domingo, 23 de octubre de 2022

Lo que cuenta una imagen

    Publica Karina Acevedo Whitehouse en Telegram esta imagen, tomada de aquí, que le ha ocasionado un escalofrío. No es para menos. Y comenta, certera, a pie de foto: Me parece que muestra con creces la alienación del humano del Siglo XXI: La aplicación de una inoculación basada en ARNm sintético que no sirve para proteger contra una enfermedad, pero sí para ocasionar problemas serios de salud, a un niño que no requeriría esa protección en el 99.9997% de los casos, mientras observa con lentes electrónicos una irrealidad virtual que lo aleja de la realidad que sí está viviendo.   
 

 
    Estas gafas que tiene Rafael Peled, que es como se llama el niño israelí que contaba en el momento de la foto ocho años de edad, hace un año de ello, sirven, en efecto, para ver lo que no hay y para no darse cuenta de lo que hay a su alrededor. Son una metáfora perfecta del papel que los medios de comunicación han desempeñado en esta denominada crisis sanitaria que desencadenó la OMS declarando la Pandemia Universal Apocalíptica. Los medios no se limitaron a ponernos una venda delante de los ojos para que no viéramos los auténticos fines, sino que nos han ofrecido una realidad alternativa.  
 
    La foto da, en efecto, escalofríos. El niño mira a través de unas gafas de realidad virtual mientras recibe a la fuerza, sujetado por tres adultos enmascarados, una inoculación de Pfizer-BioNTech contra el COVID-19 -la 'buena', recuérdese, cuando decían que eran las otras las que eran malas- por el personal médico del hospital Sheba Tel Hashomer en Ramat Gan. Israel acababa en aquel momento de aprobar la vacuna para niños comprendidos en la franja de edad de 5 a 11 años.   Y el entonces primer ministro, Naftali Bennett, había acompañado a su hijo David, de 9 años, a chutarse la sustancia en un intento de dar ejemplo a los padres. 
 

 
     Bennett sostuvo la mano de su hijo David cuando recibió el pinchazo, como revela la fotografía que publicó la prensa de aquel país. El niño, que estaba un poco asustado, dijo que no le había dolido. Cuando Bennett le pidió a su hijo que explicara por qué era importante someterse a la inoculación experimental, David dijo, convenientemente aleccionado, que era “para que los niños no se enfermen con el coronavirus y no infecten a sus padres”.      
 
    El entonces ministro había afirmado: Hoy iniciamos la campaña a nivel nacional para vacunar a los niños, ante todo para salvaguardar a nuestros niños. David acaba de ser vacunado. Esto protege tanto a los niños como a los padres, y a todo el Estado de Israel. Mentía, evidentemente, como un bellaco. Aquello no protegía ni salvaguardaba a los niños ni a los padres. Los niños no necesitaban aquella capciosamente llamada vacuna. Los mayores tampoco. En lo único que acertó a decir algo de verdad el entonces ministro es que aquello protegía “a todo el Estado de Israel”, al Estado, que justifica así su existencia bajo la pretensión de salvar las vidas de sus súbditos de un gravísimo peligro inexistente, pero desde luego no a la gente, y muchísimo menos a los niños, a los que, como afirma Karina Acevedo, ocasiona "problemas serios de salud" que están saliendo a la luz.      
 
    En este contexto, no se entiende -o solo se entiende sarcásticamente muy bien- cómo la EMA, que es la Agencia Europea del Medicamento según sus siglas en inglés, acaba de aprobar recientemente el uso de la vacuna COVID-19 infantil a partir de los seis meses de edad, recomendando las de la casa Pfizer, llamada Comirnaty, y la de Moderna, llamada Spikevax, que se convierten así en las primeras vacunas aprobadas para niños menores de cinco años en la Unión Europea que regenta Úrsula von der Leyen. Por algo será.

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