286.- ¿Y tú me lo preguntas? La novela, género literario que surgió el último en la antigüedad clásica, tan tardío que ni siquiera tiene asignada una musa propia, y que por eso lleva en su nombre el recuerdo de la novedad (del italiano novella, 'noticia novedosa'), no solo es el género literario que más se vende en la actualidad, sino prácticamente el único existente y exitoso, que además, estando como está en constante producción y necesitando renovarse para no morir, es el más difícil de definir, como demuestra, por ejemplo, esta página de crítica literaria Una definición de la novela en 30 voces de la generación inexistente, donde se dan treinta definiciones diferentes. Ninguna de ellas puede cuadrar a todas las novelas históricas, experimentales, policíacas, de misterio, y un larguísimo etcétera que hay, habidas y por haber, por lo que se ha hecho proverbial la que dio Camilo José Cela a propósito de la novela : «He coleccionado definiciones de novela, he leído todo lo que sobre esta cuestión ha caído en mis manos, he escrito algunos artículos, he pronunciado varias conferencias y he pensado constantemente y con todo el rigor de que pueda ser capaz sobre el tema y, al final, me encuentro con que no sé, ni creo que sepa nadie, lo que, de verdad, es la novela. Es posible que la única definición sensata que sobre este género pudiera darse fuera la de decir que novela es todo aquello que, editado en forma de libro, admite debajo del título, y entre paréntesis, la palabra novela». Lo mismo podríamos decir de 'poesía', y de todas las artes en general: son lo que se vende como tal y como tal se expone en las ferias de arte contemporáneo y en las vitrinas de los escaparates de las pocas librerías que nos quedan.
287- Niégate a ti mismo. Frente al negacionismo cristiano del “abnega te ipsum”, los libros de autoayuda y los coaches personales enarbolan ahora un afirmacionismo que se refuerza con la jerga psicológica de la autorrealización. ¿Cómo va a negarse a sí mismo el self made man (or woman), el hombre (o en su defecto la mujer) que se ha hecho a sí mismo, que se ha realizado o se halla en vías de desarrollo? El afirmacionismo utiliza muchas veces un lenguaje económico con expresiones como “gestionar las emociones, rentabilizar las crisis, sacar provecho de la inteligencia emocional” que apelan más a lo emotivo que a lo racional y que señala al individuo como responsable -o culpable- de los males que lo aquejan, por lo que debe ser reconducido por el profesional. La sociedad, renunciando a mejorar las condiciones de vida, nos ofrece la promesa de la terapia psicofarmacológica para sobrellevar del mejor modo posible -resignadamente o, si se prefiere, resilientemente- los problemas que genera la propia sociedad. Pero frente a esta mística de la realización económica, el cristianismo proponía la negación de uno mismo, que se desdoblaba así en dos: Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. (Si quis uult post me uenire, abneget semetipsum, et tollat crucem suam, et sequatur me).
288.- Devocionarios. Hay pedagogos modernos que defienden que ya no es necesario como era antaño el aprendizaje memorístico porque todo está en internet, a donde accedemos con nuestro devocionario, que nos está usurpando nuestra memoria. Es tal el cúmulo de cosas que manejamos con nuestro teléfono supuestamente inteligente que no nos percatamos de cómo nos maneja él a nosotros, sus devotos. Los móviles, en efecto, son los modernos devocionarios que contienen varias oraciones -aplicaciones prácticas- para uso de los fieles, ahora llamados usuarios. Las aplicaciones prácticas, como antaño las oraciones, sirven para varias circunstancias, y se completan con la vida y milagros de varios santos y santas. Centran nuestra atención y nos obligan a bajar la vista perdiendo la visión del horizonte y de los prójimos, y hacen que nuestras manos estén ocupadas como si estuviésemos manejando constantemente las cuentas de un rosario. La postura de la devoción nos obliga a ir por la calle encorvados, iluminando nuestro pálido rostro en la oscuridad con un aura luminosa de santidad. Le confiamos nuestros datos y secretos: números de teléfonos, direcciones, mensajes, y, como se ha dicho muchas veces, nos comunica con los que están lejos y nos incomunica y aísla con los que están a nuestro lado, exigiendo cada vez más atención, más horas de piadosa consulta y devoción.
289.- El cuarto poder. Los medios de comunicación -en realidad de información en el sentido de formación y conformación de los hombres-masa- no son el cuarto poder, como señaló Edmund Burke en el debate de apertura de la Cámara de los Comunes del Reino Unido en 1787, según la inevitable Güiquipedia, refiriéndose a los tres poderes presentes en el parlamento británico, que eran el clero, la nobleza y el pueblo llano representado por sus políticos, señalando la tribuna de la prensa, que era donde se asentaba el cuarto y para él más poderoso estamento. Hay quien cree, sin embargo, que, pese a la Güiquipedia, lo del cuarto poder se debe a que es un añadido a la doctrina de los tres poderes del Estado que estableció el barón de Montesquieu a finales del siglo XVIII: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. En el siglo XIX, el término "cuarto poder" (inglés fourth estate) pasó a referirse exclusivamente a la prensa, y ahora se aplica a todas las ramas de los medios de (in)comunicación. Sea como fuere, los media hoy tienen el máximo poder, capaces de hacer ver lo blanco negro y lo negro blanco, lo bueno malo y lo malo bueno, y a los inocentes presentarlos como culpables y a los culpables como inocentes según su conveniencia. Crean la Opinión Pública, que no es más que un monstruo que se le impone a la gente para controlar su mente basándose en la implantación de opiniones mayoritarias que fomentan el espíritu gregario de rebaño.
290.- De aquellos polvos estos lodos. Como consecuencia de la dictadura sanitaria implantada ad maiorem technocratiae gloriam en 2020 (pseudopandemia o fake pandemics), que llevó al arresto domiciliario y toque de queda, al cierre de las escuelas y escolarización de los hogares, al distanciamiento social, al uso de bozales, a los pasaportes sanitarios, a exigir inoculaciones sin saber el contenido de las mismas, y a seguir solícitos las órdenes emanadas de los autoridades sanitarias y militares, la sociedad comenzó a comportarse como niños pequeños que aplauden a los títeres del guiñol. Familias enteras se asomaban a balcones y ventanas, para aplaudir desde su encierro la tragicómica farsa puesta en escena, con un infantilismo rayano en el delirio. No es raro que de entonces para acá en estos cuatro años haya aumentado la violencia institucional, estructural e individual, la ingesta de antidepresivos, ansiolíticos y drogas en general, incluido el alcohol, el aumento de suicidios y el descenso de la tasa de natalidad, hasta el punto de que las parejas jóvenes se ponen a criar animales de compañía en lugar de hijos y se alejan de las relaciones personales, sustituidas por las virtuales, instalándose en un complejo de Peter Pan masivo, en un infantilismo etimológico de no querer ver lo que pasó -venda en los ojos-, no querer escuchar ni oír hablar de ello -tapones en los oídos- y no querer hablar -mordaza de la autocensura en la boca- y reconocer nuestra complicidad necesaria -nadie te obligó a inocularte, te dicen ahora, así que jódete- porque lo que se quiere es pasar página enseguida, olvidar, actuar como si no hubiera pasado lo que sí pasó. Hay un proverbio inglés que reza fool me once, shame on you; fool me twice, shame on me, que podemos traducir como: engáñame una vez, la culpa es tuya; engáñame otra vez, la culpa es mía (dejándome embaucar).
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