Publica Karina Acevedo Whitehouse en Telegram esta imagen, tomada de aquí, que le ha
ocasionado un escalofrío. No es para menos. Y comenta, certera, a
pie de foto: Me parece que muestra con creces la alienación del
humano del Siglo XXI: La aplicación de una inoculación basada en
ARNm sintético que no sirve para proteger contra una enfermedad,
pero sí para ocasionar problemas serios de salud, a un niño que no
requeriría esa protección en el 99.9997% de los casos, mientras
observa con lentes electrónicos una irrealidad virtual que lo aleja
de la realidad que sí está viviendo.
Estas
gafas que tiene Rafael Peled, que es como se llama el niño israelí
que contaba en el momento de la foto ocho años de edad, hace un año de ello, sirven, en efecto,
para ver lo que no hay y para no darse cuenta de lo que hay a su alrededor. Son una
metáfora perfecta del papel que los medios de comunicación han desempeñado en esta
denominada crisis sanitaria que desencadenó la OMS declarando la Pandemia Universal Apocalíptica. Los medios no se limitaron a ponernos una
venda delante de los ojos para que no viéramos los auténticos fines, sino que nos han ofrecido una realidad
alternativa.
La foto
da, en efecto, escalofríos. El niño mira a través de unas gafas de
realidad virtual mientras recibe a la fuerza, sujetado por tres adultos enmascarados, una inoculación de
Pfizer-BioNTech contra el COVID-19 -la 'buena', recuérdese, cuando decían que eran las otras las que eran malas- por el personal
médico del hospital Sheba Tel Hashomer en Ramat Gan. Israel acababa
en aquel momento de aprobar la vacuna para niños
comprendidos en la franja de edad de 5 a 11 años. Y el
entonces primer ministro,
Naftali Bennett, había acompañado a su hijo David, de 9 años, a
chutarse la sustancia en un intento de dar ejemplo a los padres.
Bennett sostuvo la mano de su hijo David cuando recibió el pinchazo,
como revela la fotografía que publicó la prensa de aquel
país. El niño, que estaba un poco asustado, dijo que no le
había dolido. Cuando
Bennett le pidió a su hijo que explicara por qué era importante
someterse a la inoculación experimental, David dijo,
convenientemente aleccionado, que era “para que los niños no se
enfermen con el coronavirus y no infecten a sus padres”.
El
entonces ministro había afirmado: Hoy
iniciamos la campaña a nivel nacional para vacunar a los niños,
ante todo para salvaguardar a nuestros niños. David acaba de
ser vacunado. Esto protege tanto a los niños como a los padres,
y a todo el Estado de Israel. Mentía, evidentemente, como un bellaco. Aquello no
protegía ni salvaguardaba a los niños ni a los padres. Los niños
no necesitaban aquella capciosamente llamada vacuna. Los mayores tampoco. En lo único que acertó a decir algo de verdad el entonces ministro
es que aquello protegía “a todo el Estado de Israel”, al Estado,
que justifica así su existencia bajo la pretensión de salvar las vidas de sus súbditos de un gravísimo peligro inexistente, pero desde luego no a la gente, y muchísimo menos a los niños, a los que, como afirma Karina Acevedo, ocasiona "problemas serios de salud" que están saliendo a la luz.
En este contexto, no se entiende -o solo se entiende sarcásticamente muy bien- cómo la EMA, que es la Agencia Europea del Medicamento según sus siglas en inglés, acaba de aprobar recientemente el uso de la vacuna COVID-19 infantil a partir de los seis meses de edad, recomendando las de la casa Pfizer, llamada Comirnaty, y la de Moderna, llamada Spikevax, que se convierten así en las primeras vacunas aprobadas para niños menores de cinco años en la Unión Europea que regenta Úrsula von der Leyen. Por algo será.
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