Viene del otro lado del atlántico donde unos nuevos puritanos se han hecho con el mundo intelectual, cultural y político para imponérselo a todos los demás. Consideran que para lograr la emancipación es preciso reeducar y sancionar a los recalcitrantes. Su arma es lo que se ha llamado la cancel culture, otro anglicismo aunque de raíces latinas, que no es la cancelación de la cultura, sino la cultura que cancela y que intenta silenciar a todos los que piensan “mal”. El guoquismo ha sido la actitud de la izquierda sistémica en general ante todas las medidas de confinamiento y restricciones sanitarias. El guoquismo es lo contrario del legendario sesentayochesco 'prohibido prohibir', ahora es de obligado cumplimiento prohibir. La gran paradoja de nuestro tiempo es que ya no es necesario el Estado para privarnos de libertad, lo hacemos nosotros mismos, quizá por aquello de que nosotros mismos hemos interiorizado a Leviatán, la Bestia, y somos el Estado. No hay una época menos secularizada y laica que la nuestra, y, sin embargo, no hay ninguna más religiosa, por paradójico que pueda parecer.
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