El poeta Paul Valéry formuló en su lengua esta máxima: «Regarder c’est oublier le nom des choses que l’on voit», que quizá podríamos traducir como “Ver (o, si se prefiere, 'mirar') es olvidar el nombre de las cosas que se ven (o que vemos)”.
La frase proviene del ensayo Degas, Danza, Dibujo (1936), un homenaje que brinda el poeta al pintor Edgar Degas y una reflexión sobre la naturaleza del arte pictórica.
Valéry deja caer esa frase en un párrafo donde contrasta la mirada del artista con la del filósofo Blaise Pascal como figura emblemática del pensamiento abstracto para ilustrar cómo incluso una mente tan poderosa como la suya puede errar al juzgar las artes plásticas si se deja llevar por las categorías del intelecto. De alguna manera está contraponiendo la experiencia visual, con la intelectual.
Cuando Valéry dice que Pascal “no sabía mirar, es decir, olvidar los nombres de las cosas que se ven”, está formulando que ver verdaderamente, que es lo que quiere decir mirar, implica desprenderse del lenguaje y de los conceptos previos, dejar de reconocer las cosas por su nombre y permitir que se presenten como lo que son, sin la mediación verbal del lenguaje y las palabras.
En otras palabras, “olvidar los nombres” es despojar la mirada de todo saber previo para acceder a la experiencia directa de lo visible como si fuera la primera vez que abrimos los ojos, tal como hace el artista —y especialmente el pintor— en su relación con el mundo, y, podríamos añadir, el niño con su prístina mirada cuando ni siquiera conoce todavía los nombres de las cosas que ve porque no ha adquirido el lenguaje de su tribu.
También en la misma obra escribe Paul Valéry a propósito de 'observar', un aparente sinónimo de 'regarder', pero en realidad no hay sinónimos que valgan lo mismo en ninguna lengua, que «Observer, c’est, pour la plus grande part, imaginer ce que l’on s’attend à voir», que viene a ser “observar es para la mayoría de la gente imaginar lo que se espera ver”. Aquí Valéry señala el mecanismo mental opuesto, propio del observador común o científico: quien “observa” suele proyectar a través de palabras, es decir, las ideas sobre el mundo que tiene, sus propias expectativas, sus esquemas y opiniones personales. No ve lo que está ahí, lo que tiene delante, sino lo que cree que hay. Observar, por tanto, implica una mirada mediada por la imaginación anticipatoria, por la memoria y la costumbre.
Afgano invisible con la aparición, sobre la playa, del rostro de García Lorca, en forma de frutero con tres higos. Salvador Dalí (1938)
Ambas reflexiones sobre la mirada son complementarias al mismo tiempo que se contradicen: Mientras que observar, en el sentido común y corriente del término, pero también en el científico, implica reconocer, nombrar, confirmar lo previsto, es decir, creer; mirar, en el sentido de ver lo que hay de verdad, implica olvidar, desnombrar, abrirse a lo imprevisto, es decir, pensar, reflexionar, que es decir-que-no a lo que se cree, a las ideas previas que se tienen.
Valéry distingue así dos miradas: la que se subordina a las ideas y conocimientos previos, lo que él llama 'observer', que no es ver lo que hay sino proyectar lo que se cree, y la que aspira a una visión inmediata, sin la intervención de las ideas preestablecidas o prejuicios, sin palabras, previa al lenguaje, lo que él llama 'regarder'.
En el contexto del ensayo de Paul Valéry donde deja caer estas observaciones, Edgar Degas encarna la auténtica mirada, la que no consiste en aplicar ideas previas ni confirmarlas, sino en ver como si fuera la primera vez la danza de sus bailarinas, despojando la mirada de la rémora de todo lo aprendido en un esfuerzo por recuperar lo visible antes de que el lenguaje lo capture.
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